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LA SOLIDARIDAD DESBORDA A EEUU

"No dicen nada, pero mirando a sus ojos solo vemos agradecimiento"

La base militar de Rota, en Cádiz, acoge a unos 1.700 exiliados que tendrán una nueva vida en Estados Unidos. Esperan seguir recibiendo vuelos desde Kabul en los próximos días

Foto: Llegada de evacuados afganos a Rota. (Fernando Ruso)
Llegada de evacuados afganos a Rota. (Fernando Ruso)

Entre los vítores de los talibanes despidiendo el último avión norteamericano que despegó del aeropuerto de Kabul y el sonido estruendoso de una de las naves del US Air Force, de nombre MC Guire, que ha aterrizado en la base naval de Rota este martes al amanecer, han pasado apenas ocho horas. Este no es ese último vuelo, antes hizo escala en algún lugar de Oriente Medio, pero sí que ha sido de los penúltimos en abandonar Afganistán. De la nave desciende un reguero de rostros sombríos y somnolientos, ojerosos. Evacuados que se dividen por grupos y filas y hacen un gesto de saludo agitando la mano al pisar tierra firme.

A un lado, los hombres. Al otro, las mujeres y los niños. La mirada se va hacia los más pequeños. Ponen la alegría, el color. Solo ellos son capaces de reír y jugar ajenos al drama, felices por poder corretear al fin.

placeholder Suministros de ayuda para los refugiados afganos. (Fernando Ruso)
Suministros de ayuda para los refugiados afganos. (Fernando Ruso)

Un improvisado control de aeropuerto es su primer contacto fuera del horror del que huyen. Lo seguirán exámenes médicos, test de covid, pruebas biométricas, una foto ante una sábana blanca, papeleo para el consulado... Una hora muy larga para los primeros que bajan. Hasta cinco para los últimos en descender.

Foto: Talibanes en Kandahar. (EFE)

Nadie se queja. Esperan pacientes las instrucciones. En sus miradas, los militares y voluntarios encuentran alivio por estar lejos del horror, pero también la pena de haber metido toda su vida en una bolsa de basura. Una bolsa negra que cambian por una maleta de plástico transparente que deja entrever lo poco que han salvado. Casi nada. La mayoría solo trae la documentación en una carpeta y un móvil para seguir en contacto con sus familias.

En el drama hay esperanza junto al dolor por los que no tuvieron su suerte

Tras el primer control, toman asiento. Agrupan a las familias. Les ofrecen mantas y algo de comer. Té caliente, zumo para los niños, algo de repostería. Usan con urgencia los aseos portátiles improvisados en el hangar. Voluntarios, civiles y personal del Ejército de Estados Unidos revolotean a su alrededor. Un militar ofrece a una pequeña un peluche y otro una pelota que en poco tiempo da para improvisar un breve partido de fútbol entre los infantes menudos de profundos ojos negros y los soldados fortachones dentro de los uniformes de camuflaje.

Foto: Tras la toma de Kabul por parte de los talibanes, se procedió a eliminar el rostro de mujeres en las calles. (EFE)

"Han tenido mucho coraje. Dejan toda su vida atrás para llegar a una tierra extranjera", explica el contraalmirante Ben Reynolds, director de la jefatura marítima de las Fuerzas Navales de EEUU en Europa y África de la Sexta Flota. La extensión del título da idea de que es un importante cargo que insiste cada pocas palabras en destacar la "excelente cooperación" con el Ejército español. Él se muestra impresionado por la solidaridad de militares y civiles, de todo el personal de la base naval roteña, de uso compartido por las dos fuerzas armadas, y por la respuesta de las localidades cercanas. "Impressive", repite coloquialmente antes de tomar la palabra ante los micrófonos. "Son evacuados, solo puedes sentir compasión", confiesa Baird, que es padre de familia numerosa y no aparta la mirada de esos niños a los que anima a beber zumos de frutas con una pajita. En el drama hay esperanza junto al dolor por los que no tuvieron su suerte. A 350 de estos refugiados, esta misma tarde, otro avión lus conducirá hasta el aeropuerto de Dullas, en Washington, camino a un nuevo hogar, a una nueva vida que está aún llena de incógnitas, incluso para sus protagonistas.

placeholder Un militar presta ayuda a las familias recién llegadas a España. (Fernando Ruso)
Un militar presta ayuda a las familias recién llegadas a España. (Fernando Ruso)

La base de Rota es junto a la alemana de Rammstein y la italiana de Sigonella uno de los puntos de entrada a Europa desde Afganistán para los 110.000 evacuados por Estados Unidos desde el pasado 14 de agosto. Ahora mismo, unos 1.700 refugiados esperan en suelo gaditano para viajar a América. Hasta aquí han llegado diplomáticos, trabajadores en la embajada norteamericana y afganos en situación de riesgo. Días atrás, a todos les conmovió un grupo de mujeres universitarias entre 18 y 24 años señaladas por el régimen talibán. Hoy hay muchas familias. Un bebé de apenas días.

Foto: Paul Rogers. (Cedida)

El comandante David Baird, máximo responsable de las actividades navales de EEUU en España, admite que les hablan con la mirada. "No dicen nada, pero mirando a sus ojos solo vemos agradecimiento", asegura. "No hay palabras para expresarlo". "Queremos que se sientan tratados con dignidad y respeto. Que se sientan confortables y seguros", afirma. La seguridad, insisten, es muy importante.

Una pulsera de plástico en la muñeca o el tobillo, en el caso de los niños, con todos los datos de cada uno de los refugiados, indica que están terminando el proceso. Los militares han sido entrenados también para esta misión unos pocos días antes de que empezaran a aterrizar aviones.

placeholder Llegada de evacuados afganos a la base naval que tiene Estados Unidos en Rota. (F. Ruso)
Llegada de evacuados afganos a la base naval que tiene Estados Unidos en Rota. (F. Ruso)

"Estamos abrumados por la respuesta de todo el personal", dice Leana López, agregada de la embajada de EEUU en España, la institución que ha organizado la visita de los medios de comunicación a la base naval de Rota. Las normas son estrictas. Aseguran que quieren ante todo preservar la privacidad e identidad de los refugiados. Hay una orden clara de no dirigirse a ellos ni preguntarles nada. "No podéis hablar con ellos", zanjan los responsables. "El tour", así denominan las autoridades la visita, está perfectamente organizado. Un autobús conduce las cámaras a los lugares donde pueden grabar. También dejan claro dónde no.

Foto: El ministro de Exteriores, José Manuel Albares (EFE)

Tras ver aterrizar el avión, toca la parroquia, donde la solidaridad metida en cientos de cajas de cartón ha desbordado a los voluntarios. Nieves Dauzer coordina a los del Navy Marine Corps. Los niños rubios platino contrastan con las cabelleras morenas intensas de los que antes se bajaban del avión, aunque ellos también empaquetan calcetines y ropa interior como si fuera un juego. Una pizarra marca las necesidades más urgentes: ropa interior, protección solar, bolsas de té, pañales y empapaderas de cama, leche de fórmula, zapatillas de ducha y ropa. Descargan un camión de sandías y melones de Chipiona. La coordinadora admite que hay tanta solidaridad que mucha no se puede canalizar, no puede entrar a ayudar nadie que no sea de la base militar y pide perdón por la "frustración" de mucha gente que quiere echar una mano.

El pastor Milo Curtis explica que hacen todo lo posible por respetar la religión musulmana, la comida es 'halal' y se han instalado carpas para el rezo, se reparten alfombras y hay zonas para lavarse y hacer las abluciones.

placeholder Una militar sostiene en brazos a un bebé. (Fernando Ruso)
Una militar sostiene en brazos a un bebé. (Fernando Ruso)

La última parada del 'tour' organizado por la Administración Biden es el campamento de refugiados. Ahí llega el apagón de las imágenes. Nada de cámaras. El recinto es extenso. Varios edificios que habitualmente alojan a los marines, la piscina convertida en zona de duchas, gimnasios y pistas de baloncesto y tenis habilitados para acoger a los refugiados. No hay masificación. Las carpas son enormes. Los niños juegan radiantes con flamantes bicicletas mientras sus padres les hacen vídeos. Otros estrenan balones. Por sus caras de felicidad podría ser una mañana de Reyes, pero no lo es. Los comercios de la zona han regalado un arsenal de vehículos de dos ruedas que hacen las delicias de los más pequeños.

Son las mejores armas contra el horror del que vienen. Del recinto perimetrado no pueden salir. Un wifi de máxima potencia es la salvación de los mayores. Un hombre joven enseña a alguien al otro lado de la pantalla y por una videoconferencia el campamento. Otro se sostiene la cara con preocupación mientras escucha los audios de su móvil pegado a la oreja. Las tiendas de campaña son obra de la infantería de marina de San Fernando (Cádiz). Consejeros y psicólogos prestan ayuda en el campamento. Lo afganos que saben inglés hacen de intérpretes. Incluso han corregido a mano algún cartel mal traducido. Toca reemplazo de las sábanas de los que hoy se van. Siguen construyendo barracones que deben estar terminados esta misma noche. Hay ropa tendida en las alambradas. La vida sigue pasando. Hay cola para coger la bandeja de comida y hombres que sestean bajo las sombras de las carpas. Estados Unidos los espera. Ningún militar, ningún portavoz ha hablado de la guerra ni de la derrota, ni de la victoria de los talibanes. Los vítores del aeropuerto de Kabul están ya a miles de kilómetros.

Entre los vítores de los talibanes despidiendo el último avión norteamericano que despegó del aeropuerto de Kabul y el sonido estruendoso de una de las naves del US Air Force, de nombre MC Guire, que ha aterrizado en la base naval de Rota este martes al amanecer, han pasado apenas ocho horas. Este no es ese último vuelo, antes hizo escala en algún lugar de Oriente Medio, pero sí que ha sido de los penúltimos en abandonar Afganistán. De la nave desciende un reguero de rostros sombríos y somnolientos, ojerosos. Evacuados que se dividen por grupos y filas y hacen un gesto de saludo agitando la mano al pisar tierra firme.

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