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El caso Beata Inés: cómo un horno de carretera se convirtió en un reclamo gigante
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“Quant més sucre, més dolç”

El caso Beata Inés: cómo un horno de carretera se convirtió en un reclamo gigante

Un clásico del verano en la CV-502. Cerca de Cullera, un sitio en apariencia intrascendente se ha convertido en una atracción adictiva

Foto: Dulces tamaño XXL del Horno de la Beata Inés. (Cedida)
Dulces tamaño XXL del Horno de la Beata Inés. (Cedida)

De camino a Cullera, recorriendo la CV-502, y a la altura de la pequeña localidad costera de Mareny de Sant Llorenç, el reclamo habitual era darse un garbeo por la playa, ver su cordón dunar, en definitiva, ejercer la noble condición de domingueros. Desde hace cerca de una década —aunque su nacimiento se remonta a unos cuantos años más—, la principal motivación es otra: visitar un horno que a cierta distancia prudencial parecería un enorme OVNI. No por sus geometrías —aunque en uno de sus horneados aterrizaría sin problemas una comitiva alienígena— sino más bien por tratarse de la casa de bollos más bestia del país.

placeholder Mostrador repleto de dulces del Horno de la Beata Inés. (Cedida)
Mostrador repleto de dulces del Horno de la Beata Inés. (Cedida)

Su aparcamiento tiene trazas de parking de la Ruta, cuenta con un dispensador de dulces XXL y la retahíla de parroquianos en verano recuerda al reguero que deja el pelotón del Tour a la hora de la siesta. Se llama el Horno de la Beata Inés y su papel protagónico en los estíos valencianos ha llevado a suplantar a la religiosa del siglo XVII que dio lustre a la frase "Beata Inés, on et criden ves" ("Beata Inés, donde te llamen ve").

La Beata ya no se mueve del sitio, sino que es a su llamada a la que acuden miles de veraneantes amasando una facturación que ha acabado por convertirse en uno de los secretos mejor guardados, con una plantilla que se dilata hasta la treintena de empleados. Puede que ir a la playa se haya convertido en la mejor excusa para poder pasar a avituallarse de panquemaos que aparentan pesar más que un recién nacido. El gigantismo de sus formas dulces y saladas desarticula la máxima de que menos es más para abonar una de las máximas definitivas del refranero valenciano: "Quant més sucre, més dolç" ("cuánto más azúcar, más dulce").

Foto: Foto: iStock.

Al igual que sucede con una de las nuevas vías de los 'esmorzars', abonada a los bocadillos tamaño brazo, la apuesta por el tamaño exagerado permite un enfrentamiento entre la mesura nutritiva y la apelación a epatar a partir de la dimensión. Daría para un ensayo sobre la configuración cultural a partir de las apariencias maximalistas.

Al llegar julio suelen sucederse testimonios como los que volcaba en Twitter la usaria @RosanaAndreu: "Estoy flipando con el Horno La Beata Inés de Mareny de Sant Llorenç (...) un horno-pastelería petado de gente a las 21:00 (...) Nos acercamos a cotillear y flipamos con las medidas XXL de todo. Además, hay máquinas de pedidos como en las del McDonalds. Y para acabar, hemos pasado por el photocall".

¿Es un horno o una inmensa verbena? Aunque la familia propietaria, los Iborra, llevan horneando cosas desde hace cinco generaciones, el hit de su negocio renovado en los años 2000 va más allá de su explicación habitual: la de que el mar da mucha hambre y los playeros necesitan comer de camino.

Conecta con algunas claves favorables. En Valencia la asociación entre dulces horneados y fiestas tradicionales se eleva a la máxima potencia. No pertenece tanto a la liturgia rutinaria, sino que los hornos por fiestas se convierten en los primeros lugares donde se disparan los fuegos artificiales. Siguiendo esa constante, el de Beata Inés ha logrado sublimar la idea de que cualquier día de verano puede ser un gran fiesta: solo hay que acercarse al mostrador y disponer la comanda.

placeholder Vista de uno de los mostradores del Horno Beata Inés. (Cedida)
Vista de uno de los mostradores del Horno Beata Inés. (Cedida)

De la misma manera, la Beata juega con el mismo mecanismo que induce a una persona a arramblar con todo cuando ve un buffet. La excepcionalidad de la experiencia. Saber que puedes 'consumir' bollos de grandes dimensiones a precios pequeños activa instintivamente la necesidad: panquemaos rellenos, hojaldres y porciones de pizza tan estratosféricas que podrían generar sus propias órbitas.

Y aunque podría parecer que guarda la condición de no-lugar, a la manera con la que el antropólogo Marc Augé definió a esos espacios intercambiables que garantizar cierto anonimato y que constituyen relaciones únicamente de consumo, más bien humaniza un punto en el kilometraje viario permitiendo dar calidez al trayecto. Desde que se puede tomar asiento e ingerir la compra allí mismo, más bien se trata de un chiringuito de carretera bien de azúcar.

Foto: Un camarero sirve una tapa a un cliente en un bar de Granada. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Es un antídoto contra la rutina y el síndrome de la repetición; en el horno de Beata Inés, más incluso que a sus productos, lo que se anda buscando es el hecho experiencial de haber ido allí, al punto de la CV-502, donde cada año renace un clásico del verano.

De camino a Cullera, recorriendo la CV-502, y a la altura de la pequeña localidad costera de Mareny de Sant Llorenç, el reclamo habitual era darse un garbeo por la playa, ver su cordón dunar, en definitiva, ejercer la noble condición de domingueros. Desde hace cerca de una década —aunque su nacimiento se remonta a unos cuantos años más—, la principal motivación es otra: visitar un horno que a cierta distancia prudencial parecería un enorme OVNI. No por sus geometrías —aunque en uno de sus horneados aterrizaría sin problemas una comitiva alienígena— sino más bien por tratarse de la casa de bollos más bestia del país.

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