El glorioso Pedro Sánchez contempla al glorioso Pedro Sánchez en el espejo
También es una pena ser Pedro Sánchez en España, puesto que mucha gente, en vez de verte, ve a otro. No es un espejismo, sino producto de la malicia, la mentira y la manipulación
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Es un privilegio ser Pedro Sánchez —piensa Pedro Sánchez mirando a Pedro Sánchez en el espejo— y sería una pena ser cualquier otro. Pero también es una pena ser Pedro Sánchez en España, puesto que mucha gente, en vez de verte, ve a otro. No es un espejismo, sino producto de la malicia, la mentira y la manipulación. Y en este sentido, cualquier cosa que vomiten las urnas será insuficiente.
A Pedro Sánchez —piensa Pedro Sánchez mientras el Pedro Sánchez del espejo agarra la camisa blanca— habría que darle el 99% del voto si esto fuera, de verdad, una democracia informada, es decir, una democracia capaz de mirar a un líder sin la contaminación de la mentira mediática, y eso considerando que un 1% de la población tiene severos problemas mentales y es irrecuperable.
España —piensa Pedro Sánchez cubriendo su musculado torso con la camisa blanca— tendría que votar como votan los comités federales del PSOE, al menos desde que Pedro Sánchez arrojó luz sobre ellos y los liberó de las cadenas. Es decir, por unanimidad. La unanimidad en la verdad, en el reconocimiento de lo bueno y la execración de lo malo, no es más que el estado natural de una democracia sana.
La ciudadanía —piensa Pedro Sánchez mientras el Pedro Sánchez del espejo empieza a abotonarse la camisa— es libre, por supuesto que sí. Es libre de equivocarse y de hacerse mal. Pero cualquiera que tenga ojos, orejas y cerebro, cualquiera que no esté participando de intereses ocultos, no solo tiene la capacidad, sino que tiene la responsabilidad de elogiar a Pedro Sánchez.
El derecho a voto —piensa Pedro Sánchez subiendo por los botones de Pedro Sánchez— implica, también, una obligación. Costó reconocérselo a Vargas Llosa, porque Vargas Llosa no se refería a Pedro Sánchez, pero la ciudadanía puede votar mal, y cuando la ciudadanía vota mal, está siendo irresponsable. Ni siquiera el CIS de Tezanos se acerca a lo que sería un resultado justo para lo que Pedro Sánchez ha hecho.
A España —piensa Pedro Sánchez mientras Pedro Sánchez termina de abotonar la camisa de Pedro Sánchez— le hemos dado ya cinco años para darse cuenta de quién es Pedro Sánchez. ¡Y qué lustro! Con una pandemia y una guerra, con la inflación y el precio de la energía. ¿Qué más pistas necesitan los que dudan? ¿No reconoces la grandeza si alguien te pone delante del Empire State?
Si la desafección es tan grande como dicen —piensa Pedro Sánchez mientras agarra la chaqueta azul—, habrá que pactar con quien se pueda, ofrecerles lo que pidan y darle a este país de alpargata, crucifijo y caciquismo otra legislatura más, otros cuatro años, de modo que los últimos de la clase espabilen ante la evidencia y puedan valorar a Pedro Sánchez. La gente es lenta, es torpe, pero no es mala.
Que miento, que miento —se irrita Pedro Sánchez colocando la chaqueta sobre los hombros de Pedro Sánchez—, pero ¿cómo voy a mentir, si siempre digo la verdad? Es como hablar —se ríe Pedro Sánchez, y agarra la corbata— del helado caliente. Quienes mienten son los otros, y la memoria manipulada de los otros, e incluso la realidad puede llegar a mentir, si dice lo contrario que Pedro Sánchez.
Por eso —Pedro Sánchez anuda la corbata con delicadeza en el cuello de Pedro Sánchez— hemos hecho toda nuestra campaña apuntando a las mentiras de Feijóo. ¿Acaso nos habríamos atrevido a centrar la campaña en la mentira del otro si nosotros mintiéramos, si Pedro Sánchez no dijera la verdad? Ni una sola vez —se pone serio en el espejo, desafiante—, ni una sola vez ha salido una mentira por esta boca.
Y termina de acicalarse, se ajusta las mangas, perfecciona el nudo, se quita de encima una diminuta mota de polvo, y sale para el colegio electoral. Es domingo, el día del Señor. Tal vez —piensa Pedro Sánchez mirando el espejo por última vez— el error haya sido no poner mi rostro en la papeleta, como ha hecho Yolanda. ¿Quién podría resistirse a la evidencia de que este rostro mío dice otra cosa que la verdad?
Es un privilegio ser Pedro Sánchez —piensa Pedro Sánchez mirando a Pedro Sánchez en el espejo— y sería una pena ser cualquier otro. Pero también es una pena ser Pedro Sánchez en España, puesto que mucha gente, en vez de verte, ve a otro. No es un espejismo, sino producto de la malicia, la mentira y la manipulación. Y en este sentido, cualquier cosa que vomiten las urnas será insuficiente.
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