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Por todo esto el Jardín del Túria es la gran avenida española de la cultura
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Por todo esto el Jardín del Túria es la gran avenida española de la cultura

La fertilidad cultural en las orillas de este espacio ha discurrido más por intuición que por planificación. Sin un órgano unitario que canalice todos sus equipamientos culturales, el río apenas se visibiliza como gran paseo del arte

Foto: Unos padres pasean con sus hijos por el jardín del rio Turia. (EFE/Manuel Bruque)
Unos padres pasean con sus hijos por el jardín del rio Turia. (EFE/Manuel Bruque)

Valencia vive un idilio con el Jardín del Turia hasta el punto de que, en los últimos años, parece haberlo descubierto como si su historia no se remontara cuatro décadas atrás. Tiene lógica: entre las reinvenciones cíclicas que protagoniza la ciudad, el Turia ejemplifica bien los valores que la ciudad quiere atribuirse. De la capital del antiturismo –como la definió el autor inglés Kenneth Tynan–, a la urbe buscando su lugar en el mapa a lomos de Ryanair… hasta la ciudad exponente de la calidad de vida. Y en esta última muesca, el Turia es un bucólico eje vertebrador.

En cambio, hay una capa a lo largo de sus más de seis kilómetros de bosque urbano que pasa desapercibida, que está poco verbalizada y que no responde a ninguna estrategia unitaria. El Jardín del Turia es un conducto cultural de primer orden. Remontarlo supone dar en sus orillas con el IVAM, el Palau de la Música, el Museo de Bellas Artes, la Ciudad de las Artes y las Ciencias (esto es, el Palau de les Arts, el Caixaforum, con las instalaciones de Berklee, l’Hemisfèric…), con el Centre del Carme, con la Fundación Bancaja, el Museo de Historia, el Jardín Botánico o l’Alqueria Julià (sede de las sociedades musicales valencianas), el Centro Cultural La Beneficencia, el Museo de Cervelló, el Museo Fallero, el Gulliver, la Casa Museo Benlliure, el Museo de Ciencias Naturales, el Archivo del Reino de Valencia…

Foto: Concurso de cometas en 1976. (Luis Vidal)

La densidad de equipamientos culturales supera cualquier otro tipo de dotación, y con diferencia zonifica esta área -que no es un barrio, que no es una calle- como el principal núcleo de las artes en Valencia. La historiadora Aitan Guía enuncia bien en su nuevo libro La rebellió dels vianants ese efecto aglutinador: “Si viajamos a una ciudad por primera vez y preguntamos a los locales dónde disfrutar de su cultura, gran parte de la gente nos enviará a un museo. El Prado en Madrid, el Guggenheim en Bilbao, el MoMA en Nueva York, el British Museum en Londres o el Louvre en París.

Si hacemos la misma pregunta en Valencia, probablemente terminaremos en el río. En el lecho del río o en sus orillas. El lecho del río Turia ha pasado de llevar agua (poca) a llevar cultura (mucha). Y no solo alta cultura, sino también cultura popular. El mapa cultural del río se ancla en grandes imanes como el Palau de la Música, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), el Museo de Bellas Artes o la CAC, pero se puede encontrar cultura prácticamente en cada rincón”.

placeholder El Museo de Bellas Artes de Valencia, en una imagen de archivo. (Rober Solsona/Europa Press)
El Museo de Bellas Artes de Valencia, en una imagen de archivo. (Rober Solsona/Europa Press)

La explicación a esa fertilidad tiene base en el propio modelo de éxito del Turia. No forma parte de un plan urbanístico estructurado, sino más bien de una intuición colectiva: la de que Valencia se abría paso desde su jardín kilométrico. No abraza, por tanto, la idea de un epicentro a partir del cual se imanta al resto, sino un principio de colateralidad que aprovecha la jerarquía del río verde: transversal, extenso, cruzando en mitad de la urbe, uniendo dos mitades en lugar de separarlas.

Por pura percepción, buena parte de los proyectos culturales (los nuevos y los recuperados; los de nueva planta o los readaptados) han tenido en cuenta el valor diferencial que ofrecía el Turia y en consecuencia han aspirado a formar parte de esa suerte de primera línea de playa. Su atractivo evidente no se percibió tan fácil. Cuando el Palau de la Música puso su primera piedra a mediados de los ochenta –el primer edificio nuevo que parecía querer mirar al Jardín–, el escepticismo sobre su ubicación fue mayoritario.

Renovación urbana

En unas viejas azufreras, en un entorno degradado fuera de la cartografía de poder… El alcalde entonces, Pérez Casado, habló en el inicio de las obras de “una operación de renovación urbana”. Requería de una mirada en largo, porque ni el Turia era el Turia ni la Valencia alrededor del Turia tenía nada que ver con la que ha acabado siendo.

La gestión suave de su superficie, sin un gestor unitario, sino varias concejalías que se arremolinan en torno a su mantenimiento o activación, ha sido un éxito en cuanto que no ha interrumpido su espontaneidad habitual. Sin embargo, impide encarar retos básicos: por ejemplo, que todos esos centros culturales puedan desarrollar algunas articulaciones comunes (desde un día de puertas abiertas para la cultura del Turia, un abono que los integre… o simplemente un mapeado relevante). Visualizarse como conjunto elevaría también las distintas ofertas individualmente. El Turia es muchas cosas, pero también una gran avenida cultural de primer orden.

Valencia vive un idilio con el Jardín del Turia hasta el punto de que, en los últimos años, parece haberlo descubierto como si su historia no se remontara cuatro décadas atrás. Tiene lógica: entre las reinvenciones cíclicas que protagoniza la ciudad, el Turia ejemplifica bien los valores que la ciudad quiere atribuirse. De la capital del antiturismo –como la definió el autor inglés Kenneth Tynan–, a la urbe buscando su lugar en el mapa a lomos de Ryanair… hasta la ciudad exponente de la calidad de vida. Y en esta última muesca, el Turia es un bucólico eje vertebrador.

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