Es noticia
Acabar como empezaste: la lección política que deja la taberna de Pablo Iglesias
  1. España
  2. Madrid
Análisis

Acabar como empezaste: la lección política que deja la taberna de Pablo Iglesias

El anuncio de que el exvicepresidente abrirá un bar en Lavapiés ha generado todo tipo de chanzas, en especial entre los que estuvieron a su lado. Sin embargo, resulta más interesante el aspecto ideológico que el personal

Foto: Pablo Iglesias abre un bar en Lavapiés. (EFE/Fernando Alvarado)
Pablo Iglesias abre un bar en Lavapiés. (EFE/Fernando Alvarado)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La política es dura para mucha gente. Estamos acostumbrados a oír hablar de puertas giratorias, de trabajos bien remunerados que se consiguen después de haber ocupado un cargo público, pero lo habitual, y más en los últimos tiempos, es lo contrario: que mucha gente esté pendiente de qué hará el día después. Haber integrado la estructura de un partido o de un Gobierno —local, autonómico o nacional— no es buena carta de presentación para regresar al mercado laboral, en especial si el cargo no era muy visible. Quizá por ello, muchas personas que se dedican a la política son funcionarios de carrera, tienen recursos de familia o son jóvenes que encuentran en esa vía una oportunidad laboral. El anuncio de que Pablo Iglesias abrirá en Madrid un bar en Lavapiés nos recuerda que la gente tiene que buscarse la vida incluso después de haber sido vicepresidente.

Hay en la opción escogida por Iglesias algo muy de clase media: cuando te quedas sin trabajo, te conviertes en emprendedor con algún capital que tienes o que buscas. Los bares suelen ser el negocio preferido por mucha gente, ya sean quienes no encuentran empleo y tienen que pagar las facturas o esos hijos de la clase media alta o esas figuras populares que amplían sus ingresos con una nueva fuente. Como es obvio, la noticia generó numerosas chanzas. El aprecio que se ha ganado Iglesias no ha sido mucho, y eso ha dado alas a quienes lo miran desde la superioridad o el desprecio: mira dónde ha terminado, montando un bar en Lavapiés. Sin embargo, lo personal es lo de menos, todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida.

El bastión de la libertad proletaria

El bar en cuestión, la Taberna Garibaldi, servirá cócteles como el Durruti Dry Martini, el mojito Fidel, el daiquiri Ché o el negroni Gramsci. Entre sus lemas están: "Las tabernas son el único bastión de la libertad del proletariado" o "La verdadera grandeza se logra sirviendo a los demás". Entre el guiño, el chiste y el marketing en que se mueve la carta de bar, se dejan sentir algunas de las constantes de lo que ha sido la izquierda millennial, la que tomó la escena en la década pasada. Porque esto es lo significativo de la taberna, que no es más que una evolución lógica de lo que fue su opción política.

Tomaron el producto de fracasos anteriores y lo presentaron como novedoso objeto de deseo

La década en la que triunfó Iglesias fue también la de los hípsters, aquella en la que viejas y desprestigiadas formas de consumo se reconvirtieron en nuevas modas. El gusto por lo vintage en moda y mobiliario, la reactualización de estilos musicales, la revalorización de bebidas antaño casi exclusivas de la clase obrera, como el gin-tonic, o la conversión de barrios deteriorados en espacios urbanos prestigiosos fueron parte de ese movimiento.

Lo paradójico del mundo activista, ese que afirmaba traer la innovación a la política, es que muchas de sus prácticas no eran más que una operación de gentrificación. Los asuntos que pusieron en la agenda, como la Transición, el régimen del 78, la redefinición del oprimido y la (teórica) horizontalidad en las organizaciones no eran más que las obsesiones de un ámbito, el izquierdista, que habían caído en el desprestigio y que ellos revitalizaron. Cogieron lo viejo y lo convirtieron en moda; tomaron el producto de fracasos anteriores y lo presentaron como novedoso objeto de deseo.

Revolución gentrificada

Si los pisos de barrios antaño desprestigiados, como Chueca, Malasaña y Lavapiés, se convirtieron en deseables para una nueva clase social integrada por licenciados universitarios, la opción política de la izquierda millennial consistió, primero con Podemos y después con Sumar, en reconvertir las posiciones de izquierda para hacerlas atractivas a los ojos de esa nueva clase social urbana. Citaban a Gramsci y a Lenin, pero llevaban sus ideas a un nuevo terreno, mucho más profiláctico y distinguido, el mismo que el de esos objetos y lugares que habían sido gentrificados. Es curioso que muchos de quienes militan en Sumar o en ámbitos activistas se hayan burlado de la Taberna Garibaldi, cuando vienen del mismo lugar y se dirigen al mismo sitio.

Es parte de esa oferta turística y de ocio que convierte lo revolucionario en lúdico e inofensivo y cobra por ello

El tiempo pasa, y aquellos espacios que una vez fueron ocupados por clases jóvenes urbanas, formadas y con recursos, están transformándose en pisos turísticos y en zonas atractivas para turistas y visitantes que quieren divertirse. Son más lugares de ocio que de vida. En esos barrios, cada vez queda menos del carácter precedente: una cascada de luces de restaurantes, tiendas y bares de nuevo cuño inunda sus calles. Se han integrado con éxito en el mero comercio de experiencias.

Y eso es, en definitiva, la Taberna Garibaldi, una propuesta atractiva para quienes acuden a la ciudad como parte de esa oferta turística y de ocio que convierte lo revolucionario en lúdico e inofensivo y cobra por ello. Traer a escena el pasado como fórmula de marketing fue siempre una característica de lo hípster y de la gentrificación, pero también de la izquierda de la década anterior. Es normal que esos mismos recursos discursivos se empleen ahora para vender la experiencia de visitar el bar de Pablo Iglesias.

La política es dura para mucha gente. Estamos acostumbrados a oír hablar de puertas giratorias, de trabajos bien remunerados que se consiguen después de haber ocupado un cargo público, pero lo habitual, y más en los últimos tiempos, es lo contrario: que mucha gente esté pendiente de qué hará el día después. Haber integrado la estructura de un partido o de un Gobierno —local, autonómico o nacional— no es buena carta de presentación para regresar al mercado laboral, en especial si el cargo no era muy visible. Quizá por ello, muchas personas que se dedican a la política son funcionarios de carrera, tienen recursos de familia o son jóvenes que encuentran en esa vía una oportunidad laboral. El anuncio de que Pablo Iglesias abrirá en Madrid un bar en Lavapiés nos recuerda que la gente tiene que buscarse la vida incluso después de haber sido vicepresidente.

Pablo Iglesias Restauración
El redactor recomienda