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El clero baja el pistón independentista asustado ante la extrema izquierda
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El clero baja el pistón independentista asustado ante la extrema izquierda

Los obispos temen definirse, porque la presencia de la ultraizquierda liderando el 'procés' les da mucho miedo… Saben que si triunfan los extremistas, lo van a pasar mal como ya ocurrió antaño

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (d), y el arzobispo de Barcelona, Joan Josep Omella. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (d), y el arzobispo de Barcelona, Joan Josep Omella. (EFE)

¿Ha coadyuvado la Iglesia católica catalana en el llamado 'procés'? ¿Se sustenta de alguna manera el secesionismo en los militantes y dirigentes católicos de Cataluña?

Foto: Manifestación en Lleida (EFE)

Las últimas cuatro décadas han producido un profundo cambio en Cataluña, en paralelo e igual que ha ocurrido en el resto de la sociedad española. Es una creencia generalizada, fácilmente demostrable desde el punto de vista histórico, que el nacionalismo catalán —igual que el vasco— tiene un ADN católico integrista o integrista católico que ha sido decisivo en la conformación del 'alma nacionalista' en estos dos pequeños territorios. Como primera conclusión, esta: la sociedad catalana, a la par que la española, ha sufrido durante los últimos lustros una profunda secularización —incluso antijerarquía—, por lo tanto, su influencia en esa sociedad y en los dirigentes políticos se ha reducido en gran manera. La otra conclusión podemos dejarla para el final.

Foto: Acto central del pacto nacional por el referÉndum

Bien. Hagamos un breve recorrido, escasamente pormenorizado por mor de la imposición periodístico/digital, por la senda eclesiástica de Cataluña para tratar de entender siquiera en una somera aproximación lo que ha representado el clero catalán en la anterior y actual deriva secesionista. La unión catalanismo/catolicismo data de los tiempos del carlismo, cuando se unen ambos para combatir al Estado centralista liberal. Ambos factores eran muy fuertes en este territorio.

Cardenales catalanes a la greña

Durante la Guerra Civil, aunque había clérigos claramente partidarios de la II República, los milicianos persiguieron con ahínco todo lo que tenía que ver con la Iglesia. Por ejemplo, en el Monasterio de Montserrat, montaña sagrada para los catalanes, se llevaron por delante a 23 monjes de esa comunidad benedictina por el simple hecho de vestir ese hábito. Antes, con la dictadura del general Primo de Rivera, los líderes religiosos católicos mantuvieron una posición muy nacionalista, denunciando la persecución de la 'cultura propia'.

Durante el franquismo, los jerarcas estaban profundamente divididos. El cardenal Vidal i Barraquer, por ejemplo, se negó a firmar la carta de los obispos españoles a favor del Movimiento y de su Caudillo. Pero otro cardenal, Isidro Gomá i Tomás —que había sido obispo de Tarazona y luego pasa a Toledo—, fue un ferviente defensor de la causa nacional/católica, recordando la persecución que los 'rojos' desataron contra la Iglesia en años de la preguerra y guerra. Aun así, el general Franco entra tres veces bajo palio en la famosa abadía catalana, rodeado de todos los obispos de la tierra, el abad y su comunidad. Fue en enero de 1942, en 1957 y en el mes de julio de 1966 (en esta ocasión, se le retira el palio).

Foto: Gratallops (Tarragona) podría ser el único municipio socialista en abrir colegios electorales.

Es a partir de los años sesenta cuando la Iglesia catalana —en sus distintas organizaciones de base presionando a la jerarquía católica— toma un rol clave en defensa de las ideas 'nacionales'. El Concilio Vaticano II y la apertura del propio país coadyuvarán decisivamente a ello bajo el lema generalizado de que el régimen “oprime a la cultura catalana”, que tiene un indudable éxito y no es democrático. Se crea la Unión Sacerdotal, que presiona a los obispos y se opone decididamente a que el Vaticano nombre prelados que no sean catalanes de nacimiento cuando todo el mundo cree que una de las señas de la Iglesia católica es precisamente 'universal'.

Lo sufrieron en sus propias carnes el obispo González Martín —posteriormente cardenal primado de Toledo— y el obispo Modrego. Posteriormente, el cardenal arzobispo de Barcelona sería Narcís Jubany, que jugó con habilidad todas las cartas: venía del franquismo puro y duro, pero la caída de Damasco se produjo con la llegada del nuevo orden democrático. Ora se manifestaba como “franquista” y al minuto siguiente como “catalanista” confeso. Era conocido como el Taracón catalán.

Foto: Carteles de Franco que han aparecido en distintas localidades de Cataluña. (Twitter @MirCaldes)

Es en el Monasterio de Montserrat donde se cuece en los años sesenta el germen del catolicismo/nacional catalán. Y es el propio abad Aureli María Escarré —el mismo que había recibido a Franco bajo palio— el que da el hisopazo de salida en plena reconquista del catalanismo. Llama al dictador “anticristo” en un incidente político/religioso de gran impacto en la época. A Escarré le sale respondón otro abad benedictino, fray Justo Pérez de Urbel, abad de Silos y primer abad del Monasterio del Valle de los Caídos, gran medievalista y confesor del propio jefe del Estado. Roma le echa con cajas destempladas de la abadía.

En las postrimerías del antiguo régimen, se produce un 'totum revolotum' en la Iglesia catalana. Frailes capuchinos, jesuitas, curas de base chapoteando insistentemente en la piscina catalanista con mezcla de teoría de la liberación. Los curas 'exigen' erre que erre al Vaticano obispos con ADN abigarradamente catalán, primero Ricard María Carles y luego Lluís Maria Martínez i Sistach, ferviente adorador del fundador del nacionalismo moderno, como se podrá comprobar posteriormente.

Pujolismo y nacional-catolicismo

Fue con la llegada al poder de Jordi Pujol i Soley cuando la simbiosis catalanismo/catolicismo adquiere su máximo esplendor de los tiempos modernos. Durante los casi cinco lustros que duró su fuerte 'virreinato', Jordi Pujol fue el 'gran prior' de la Iglesia catalana y su esposa, Marta Ferrusola, la gran 'madre superiora'. No se puede olvidar que los primeros pasos públicos de Pujol en los años cincuenta los dio en Crist i Catalunya, que después pasó a denominarse Catòlics Catalans.

Foto: Varios guardias civiles, increpados en el registro al semanario 'El Vallenc'. (EFE)

En 1995 se lleva a cabo el Concili Terraconense, la primera vez en 280 años que volvía a reunirse. Es decir, una conferencia episcopal catalana con 'derecho a decidir' dentro de la Iglesia catalana, al margen de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y en línea directa con el Vaticano, sin pasar ni por la CEE ni por el nuncio. Reivindican básicamente la 'raíces nacionales' catalanas, abiertamente proclamadas en el pecho de sus sotanas. Pujol es su gran inspirador ideológico. Sucedió que Roma, alertada por el nuncio en España, negó de cuajo toda posibilidad de constituirse en 'conferencia episcopal catalana'. Bien lo recuerda el entonces embajador del Papa, el húngaro Lados Kadar. “Hay que evitar a toda costa en la Iglesia —decía— todo nacionalismo exacerbado e identidad excluyente… ¡Eso no es Iglesia!".

De esa época data una visita del entonces 'molt honorable' Pujol al Palacio Episcopal de Tarragona para clausurar el Concili, donde es recibido como si se tratara de un jefe de Estado confesional; allí les imparte a los curas un sermón en toda la regla, recordándoles que son catalanes, como si se tratara del general en jefe y espiritual de todos los ensotanados y purpurados allí congregados.

Nada tiene de extraño, por tanto, que en diciembre de 2015 el arzobispo de Barcelona y cardenal Martínez Sistach no tenga reparo alguno en calificar a su jefe político de esta guisa: “El presidente Pujol ha sido un referente moral y también un ejemplo de honestidad…”. Nadie tiene información respecto a si el purpurado Martínez pidió confesión de inmediato.

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello. (EFE)

En honor a la verdad y a la objetividad de los hechos, hay que decir que en el funeral celebrado a unos días de los atentados yihadistas de Cataluña (agosto 2017), el sucesor de Sistach, monseñor Juan José Omella, dijo aquello de que la “unidad nos hace fuerte, la división nos debilita”. Lo dijo a unos metros de Puigdemont, que le abroncó al término de los oficios religiosos de forma brutal y ostensible.

A día de hoy

El cuarteo de la Iglesia catalana en los nuevos tiempos independentistas, unido a la secularización de la sociedad a la que dice servir, ha dejado un tanto descafeinadas la fuerza y la influencia de los clérigos en Cataluña.

“El clero catalán está desconcertado, perplejo, los obispos temen definirse, porque la presencia de la ultraizquierda liderando el 'procés' les da mucho miedo… Saben que si triunfan los extremistas, ellos también lo van a pasar mal, como ya ocurrió antaño…”. Lo afirma uno de los mejores conocedores de la historia eclesiástica catalana.

Resultado: la división profunda de la Iglesia catalana es tan rigurosamente descriptible como el resto de la sociedad catalana. Como gran conclusión del quilombo rupturista.

El antiguo fuerte olor a sacristía del nacionalismo catalán se ha evaporado. Ya no son una 'referencia moral' para Puigdemont, Junqueras y la CUP

Pero no todos. Cuando en 2013 se produjo durante la Diada la cadena humana por toda Cataluña, los frailes benedictinos de Montserrat salieron de su clausura para unirse a la cadena. El cura de Santa Coloma de Farnes (Girona), Ramón Alventosa, se niega a retirar la bandera independentista que cuelga de su parroquia, pese a las quejas y reclamaciones de muchos de sus parroquianos.

En medio del 'conflicto' separatista y a su calor, 26 sacerdotes de la diócesis de Tarragona remitieron una carta pública al presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Ricardo Blázquez (“un tal Blázquez”, en expresión del exjesuita Javier Arzalluz), pidiendo la supresión de los programas políticos en el canal 13TV “porque ensucian” la imagen de la Iglesia por “anticatalanes”. Al edecán y recaudador eclesiástico, Fernando Giménez Barriocanal, le sobraron minutos para decretar la defunción de Carlos Cuesta, al que había firmado su contrato de continuidad tan solo unas horas antes.

Resumiendo: el antiguo fuerte olor a sacristía del nacionalismo catalán devenido en secesionismo se ha evaporado. Ya no son una 'referencia moral' para Puigdemont, Junqueras y los cachorros de la CUP que tienen bien apuntada, por ejemplo, la dirección de Montserrat.

No parece que vayan a utilizar esa dirección para rezar a la Moreneta.

¿Ha coadyuvado la Iglesia católica catalana en el llamado 'procés'? ¿Se sustenta de alguna manera el secesionismo en los militantes y dirigentes católicos de Cataluña?

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