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Trump, el león del circo
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el personaje y su insólita aventura política

Trump, el león del circo

Si hace unos meses alguien te hubiese preguntado si Trump podía ganar, ¿qué habrías respondido? El periodista Francisco Reyero analiza su aventura política en el libro 'Trump, el león del circo'

Foto: El candidato republicano Donald Trump saluda a simpatizantes durante un acto de campaña en Bangor, Maine (Reuters).
El candidato republicano Donald Trump saluda a simpatizantes durante un acto de campaña en Bangor, Maine (Reuters).

Si hace unos meses alguien te hubiese preguntado si Donald Trump podía llegar a ser presidente de EEUU, ¿qué habrías respondido? La idea ya no parece tan disparatada. A menos de ocho semanas para las elecciones presidenciales, el magnate sigue recortando distancias en los sondeos. La candidata demócrata, Hillary Clinton -quien genera tanto rechazo entre los electores como el propio Trump- aventaja a su rival republicano por un estrecho margen de dos puntos entre los votantes potenciales (43% frente a 41%). La valoración de Clinton entre los estadounidenses es pésima, hasta el punto de que un 68% considera que no es honesta ni fiable, según la CNN. Se la asocia con el 'establishment' más caduco en una época difícil para el ciudadano medio y los estrategas de su campaña sufren para contrarrestar su imagen de persona fría y calculadora. En este complejo escenario, el periodista Francisco Reyero realiza desde el 'teatro de operaciones' un retrato sobre la vida, la explosión mediática y la insólita aventura política del magnate en el libro 'Trump, el león del circo' (El Paseo Editorial).

Pregunta: Cuando comenzaron las primarias republicanas nadie daba un duro por Trump, pero el magnate cosechó un éxito absolutamente inesperado, ¿cómo explica ese apoyo electoral?

Respuesta: Por distintos motivos. Trump no paga anuncios de televisión, se jacta de no encargar encuestas, tiene un equipo reducido, bisoño y cambiante y su inversión para alcanzar la nominación republicana fue mucho menor que la del derrotado Ted Cruz. La crisis de identidad del Partido Republicano le abrió una ventana de oportunidad que él ha sabido aprovechar. Los republicanos están en un limbo ideológico, sin grandes liderazgos para un país continental como Estados Unidos, donde también exige una dimensión personal hiperbólica. De hecho, para explicar que las circunstancias han cambiado favorablemente para él hay que apuntar que en el año 2000 intentó una candidatura con el Partido Reformista y tuvo que abandonar en las primarias. Trump lleva 40 años siendo una 'celebrity' y los grandes medios de información americanos han tornado hacia el 'infotainment', la mezcla de información y entretenimiento. El 24% de los americanos se informan por el cable, por la FOX, la MSNBC o la CNN. Solo el 2% lo hace por la prensa escrita. Si lo que se busca es espectáculo, bueno, este tipo de espectáculo Trump lo garantiza. Entonces, para intentar comprenderlo todo, llegamos a la sentencia del presidente de la CBS, Leslie Moonves: "Es posible que Trump sea malo para América pero es muy bueno para la televisión".

P.: Sabemos que su base de votantes son blancos cristianos de clase trabajadora, personas atemorizadas por los cambios demográficos y económicos que atraviesa EEUU ¿son realmente sus votantes "deplorables", como dijo Clinton?

R.: América no es la Quinta Avenida y Central Park. Creo que, ahora, Los Ángeles es más Compton que Hollywood Boulevard. Trump es un mercader, como Elmer Gantry, aquel predicador que iba cambiando los versículos de los textos sagrados según el auditorio. Se adaptará y mentirá para tratar de atraparlos a todos. El crecimiento demográfico de los votantes no blancos es notable frente a estos. De hecho, en 1980 cuando Reagan ganó apenas representaban el 12%, ahora rondan el 30.

P.: Imaginemos que Trump gana finalmente las presidenciales, ¿quién conformará su equipo, su Gobierno?

R.: ¡¿Y por cuánto tiempo?! Uno de los rasgos de identidad de Trump es la provisionalidad, la, al menos aparente, improvisación constante. Durante las primarias y la precampaña ha prescindido de sus grandes estrategas y en la segunda línea de su equipo también ha habido cambios. Trump mantiene algunas relaciones de amor-odio con grandes empresarios del capitalismo más obsceno como Carl Icahn y algunos republicanos ampulosos, como Sarah Palin, Rick Perry o Giuliani, lo apoyaron con fervor en la convención de Cleveland.

P.: Si Trump cae derrotado, ¿cómo crees que reaccionarán sus votantes más vehementes? Me refiero, por ejemplo, a los clubes de motoristas que amenazaban con 'armarla' en la Convención Nacional Republicana si los delegados del partido elegían finalmente a otro candidato...

R.: En los 'rallies' de Trump, durante las primarias, se han producido episodios de violencia callejera entre los seguidores y los detractores del candidato. En Nuevo México, en Arizona y en otros estados. Cuando una voz discrepa mientras él está dando un mitin, hay una suerte de protocolo de actuación: los más cercanos al discrepante, lo rodean y le gritan sin cesar: "Trump, Trump, Trump" hasta que llegan las fuerzas de seguridad y lo desalojan. Trump ha ido rentabilizando esta polarización, a pesar de lo nocivo que resulta obviar sus riesgos. Esta es la medida de su moral: la rentabilidad electoral está por encima del elemental principio de la convivencia.

P.: ¿Cómo crees que será un debate cara a cara entre Trump y Clinton?

R.: Tras la enfermedad de Hillary, la televisión lleva varios días subrayando las carencias de la candidata demócrata. Trump es taimado, arrogante, descarado, miente sin cesar y, pese a las llamadas de la opinión pública para que se comprueben los datos que los candidatos van a utilizar en los debates, ese proceso de control no parece que vaya a producirse. En ese contexto, donde los mentirosos campan a sus anchas, parte con ventaja. Trump es violento, va a directamente al estómago; a Clinton le urge mejorar su empatía con el gran público.

P.: Trump tiene desconcertados a los analistas de política exterior porque no se ajusta a ningún patrón que hayamos visto anteriormente. ¿Cuáles crees que serían las líneas básicas de su política exterior?

R.: Hay una tradición americana que mira hacia adentro: "America first". Esta es la idea central de Trump con respecto a la importancia de su país, que coincide con un sentir mayoritario pero que tiene otras formas más prácticas y benéficas de llevarse a cabo. Tratando de atender a sus cambiantes declaraciones, en política exterior se ha comportado como un 'bully'. De hecho, no considera la legalidad, solo interpreta la intervención al modo de un 'sheriff' en el oeste. Declaraciones del tipo "iremos a Siria y acabaremos con el Estado Islámico" o "iremos a Irak y nos haremos con el petróleo". En lo económico juega al proteccionismo: quiere revisar los acuerdos con China y el tratado Nafta porque los considera penosos para el país. En estos puntos, sí hay una base para el debate que le interesa al americano medio en tanto que repercute en su bolsillo. Respecto a Europa, lo más conocido es que fue a visitar sus campos de golf en Escocia, la tierra de sus ancestros maternos, para apoyar el Brexit. En fin.

A continuación, reproducimos el epílogo del libro: El jinete y el hipódromo

En enero de 2013, Bill Maher, el sarcástico comediante nocturno, retó a Donald J. a demostrar que no era el hijo de un orangután y una mujer. El presentador sostuvo en su programa en la NBC que el pelo del candidato sólo se daba en algunas especies de primates. Si Trump enviaba la partida de nacimiento demostrando que su progenitor era un humano, Maher destinaría 5 millones de dólares a una organización caritativa. Entre las que consideraba instituciones humanitarias figuraba la presunta Organización del Cuidado del Cabello de los Hombres. El republicano envió el certificado —donde se especificaba que era hijo de Fred— y presentó una demanda. Unos meses más tarde, una vez que la denuncia táctica había entregado el rendimiento promocional que se esperaba de ella, Trump la retiró.

Maher, como el resto de sus colegas de oficio, chisteros de la noche americana, se ha topado con una mina abandonada. Los grandes personajes políticos ya están creados y horneados. Y se prestan gustosamente al intercambio de cuota de pantalla por popularidad. No es sólo Trump. Hillary Clinton también participa en skechts autoparódicos, tratando de encontrar su vena cómica. En el programa de Jimmy Fallon, la candidata demócrata se prestó a una conversación telefónica entre Fallon-Trump y Hillary-Hillary. El candidato republicano estaba interpretado por el cómico y ella era la candidata real que se reía a placer en el papel de Hillary Rodham Clinton. El ingenioso Fallon incluso ha entrevistado, disfrazado él como Trump, al propio Trump. La descacharrante entrevista empezaba con Fallon-Trump llegando a un camerino para peinarse la peluca platino «durante tres horas» y aseverando que el único que tenía nivel para hacerle una entrevista era… ¡él mismo! Fallon-Trump se miraba al espejo y allí estaba Donald J., el auténtico. En el sketch, Fallon-Trump y el verdadero Donald Trump incluso hablan del muro de México como un asunto divertido.

'The Village Voice' ha escrito sobre Clinton, preguntándose «si su hashtag de mujer amigable del feminismo es el único bastión que nos queda a la humanidad frente al apocalipsis de Trump». A Hillary le ha costado trabajo doblegar a su rival demócrata (Bernie Sanders, mucho más a la izquierda), le pesan sus errores en la Secretaría de Estado (correos, CIA, Libia) y su equipo de prensa no sabe cómo trasladar al gran público su, eso sostienen, incontestable calidez humana.

En tiempos, el 'entertainer' Al Franken presentó «InDecision 92», una serie de especiales sarcásticos con las convenciones nacionales de los dos grandes partidos de fondo. Como hace casi 25 años la mezcla de entretenimiento e información todavía ofrecía dudas saludables, un televidente llamó para felicitar al director por el nivel de las interpretaciones de los comentaristas: «Ese Norm Ornstein que tenéis ahí es fabuloso: es clavado a Norm Ornstein». Efectivamente, era Norm Ornstein, el sesudo articulista de la revista 'The Atlantic'. En 2016, todos los shows nocturnos han estado presentes, con grandes despliegues, en las citas de los demócratas y los republicanos. Las convenciones son semilleros vacíos de propuestas para el votante y, en cambio, grandes factorías para los late nights de Stephen Colbert, Seth Meyers o Fallon. Según un estudio del Centro para los Medios y los Asuntos Públicos, en 2004, durante la campaña que ganó George W. Bush, los late nights ofrecieron 25 entrevistas personales y familiares con los candidatos; en 2008, la cifra subió hasta 110, con «los Obama», «los McCain», «los Biden» y Sarah Palin posando con sus hijos cuando la ocasión lo reclamaba.

Antes de ser candidato, Trump, que quiere a la televisión como a una madre, se enroló incluso en la «Batalla de los Billonarios», un combate de lucha libre con Vince McMahon, el presidente del Wrestling norteamericano. La pelea filosofal tenía por objeto despejar la duda de quién era más rico; el que ganara le cortaría el pelo al cero al perdedor. Ganó Trump y conservó su cabellera.

El candidato republicano participa en todas estas guerras de guerrillas y trata de capitalizarlas; Clinton es más esquiva y también menos atractiva para los medios. A diferencia de la actual candidata demócrata y de las campañas del presidente Obama, no es la compra de espacios ni la inversión publicitaria lo que garantiza la presencia de Trump. Son sus extravagancias, los exabruptos y un inexplicable, para el que esto firma, sentimiento que ha calado en parte del público votante: los partidarios de Trump creen que está diciendo la verdad (obscena, exagerada y violenta, pero verdad al fin y al cabo) y que es un buen gestor. En los días previos a la elección de 2008, la candidatura de Obama diseñó y pagó un anuncio de treinta minutos. A las 20 horas del 29 de octubre lo programó para que fuera emitido en todas las grandes cadenas norteamericanas simultáneamente. A excepción de la NBC, que mantuvo su parrilla, todas lo emitieron y lo cobraron. Para poder colocar el «docuObama» se retrasó el inicio del partido de la Liga Mayor de Béisbol. Fue el colofón a una campaña en la que el equipo del candidato a la presidencia estableció una corriente de positividad y espectáculo. Al discurso de Obama en Portland acudieron 75 000 personas en mayo de 2008; al de octubre en Saint Louis, 100 000. Los estrategas del presidente lo hicieron «todo viral», como aquel tórrido vídeo de una exuberante modelo que susurraba, en 'rhythm and blues', «I’ve got a crush on Obama» («Estoy encaprichada de Obama»). La chica no tenía una clara opinión política, sólo un deseo, retozar con el candidato. Más célebre aun fue el rap discursivo «Yes, we can» que compuso, con éxito arrollador, Will.i.am, el miembro de Black Eyed Peas. El cantante tomó extractos de discursos de Obama, los musicó e hizo que los sentimientos mejoraran la confianza y sus perspectivas de alcanzar el poder.

Esas nuevas reglas de juego, con los programas de entretenimiento ofreciendo preguntas más picantes y buenas audiencias, siguen aumentando en 2016. Jones asegura que en los late nights (y en formatos similares) se evita el escoramiento y la parcialidad y tienen el aliciente de lo imprevisto.

Trump es, en gran parte, la consecuencia de un proceso inacabable. Él es un desconcertante jinete pero el ambiente del hipódromo ha ido cambiando hasta convertirse en un coliseo romano con distintos espectáculos a un tiempo.

Desde finales de los cuarenta la industria audiovisual y la política han tenido relaciones cada vez más dependientes y rentables. En la campaña de 1952, los publicistas convencieron a un héroe de guerra y candidato para protagonizar «Eisenhower contesta a América», anuncios de un minuto y medio de duración en los que el general respondía a las preguntas de actores que interpretaban a ciudadanos. La propaganda republicana también incluyó una célebre tonada («I like Ike, everybody likes Ike»), que fue banda sonora de un tira animada. La imagen final del 'cartoon' era la de la Casa Blanca bajo un sol que se iba levantando, radiante, con el nombre de Eisenhower inscrito sobre él. La canción, muy popular, fue escrita por Irving Berling y Walt Disney hizo los dibujos. En 1956, Eisenhower volvió a contratar a la agencia que se encargaba de promocionar la United States Steel, Du Pont, General Electric o American Tobacco. El candidato demócrata, Adlai Stevenson, bramó contra la publicidad electoral: «La idea de que se puedan vender candidatos para los más altos cargos como cereales para el desayuno es la última indignidad democrática». Después de tan firme declaración, el Partido Demócrata aceptó un nuevo reparto de tiempos en la televisión: 5 minutos de discurso partidista completaban 25 minutos de un programa de interés popular. Stevenson, al igual que Eisenhower, grabó un miniespacio electoral, «The man from Libertyville».

Es maravilloso que, sentado aquí, en mi biblioteca personal, la televisión me ayude a llegar a tanta gente —decía Stevenson en un despacho convertido en set o viceversa—. De otra manera me resultaría imposible. La televisión es un medio necesario. Pero mientras yo puedo hablarles, no puedo, sin embargo, escucharles. Por eso no voy a dejar de viajar, de conocer los sueños e inquietudes, la fe y las esperanzas de cada uno de los norteamericanos.

En las primarias demócratas de 1960, Kennedy aceptó la propuesta del pionero de la televisión, Robert Crew, para filmar el desarrollo de su rally en Wisconsin. Humbert Humphrey, su contrincante, también dio su consentimiento para ser filmado. «Suponga —le ofreció Crew a Kennedy— que salga elegido y piense en el valor histórico de esta película». «Primary» señaló el camino. Ese año, Kennedy y Nixon debatieron cuatro veces en la CBS. Ambos hicieron un enorme esfuerzo televisivo que llegó hasta la víspera de las elecciones, con telemaratones en directo para rebañar los últimos votos. Al día siguiente de las elecciones, Kennedy fue elegido por 34 221 463 electores frente a los 34 108 562 de Nixon y un recuento de 303 delegados frente a 219. Los Estados cruciales habían sido ganados por un pelo. El presidente Nixon es recordado por todo lo malo y hay razón para ello. Es especialmente recordado por su estupidez con el desventurado «lazy shave» (el producto que servía para tapar la «sombra de las cinco de la tarde», en inglés, five o’clock shadow, la barba que se supone sale a esa hora tras un afeitado matinal) y que a él le provocó una imagen sucia y tenebrosa durante su primer debate con Kennedy. Pero Nixon, que acabó recomendando a los candidatos de su partido que adelgazaran o evitaran quedarse calvos, también es el responsable de los infocomercials, todavía de gran impacto. En 1972, con Nixon compitiendo por su segundo mandato, los republicanos diseñaron una gigantesca convención en el Marine Stadium de Miami: una sucesión de gestos, orquestas, banderas y gritos. Nixon intentaba lucir juvenil, llevaba un traje claro y estaba rodeado de jóvenes negros y hippies para subrayar, en un solo fotograma, que había sido él el principal impulsor de la eliminación del servicio militar y de la reducción de la edad del voto a los 18 años. Sammy Davis Jr., con su pasado en Las Vegas y sus colegueos con Sinatra y Dean Martin, versionaba en directo el eslogan de campaña «Now, more tan ever, baby, Nixon now!». Nixon reclutó a expertos en estrategia publicitaria. H. R. Haldeman, de la poderosa agencia J. Walter Thompson, había estado ocupado de atender a Walt Disney. Haldeman y el equipo liderado por John Mitchell incluyeron a Pat Nixon en el imprescindible papel de primera dama. El presidente prohibió llevar a su esposa en helicóptero a Miami porque «destrozaría su peinado». En la convención republicana, una verbena descomunal, James Stewart, el actor, presentó a Patricia Ryan Nixon. Vestida con un fino traje de un celeste ligero, acompañada por Ronald Reagan, una vez que apareció en escena, la música comenzó a sonar y el público la jaleó estruendosamente. Mientras se acercaba al imponente estrado, tímida y sonriente, los aplausos y los vítores continuaron. Apenas podía decir buenas noches. Ronald Reagan intentó calmar los ánimos y ella sacó un gran mazo, cómico, inspirado en los que se utilizan en los juzgados, para poner orden en la sala. Fue imposible. La ovación duró unos diez minutos y Pat Nixon se fue casi sin hablar.

En 1956, los republicanos gastaron en la campaña presidencial 2 739 105 dólares de la época, los demócratas 1 949 865. Cuatro años después, en 1960, los republicanos pagaron en radio y televisión 7 558 809 millones de dólares de la época; los demócratas 6 204 986 millones. Elección tras elección, los costes se han multiplicado al paso de los ingresos publicitarios. Borrell Associates calcula en 16 500 millones de dólares el mercado de publicidad política en el ciclo electoral 2015-2016, un 20 % más que en las elecciones de 2012.

Los medios tradicionales están cediendo paulatinamente su espacio a los social media. Un 62 % de los adultos ya se informa a través de ellos y un 18 % lo hace habitualmente. El seguimiento de Trump también es notable en esos canales. Felipe Sahagún recopiló algunas de sus marcas. Según LexisNexis, en la contabilidad del pasado 3 de marzo, cuando todavía no había alcanzado la nominación a la candidatura republicana, Trump acaparó la atención de 52 683 artículos en las redes; el segundo en el podio de la misma jornada era Bernie Sanders con 4 400: 52 683 artículos dedicados a Trump, 4 400 dedicados al segundo que concentraba mayor atención. En lo que LexisNexis llama voces o menciones, Trump acaparó ese día el 84 % de la tarta republicana.

El 96% de los americanos, según un dato contrastado, conoce a Donald Trump; una mayoría lo rechaza. No sería aventurado decir que el 4 % que no lo conoce también lo rechazaría. Sin embargo, apelando a un sentimiento extendido, Henry Shcafer de la compañía Marketing Evaluations, que cataloga a las celebridades con sus «Q Score Ratings», asegura que Trump es la principal «celebridad que la gente ama odiar».

Es Trump un trasunto de Elmer Gantry, el pastor imaginario de Sinclar Lewis, cuyos versículos tornaban metodistas, evangelistas o adventistas según la demanda de la feligresía. Gantry, jugando a las cartas en tugurios o pastoreando a fieles, en el Cinturón de la Biblia y en ciudades inventadas de Norteamérica, era pendenciero, sinuoso y pecador, pero siempre tenía un discurso a mano. Donald J. es el candidato que responde a la vieja prensa de penique, la prensa amarilla convertida hoy en el gran espectáculo de los medios. Se decidirá la realidad de la economía, el medioambiente y la guerra basándose en la visión distorsionada que ofrece el entretenimiento. El inventor de la prensa de penique, James Gordon Bennett, fundador de 'The New York Herald', sabía que «los lectores están más dispuestos a leer seis columnas con los detalles de un brutal asesinato que el mismo número de palabras servidas por el genio del más noble autor de todos los tiempos». En la fundación de los Estados Unidos, hace casi dos siglos y medio, la más novedosa de las imprentas apenas podía entregar 250 periódicos a la hora. En la época colonial, los diarios estaban directamente entregados a causas partidistas.

Todo ha cambiado y va a seguir cambiando: la Historia de la Humanidad. Y aunque hay amenazas y riesgos ciertos, los valores han tendido a reforzarse y extenderse. Estados Unidos se ha ensanchado, ganando, paulatinamente, en igualdad y libertad para sus habitantes. Eso no significa que haya neutralizado sus contradicciones y males endémicos. Así, el Tesoro ha decidido que en 2020, coincidiendo con el centenario de la aprobación del voto femenino, Harriet Tubman sea la primera negra en estar en un billete. Tubman, sí, peleó por el voto femenino, pero es también conocida por su intrépido «Undreground Railroad», escondite y plan de fuga en el que, primero, ocultaba a cimarrones y luego les ayudaba en su camino a la libertad hacia Canadá. El séptimo presidente, Andrew Jackson, cuya figura ocupa los billetes de veinte dólares, será el envés de Tubman. En un lado él; en otro, ella. Jackson fue el propietario de la Hacienda Hermitage, en el condado de Davidson (Tennessee, cerca de Nashville). La finca estaba dedicada a la plantación preindustrial de algodón y allí esclavizó a más de 300 personas. Además de ofrecer recompensas a los que azotaran a sus esclavos fugados, Jackson ayudó a fundar el Partido Demócrata, en cuyo nombre ha presidido la nación Barack Obama.

El Panteón de la Historia, con la fría magnificencia de las efigies y el sinfín del himno Star Spangled Banner sonando, ofrece una lista de nombres presidenciales de personalidades contradictorias. Quizá su principal rasgo en común es ser una consecuencia del tiempo que les tocó vivir. Siendo así, muchos, pero especialmente los Padres Fundadores, Lincoln, Franklin Delano Roosevelt o Ronald Reagan, moldearon el tiempo que les tocó vivir y dejaron una fuerte impronta.

Donald J. Trump también es una consecuencia de nuestro tiempo. Alguien que, separado de su mérito como celebridad y de sus virtudes para captar la atención, ofrece una hoja de servicios plagada de engaños y deshonestidades. Trump miente incluso en aquello en lo que «autoafirma» ser un maestro: la generación de dinero y riqueza. Su grotesca figura facilita, por contraste, la carrera a Hillary Clinton, una millonaria que apoyó la invasión de Irak diseñada por George W. Bush y que mueve con garbo la ruleta en la fundación benéfica que comparte con su marido. Trump, con todas sus inquietantes patologías, debe ser visto como un germen. Un germen ante el que demócratas, republicanos, terceros partidos, medios de comunicación y grupos de interés están obligados a hacer un profundo examen de conciencia para desmentir la afirmación categórica de Alexis de Tocqueville: «El amor al dinero, la idea romántica del enriquecimiento es, en el fondo, el primer o el segundo motivo de todo lo que hacen los americanos».

Si hace unos meses alguien te hubiese preguntado si Donald Trump podía llegar a ser presidente de EEUU, ¿qué habrías respondido? La idea ya no parece tan disparatada. A menos de ocho semanas para las elecciones presidenciales, el magnate sigue recortando distancias en los sondeos. La candidata demócrata, Hillary Clinton -quien genera tanto rechazo entre los electores como el propio Trump- aventaja a su rival republicano por un estrecho margen de dos puntos entre los votantes potenciales (43% frente a 41%). La valoración de Clinton entre los estadounidenses es pésima, hasta el punto de que un 68% considera que no es honesta ni fiable, según la CNN. Se la asocia con el 'establishment' más caduco en una época difícil para el ciudadano medio y los estrategas de su campaña sufren para contrarrestar su imagen de persona fría y calculadora. En este complejo escenario, el periodista Francisco Reyero realiza desde el 'teatro de operaciones' un retrato sobre la vida, la explosión mediática y la insólita aventura política del magnate en el libro 'Trump, el león del circo' (El Paseo Editorial).

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