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Diario de una huida de Ucrania en coche: "Íbamos a toda hostia y en dirección contraria"
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EN PRIMERA PERSONA

Diario de una huida de Ucrania en coche: "Íbamos a toda hostia y en dirección contraria"

Izan Martín es el preparador físico del FC Dnipro. Después de ver las bombas desde su ventana, puso en marcha un plan de salida. Fueron 48 horas de incertidumbre y la mejor de las suertes

Foto: Izan Martín en su barrio. (A.F.)
Izan Martín en su barrio. (A.F.)

Izan Martín aterrizó en Barajas el sábado después de 48 horas de aparatosa huida en coche desde Ucrania. Ahora, sentado junto a su padre en el salón de su casa de Cuatro Vientos, reconstruye su experiencia. La expresión de sus ojos varía en función del relato, aliviado de estar en España, pero todavía en estado de tensión constante por todo lo que dejó en la ciudad de Dnipro, que hoy considera su hogar. Lo que sigue es una narración en primera persona de la salida de un país en guerra:

Si me preguntas cómo estoy no sabría contestarte. Me llamo Izan, tengo 30 años, y mi pasión por el fútbol desde que tengo uso de razón me ha llevado a recorrer medio mundo como preparador físico. Este último año y medio estuve viviendo en Dnipro, una ciudad en el centro de Ucrania por donde cruza el río Dniéper. La última noticia que tengo es que los rusos han tomado el control de una central nuclear a 80 kilómetros de lo que considero mi hogar. La semana pasada vi las bombas explotar a escasos kilómetros de mi casa y el azar, la suerte y la mente fría me sacaron de allí ileso.

Foto: Los jugadores del Shakthar Donetsk. (EFE/Sergey Dolzhenko)

¿Que qué hacía en Ucrania? Desempeñar el curro de mi vida. Trabajaba en el FC Dnipro, un equipazo que había crecido mucho en los últimos años… Íbamos los terceros en la liga. Hoy estoy sentado en el sofá de mi casa en Cuatro Vientos y no sé si estoy feliz de estar a salvo, desconcertado por la odisea que supuso mi salida del país o reventado por pensar que mis compañeros ucranianos siguen allí.

placeholder Ahora que me ha bajado la adrenalina, comenzaré la historia desde el principio. (A.F.)
Ahora que me ha bajado la adrenalina, comenzaré la historia desde el principio. (A.F.)

Ahora que me ha bajado la adrenalina del viaje, comenzaré la historia desde el principio. Hace menos de dos semanas estábamos en Turquía terminando la 'pre' (la liga hace un parón en los meses de invierno por el frío) y volamos a Dnipro el miércoles 23 de febrero porque el domingo arrancábamos temporada. Desde que Putin había reconocido la independencia de Donetsk y Lugansk el día 21, el buen rollo ya no era el de antes. Muchas caras largas por el desconcierto.

Todo lo que ya me dijo mi padre

Leías la prensa occidental y contaban una cosa, leías medios locales y era otra… ¿de quién me fio? Ya me lo advertía mi padre, un apasionado de la historia que tenía claro que mi situación no era la idónea. "Izan, no te va a dar tiempo a salir, cuando te quieras dar cuenta vas a estar viendo las bombas caer a tu lado y va a ser un descontrol. Haz una maleta, compra comida y pilla gasolina".

Y el cabrón tenía razón, acertó absolutamente en todo. El miércoles me fui a la cama a las dos de la mañana y estaba buscando vuelos a Madrid porque nos habían cancelado la liga 30 días. Aunque somos todos una gran familia, ¿qué hacía yo en Ucrania, con esta situación de tensión, si no íbamos a poder jugar? Dejé hecha una maleta que no volví a ver porque no me dio tiempo a coger nada.

A las 5:42 horas me desperté y miré por la ventana del piso 22 de mi edificio: neblina extraña al fondo… y luego 'boom'. Vi perfectamente como caía un misil a unos cinco kilómetros de casa. Tuve tres segundos de bloqueo y reaccioné. "Sangre y mente fría", me decía. Llamé a mi compañero Nelson, portugués, y otros tres jugadores más nos subimos en su coche hasta un búnker de la ciudad deportiva sin nada de equipaje.

placeholder Camiseta del FC Dnipro. (A.F.)
Camiseta del FC Dnipro. (A.F.)

No había visto uno de esos en mi vida y no es algo que me gustaría repetir. Estábamos 30 chavales metidos en un búnker pensando qué hacer cuando oímos otra bomba mucho más cerca (la ciudad deportiva está en lo que en su día era la zona militar de la ciudad). Ninguno era un experto en esto pero apostamos por salir por patas. Nos fuimos en cinco coches a un hotel a 150 kilómetros al oeste y llegamos a las 11:00 horas del jueves. Llamamos a las familias para decirles que nos habíamos ido 'por precaución', pero sin confesar que estaban bombardeando Dnipro. Para no alarmarles demasiado y para no darle la razón a mi padre.

Trazamos una bisectriz rumbo al oeste para llegar a Lviv y cruzar por Polonia

No tenía hambre y no tenía sueño. Tratamos de informarnos como pudimos: todos los extranjeros (argentinos, brasileños, portugueses, rumanos y croatas) llamamos a nuestras embajadas y organizamos un plan de salida. Los rusos habían atacado Kiev (norte), la zona sur de Crimea y Odesa y el Donbás (este): trazamos una bisectriz rumbo al oeste para llegar a Lviv y cruzar por Polonia. Eran unos 800 kilómetros desde el hotel en el que estábamos, así que tiramos milla en cuanto pudimos.

Foto: Imágenes de la cámara de vigilancia durante el ataque contra la planta nuclear de Zaporiyia. (NPP/Zaporiyia)
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El viernes a primera hora salimos un convoy de cinco coches con más de 15 personas. Nos aseguramos de que en todos hubiera alguien que hablara ucraniano. Yo iba con Nelson, el portugués; con Marc, de Barcelona, y con otro compañero brasileño. Y como yo llevaba un año y medio en el país, el intérprete de mi vehículo era yo, que soy de Aluche. Lo cierto es que no se me da mal, tengo facilidad para los idiomas y estoy un tanto enamorado de Ucrania, por lo que aprendí bastante rápido a defenderme.

Algo que nunca me dijo mi padre es que lo peor de las guerras son los transportes

Algo que nunca me dijo mi padre es que lo peor de las guerras son los transportes. Las carreteras no son las mejores, pero la incertidumbre de no saber qué coño está pasando provoca que la gente pise el acelerador sin freno. Por suerte, nosotros íbamos sin tráfico porque fuimos de los primeros en salir, pero en mitad de nuestro viaje en el que ya empezaba a escasear la gasolina, nos dijeron las embajadas que nos olvidáramos de Lviv.

Ninguna información era segura, pero en su mayoría coincidían en que esa ciudad a escasos kilómetros de la frontera polaca también estaba siendo bombardeada. Habíamos pasado ya Vinnytsia (centro del país), por lo que cambiamos de trayectoria. Si tirábamos directos al sur nos topábamos con Moldavia y la región separatista rusa de Transnistria. No era la mejor idea y finalmente optamos por salir por Rumanía. Reconozco que, cuando estábamos en la carretera, y a pesar del nerviosismo, nos sentíamos 'tranquilos'. Quizá no sea esa la palabra, pero en ese momento solo piensas qué las cosas van a ir bien. Podría haber sido mucho peor, ¿no?

placeholder Tiene una bandera ucraniana hecha con goma eva en la terraza de su casa. (A.F.)
Tiene una bandera ucraniana hecha con goma eva en la terraza de su casa. (A.F.)

Conseguimos llenar los cinco tanques de gasolina en una tienda de un pueblo… tremenda victoria. Habían pasado más de 24 horas desde que escuchamos la primera bomba en Dnipro y tenía la sensación de llevar toda una vida huyendo. Porque lo peor de la guerra son los transportes, pero también la agonía de la incertidumbre. Y las despedidas. Hicimos una parada a 120 kilómetros de la frontera con Rumanía porque, a pesar del peligro, los compañeros ucranianos querían quedarse en casa. Paramos los cinco vehículos en mitad de una carretera secundaria y los intercambiamos. Los buenos para ellos por si tienen que venderlos. Hablaban de los posibles beneficios de la venta en rublos (moneda rusa), como si tuviesen la invasión interiorizada desde hace años y la supervivencia no fuese una sorpresa. Nos llamamos "amigo" y nos dijimos adiós.

placeholder Izan y el resto de extranjeros del FC Dnipro justo al cruzar la frontera de Rumanía. (Cedida)
Izan y el resto de extranjeros del FC Dnipro justo al cruzar la frontera de Rumanía. (Cedida)

Últimas horas de odisea

Los tres coches restantes de extranjeros partimos a Rumanía a toda hostia. A las 22:00 horas empezaba el toque de queda pero tiramos… Parar de noche es un peligro. Hicimos varios kilómetros en sentido contrario y enviamos la ubicación en tiempo real a nuestras familias. Días más tarde mi padre me contaba que pensaba que nos matábamos por lo rápido que íbamos. Era el final del camino hasta la frontera y, cerca de nuestro destino, nos topamos con un atasco monumental. A cuatro kilómetros de la línea abandonamos los coches y fuimos andando hasta la línea fronteriza. 35 minutos de caminata que parecían el punto final de un viaje interminable.

"Tienes dos piernas, dos manos y dos ojos; lo tienes todo para luchar"

"Ya está", le escribí a mi padre por WhatsApp. Despertó a mi madre para darle la noticia, pero la tranquilidad fue efímera y volvió el desconcierto. No nos dejaban pasar ni teniendo los pasaportes europeos. Un militar miró a un hombre ucraniano que quería cruzar la frontera con su hija y le dijo: "Tienes dos piernas, dos manos y dos ojos; lo tienes todo para luchar". Le impidieron la salida y ahí me pregunté en qué mundo vivíamos. "Paciencia, paciencia, paciencia", nos repetíamos unos a otros. Y a las tres horas nos dejaron cruzar, muy poco tiempo para lo que pensábamos que podía durar.

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Traduciendo al español la información sobre la ONG con la que trabaja. (A.F.)

Respiraba tranquilo porque había llegado después de dos días de adrenalina a Siret (Rumanía), aunque me sentía desorientado. ¿Qué hago aquí? Pero ya estábamos en Europa, donde nos recibió el presidente de la federación rumana que había trabajado en coordinación con la española para buscarnos vuelos de vuelta a Madrid. Esto sí me gustaría recalcarlo; a pesar del miedo que pasamos, sabíamos que había mucha gente pendiente de nosotros, entre ellos la Federación Española de fútbol.

Y llegó otra despedida, aunque esta vez con mejor sabor de boca. Los croatas y rumanos volaron a Bucarest, Marc a Frankfurt (y luego a Barcelona) y los latinoamericanos y yo a Viena para después aterrizar en Madrid. Ellos continuaron su vuelta a casa desde Barajas y yo me encontré con mis padres y mi novia el sábado.

Tomamos decisiones cruciales sobre la marcha y todas salieron bien. Salimos ilesos de la barbarie y ahora duermo con mi novia

En Barajas lloré y reí y hablé por los codos. Me recibió el presidente de la Federación reventado… ese hombre había estado currando varios días sin dormir para mantenernos a salvo. Qué suerte tengo. Tomamos decisiones cruciales sobre la marcha y todas salieron bien. Salimos ilesos de la barbarie y ahora duermo con mi novia. Hace una semana vivía en Dnipro y hoy estoy en mi barrio, pero soy incapaz de no pensar en ellos. Son mis amigos y son mi familia. Incluido Sergey (nombre ficticio), mi compañero ruso al que la locura de un señor ha estigmatizado. Porque es buen jugador, buen 'colega' y buena gente, y nada tiene que ver con lo que he visto del Kremlin en los últimos diez días.

Tampoco quiero enredarme en mi tristeza porque no soluciona nada. Ahora nos coordinamos con nuestros amigos ucranianos recaudando fondos: necesitan dinero, cascos, palas y chalecos antibalas.

Y no cambio mi experiencia por la de mis padres o mi novia, porque era yo quien veía si había bombas, aviones o misiles, ¿pero ellos? Al minuto sin responder al teléfono, podían entrar en pánico. Y encima él, que lo sabía, que me advertía cada día de que saliese por patas de ahí. Pero es mi padre y yo soy su hijo. Y lo peor de las guerras son los transportes, pero lo mejor es poder contarlo.

Izan Martín aterrizó en Barajas el sábado después de 48 horas de aparatosa huida en coche desde Ucrania. Ahora, sentado junto a su padre en el salón de su casa de Cuatro Vientos, reconstruye su experiencia. La expresión de sus ojos varía en función del relato, aliviado de estar en España, pero todavía en estado de tensión constante por todo lo que dejó en la ciudad de Dnipro, que hoy considera su hogar. Lo que sigue es una narración en primera persona de la salida de un país en guerra:

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