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"Por Cataluña y por Cristo": los vínculos entre religión y nacionalismo catalán
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A LA SOMBRA DE MONTSERRAT

"Por Cataluña y por Cristo": los vínculos entre religión y nacionalismo catalán

Antes de la Guerra Civil, la región era una de las más anticlericales de España. Décadas después, la relación entre curas y ciudadanos se había suavizado gracias al catalanismo

Foto: Un joven porta una estelada en el monasterio de Montserrat. (Corbis)
Un joven porta una estelada en el monasterio de Montserrat. (Corbis)

Toda situación histórica excepcional, como la que tuvo lugar en España entre 1939 y 1975, da lugar a significativas paradojas. Una de ellas es la peculiar tensión entre el régimen franquista, legitimado a través del nacionalcatolicismo, y la tradición católica catalana, vinculada a la cultura y lengua propias. ¿Cómo restaurar la vida religiosa en una región en la que esta se encontraba prácticamente extinguida y que tímidamente reivindicaba la lengua y cultura que el franquismo estaba intentando sofocar?

La respuesta puede encontrarse en un interesante artículo histórico publicado por Andrew Dowling, profesor de la Universidad de Cardiff y autor de 'La reconstrucció nacional de Catalunya 1939-2012' (Ed. Pasado y Presente) en el 'Journal of Contemporary History'. En él explica de qué manera “la Iglesia se convirtió en un elemento clave en el resurgimiento del nacionalismo catalán y en un importante componente de la oposición en el antifranquismo tardío”.

Dos Iglesias, un país

Durante los primeros años después de la guerra, la Iglesia catalana vivió en una contradicción irresoluble. Por una parte, los años de la contienda habían sido testigos de un violento anticlericalismo, ya que más de 2.000 religiosos habían sido asesinados en Cataluña y 4.000 iglesias habían sido destruidas. Pero, al mismo tiempo, el régimen recién instaurado había prohibido todas las manifestaciones políticas y culturales de la identidad catalana, lo que había provocado que importantes religiosos catalanes de la preguerra como Vidal i Barraquer o Canon Cardó i Sanjoan permaneciesen en el exilio.

Ese horripilante 97% significa que los jóvenes corren un grave peligro, distraídos por el cine, el baile, la pornografía y las malas compañías

La sociedad catalana era una de las menos creyentes de toda España, por no decir la que más: una encuesta realizada por Acción Católica en 1941 señalaba que sólo el 3% de los trabajadores se describía como católico. Este dato suscitó el siguiente comentario: “Ese horripilante 97% significa que todos los jóvenes corren un grave peligro de desastre, distraídos por el cine, el baile, la pornografía y las malas compañías”. Por lo tanto, era el momento de reconstruir las iglesias (en 1947, por ejemplo, se construyeron 113) y reemplazar a los curas asesinados para contrarrestar ese exagerado retrato de los vicios de los jóvenes: el problema es que esta restauración era impuesta desde el nacionalcatolicismo español, no desde la tradición católica catalana.

Y, a pesar de ello, la independencia de la Iglesia en cuestión de censura permitió que fuese a través de ella como se publicasen las primeras obras en catalán durante el franquismo, como ocurre con las del monseñor Camil Geis i Parragueras o de Jacinto Verdaguer en 1945, para conmemorar su centenario. Un buen momento, por lo tanto, para que empezase a reemerger cierto nacionalismo catalán a través de la reivindicación de figuras religiosas como el citado Verdaguer, Torras i Bageso o Balmes. Sin embargo, la Iglesia Catalana estaba alarmada por la obligación de leer misa en español, puesto que eso podría espantar aún más a sus seguidores.

A pesar del impulso al nacionalcatolicismo que supuso el Concordato con el Vaticano de 1953, Dowling señala que “los años 50 representan un período de hegemonía católica cultural y moral, pero indican que el proceso de recristianización había fracasado”. La Iglesia catalana miraba de reojo a Europa, y empezaba a acabar con el pertinaz anticlericalismo de los catalanes participando en proyectos relacionados con la identidad nacional y la obras social. Como aseguraba una nota de 1955 del PSUC, el Partido Comunista Catalán, “la Iglesia ha sido la primera entidad legal que ha intentado rentabilizar el sentimiento nacional de la gente”.

El desencuentro entre Estado e Iglesia se escenificaría por primera vez en 1952, durante la celebración del XXXV Congreso Eucarístico Internacional en Barcelona, cuyo acto final se desarrolló en el monasterio de Montserrat, símbolo del nacionalismo catalán y un nombre de moda entre las recién nacidas de la región. Otros movimientos empezaron a extender la influencia del catolicismo catalán, como el 'escoltisme', los 'boy scouts' catalanes, que continuaron una larga tradición excursionista gracias a monseñor Antoni Batlle, que consiguió que el movimiento excursionista alcanzase los 23.000 miembros en 1960.

La nueva Iglesia social y catalana

Uno de los movimientos más importantes que realizó parte de la Iglesia catalana para granjearse las simpatías nacionalistas fue su creciente preocupación por los problemas sociales. Publicaciones como 'El Ciervo', surgida de una escisión de Acción Católica, o 'Nova Terra', acercaba a estos religiosos al cristianismo francés y belga. Como señala el autor, “las ideas comunitarias apelaban fuertemente a los intelectuales que temían que el franquismo había producido la atomización de la sociedad catalana”.

Los efectos visibles de estos movimientos se encuentran en dos llamativas campañas que mostraban que el nacionalismo catalán había vuelto para quedarse. Por una parte se encuentra el boicot al director de 'La Vanguardia' Luis Galinsoga, destituido en febrero de 1960, después de asegurar que “todos los catalanes son una mierda” tras asistir a una misa en catalán en enero de ese mismo año. Por otra se encuentran los sucesos del Palau, que tuvieron lugar durante el breve traslado del Gobierno a Cataluña y en los cuales la prohibición de la interpretación de 'El cant de la senyera' condujo al arresto de 16 civiles, entre los que se encontraba Jordi Pujol.

50 años de 'els Fets del Palau'.

La creciente vinculación entre la Iglesia y el catalanismo llevó a que el líder de la Falange en Barcelona, el coronel Clavero, declarase que “tendremos que disparar a esos curas catalanes que los rojos no mataron”. La situación había cambiado y los catalanes empezaban a ver en la Iglesia un aliado, no un enemigo. Incluso los comunistas del PSUC aseguraban que “los católicos progresistas merecen nuestro apoyo”. Además, organizaciones como 'Òmnium Cultural' o 'Serra d'Or', dedicadas a promocionar la lengua y cultura catalanas (de la sardana al excursionismo), tenían una importante presencia de religiosos en sus filas. El Concilio Vaticano II, en el que Juan XXII manifestó su preocupación por “la opresión sistemática de las características culturales y lingüísticas de las minorías nacionales” contribuyó a que se pudiese leer misa en catalán.

Entre todas las figuras de la época destaca el abad de Montserrat Aureli Maria Escarré, que en noviembre de 1963 se enfrentó abiertamente al régimen. “El régimen español se llama cristiano, pero no obedece los principios básicos del cristianismo”, llegó a manifestar en 'Le Monde'. “Defender la lengua no es sólo un deber, es una necesidad: porque cuando se pierde la lengua, la religión se marcha con ella”. Estas declaraciones le condujeron al exilio italiano en 1965, donde recibió el apoyo de 400 curas catalanes. Volvería a Cataluña a morir en 1968, y su funeral, celebrado en el monasterio de Montserrat, reuniría a las fuerzas de la oposición catalana. Sin embargo, el poder de la Iglesia en el creciente catalanismo empezó a decrecer a medida que los movimientos vecinales o estudiantiles, que recogían a una nueva generación, ganaban en importancia.

La moreneta todavía es un icono en la cultura catalana, y los políticos de izquierda y de derecha realizan peregrinaciones periódicas al monasterio

“A medida que el velo se levantaba en la realidad del franquismo en Cataluña, debido a un nuevo período de relativa libertad de prensa, era evidente que la recristianización de la población catalana, llevada a cabo con diversos grados de intensidad desde 1939, había fracasado”, explica el estudio. Sin embargo, ya no había un sentimiento anticlerical entre las clases trabajadoras catalanas. La 'caputxinada', en la que cientos de curas protestaron frente a la policía para protestar por el arresto de un estudiante del PSUC y la utilización de Monsterrat como centro de reunión había engrasado la relación, y la designación de Marcelo González Martín como coadjutor del arzobispo de Barcelona fue vista como “una estrategia anticatalana por parte del régimen”.

No había nada que hacer: como ocurría al empezar del franquismo, Cataluña seguía siendo una de las regiones menos religiosas de toda España, el número de misas se había estancado en los años 50 y la nueva generación de jóvenes era secular. Tan sólo un 6% de la población iba a misa los domingos, y la mayoría urbana hizo que Cataluña siguiese la senda de “un catolicismo moderno y liberal”. Como concluye la investigación, la Iglesia, no obstante, ha dejado de ser objeto de odio: “La moreneta del monasterio de Montserrat todavía sigue siendo un icono en la cultura catalana, y los políticos tanto de izquierda como de derecha realizan peregrinaciones periódicas al monasterio. La implicación de la Iglesia con el 'revival' nacionalista en tiempos de Franco permitió esta transformación”.

Toda situación histórica excepcional, como la que tuvo lugar en España entre 1939 y 1975, da lugar a significativas paradojas. Una de ellas es la peculiar tensión entre el régimen franquista, legitimado a través del nacionalcatolicismo, y la tradición católica catalana, vinculada a la cultura y lengua propias. ¿Cómo restaurar la vida religiosa en una región en la que esta se encontraba prácticamente extinguida y que tímidamente reivindicaba la lengua y cultura que el franquismo estaba intentando sofocar?

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