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Carta al señor Ossorio, portavoz de la Comunidad de Madrid
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TRAS SUS DECLARACIONES

Carta al señor Ossorio, portavoz de la Comunidad de Madrid

Usted, portavoz de la comunidad en la que vivo y en la que pago mis impuestos, no puede apropiarse del dolor de 7.291 personas

Foto: Enrique Ossorio. (EFE/Kiko Huesca)
Enrique Ossorio. (EFE/Kiko Huesca)

Estimado señor Ossorio. Mi nombre es Ángeles Caballero Martín. Nacida en Madrid, criada en Getafe. Hija de Manuel y Julia. Manuel nació en Badajoz, como usted. La Martín nació en Hospitalet de Llobregat y murió el 21 de marzo de 2020 en una residencia de Madrid. Empezó la primavera al mismo tiempo que mi orfandad, metida en casa, sin poder darle la mano, sin poder darle un beso.

Aquel fue un día raro, una agonía previamente narrada con todo lujo de detalles por teléfono. Fue enterrada cuatro días después en uno de los nichos del cementerio donde están sus padres y su marido. Su lápida llevaba el número 83 y diseñé el texto y el tipo de letra de su nicho con un mensaje de WhatsApp. El marmolista me recomendó ponerle algo de color, una rosa roja esculpida en la piedra, porque iba a quedar más vistoso. Pero mi madre odiaba el 'colorao' porque decía que es un color que solo llevan las frescas, así que lo dejamos sin florituras.

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No sé qué número lleva mi madre en el conteo de muertos. Pero fueron 7.290 historias más en esos días, en esas semanas. Fueron 7.291 personas fallecidas en las residencias de la Comunidad de Madrid. Mi teléfono no ha sonado desde ese arranque primaveral de 2020, con todos metidos en casa esperando a las ocho para aplaudir en los balcones. Pero es que yo, señor Ossorio, en realidad no soy nadie. Y en todo este tiempo han pasado muchas cosas en mi vida. También en las de otros familiares, intuyo.

Hay días en los que nos ha venido un llanto a la mínima por la cosa más tonta. A veces es el olor de su perfume, o alguien que se le parece. A veces basta con ver a cualquiera de los miles de señoras que pasean, que de repente se convierten en ella, aunque no se parezcan. La semana pasada me pasó viendo a una hermana de Ortega Cano en ‘Sálvame’. “Anda que no eres tuno tú ni na”, le dijo a Jorge Javier Vázquez. Y eso era lo que decía mi madre, Julia Martín. Tal cual. A mí, a cualquiera de mis hijos, a usted mismo si le hubiera venido en gana. Menuda era. Fiera, entregada, desconfiada.

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Hay veces, señor Ossorio, que uno debe medir sus palabras. Se lo digo yo, que a veces me remuevo, me llevan los demonios, y en casa me dicen que bajo esa apariencia de mujer vivaracha se esconde un trueno desbocado. Que el día menos pensado salen y acaban con la escasa reputación que tengo. Uno no debe dejarse devorar por las emociones, me dicen. Uno debe asesorarse mejor, le digo.

Mi teléfono no ha sonado durante todo este tiempo, tampoco el de las plataformas Verdad y Justicia, Marea de Residencias y Pladigmare. Yo soy autónoma, así que estoy a su disposición cuando usted me diga. Porque para ir a la sede de la Comunidad de Madrid, en la Puerta del Sol, tengo línea de metro directa desde casa. Usted me dice y yo voy. Y le cuento cómo lo llevo, y le digo cómo va mi duelo. Y mi día a día. Prometo dejarme el mal genio en casa. Ya saben mis patrones que soy de poco discutir y mucho de llorar.

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Usted, portavoz de la comunidad en la que vivo y en la que pago mis impuestos, no puede apropiarse del dolor de 7.291 personas. Básicamente, porque son un montón de duelos y un montón de víctimas directas y colaterales con las que no ha hablado y, por tanto, desconoce la necesidad de tener una comisión de investigación que indague en lo que pasó esos días. Está mi tío Gregorio, por ejemplo, hermano mayor de mi madre, con el que lloro cuando nos abrazamos y no necesitamos decir por qué. Está su otra hermana, MariCarmen, que tampoco lo ha superado. Siempre ronda la emoción cuando hablamos. No es que no queramos reabrir la herida, señor Ossorio, es que no la hemos cerrado.

A veces la herida supura al escuchar según qué cosas. Me pasó hace mucho, con la pandemia aún desatada, en el programa ‘Al rojo vivo’. Hablábamos de la gestión de la pandemia, de la comunidad y del Gobierno del que usted forma parte. Enric Juliana dijo que habían optado por una máxima: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. En ese momento la cámara me enfocó y a mí se me desencajó la mandíbula, la cuenca de los ojos se me quedó pequeña. Me pasó este martes, en la presentación de ‘Morirán de forma indigna’, el libro del exconsejero de Asuntos Sociales Alberto Reyero. Cuando contó que tras una reunión aquellos días de marzo de 2020 recibió un mensaje de uno de sus compañeros: “Les da igual”. Esta vez nadie me enfocaba y yo tenía mi pañuelo listo para rescatarme.

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Y esas tres palabras resumen mucho de lo ocurrido. Porque les dio igual en marzo de 2020 y les da igual en octubre de 2022. Y no pasa nada. Porque en las urnas hemos decidido cambiar viejos por cervezas. Y no seré yo quien discuta el resultado de una votación democrática. Con estos bueyes tenemos que arar, con esta decencia de la que usted parece carecer me enfrento yo a mis días laborables, mis festivos y mis fiestas de guardar. A esos días en los que me digo que tengo que meter un lanzallamas en el bolso, aunque luego me contenga.

A veces, señor Ossorio, le escucho y me convierto en trueno desbocado. Pero luego lo pienso, y me acuerdo de ella, de otros familiares con los que he tenido la oportunidad de hablar este tiempo, de las mujeres que se ocuparon de la Martín en sus últimas horas. Y gana la decencia. Y pierden los insensibles como usted.

Pero sepa que tiene remedio. Solo nos separan tres paradas de metro. El café y el duelo los pongo yo.

Saludos

Estimado señor Ossorio. Mi nombre es Ángeles Caballero Martín. Nacida en Madrid, criada en Getafe. Hija de Manuel y Julia. Manuel nació en Badajoz, como usted. La Martín nació en Hospitalet de Llobregat y murió el 21 de marzo de 2020 en una residencia de Madrid. Empezó la primavera al mismo tiempo que mi orfandad, metida en casa, sin poder darle la mano, sin poder darle un beso.

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