Los patrocinadores del Valencia que explican la evolución económica de la Comunidad
De las cajas de ahorros, Ford y Terra Mítica, a las criptomonedas: por qué los patrocinadores en la camiseta del Valencia explican a la perfección la evolución en las estructuras económicas de los últimos 30 años
La evidencia de que el fútbol suele ser un canario en la mina, un aviso sobre la sociedad atmosférica, no ha hecho más que reafirmarse en estos últimos días. Solo hay que fijarse en las camisetas que lucen los jugadores, en sus patrocinadores, para detectar la evolución de la estructura económica de las regiones.
"En doce días de 1992, cerró la fábrica de Renault en Billancourt y abrió Eurodisney", escribe Jorge Dioni en su nuevo libro El malestar de las ciudades. Una expresión de una doble transformación correlacionada: los poderes locales que comenzaban a resquebrajarse frente a la globalización rampante, dando apertura a un desconcierto generalizado; y en paralelo, un modelo que iba a virar desde la producción hasta el ocio-turismo como principales combustibles territoriales.
El viaje ha desbarrado hasta el punto de que llegan a ser los propios escudos los que entran en discusión: en el verano de 2021 el jugador turco Muhammed Gumuskaya marcaba su primer gol con el Fenerbahçe, el club de sus amores, y al ir intuitivamente a besar el escudo como muestra de afecto encontró que no había escudo. La marca deportiva había decidido suprimirlo. Una metáfora perfecta de cómo el factor territorio había perdido su peso.
En 1992, año de todos los cambios, el patrocinador del Valencia era Bancaja, evolucionada desde Caja de Ahorros de Valencia. Puro poder territorial, puro vínculo local. El tiempo en el que las elites tradicionales del downtown se abrazaban a los clubes de su entorno en una simbiosis insaciable. La cercanía permitía soluciones imaginativas: el club comenzó a llevar el logo de la caja como parte del pago de la deuda que arrastraba.
Del 92 al 94, la llamada del turismo. Las marcas turísticas se abrían paso y Mediterránea, el célebre logo de la palmerita, marca-autonomía, tomaba la camiseta del Valencia para que no quedara duda: Club y Comunidad eran dos caras de la misma moneda.
Apenas unos meses antes de la llegada del zaplanismo, una cooperativa valenciana de droguerías (CIP) convenció a Paco Roig para convertirse en patrocinador principal. En apariencia una presencia extraña, pero de fondo la misma dinámica: el abrazo del poder local.
En los tres años posteriores, hasta 1998, fue Ford quien —con la oferta más suculenta que había recibido el Valencia hasta esa fecha— estampó su imagen en el frente de las camisetas. Verbalizaba su influencia capital para la economía de la ciudad y su entorno. De Almussafes al mundo, fútbol mediante. Aunque se trataba de la primera empresa de capital extranjero que capturaba la equipación valencianista, en realidad sostenía la fuerza de la ubicación como motor principal del campeonato. Cuando el lugar importaba.
Terra Mítica, el instrumento mastodóntico de Zaplana en la cercanía a Benidorm, llegaría al main sponsor, en 1998, hasta 2003. Como el vuelo del Fénix —una de las principales atracciones del parque— el gran crecimiento deportivo del club coincidió con el furor de la apuesta por el ladrillo y el ocio de ese período. Pero todo lo que sube, baja. La atracción del Fénix promete una caída vertiginosa desde 54 metros en apenas tres segundos. La caída del Valencia fue parecida a partir de la entrada de su propietario Juan Soler.
Desde 2003 a 2008, la japonesa Toyota tomaría el patrocinio coincidiendo con la adicción de los equipos a viajar a Asia para creerse entidades globales. La vuelta de esos viajes escupirían una realidad cruda: solo unos pocos podían serlo y las bicocas supuestas no lo eran tanto.
Abierta la veda, y como una advertencia, el Valencia sufrió una estafa. Valencia Experience, una marca fantasma asociada a una empresa de eventos cercana al PP municipal, prometió al club seis millones de euros. Debía ser el regreso del tándem club + élite local. Pero ya no eran buenos tiempos para la lírica de lo cercano: Experience nunca pagó y su responsable acabó condenado.
De adicción en adicción, las casas de apuestas acudieron al rescate. En 2009, Unibet, firma sueca, aprovechó como tantas otras el limbo legal en torno al juego para expandirse en España a través de la Liga. Definitivamente el marco había cambiado. Compañías foráneas sin vínculos regionales, ligadas a usos nuevos, tomaban las zamarras.
De 2011 a 2014 el protagonismo comercial fue para Jinko Solar. Placas solares chinas. El batiburrillo de marcas y orígenes ya era una norma. Presumiblemente la compañía asiática usaba al Valencia como palanca para su plan de expansión en Europa. Puro trampantojo. Pese a tanto sol, demasiadas sombras.
Con la llegada de Peter Lim se producía el último gran desconcierto: ya no eran patrocinadores asiáticos los que se anunciaban a través del Valencia, era el propio Valencia el que se transformaba en una marca medio asiática. Lejos de suponer un espaldarazo para los intereses comerciales del club, y al igual que en el resto de áreas, los patrocinadores de su camiseta han ido dando bandazos. Desde Blu, un fabricante de móviles de bajo coste, con origen estadounidense; la casa de apuestas Bwin; la plataforma de tokens Chiliz, asociada al universo cripto; hasta en último término Cazoo, la empresa inglesa de venta online de vehículos (hace unos meses propuso al club rescindir el contrato tras el descalabro bursátil de la compañía).
Solo hace falta seguir las pistas dejadas sobre la piel textil de nuestros equipos para adivinar hacia dónde se ven empujados. Miguita a miguita, el rastro de su rumbo inducido. La transformación económica de los territorios.
La evidencia de que el fútbol suele ser un canario en la mina, un aviso sobre la sociedad atmosférica, no ha hecho más que reafirmarse en estos últimos días. Solo hay que fijarse en las camisetas que lucen los jugadores, en sus patrocinadores, para detectar la evolución de la estructura económica de las regiones.