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La primera noche de farra en Garibaldi: Pablo Iglesias no va a la inauguración del bar de Pablo Iglesias
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EL VÁTER ACABÓ ATASCADO

La primera noche de farra en Garibaldi: Pablo Iglesias no va a la inauguración del bar de Pablo Iglesias

El ambientillo madrileño no se presentó a la cita hasta bien entrada la media tarde, cuando más de un centenar de parroquianos acudieron al bar en busca de un Dry Durruti o un Ché Martini

Foto: Decenas de personas en el exterior de la taberna. (I.M.)
Decenas de personas en el exterior de la taberna. (I.M.)
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Martes, fiesta en todas partes (también en la Taberna Garibaldi).

El bar de Pablo Iglesias, ubicado en la zona norte del madrileño barrio de Lavapiés –ya casi Antón Martín–, abría sus puertas el 19 de marzo, día del Padre, a un deseoso y sediento público de bebidas y parece que camaradería; sin embargo, no todo fue exactamente como la prole esperaba.

Esta taberna, llamada Garibaldi y empacada en folclore marxista –véase en la carta los nombres de los platos y cócteles–, hizo el día anterior su inauguración VIP, solo para amigos y dirigentes del entorno de lo que queda del partido político Podemos. Sin embargo, la flamante apertura al público no se dio hasta la jornada siguiente.

Aunque sus puertas abrían por la mañana, el ambientillo madrileño no se presentó a la cita hasta bien entrada la media tarde, cuando más de un centenar de parroquianos acudieron al bar en busca de un Dry Durruti o un Ché Martini o lo que surgiera.

Foto: Pablo Iglesias abre un bar en Lavapiés. (EFE/Fernando Alvarado)

La afluencia de público era tal que ya a eso de las ocho de la tarde, entre curiosos que paseaban por sus cercanías y fans del exdirigente político, quienes eran perfectamente reconocibles por haber sacado sus mejores piquetes del armario –camisetas republicanas, sudaderas viejas con círculos blancos, gorritos de lana con los colores jamaicanos–, era casi imposible encontrar asiento dentro y la gente sacaba los tercios a la calle.

Dentro hacía mucho, muchísimo calor. La cantidad de público era tal que los cuerpos que se pegaban en el bar emanaban sudor ardiente que formaba películas de grasilla en las paredes; unas paredes, por cierto, que en las fotos de la página web y las propias redes sociales del exvicepresidente prometían cobijar un entorno "solo para rojos" con decoración propia del leitmotiv. Sin embargo, no había más que un par de cuadros con propaganda comunista, un retrato de una mujer pintada con colores que la intuición te hacía pensar que eran de izquierdas y una bandera palestina colgada muy cerca de la barra junto a un cartelito en el que se aclaraba que el bar tenía derecho de admisión.

placeholder El interior del bar de Pablo Iglesias. (I.M.)
El interior del bar de Pablo Iglesias. (I.M.)

Por lo demás, la taberna no era más que un pequeño bar blanco de Lavapiés igualito a los dos centenares de bares más que hay en Lavapiés y cuya decoración parecía más la de un local alquilado por chavales para las fiestas de un pueblo en el norte de Toledo que un proyecto de restauración.

–Oh, ¡oh! ¿Está de verdad Iglesias?

–Que sí, que sí; que está Pablo Iglesias, que lo están diciendo por aquí.

A eso de las nueve y media de la noche, corrió por el bar y la improvisada terraza el rumor de que Iglesias estaba en el Garibaldi, pero era un bulo. Al otro lado de la barra, tan solo podía verse a dos camareros desconocidos y a un Carlos Ávila, cantautor toledano y socio de la taberna, completamente sobrepasado al ver que las copas de cerveza se agotaban y no paraba de entrar gente.

Foto: Tom Hayes, el primer exoperador de bolsa condenado por un jurado por manipular los tipos de interés de referencia Libor, posa para una foto, tras ser liberado de la prisión HM Prison Ford. (Reuters/Toby Melville)

Sobre la carta, por la tarde era imposible pedirse un cóctel o un salmorejo partisano porque no había; los empresarios habían previsto con tanto acierto que se llenaría que habían decidido que solo servirían vinos, cervezas, refrescos y similares.

La tarde/noche fue avanzando hasta que se empezaron a agotar las cervezas y a tambalear las lenguas de los asistentes por esto mismo. Eran las diez y media y mucha gente iba ya muy borracha. No obstante, la hora golfa estaba protagonizada por gente muy, muy mayor.

Aunque había un poco de todo –también una docena de periodistas camuflados entre los asistentes-, la tercera edad dirigía la guisa: por todos los rincones, personas bastante mayores se apuntalaba las kufiyas blancas al cuello –no se las quitaban a pesar del calor infernal que hacía dentro– mientras se sentaban a comer trozos de pan con tortilla en los escalones de la taberna o en las mesitas de dentro; gente bastante mayor, por cierto, que se hacía selfies con la fachada del local y con el propio Ávila, el cantautor toledano, para postearlo rápidamente en las redes sociales y etiquetarse mutuamente cuáles adolescentes pastilleros en el parking del Fabrik.

placeholder Consumiciones del local. (I.M.)
Consumiciones del local. (I.M.)

Con la noche caliente, los grupitos se iban entremezclando para seguir hablando de lo mismo, que era Podemos, e incluso echar una mano al sobrepasadísimo cantautor toledano, quien no paraba de mirar de reojo a la puerta por si los municipales.

–Dejo esto por aquí, venga, que os echo un cable –decía uno de estos señores mayores de kufiya blanca mientras contribuía militantemente al proyecto dejando un puñado de tercios vacíos sobre la barra.

Lo único sobrepasado en el bar no era el cantautor toledano, por cierto, pues a cierta hora indefinida, nadie sabe exactamente cuándo ni cómo, tuvieron que cerrar los baños porque el váter del servicio masculino estaba atascado y había como dos litros de agua marrón en el retrete que parecían una sopa castellana con su ajo y su pan y su todo.

Foto: Tropas del 2º Batallón Garibaldi montadas en camiones rusos 3HC, en el patio de Zarco del Valle en El Pardo. (Wikimedia commons)

Ya a las once de la noche, el ambiente era tan denso que se hacía lisérgico; la borrachera colectiva era tan grande que el tema de conversación original, Podemos, había virado hacía otro completamente diferente: Podemos, pero haciendo alguna bromita.

–Jejejeje, este es un bar de rojos –decía Mario, un parroquiano con chaleco y camisa–. Aquí es donde vienen los vagos y los maricones, nada más que maricones dentro, jejejeje, míralos. Aquí no vienen los de Noviembre Nacional ni los de Santiago Fachascal, jejejeje.

Eran casi las doce y el cantautor toledano quería empezar a cerrar, pero la peña seguía alargando la fiesta como cuando ponen la última de Bad Bunny en una discoteca y tonteas con alguien antes de que se enciendan las luces.

Por algún motivo y de algún lugar, un pibe que se parecía muchísimo a Jesucristo se sacó una guitarra y se sentó en una butaca alta para hacer corrillo y rasguear el instrumento con caritas de intenso, pose que contrastaba con la del cantautor toledano, a quien se le leía por sus muecas la poquísima gracia que le hacía que un tipo se pusiera a tocar casi a la hora de cierre.

Foto: Pablo Iglesias, en un set de televisión durante la segunda jornada de la investidura de Pedro Sánchez. (EFE/Fernando Alvarado)

A última hora, la cerveza se había agotado –servían tercios calientes con un par de hielitos– y ya nadie miraba el cuadro de la señora pintada con colores rojos, pues todo el mundo iba sensiblemente pedo.

–¿Tú eres de Podemos? Yo soy de Podemos y esto es el bar de Podemos y esa cadenita que llevas no es muy de Podemos –interpelaba a este cronista una señora muy ebria–. También soy poeta, ¿sabes?

Finalmente, el cantautor toledano echaba a los ocho o nueve lisérgicos que quedábamos a eso de las doce pasadas y, con la cara más cansada del mundo, se fumaba el último cigarrillo de la noche mientras escrutaba la calle.

Por supuesto, Iglesias tampoco llegó al cierre.

Martes, fiesta en todas partes (también en la Taberna Garibaldi).

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