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Manipulando genes: un futuro repleto de riesgos, esperanzas y dilemas morales
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Podríamos diseñar humanos 'a la carta'

Manipulando genes: un futuro repleto de riesgos, esperanzas y dilemas morales

Tras millones de siglos en los que la evolución se ha desarrollado 'de forma natural', ahora los humanos pueden hackear el código de la vida y diseñar nuestros propios futuros genéticos

Foto: Ilustración: EC.
Ilustración: EC.
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En la primavera de 2014, Jennifer Doudna tuvo una pesadilla. La bioquímica de Berkeley había colaborado en el descubrimiento de una nueva tecnología potente que hizo posible editar el genoma humano –un logro que la convirtió en la ganadora de un premio Nobel en 2020–. La innovación se basaba en un engaño que las bacterias han usado durante más de mil millones de años para combatir los virus, un talento muy relevante para los humanos actualmente. En su ADN, las bacterias desarrollan grupos de secuencias repetidas (lo que los científicos llaman CRISPR) que pueden identificar y trocear virus que las atacan. La doctora Doudna y otros adaptaron el sistema para crear una herramienta que puede editar el ADN –proporcionando la posibilidad de curar enfermedades genéticas, crear bebés más sanos, inventar nuevas vacunas y ayudar a los humanos a combatir sus propias guerras contra los virus–.

Pero en la pesadilla de la doctora Doudna no aparecían estas perspectivas optimistas. En ella, le pedían que se reuniera con alguien que quería aprender sobre los CRISPR. Cuando entraba en la sala de la reunión, retrocedía: sentado frente a ella estaba Adolf Hitler con la cara de un cerdo. “Quiero entender los usos e implicaciones de esta increíble tecnología que has desarrollado”, decía.

Cuatro años después, He Jianku, un joven científico chino que había asistido a alguna conferencia de Doudna, utilizó la tecnología CRISPR para crear los primeros bebés diseñados del mundo: gemelas cuyo ADN había sido editado cuando eran embriones para eliminar un gen que produce un receptor del virus que provoca el SIDA. Se produjo un estallido de asombro inmediato, y después de conmoción. Se agitaron brazos y se convocaron comités. Después de más de 3.000 millones de años de evolución de la vida en este planeta, una especie (nosotros) había desarrollado el talento y la audacia para tener el control de su propio futuro genético. Parecía que habíamos cruzado el umbral hacia una nueva era, quizá hacia un nuevo mundo audaz, invocando imágenes de Adán y Eva mordiendo la manzana o de Prometeo arrebatando fuego a los dioses.

placeholder Ilustración de una cadena de ADN. (Reuters)
Ilustración de una cadena de ADN. (Reuters)

Nuestra nueva habilidad para editar nuestros propios genes genera preguntas fascinantes –y preocupantes–. ¿Deberíamos alterar nuestra especie para volver al ser humano menos vulnerable ante virus letales? Parece un regalo excelente, especialmente en medio de la pandemia. ¿Y qué hay sobre tratar de erradicar la sordera o la ceguera?, ¿o de ser bajito?, ¿o de estar deprimido? Y, si tales soluciones son posibles y seguras, ¿por qué no ir más lejos y dejar que los padres mejoren a sus hijos, dándoles coeficientes intelectuales más altos, músculos más fuertes, más estatura y un tono elegido de piel y pelo?

Ese terreno resbaladizo debería llevarnos a considerar tanto los increíbles beneficios como las posibles cuestiones morales planteadas por la asombrosa nueva tecnología. ¿Qué podrían hacer los CRISPR a la diversidad de nuestra especie? Si ya no estamos sujetos a una lotería natural de atributos, ¿debilitaría nuestros sentimientos de empatía y aceptación? Si las increíbles mejoras ofrecidas en el supermercado genético no son gratuitas (y no lo serán), ¿aumentará eso la desigualdad de forma considerable –e incluso llegará a codificarla de forma permanente en la raza humana–?

Empecemos considerando los casos menos controvertidos: la cura de enfermedades fatales provocadas por simples mutaciones, como la anemia de células falciformes. Victoria Gray, mujer de Mississipi, se curó eficazmente el año pasado al extraerle algunas células madre y editarlas con CRISPR. Eso no generó controversia porque la edición genética se realizó en las células de un adulto y no será heredada. Pero tales tratamientos cuestan más de un millón de dólares. Un enfoque mucho más eficiente sería solucionar la mutación que genera células falciformes en embriones en fase inicial para que esos niños y sus descendientes nunca la tuvieran. Así que ¿por qué no realizar ediciones hereditarias y eliminar la enfermedad de nuestra especie?

Foto: Foto: EFE

Una razón para actuar con cautela es el riesgo de consecuencias no deseadas. Por ejemplo, las personas que obtienen una copia del gen defectuoso de células falciformes de un solo padre no desarrollarán la enfermedad, pero sí desarrollan inmunidad frente a la mayoría de tipos de malaria. Pero supongamos que los investigadores prueban que editar la mutación de células falciformes puede realizarse de forma segura. ¿Habría entonces algún motivo para prohibirlo? A lo mejor.

Consideremos a un joven llamado David Sánchez. Es un adolescente negro valiente, encantador y reflexivo de California al que le encanta jugar al baloncesto –excepto cuando su anemia de células falciformes le hace doblarse de dolor–. Sánchez es una de las estrellas de ‘Human Nature’, un documental impactante de 2019 sobre los CRISPR (disponible en Netflix). “Mi sangre simplemente no me tiene mucho aprecio, supongo”, dice. Matthew Porteus, pediatra y pionero en edición genética en la Universidad de Stanford, ha ayudado a tratar a Sánchez. “Puede que un día, con CRISPR, puedan entrar y cambiar el gen del embrión para que cuando nazca el niño no tenga células falciformes”, le dijo. Los ojos de Sánchez se iluminaron. “Supongo que es guay”, dice. Después se paró. “Pero creo que eso lo debería decidir el niño después”. Cuando le preguntaron el porqué, reflexionó un momento y siguió pausadamente. “Hay muchas cosas que he aprendido por tener células falciformes. He aprendido a tener paciencia con todo el mundo. He aprendido simplemente a ser optimista”. Pero ¿le habría gustado haber nacido sin esa enfermedad? De nuevo, se para. “No, no deseo no haberla tenido nunca”, declara. “No creo que fuera yo si no hubiese tenido células falciformes”. Después ofrece una gran sonrisa encantadora.

Es un punto de vista valiente y admirable, pero es difícil imaginarse a alguien joven que quiera padecer anemia de células falciformes cuando podría no tenerla. Es todavía más difícil imaginar a los padres, sobre todo aquellos que han padecido la enfermedad, decidiendo que quieren que sus hijos la padezcan. Así que localicé a Sánchez el año pasado para debatir estas cuestiones. Ahora piensa de forma distinta. Le pregunto si querría encontrar una forma de asegurarse de que sus hijos nacerán sin anemia de células falciformes. “Sí”, responde. “Si es una posibilidad, por supuesto”. ¿Qué hay de la empatía que cultivó teniendo dicha enfermedad? “La empatía es algo muy importante”, responde. “Es algo que realmente quiero transmitir a mis hijos si pudiesen nacer sin anemia de células falciformes. Pero no querría que mis hijos u otros pasaran por lo que yo he pasado”.

Eliminar estos trastornos aliviaría mucho sufrimiento, pero puede conducir a tener menos genios como Van Gogh o Hemingway

Como reconoce Sánchez, las denominadas discapacidades suelen forjar el carácter, enseñar aceptación e inculcar resiliencia. Puede que incluso estén vinculadas a la creatividad. Tomemos de ejemplo a Miles Davis, que desembocó en las drogas y el alcohol por el dolor de la anemia de células falciformes. Puede que incluso le llevase a su muerte. Sin embargo, puede que también le empujara a ser el músico pionero que produjo ‘Kind of Blue’ y ‘Bitches Brew’, entre los mejores álbumes de jazz nunca hechos. ¿Miles Davis habría sido Miles Davis sin células falciformes?

Surgiría una pregunta todavía más desafiante si, dentro de varias décadas, encontrásemos formas seguras de editar los genes que generan una predisposición a la esquizofrenia, el trastorno bipolar y la depresión. Eliminar estos trastornos psicológicos aliviaría mucho sufrimiento, pero puede que también conduzca a tener menos genios como Vicent Van Gogh y Ernest Hemingway, cuyo arte estuvo profundamente determinado por su batalla contra estas condiciones. ¿Curarías la esquizofrenia de tu hija si supieras que esta la ayudaría a convertirse en una artista transformadora? ¿Debería el Gobierno tomar dicha decisión? Creo que la mayoría de nosotros no querríamos que el Gobierno nos prohibiera proteger a nuestros hijos de tales enfermedades aunque perjudicara la riqueza de nuestra cultura.

¿Qué pasa con cruzar la línea borrosa entre curas para enfermedades y mejoras diseñadas para crear rasgos que son mejores que la media? Analicemos la masa muscular. Un gen detiene el crecimiento de los músculos cuando alcanzan un nivel normal, y suprimir ese gen quitaría el freno. Los investigadores ya lo han hecho para crear ‘ratones imponentes’ y ganado con ‘doble músculo’. Los directores deportivos se interesarán por este tipo de edición genética, y los padres exigentes que quieren que sus hijos sean campeones irán detrás.

Foto: La enzima CRISPR en verde y rojo se une a una hebra doble de ADN en púrpura y rojo, para así cortar la parte deseada

Entonces, ¿qué le decimos a los padres que quieren utilizar la edición de genes para crear niños más grandes y más fuertes que puedan correr maratones, hacer placajes y doblar acero solo con sus manos? Eso cambiaría nuestro concepto de los deportistas. En lugar de admirar la agilidad de los atletas, admiraríamos la magia de sus ingenieros genéticos. Es fácil cuestionar los registros de ‘home run’ de José Canseco o Mark McGwire cuando admitieron que habían consumido esteroides. Pero, ¿qué hacemos si los músculos extra de los atletas vienen de los genes con los que han nacido? ¿Y por qué importa si sus padres han comprado dichos genes en lugar de haber sido concedidos por la lotería natural? Llegaremos a una frontera todavía más controvertida cuando la edición genética sea capaz de mejorar habilidades cognitivas como la memoria, la concentración, el procesamiento de información y tal vez hasta el concepto vagamente definido de la inteligencia. Los científicos ya han mejorado la memoria en ratones, incluida la mejora de genes con receptores en las células nerviosas.

La opinión general actual de los expertos en bioética es que las ediciones de genes hereditarias no se deberían realizar salvo que sean necesarias por motivos médicos. Pero, cuando la edición genética se vuelva más segura, no todo el mundo aceptará que resulta inmoral utilizarla para realizar mejoras. De hecho, puede que algunos vean la creación de bebés más sanos como algo éticamente correcto, y tal vez hasta éticamente necesario.

¿Por qué no deberíamos dejar estas decisiones sobre la edición genética a los individuos y padres, así como hacemos con otras elecciones reproductivas? “No veo por qué eliminar una discapacidad o darle a un bebé ojos azules o añadir 15 puntos de coeficiente intelectual es realmente una amenaza para la salud pública o para la ética”, declara el pionero en edición genética de Harvard George Church.

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Imagine un mundo en el que la ingeniería genética esté determinada principalmente por la libre elección individual, con poca regulación gubernamental y sin molestos comités de bioética que establezcan límites. Entrarías en una clínica de fertilidad y te darían, como si estuvieras en un supermercado genético, una lista de características que puedes comprar para tus hijos. ¿Eliminarías enfermedades genéticas graves? Por supuesto. Yo personalmente también me aseguraría de que mi hijo no tuviera genes que pueden conducir a la ceguera o a la sordera. ¿Qué hay de evitar una estatura por debajo de la media, un peso por encima de la media o un bajo coeficiente intelectual? Muchos de nosotros seguramente también elegiríamos esas opciones. Puede que yo incluso eligiera una opción más cara para conseguir estatura y coeficiente intelectual extra. Puede que algunas personas hasta racionalicen la elección del sexo y orientación sexual de sus hijos.

Llegados a ese punto, la edición genética realmente empieza a parecerse más a un terreno verdaderamente resbaladizo. Sin puertas ni banderines, puede que todos fuéramos cayendo a una velocidad incontrolable, llevándonos la diversidad de la sociedad con nosotros. Permitir que los padres compren los mejores genes para sus hijos también agravaría la desigualdad. El vínculo social que surge de la creencia estadounidense de que todas las personas “son creadas iguales” se rompería si convertimos las desigualdades financieras en desigualdades genéticas.

Cuando quedó claro que la herramienta CRISPR que había coinventado podría utilizarse para editar genes humanos, Jennifer Doudna tuvo una “reacción visceral e instintiva”. La idea de cambiar los genes de un niño parecía antinatural. “Al principio, estaba instintivamente en contra”. Pero luego empezó a escuchar historias de gente que padecía enfermedades genéticas. “Las de niños eran especialmente conmovedoras para mí como madre”, afirma. Deberíamos ser prudentes a la hora de imponer una moratoria o restricciones concretas, terminó pensando. Como dijo un participante en una conferencia organizada por Doudna: “Puede que algún día consideremos inmoral no utilizar la edición de genes hereditarios para aliviar el sufrimiento humano”.

Foto: Saartjie Baartman, la Venus Hotentote, en un dibujo de la época

Mi propia opinión sobre la edición genética también ha evolucionado. Cuando empecé a cubrir el tema, me senté en el balcón de mi casa en el barrio francés de Nueva Orleans e intenté procesar mis pensamientos. El barrio estaba animado ese fin de semana. Había una carrera en bicicleta al desnudo para promover (curiosamente) la seguridad vial. Había desfiles para celebrar la vida de Leah Chase, cocinera criolla y defensora pionera de los derechos civiles. Era el desfile anual del Orgullo Gay y se celebraran las fiestas de barrio correspondientes. Y en alegre coexistencia con todo esto estaba el French Market Creole Tomato Festival, que incluía a hortelanos y cocineros que presumían de las muchas variedades de suculentos tomates locales no modificados genéticamente. Desde mi balcón, me quedé asombrado ante la diversidad humana que pasaba por debajo: bajos y altos; gays, heterosexuales y transexuales; gordos y flacos; blancos y negros. Un grupo de jóvenes paseaba con camisetas de la Universidad Gadaullet y hablando en lenguaje de signos.

La supuesta promesa de los CRISPR es que puede que algún día elijamos cuáles de esos rasgos queremos que tengan nuestros hijos y todos nuestros descendientes. Pero la imagen del bullicioso barrio francés, con toda su variedad exuberante, me indicó que la promesa de los CRISPR podía ser también su peligro. A la naturaleza le llevó millones de años entretejer tres mil millones de pares de bases de ADN de una forma compleja –y a veces imperfecta– para permitir toda la diversidad extraordinaria de nuestra especie. ¿Tenemos razón al pensar que ahora deberíamos editar ese genoma para eliminar lo que vemos como imperfecciones?, ¿perderíamos nuestra diversidad?, ¿nuestra humildad y empatía?, ¿nos volveríamos menos sabrosos, como nuestros tomates?

Me sigue preocupando eso. Pero los avances en la tecnología CRISPR, combinados con los estragos causados por la pandemia del covid-19, me han llevado a estar más abierto a la edición genética. Ahora veo más claramente la promesa de los CRISPR que su riesgo. Si somos inteligentes a la hora de utilizarla, la biotecnología nos puede hacer más capaces de esquivar virus letales y superar anomalías genéticas graves.

Tras millones de siglos de evolución, ahora los humanos pueden hackear el código de la vida y diseñar sus propios futuros genéticos

Tras millones de siglos en los que la evolución se ha desarrollado ‘de forma natural’, ahora los humanos pueden hackear el código de la vida y diseñar nuestros propios futuros genéticos. O, para quienes denuncian la edición genética como ‘jugar a ser Dios’, digámoslo de esta manera: la naturaleza y el Dios de la naturaleza, según su buen criterio, han hecho evolucionar a una especie que puede modificar su propio genoma. Como cualquier rasgo evolutivo, puede que esta nueva habilidad ayude a nuestra especie a prosperar –y tal vez crear especies sucesoras–. O puede que no. Podría ser uno de esos rasgos evolutivos que conduce a la especie por un camino que pone en peligro su supervivencia. La evolución es caprichosa en ese aspecto.

Esta es la razón por la que resulta útil para todos nosotros intentar entender este nuevo espacio en el que estamos a punto de entrar, uno que parece misterioso pero que también nos puede llenar de esperanza. No todo tiene que decidirse aquí y ahora. Podemos empezar preguntando qué tipo de mundo queremos dejar a nuestros hijos. Entonces podemos pensar en nuestro camino a seguir juntos, paso a paso, y preferiblemente codo con codo.

'Los libros de Isaacson incluyen las biografías de Albert Einstein, Leonardo da Vinci, Benjamin Franklin y Steve Jobs. Este artículo es una adaptación de su nuevo libro ‘The Code Breaker: Jennifer Doudna, Gene Editing and the Future of the Human Race’, que se publica el 9 de marzo por Simon & Schuster’.

En la primavera de 2014, Jennifer Doudna tuvo una pesadilla. La bioquímica de Berkeley había colaborado en el descubrimiento de una nueva tecnología potente que hizo posible editar el genoma humano –un logro que la convirtió en la ganadora de un premio Nobel en 2020–. La innovación se basaba en un engaño que las bacterias han usado durante más de mil millones de años para combatir los virus, un talento muy relevante para los humanos actualmente. En su ADN, las bacterias desarrollan grupos de secuencias repetidas (lo que los científicos llaman CRISPR) que pueden identificar y trocear virus que las atacan. La doctora Doudna y otros adaptaron el sistema para crear una herramienta que puede editar el ADN –proporcionando la posibilidad de curar enfermedades genéticas, crear bebés más sanos, inventar nuevas vacunas y ayudar a los humanos a combatir sus propias guerras contra los virus–.

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