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Nosferatu se alimenta de la sangre de Santiago Abascal
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Nosferatu se alimenta de la sangre de Santiago Abascal

Lo que vais a leer aquí no he podido verificarlo, pertenece al reino de los rumores, pero, si en algo valoráis mi palabra, entonces habréis de creerme como yo he creído a quienes me informaron

Foto: Foto: EC Diseño.
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A nuestra aldea, en Transylfachia, llegan desde hace un tiempo rumores alarmantes de la vida en el castillo-sede de Vox, allá en lo alto de la encrespada cima. Lo podéis ver si subís a esa loma del molino allá en lo alto, rodeado de murciélagos y nubarrones. Entenderéis por qué nos es imposible atravesar sus muros, pero las palabras son más escurridizas que los hombres y se filtran por la grieta más pequeña. Así ha llegado a nuestro oído que la plaga que padecen los habitantes del castillo es el vampirismo.

Lo que vais a leer aquí no he podido verificarlo, pertenece al reino de los rumores, pero, si en algo valoráis mi palabra, entonces habréis de creerme como yo he creído a quienes me informaron: ciertos sirvientes descontentos, cocineras y empleados enjutos del castillo de Vox; gentes que esparcen noticias por la aldea en día de mercado y, a pleno sol, emponzoñan y oscurecen el aire con sus historias, entre susurros; personas vigilantes de su propia espalda y de los ojos indiscretos, pues saben que el vampiro hace servir como espías hasta las pulgas de los perros.

Foto: Ilustración: L. Martín
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¿Y qué cuentan estos hombres y mujeres indiscretos? Que Santiago Abascal, de quien la gente común cree que reina en Vox, no es más que un muñeco manejado por los vampiros. Y que sus batallas victoriosas no se deben a su naturaleza aguerrida, ni a su valor, ni a la suerte, sino a los poderes sobrenaturales que el vampiro le inyecta mientras le succiona la vida. Y que el porte de Abascal, cada vez más musculoso, tampoco se debe al ejercicio o el deporte, sino a las mordeduras pestilentes que recibe.

En el castillo-sede de Vox, hubo tiempos felices. Allí se fueron a vivir quienes en el pueblo llamamos "los señoritos", Espinosa de los Monteros, Rocío Monasterio, Macarena Olona, el mismo Santiago y algunos otros nobles venidos de otras tierras, como Sánchez del Real, y otros. En su mayor parte, eran peperos renegados que encontraron en las tierras de Transylfachia la posibilidad de aumentar su hacienda y fortalecer su riqueza, marquesitos con dinero, y también algunos patriotas descontentos, convencidos unos y otros de que el PP era blando y no hacía bastante por España.

Y, en efecto, el castillo pareció ser propiedad de los señoritos unos años, en la miseria de los primeros tiempos y en el subidón producido tras la asonada catalana, pero, en cuanto llegó el éxito y la sangre bombeó pujante en los corazones, el vampiro despertó de su letargo y todo cambió. Ortega-Smith fue la primera víctima, y algunos de los trepillas regionales, pero en nadie se vio tan clara la influencia del vampiro como en Macarena Olona, devorada hasta el tuétano. Hoy, en su destierro, la oyen hablar espectralmente, enloquecida, sin decir nada con sentido.

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En 2022, cuando Olona se quedó sin sangre, el vampiro se sintió con fuerza suficiente para multiplicar su influencia y dirigió sus puntiagudos colmillos a Santiago Abascal, a quien todos admiraban y querían en nuestra aldea, y al poco empezó Abascal a delatar ese comportamiento errático, a tomar decisiones extrañas que no eran suyas, como aquella moción de censura en la que presentaron a un cadáver político, lo que ya nos hizo sospechar de los manejos de la Sombra.

A lo largo del último año, el vampiro ha logrado hacerse con el control absoluto del castillo. Ha relegado a sus habitaciones, prisioneros, a los señoritos que estorbaban a sus planes, y dirige a los delegados provinciales como si fueran marionetas. Vox se vuelve vertical y nadie sabe quién lo maneja, ni si su misión es gobernar o evitar que gobierne el PP, dado que el vampiro engorda más si tiene a Sánchez en la Moncloa. Los vampiros prefieren vivir a la sombra, en la oposición.

Si Abascal tratara de espantarlo mostrándole un crucifijo, este vampiro no solo no abandonaría su acoso, sino que reiría complacido

Pero ¿quién es ese vampiro y qué formas adopta? Pues unos dicen que no tiene pelo, otros que tiene mucho y parece mexicano. Hay quien le llama Nosferatu, Carlos Dávila, pero los más le llaman Jorge Buxadé. Se dice también que duerme encima de un yunque duro e incómodo en las catacumbas del castillo, que se pone un cilicio, que le gusta más Jerusalén que España, y que cada noche se levanta y, atravesando tinieblas que desentraña como si fueran cristal, flota hacia las estancias en que reposa Abascal y clava en su cuello dos colmillos de alfiler.

Mal asunto, dicen también los entendidos, porque, si Abascal tratara de espantarlo mostrándole un crucifijo, este vampiro no solo no abandonaría su acoso, sino que reiría complacido. Así que tal vez no hay salvación posible para Abascal, ni para el castillo. Convertido en un espectro, terminará errando de un lado a otro hablando de la redención de España, olvidado de su propia redención, y el castillo se hundirá como si estuviera construido de naipes.

A nuestra aldea, en Transylfachia, llegan desde hace un tiempo rumores alarmantes de la vida en el castillo-sede de Vox, allá en lo alto de la encrespada cima. Lo podéis ver si subís a esa loma del molino allá en lo alto, rodeado de murciélagos y nubarrones. Entenderéis por qué nos es imposible atravesar sus muros, pero las palabras son más escurridizas que los hombres y se filtran por la grieta más pequeña. Así ha llegado a nuestro oído que la plaga que padecen los habitantes del castillo es el vampirismo.

Santiago Abascal
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