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La ira del campo revela la verdadera división entre izquierda y derecha
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La ira del campo revela la verdadera división entre izquierda y derecha

La revuelta de los agricultores está provocando mucha desorientación política. Nadie se atreve a ponerse en su contra, pero hay prejuicios que siguen muy vivos y que dicen mucho de las brechas ideológicas

Foto: Agricultores cortan la AP-7 en Girona. (Glòria Sánchez/Europa Press)
Agricultores cortan la AP-7 en Girona. (Glòria Sánchez/Europa Press)
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La gran división en la política occidental, aquella que configura los términos del enfrentamiento, tiene que ver con posiciones ideológicas, pero está aún más relacionada con las categorías en las que se encuadran a los rivales. Podría definirse como la lucha entre la moral y el conocimiento o, más propiamente, entre los inmorales y los ignorantes.

El marco elegido por los partidos progresistas contiene una visión de sus oponentes y rivales bastante negativa. Hay una idea fuerza, la del votante que cree las mentiras que lee en su WhatsApp, el consumidor ávido de noticias falsas, el que se traga los argumentos más extravagantes, que es repetida con frecuencia. El término cuñado, que se popularizó enormemente, no es más que un sinónimo de ignorante, cuando no de paleto, que se viene arriba.

Es un marco que, en definitiva, fija una lucha contra unas poblaciones que han entrado en regresión intelectual y que, dada su credulidad, hacen suyos incluso los discursos negacionistas. No es difícil escuchar afirmaciones de esta clase en distintos rincones mediáticos de la esfera occidental. Paul Krugman, uno de sus gurús, volvía sobre este tema en un artículo en el NYT al hilo del malestar del campo. "El resultado (que en cierto nivel todavía me resulta difícil de entender) es que muchos votantes rurales blancos apoyan a los políticos que les dicen mentiras que quieren escuchar" y "así ha triunfado la narrativa MAGA".

Las derechas, las sistémicas y las extremas, han apostado por priorizar otra arista argumental. Sus oponentes suelen ser falsos, mentirosos, moralmente malos. Ocurre cuando hablan de los grandes engaños sistémicos, como con el negacionismo climático, pero también a un nivel menor. En España, sin ir más lejos, todas las acusaciones al Gobierno actual suelen partir de este presupuesto: mienten para conservar el poder, quieren derribar el orden constitucional, son capaces de vender a quien sea para seguir en su puesto, utilizan la falsedad de continuo, dicen defender a la sociedad cuando lo único que buscan es su paguita, etc. Son gente que carece de moral.

Foto: Imagen de la costa de Cadaqués. (iStock)

Todo esto, que conforma la polarización, no es más que otro síntoma de la impotencia de nuestras élites, políticas y económicas, a izquierda y derecha, para entender un momento histórico que nos está pasando por encima. Gente mala contra gente ignorante. Esos son los discursos que se manejan, por lo que no es raro que Occidente sufra cada vez mayores problemas.

La excusa tecnológica

El malestar rural, que es un buen ejemplo de la sociedad que se está quedando fuera, es analizado habitualmente desde estos presupuestos. El artículo de Krugman es significativo porque revela cómo aquellos que han tenido influencia real en los últimos años y que han ayudado a orientar las políticas de la globalización feliz se quedan sorprendidos cuando sale a la luz ese mundo que no entienden, porque no se corresponde con la realidad de su powerpoint, y solo que les queda la descalificación como salida.

Krugman parte de un nuevo libro, White rural rage: The threat to american democracy, escrito por Paul Waldman y Tom Schaller, para explicarnos los verdaderos motivos del declive rural, así como los motivos por los que, a pesar de no tener razones que justifiquen su ira, se sienten más molestos que nunca.

Lo que denuncian son las disfunciones del mercado que les impiden obtener no ya precios justos, sino los indispensables para subsistir

Krugman sostiene que la tecnología es el principal motor del deterioro del campo: las granjas estadounidenses producen cinco veces más que hace 75 años, pero la fuerza laboral agrícola precisa para conseguir esos resultados ha disminuido en dos tercios durante ese periodo. La maquinaria, las semillas mejoradas, los fertilizantes y los pesticidas han ayudado a que la productividad sea mucho mayor. En realidad, es la negativa de los agricultores a aceptar esta realidad, y, por tanto, a aceptar la evolución, lo que explicaría que el campo estadounidense vote a Donald Trump.

Sería absurdo negar la evolución tecnológica, y más todavía si se utilizan periodos largos (75 años) como medida. La mecanización ha facilitado las tareas y ha hecho necesaria menos mano de obra. Pero nada de esto se ha puesto en cuestión, y menos todavía en nuestro continente. Las exigencias de los agricultores españoles y de gran parte de los europeos nada tienen que ver con esa perspectiva. El sector agrícola no está demandando una regresión ludita, ni está solicitando que las máquinas desaparezcan del campo; de hecho, han acometido una económicamente costosa tarea de adaptación a las nuevas técnicas y a los nuevos instrumentos.

Lo que están denunciando son las disfunciones del mercado que les impiden obtener no ya precios justos, sino los indispensables para subsistir. Los productos se venden caros y ellos ganan muy poco. En segundo lugar, sus reclamaciones giran sobre las importaciones de terceros países, la competencia desleal y los tratados comerciales. No son favorables al libre comercio ni a la idea de que productos de otros países, que cumplen exigencias mucho menores, cuando no inexistentes, puedan hacerles la competencia.

Son elementos que la ortodoxia económica de Krugman no puede ver, porque atentan contra su fe, y, por tanto, prefiere tildar de gente atrasada, que no acepta la evolución tecnológica a los agricultores. Y estamos hablando de la situación europea, cuando la estadounidense es todavía más difícil por la concentración de su mercado y por las condiciones de funcionamiento del mismo.

Los factores que se evitan

Es más, el declive de las zonas rurales no ha venido causado por la tecnología, sino por las deslocalizaciones masivas. Es cierto que los avances en la fabricación de todo tipo de productos y en la prestación de muchos servicios hacen menos necesarias grandes masas de mano de obra. Pero también lo es que millones de personas en China, India y otros países obtienen su salario trabajando en fábricas y en centros de prestación de servicios, y que millones de agricultores de todo el mundo continúan sembrando y vendiendo sus cosechas.

La tecnología no ha hecho innecesaria la mano humana, más al contrario, solo que gente como Krugman abogó por un nuevo sistema económico que ha debilitado enormemente a su país, y a todo Occidente, España incluida, derivando esos empleos hacia otros lugares. Y, por supuesto, la tecnología no ha vaciado de tiendas las calles de las ciudades pequeñas e intermedias, ni ha causado que una parte relevante de los ciudadanos españoles tengan que recorrer muchos kilómetros para acudir a un hospital o para llevar a sus hijos a un colegio.

La pelea entre la inmoralidad y la ignorancia no es más que una repetición farsante y a destiempo de la pelea entre religión y ciencia

No es extraño que Krugman afirme que, "si la ira rural de los blancos es la mayor amenaza a la que se enfrenta la democracia estadounidense, no tengo buenas ideas sobre cómo combatirla". Su pensamiento forma parte de una forma agotada de analizar la vida occidental, a la que la realidad internacional está negando validez insistentemente, pero que se agarra al mundo que ya se ha ido. La nostalgia de este tipo de liberalismo es enorme.

En lugar de afrontar la realidad, es mucho más sencillo continuar con los viejos marcos discursivos. En ese tránsito es donde se despliega ese monstruo que es la pelea entre la inmoralidad y la ignorancia. En buena medida, no es más que la repetición de un viejo enfrentamiento entre religión y ciencia, que lo fue también entre el progreso y la reacción, que ahora regresa como farsa. No estamos en el siglo XIX, pero muchas veces lo parece.

La gran división en la política occidental, aquella que configura los términos del enfrentamiento, tiene que ver con posiciones ideológicas, pero está aún más relacionada con las categorías en las que se encuadran a los rivales. Podría definirse como la lucha entre la moral y el conocimiento o, más propiamente, entre los inmorales y los ignorantes.

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