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Valencia y el dilema del modelo de ciudad: ¿Capital Verde y Copa América?
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Valencia y el dilema del modelo de ciudad: ¿Capital Verde y Copa América?

Tras citas como la Capital Mundial del Diseño o la designación para ser sede de la Capital Verde Europea en 2024, el cambio político en Valencia resucita un deseo a toda vela: la Copa América

Foto: Varias personas en el paseo Marítimo de Valencia. (EFE/Manuel Bruque)
Varias personas en el paseo Marítimo de Valencia. (EFE/Manuel Bruque)

Hace poco más de un año la imagen de Ada Colau, Jaume Collboni y Pere Aragonés junto a Grant Dalton, CEO de Emirates Team News Zealand, servía para sellar un largo trecho de idas y venidas en torno a cuál sería la sede de la Copa América de Vela en 2024. Después de que Valencia se apeara de la competición, Barcelona agarraba el trofeo como un antídoto con el que frenar su caída reputacional y lanzar un mensaje. Porque los grandes eventos, antes que cualquier otra cosa, son enormes decodificadores de señales.

La renuncia de Valencia, que nunca acabó de apostar firmemente por repetir por tercera vez como sede de la prueba, se entendió inequívocamente como un viraje, una nueva estrategia sobre su propia marca. Un término, el de marca-ciudad, del que el director creativo de Barcelona, Nacho Padilla, suele abjurar: “El concepto me horripila; un ciudadano no es un cliente, es algo más complejo (...) Tú eres de Zaragoza, formas parte de Zaragoza, y eso no es una marca, es una comunidad de la que eres a la vez espectadora y creadora”, dijo en una conferencia para la escuela barcelona Elisava.

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Bajo premisas similares, la administración Ribó primó conseguir capitalidades alineadas con algunos de los ejes de su alcaldía: en su mandato Valencia fue Capital Mundial del Diseño (una iniciativa que, aunque partió de una asociación civil, fue propulsada por la municipalidad) y Capital Mundial del Turismo Inteligente (¿qué se supone que es el turismo no inteligente?). También fue designada como Capital Verde Europea –lo será en 2024– y sede de los Gay Games, en 2026, con cerca de 30 modalidades deportivas.

Lejos de los grandes fastos, se convirtió en un modelo a mitad camino entre el refuerzo de la autoestima y la intensificación de los propios valores a partir de los cuales se quería verbalizar el cambio de rumbo en la ciudad. Una transformación que estuvo acompañada de algunas apuestas por un turismo segmentado: como la contratación en 2021 de la Gala Michelín para España y Portugal, o hace apenas unos días la gala de los The World's 50 Best Restaurants. 2022 –quizá el año más fructífero en mucho tiempo para la capital valenciana– también supuso que los Premios Goya tuvieran lugar junto al Turia.

Foto: Ángela Molina recibió el premio Goya de Honor 2021. (EFE/Miguel A. Córdoba)

Esta misma semana, la nueva alcaldesa, María José Catalá, se reunía desde su nuevo despacho en el Ayuntamiento con Vicente Boluda, naviero y presidente todopoderoso de AVE (Asociación Valenciana de Empresarios). Lejos de un encuentro puramente sectorial, la cita sirvió para que Boluda lanzara una promesa: financiación privada para que Valencia recuperara la Copa América. "Si ahora se pide, habrá de todo: ayuda moral y económica”, dijo.

Más que una anécdota, es una demostración de cómo los grandes eventos siguen funcionando como talismanes a partir de los cuales las urbes se conciben a sí mismas. El pasado 21 de junio, Málaga perdía en la carrera para conseguir la Expo 2027 (ganó Belgrado en la última ronda) en lo que parecía un golpe letal: “La obligada reinvención de Francisco de la Torre tras la decepción de la Expo 2027 en Málaga (…) deberá reenfocar su gestión para los próximos cuatro años con el problema de la vivienda como principal asunto”, publicaba El Confidencial.

Foto: De la Torre, el presidente andaluz, Juanma Moreno, el presidente de la Diputación de Málaga y el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, en la embajada de España en París. (EFE/Valentina Camu)

Como escribe el ensayista Jorge Dioni en su último libro El malestar de las ciudades (Editorial Arpa), multitud de destinos han querido tener sus propios Calatravas o ser la sede de cualquier evento lo suficientemente llamativo: “Lo importante no es tanto su función práctica (…) como su capacidad de ser una antena con el mercado global. En ocasiones, los proyectos se parecen a las naves de La llegada. Aterrizan y los aborígenes tienen que descubrir cómo comunicarse”.

Valencia está de nuevo en el centro de una disyuntiva: generar señales con las que atraer visitantes a cualquier precio, o elegir unas coordenadas nítidas a partir de las cuales definirse. Parte de esa decisión está participada por una frustración común en las ciudades intermedias. Ante un mapa formado por megalópolis desconectadas de sus entornos nacionales, urbes como Valencia o Málaga se ven ante la tentación de agarrarse a la conexión global a partir de citas que las reafirmen.

“Un movimiento de desvinculación en el que cada parte trabajaba desde el particularismo, con la peculiaridad de que querían ingresar en una competición que estaba cerrada: sólo unas cuantas ciudades podían jugar en esa liga”, escribe Esteban Hernández en El rencor de la clase media alta (Editorial Foca). Si Málaga debe elegir un nuevo talismán, Valencia deja intuir que su narrativa llevará la dirección del viento: a toda vela.

Hace poco más de un año la imagen de Ada Colau, Jaume Collboni y Pere Aragonés junto a Grant Dalton, CEO de Emirates Team News Zealand, servía para sellar un largo trecho de idas y venidas en torno a cuál sería la sede de la Copa América de Vela en 2024. Después de que Valencia se apeara de la competición, Barcelona agarraba el trofeo como un antídoto con el que frenar su caída reputacional y lanzar un mensaje. Porque los grandes eventos, antes que cualquier otra cosa, son enormes decodificadores de señales.

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