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Nuestra Historia, a través del listín telefónico: "Hay meses que me dejo el salario en guías"
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UN ALICANTINO LAS COLECCIONA

Nuestra Historia, a través del listín telefónico: "Hay meses que me dejo el salario en guías"

Antonio Teruel, un periodista de Alicante, atesora miles de listines telefónicos. Con ellos, traza los cambios demográficos, sociales y económicos que ha habido en España

Foto: Antonio Teruel posa con algunas guías telefónicas de su colección. (M. L. R.)
Antonio Teruel posa con algunas guías telefónicas de su colección. (M. L. R.)

Hasta los años 90, hubo pueblos en España donde solo había un teléfono. Podía estar en un bar o en la vivienda de un particular. Pero quienes querían realizar una llamada pasaban por allí, pedían el aparato, llamaban a sus allegados y, naturalmente, pagaban unas pesetas por el servicio. Como si hubieran hecho uso de una cabina. Aunque más marciano resultaba comunicarse en el sentido contrario, esto es: llamando desde cualquier otro lugar al único teléfono del pueblo. "A mediados de los 80, cuando mi padre quería hablar con su familia, en una localidad de Almería, todo se preparaba con muchísimo tiempo. Le tocaba llamar por la mañana a la casa donde estaba el auricular. Entonces, pedía a quien tocara que, por favor, visitara a pie a sus familiares y les diera el recado: él llamaría de nuevo sobre las ocho. A sus allegados les tocaba obedecer y acudir allí, junto al único teléfono del pueblo y en esa casa que no era suya, algo antes de la hora acordada", recuerda Antonio Teruel (Ibi, Alicante, 1979).

Teruel es periodista, aunque estos recuerdos poco tienen que ver con su carrera como informador. Más bien, parten de una aventura personal. Desde que apenas contaba seis años, le encantaba hojear la guía telefónica en casa de sus padres. Recuerda bien la portada verde, el color corporativo de la entonces pública Telefónica. Su familia la guardaba en un cajón, en el mueble de la televisión, sin saber que allí escondían un tesoro, al menos para Antonio. "Me gustaba leer los nombres de pueblos de mi provincia por orden alfabético, o ver cuánto cambiaban los números de un municipio a otro", recuerda. Antes de la adolescencia, Teruel ya empezó a guardar los listines de otras provincias y otros años diferentes al suyo, según se los iba encontrando. El coleccionismo deliberado empezó hace justo una década. Es pura coincidencia, pero fue en 2012 cuando se dejaron de editar en papel las famosas Páginas Blancas y Páginas Amarillas con las que él tanto ha descubierto.

placeholder Algunas de las guías de Antonio. (M. L. R.)
Algunas de las guías de Antonio. (M. L. R.)

El primer hotel de Benidorm que se puso un teléfono y se anunció en la guía lo hizo en los 50. A mediados de los 60, llamar hasta Argentina costaba al menos 987 pesetas. Las chicas del cable, como las hemos conocido en la serie de Netflix, trabajaron en España hasta 1988, cuando se cerró la última centralita de Telefónica y todos los teléfonos en nuestro país tuvieron por fin un número propio, al que llamar sin ayuda de una operadora profesional. Todo esto aparece en las más de mil guías telefónicas que Teruel guarda por casa.

Lucen ordenadas en estanterías, ya sea en el comedor, el dormitorio o en algún recoveco del pasillo. También hay algunas en la vivienda de sus padres. "Cuando viajo, pregunto en los hoteles si guardan alguna guía. Si me la regalan, me la quedo, claro", cuenta Antonio. Todos los días, dedica algún rato a buscar por las redes, en tiendas de segunda mano, si alguna que le falte está a la venta. Ahora mismo está esperando a que baje de precio el listín de Asturias en 1975, y por el que piden unos 110 €. Como imagina, habrá quien la quiera para decorar la casa, o porque es antigua, pero él no suele pagar tanto. Alguno de sus volúmenes le habrá costado menos de 10 €. "Ahora, hay meses en los que me he gastado la mitad del salario", reconoce.

"Hay meses que me he gastado la mitad del salario en guías telefónicas"

Cuando las guías llegan a casa, durante un tiempo, se quedan amontonadas en cajas. Aguardan a que Teruel las pueda colocar en las estanterías. Quienes crecieron hará dos o tres décadas en provincias muy pobladas, como Madrid o Barcelona, quizá recuerden libros muy abultados, con cientos de apartados y secciones, que se entregaban gratis una vez al año. Pero hay listines que apenas ocupan unas 20 páginas. Y Antonio guarda como un tesoro una Lista de abonados al teléfono de 1929 que reúne los números de Soria, La Rioja y Navarra: un ordenamiento geográfico completamente ajeno a la actual España autonómica. De Teruel, esa localidad llamada igual que su apellido, conserva dos guías muy concretas. En la de 1935, el listín refleja la actividad de una pequeña ciudad cualquiera; por teléfono, se podía contactar con cientos de comercios y particulares. A finales de 1939, cuando se publicó la guía de ese año, ya solo quedaba un número al que llamar. La guerra civil se había llevado el resto.

placeholder Antonio sostiene una de sus guías telefónicas. (M. L. R.)
Antonio sostiene una de sus guías telefónicas. (M. L. R.)

Sastrerías, tiendas de sombreros o imprentas son algunos de los comercios que se anuncian entre aquellas páginas y que hoy ya no están. Al leer los nombres de los particulares, Teruel adivina que solo las familias más adineradas contaron con un auricular durante la primera mitad del siglo XX. Según van pasando las décadas, también ve que los apellidos se van mezclando. Algunos pueblos pierden abonados, por aquello de la España vaciada, pero otros crecen. El suyo, al igual que muchos en la provincia de Alicante, despuntó al calor de la industria juguetera. Por las guías asoman no solo fábricas de juguetes, sino de plásticos y metales. También, las cafeterías que daban de comer el menú del día a los empleados de unas y otras. Eso, en las Páginas amarillas, que harían las delicias de cualquier experto en publicidad. Antonio, con todo, prefiere las otras, las Páginas blancas, en las que los particulares desfilan por estricto orden alfabético, con su apellido y su inicial. Como mucho, acompañados de una sola palabra que definiera su oficio. Ni el aragonés José Antonio Labordeta ni Rocío Jurado, en la gaditana Chipiona, ocultaron sus teléfonos en las guías de los años 80. El escritor Azorín figuraba en ella bajo su célebre seudónimo.

"Estas guías ofrecen una fotografía fija de un momento y un lugar. Dan una información muy útil que debería estar al servicio del público", reflexiona Teruel. Él lamenta el caso de la Biblioteca Nacional, que guarda una gran colección, pero no permite su consulta. En la Biblioteca de Catalunya, en cambio, sí se puede acceder a las guías que allí se conservan, aunque son muchas menos. Mientras tanto, los amigos de Antonio le piden mirar las que este guarda en casa. Un allegado de Calpe, también en Alicante, quiso buscar en ellas la papelería de su madre. Un conocido que nació en Bernardos, Segovia, aprovechó lo que encontró en los listines y amplió la entrada de su pueblo en Wikipedia. Aunque la colección de Teruel es personal, este no descarta ponerla al servicio de la investigación universitaria. De momento, aunque sin vocación académica, él ya ha trazado la historia del municipio toledano Herreruela de Oropesa en un hilo de Twitter.

placeholder Antonio Teruel en su domicilio. (M. L. R.)
Antonio Teruel en su domicilio. (M. L. R.)

Por la noche, en ese rato en el que algunos se llevan un libro a la cama, y otros los dispositivos móviles, Antonio prefiere leer sus guías. Acostado, intuye que a los pueblos del litoral el teléfono llegó más bien pronto, pero no por su tamaño, sino por quedar cerca del tendido. Porque le faltan muchos listines de Palencia, cree que jamás logrará terminar su colección. "Y además, no me gustaría acabarla nunca, ya que esto me relaja muchísimo", apunta. Antes de apagar la lamparilla, le hinca el diente a la guía de Cáceres de 1983.

Hasta los años 90, hubo pueblos en España donde solo había un teléfono. Podía estar en un bar o en la vivienda de un particular. Pero quienes querían realizar una llamada pasaban por allí, pedían el aparato, llamaban a sus allegados y, naturalmente, pagaban unas pesetas por el servicio. Como si hubieran hecho uso de una cabina. Aunque más marciano resultaba comunicarse en el sentido contrario, esto es: llamando desde cualquier otro lugar al único teléfono del pueblo. "A mediados de los 80, cuando mi padre quería hablar con su familia, en una localidad de Almería, todo se preparaba con muchísimo tiempo. Le tocaba llamar por la mañana a la casa donde estaba el auricular. Entonces, pedía a quien tocara que, por favor, visitara a pie a sus familiares y les diera el recado: él llamaría de nuevo sobre las ocho. A sus allegados les tocaba obedecer y acudir allí, junto al único teléfono del pueblo y en esa casa que no era suya, algo antes de la hora acordada", recuerda Antonio Teruel (Ibi, Alicante, 1979).

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