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La coronación del Rey del "pueblo más extraño del planeta"
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CRÓNICAS DOMINICAS

La coronación del Rey del "pueblo más extraño del planeta"

El próximo sábado se celebrará en Londres la primera coronación del siglo después de las cuatro del anterior, una ceremonia que para los británicos es identitaria de su monarquía y que encierra un simbolismo ancestral

Foto: El rey Carlos III en un desfile militar el 14 de abril de 2023. (Reuters/Dan Kitwood)
El rey Carlos III en un desfile militar el 14 de abril de 2023. (Reuters/Dan Kitwood)
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En abril de 1938 José Ortega y Gasset redactó en París un "Epílogo para ingleses" de su ensayo más conocido e influyente: La rebelión de las masas. Era un texto corto, un tanto displicente y poco convencido de que sus tesis fuesen apreciadas en el Reino Unido. En aquel epílogo el filósofo madrileño deslizó una de las frases más citadas en su posterioridad: "No hay un hecho más extraño en el planeta que el pueblo inglés".

El autor no explicaba cabalmente el porqué de esa opinión, pero acogía todas las reticencias y aspectos ininteligibles de Inglaterra. La insularidad, su pasado imperial (en 1938, Inglaterra mantenía buena parte de su imperio y, en particular, la India, país del que la reina Victoria fue su emperatriz hasta que, en 1947, cuando Jorge VI reinante, se perdió la colonia), su sistema de medición diferente al continental, la conducción por la izquierda y… la monarquía.

Foto: El rey emérito Juan Carlos. (EFE/Lavandeira Jr.) Opinión

Una monarquía "escénica", repleta de simbolismos, tradiciones, usos y liturgias. Y de entre ellas, las ceremonias de coronación de sus reyes. Un acto difícil de encajar en la comprensión de la opinión pública occidental porque dispone de una espectacularidad que resulta anacrónica y confesional pero que responde a una tradición en la que los británicos —al menos hasta ahora— se reconocen y con la que se identifican. Aunque quizás el Reino Unido ha llegado a ese punto al que aludía Karl Popper: "de la tradición no se puede prescindir, pero en ella ya no se puede confiar". Percepciones encontradas y hasta contradictorias.

Cinco reyes y cuatro coronaciones en el siglo XX

La coronación el próximo sábado de Carlos III como rey de Inglaterra y de "todos sus dominios" es la primera en el siglo XXI, pero también continuación, retocada, de las cuatro anteriores celebradas en la centuria pasada. En 1902 fue la primera en la persona del hijo de la reina Victoria, Eduardo VII, con el que se inició la llamada época eduardiana. El 22 de junio de 1911 se celebró la del segundo monarca del siglo pasado, Jorge V. El tercer rey, Eduardo VIII, no llegó a ser coronado porque antes abdicó (1936) para casarse con Wallis Simpson, una norteamericana dos veces divorciada, vinculación marital que rompía con las reglas de la monarquía británica cuyo titular es cabeza de la iglesia protestante de Inglaterra y protector de la presbiteriana de Escocia.

A aquel rey abdicado, un hombre tan elegante como sospechoso de inclinaciones políticas y personales poco compatibles con la neutralidad ideológica de los titulares de la corona inglesa, le sucedió su hermano, abuelo de Carlos III, con el nombre de Jorge VI que fue coronado el 12 de mayo de 1937. Bajo su reinado, el Reino Unido perdió buena parte de sus colonias y su rey dejó de ser el emperador de la India (1947). A su fallecimiento, le sucedió su hija primogénita, Isabel II que fue reina desde el mismo día de la muerte de su padre (febrero de 1952), pero cuya coronación se aplazó hasta el 2 de junio de 1953. Su largo reinado —más de setenta años— expiró con su fallecimiento en Balmoral (Escocia) el pasado 8 de septiembre, momento en el que su hijo, el Príncipe de Gales, Carlos III, se convirtió en rey de Inglaterra, sin necesidad de que mediase ningún trámite o formalidad.

Cuando Isabel II marcó un hito

Todos los reyes y reinas de Inglaterra de la modernidad (por evitar retrotraernos a la antigüedad) han adquirido su condición ope legis, es decir, por mandato de la ley, de tal manera que la coronación no es un acto sustantivo, no implica la investidura del monarca, sino que se plantea como un ritual solemnísimo en el que el rey o la reina asumen formalmente el compromiso de reinar conforme a unas determinadas e indeclinables lealtades tanto político-constitucionales como confesionales y personales. Su simbolismo es extraordinario. Aunque una interpretación descontextualizada permitiría entender la coronación como la sacralización del monarca, como un acto profundamente confesional, lo cierto es que se trata de una liturgia escénica en un país multirracial en el que están presentes al menos una decena de creencias religiosas, desde las protestantes en sus distintas ramas, pasando por la católica, la hindú, la musulmana y hasta la budista.

Entre el fallecimiento del anterior monarca y la coronación del nuevo siempre ha mediado un tiempo prolongado, aunque desigual. En el caso de Carlos III habrán transcurrido ocho meses desde el fallecimiento de su madre, Isabel II. Este interregno no significa provisionalidad sino un período de luto, por una parte, y, por otra, de imprescindible presencia del nuevo rey en Escocia, Gales e Irlanda y, como ha ocurrido en esta ocasión, con la conveniencia de no demorar algunas visitas de Estado como la reciente de Carlos III a Alemania. No ha sido posible que viájese a París, pero estaba en su agenda y será, a buen seguro, el próximo desplazamiento del monarca británico.

Por otra parte, la complicadísima preparación de la coronación exige tiempo y esfuerzo. La ceremonia es compleja. Todo en ella tiene significado: la indumentaria del rey, la de la de la reina consorte, las fases litúrgicas del acto —de la unción con un óleo especial hasta la coronación propiamente dicha con entrega de los símbolos (el orbe, el cetro…); así como la música y hasta el tiempo de duración de la ceremonia. La máxima expectación por el espectáculo de la coronación del rey británico se debe al precedente de 1953: por primera vez el acto fue retransmitido en directo por la BBC, aunque no de forma íntegra porque algunos ritos de profunda liturgia —por ejemplo, la unción— se consideraron demasiado íntimos y solemnes como para mostrarlos a los muchos millones de espectadores que quedaron extasiados por la monumentalidad ceremonial y protocolaria.

Foto: Foto oficial de los reyes Carlos y Camila. (Hugo Burnand)

Los cambios de Carlos III

Existe enorme expectación por los cambios y alteraciones que sobre la plantilla de la coronación de su madre hace setenta años introduzca Carlos III. Algunos son elementos fijos, otros variables. Es fijo que se celebra en la Abadía de Westminster; que el principal oficiante —no el único— es el jefe espiritual de la iglesia anglicana, el arzobispo de Canterbury; que el rey y su consorte se desplazarán en carroza —aunque el recorrido será esta vez más corto— desde el palacio de Buckingham; que la indumentaria del rey debe mantener la tradición de prendas con una significación histórica y política y los ritos centrales de la ceremonia.

Otros contenidos y gestualidades de la coronación son variables. Por ejemplo, Jorge VI suspendió el banquete en gran hall del Parlamento de Westminster sustituido por una celebración más sencilla y festiva en el contexto de unas fechas, anteriores y posteriores a la coronación, que son especialísimas para los británicos. Con Carlos III habrá un gran concierto de ritmos contemporáneos en el que participaran rutilantes figuras del momento. El criterio de invitación de jefes de Estado —monarcas parlamentarios y jefes de Estado de distintas repúblicas— será diferente respecto de la coronación de Isabel II, pero tanto lo son las invitaciones a los miembros de la familia real (por el caso de los príncipes Harry y Andrés, hijo y hermano, respectivamente, del monarca, apartados de las funciones propias de la familia real) y del segundo círculo de parientes del rey, así como su colocación en la Abadía de Westminster, en la medida en que el protocolo es "la liturgia del poder". Y como escribió Charles Maurice de Talleyrand (1754—1838), político y diplomático francés, "sólo los tontos se burlan del protocolo"

Por lo demás, habrá que prestar atención a la corona. Hasta la coronación de la reina Victoria (1838) se utilizaba la llamada "Corona de San Eduardo", pero para ella se confeccionó otra, la imperial de gran valor material y simbólico. Igualmente habrá que observar si se utiliza por la consorte del rey la corona con el diamante Hoh-i-Noor, regalado por la India a la tatarabuela de Carlos III. Se trata de una piedra preciosa de 106 quilates que, según la leyenda, solo trae buena suerte a las mujeres, pero no a los hombres. Se engastó en la corona de la abuela de Carlos III que utilizó también su madre y sería con la que se coronase la consorte, la reina Camila. Salvo que para evitar que se repitan las acusaciones sobre su expolio —lo fuera o no— se haya preferido no emplearla en esta ocasión.

Foto: El rey Carlos III de Inglaterra, en una tierna imagen familiar. (Instagram/@chrisjackson)

El espectáculo está asegurado. Tanto —quizás más— que el que ofreció el funeral, y los actos previos, de Isabel II en el mes de septiembre del año pasado que respondieron todos a la previsión contenida en la llamada operación London Bridge, que se activó con una consigna que recibió la primera ministra Liz Truss: "el puente de Londres ha caído". Antes, con sobriedad, pero de una forma solemnísima, se celebraron en Windsor las honras fúnebres por el Duque de Edimburgo, padre de Carlos III, fallecido el 9 de abril de 2021 a los 99 años. Fue una ceremonia sencilla y también retransmitida por la BBC.

La fuerza del simbolismo

Historiadores consultados sobre el significado de este acto argumentan que "efectivamente se puede hablar de una monarquía escénica, pero lo mismo podíamos decir de las ceremonias que rodean a los presidentes de las repúblicas, con mayor o menor éxito en la puesta en escena. Así, si entrásemos en el campo de las liturgias comparadas, encontraríamos que el ceremonial político que rodea al presidente de la República Francesa, o incluso al de la italiana, es superior en contenido y continente al del rey de Noruega u otros monarcas europeos. Qué decir de las liturgias políticas chinas, donde la majestuosidad, bien que impostada, de las reuniones de la Asamblea Popular Nacional en Pekín, son un ejemplo en la exactitud del desarrollo de las ceremonias de inicio y clausura. Tendríamos que hablar, en consecuencia, de repúblicas escénicas".

La consideración simbólica es tratada también por los expertos en los siguientes términos: "La actividad simbólica de carácter político se desarrolla a través de cuatro conductos principales: 1. Mediante personas. 2. Mediante los emblemas —plenos de contenido histórico, jurídico y político— que se concretan en determinados objetos presentes en la ceremonia (vestiduras, corona, cetro y orbe en el caso de la coronación del rey de Inglaterra, por solo citar los más significativos). 3. Mediante ceremonias, definidas como "liturgias políticas" en las que se exterioriza la acción y poder del estado y 4. Mediante espacios rituales: palacios, catedrales, iglesias, abadías, edificios públicos, etcétera. La abadía de Westminster en el caso de Inglaterra".

En España proclamamos, no coronamos

En la España del Antiguo Régimen la ceremonia de la coronación era sencillamente imposible por la propia constitución interna de la Monarquía. La Monarquía española era una formación política plural en la que los reinos y estados que la componían conservaban su régimen legal privativo, estando unidos por la persona del común monarca que reinaba con distinto título en los diferentes territorios y con maneras, también diferentes, de ejercer el poder. Las formas de instalarse el nuevo monarca en cada uno de estos reinos y estados obedecían a formalidades propias, con la circunstancia de que tratándose además de un monarca ausente por la extensión de los territorios en los que ejercía el poder se dificultaba aún más la realización de las ceremonias propias de las partes del conjunto.

Los Decretos de Nueva Planta promulgados por Felipe V, aunque unificadores respecto a los reinos de la Corona de Aragón con la de Castilla en cuanto al Derecho Público, no tuvieron un correlato respecto a la propia titulación regia. Un detalle frecuentemente olvidado es la Real Cédula de 2 de junio de 1805 que dio autoridad a la Novísima Recopilación de las Leyes de España y que promulgó Carlos IV como rey de Castilla, de León, de Aragón, y un largo etcétera de títulos, sin que aparezca el dictado de España en el título principal del monarca.

Foto: Isabel II, en un retrato el día de su coronación. (Victoria and Albert Museum/Cecil Beaton)

El rey de España y la Constitución

El artículo 61.1 de la CE al establecer que el rey es proclamado "ante las Cortes Generales" es certero en su redacción, pues quien entra en el hemiciclo es ya rey y lo que oficia el presidente del Congreso de los Diputados, actuando en ese acto como presidente de las Cortes Generales, es proclamarlo y anunciar el nombre con el que va a reinar, después de haber hecho el oportuno juramento. El Te Deum, es propio de un monarca católico, pero tiene carácter o naturaleza ritual. Ningún otro significado. La misa que siguió a la proclamación de don Juan Carlos en noviembre de 1975 es un hecho extraordinario en cuanto a su contenido político (con la famosa homilía del cardenal de Madrid, Vicente Enrique Tarancón, pronunciada el 27 de noviembre, tres días después de la proclamación del rey), como lo era su propia subida al trono, de modo que la referencia más cierta que los españoles tenemos de la proclamación del Rey es la que se produjo ante las Cortes Generales el 19 de junio de 2014 en la persona de Felipe VI, sin posterior ceremonia religiosa.

En definitiva y como tiene escrito el historiador y académico Jaime Salazar y Acha (Proclamación del rey y juramento) en el primer volumen de El Rey. Historia de la monarquía (Planeta. Historia y Sociedad, páginas 164 y siguientes) en España el monarca, en palabras de Cánovas del Castillo, "no jura para ser rey sino por serlo" de tal manera que su proclamación es ante las Cortes, pero no por las Cortes porque lo contrario sería tanto como dejar a la discrecionalidad de las Cámaras su condición de jefe del Estado instaurándose así una monarquía electiva, en nada querida ni articulada por los constituyentes.

Como curiosidad muchas veces planteada hay que subrayar que en España los reyes no usan en absoluto corona. Existe una ceremonial que se utiliza en distintos actos. Data del siglo XVIII, es de plata sobredorada y nunca fue pensada para ponerse sobre las sienes de ningún monarca (tiene un diámetro de 185 mm), sino sobre sus catafalcos en las ceremonias fúnebres.

En abril de 1938 José Ortega y Gasset redactó en París un "Epílogo para ingleses" de su ensayo más conocido e influyente: La rebelión de las masas. Era un texto corto, un tanto displicente y poco convencido de que sus tesis fuesen apreciadas en el Reino Unido. En aquel epílogo el filósofo madrileño deslizó una de las frases más citadas en su posterioridad: "No hay un hecho más extraño en el planeta que el pueblo inglés".

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