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Del Afganistán soviético a las barricadas ucranianas
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VETERANOS DE LA URSS CONTROLAN LA SEGURIDAD

Del Afganistán soviético a las barricadas ucranianas

En el campamento de protesta que la oposición ucraniana mantiene estos días en Kiev abundan los uniformes militares. Destacan los de los "afgantsy"

Foto: Pavlo Harmashov, veterano de Afganistán,  en el campamento opositor en Kiev (D. Iriarte).
Pavlo Harmashov, veterano de Afganistán, en el campamento opositor en Kiev (D. Iriarte).

En el campamento de protesta que la oposición ucraniana mantiene estos días en el centro de Kiev abundan los uniformes militares. En ocasiones, son simplemente ropas adquiridas de saldo en los numerosos tenderetes de segunda mano del país, cuyos dueños las han considerado adecuadas para la ocasión, en caso de que haya que enfrentarse a la policía; en otras, los que las portan tienen un pasado en el ejército. Hay quienes han estado destacados en Kosovo, donde Ucrania envió un contingente integrado en las fuerzas de intervención de la KFOR. Otros se han limitado a hacer el servicio militar obligatorio. Pero todos, invariablemente, miran con respeto a los afgantsy, a aquellos veteranos que sirvieron en Afganistán durante la invasión soviética y que, ahora, debido a su experiencia, cumplen las tareas de seguridad más importantes del campamento.

Grupos de veteranos del ejército cumplen tareas de seguridad en el campamento opositor. Algunos combatieron en suelo afgano como tropas de la URSS

A diferencia de otros, que evitan a la prensa, Pavlo Harmashov no tiene reparos en hablar de aquello. Este gigantón de 47 años (cuyo apellido, nos dice, significa “artillero”) sirvió en la 56ª Brigada Aerotransportada en Langar, cerca de la frontera paquistaní, entre 1986 y 1988. Cumplía su servicio militar, pero, según cuenta, se presentó voluntario para ir a Afganistán.

“Hay que entender la política de aquella época. Nosotros no pensábamos que estuviésemos invadiendo otro país, sino que protegíamos nuestra frontera sur, ayudando a nuestros hermanos ideológicos”, explica. “Pero enseguida comprendimos que no éramos bienvenidos, que allí no se nos quería”, comenta.

“Nos disparaban cada día. Ahora no podría sobrevivir a algo así”

Para cubrir su cráneo desnudo, Harmashov lleva un gorro pastún que se trajo del país, y, sobre el uniforme, ocultas bajo las chaquetas, luce las condecoraciones obtenidas en la guerra. “Nos disparaban cada día. Prácticamente todos los días teníamos una situación de combate”, asegura Harmashov. “Sentíamos la falta de oxígeno por la altitud. Había que ser muy fuerte física y psicológicamente, creo que ahora no podría sobrevivir a algo así”, dice. Las condiciones, además, eran miserables: “No había comida fresca, todo estaba seco o enlatado. Comíamos comida fresca apenas cuatro veces al año”, se queja. Además, no tuvo oportunidad de regresar a casa durante los años que duró su despliegue.

Esto, naturalmente, tuvo un gran impacto en su vida. “Volver a la normalidad fue extremadamente difícil. Los que peor lo pasaron fueron mis padres, porque soy su único hijo. Mi madre me contaba que por las noches me despertaba gritando, maldiciendo, y atacando a alguien en sueños”, relata. Pero poco a poco consiguió adaptarse, y ahora tiene una pequeña empresa de telecomunicaciones.

placeholder Pavlo Harmashov muestra las condecoraciones por combatir en Afganistán (D. Iriarte).

Nuestra conversación es interrumpida enseguida por un crujido del intercomunicador. “Lo siento, tenemos una emergencia”, dice Pavlo Artyukh, otro fornido joven sin pasado militar, pero que colabora en el servicio de seguridad y ha aceptado ayudarnos con la traducción. Varios hombres se colocan un dorsal rojo en el que se lee “Veteranos con el pueblo”, y rodean a dos tipos, aparentemente dos borrachos que están causando problemas. De forma muy calmada, les explican que tienen que marcharse, cosa que los otros, tras excusarse, hacen sin perder un segundo.

Cuando regresan, Harmashov explica cómo los afgantsy han acabado en las barricadas de Kiev. “Tenemos una hermandad de veteranos de Afganistán aquí. En mi unidad había cinco personas de Kiev. Los que servimos juntos en la guerra seguimos siendo amigos, somos los padrinos de los hijos de los otros”, explica. Y cuando empezó la revuelta contra el Gobierno de Víctor Yanukóvich, muchas asociaciones de exmilitares decidieron aportar sus conocimientos a la insurrección.

“Yanukóvich no se irá de forma pacífica”

Nosotros no pensábamos que estuviésemos invadiendo otro país, sino que protegíamos nuestra frontera sur, ayudando a nuestros hermanos ideológicos. Pero enseguida comprendimos que no éramos bienvenidos, dice Pavlo

La hermandad de los ‘afganos’ se unió en bloque a las protestas. “Ya lo hicimos durante la Revolución Naranja”, dice, refiriéndose al movimiento opositor que tras las elecciones de 2004 consideró que Yanukóvich había cometido fraude electoral y, mediante movilizaciones masivas, logró sacarle del poder y aupar a la presidencia al candidato rival, Víctor Yuschenko. Una situación que, con los años, Yanukóvich consiguió revertir totalmente.

“A mí en realidad no me gusta la oposición. No creo en estos políticos modernos, pero estoy con los ciudadanos, no puedo quedarme de brazos cruzados”, comenta Harmashov. “El presidente y los suyos han robado demasiado y han hecho mucho daño, así que no creo que vayan a abandonar el poder de forma pacífica”, asegura.

Pero, contrariamente a lo que pudiera parecer, el verdadero valor de losafgantsy no proviene de su capacidad como combatientes, sino como mediadores. “Hacen de barrera entre la policía y los jóvenes manifestantes sin experiencia”, comenta Artyukh. “Muchos de ellos tienen relaciones personales con los comandantes de la policía, a veces porque sirvieron juntos en el ejército, por lo que cuando hay un enfrentamiento, ellos están en mejor situación que nadie para resolver el problema”, dice.

El Ejecutivo, por su parte, también es consciente del potencial de estos hombres. “El salario básico de un veterano es de 500 dólares al mes”, explica Artyukh. “Pero estos días, el Gobierno está ofreciendo 1.000 dólares a aquellos que estén dispuestos a unirse a los refuerzos de la policía”, afirma.

Le preguntamos a Harmashov qué pasará si tienen que enfrentarse con los Berkut, las unidades especiales de la policía, que ya han cargado contra los manifestantes en dos ocasiones en las últimas semanas. Eso no ocurrirá, asegura. “Nuestra sabiduría no permitirá que haya una confrontación así”, nos dice sonriendo, más seguro de sí mismo de lo que podrían sugerir las circunstancias.

En el campamento de protesta que la oposición ucraniana mantiene estos días en el centro de Kiev abundan los uniformes militares. En ocasiones, son simplemente ropas adquiridas de saldo en los numerosos tenderetes de segunda mano del país, cuyos dueños las han considerado adecuadas para la ocasión, en caso de que haya que enfrentarse a la policía; en otras, los que las portan tienen un pasado en el ejército. Hay quienes han estado destacados en Kosovo, donde Ucrania envió un contingente integrado en las fuerzas de intervención de la KFOR. Otros se han limitado a hacer el servicio militar obligatorio. Pero todos, invariablemente, miran con respeto a los afgantsy, a aquellos veteranos que sirvieron en Afganistán durante la invasión soviética y que, ahora, debido a su experiencia, cumplen las tareas de seguridad más importantes del campamento.

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