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Una misa de domingo en ucraniano con olor a incienso y a café
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En una iglesia de Madrid

Una misa de domingo en ucraniano con olor a incienso y a café

Hay sobriedad en la ropa y contención en los gestos. Hay algún lazo con los colores de la bandera en la solapa y en un par de trenzas

Foto: Imagen de la iglesia. (A. C.)
Imagen de la iglesia. (A. C.)

Faltan dos minutos para la tres de la tarde del domingo y ya no queda sitio libre en los bancos ni paredes en que apoyar la espalda en la parroquia del Buen Suceso. Queda poco para que comience la segunda de las misas por el rito ucraniano que se celebran en esta iglesia de la madrileña calle Princesa y hay mucho silencio. También cruces de miradas, muchos ojos azules y ámbar muy claro, rostros blanquísimos y cabelleras rubias.

Hay sobriedad en la ropa y contención en los gestos. Hay algún lazo con los colores de la bandera en la solapa y en un par de trenzas, pañuelos con los colores amarillo y azul al cuello, banderines asomando por algún que otro bolso. Un cartel con un versículo de la Biblia: “No os canséis de hacer el bien”. Gálatas 6:9. Y velas, muchas velas encendidas.

En la parte superior del templo, un coro no para de cantar canciones. Son voces suaves en un idioma ininteligible para la que escribe. Así será durante las casi dos horas que durará la eucaristía celebrada por Iván Lypka, un sacerdote que desde hace dos décadas asiste a la comunidad ucraniana de rito oriental.

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Es una ceremonia en la que solo hablará él y que se parece muy poco a la católica. Se celebra con el sacerdote dando la espalda a esos bancos abarrotados de gente. Fieles que no paran de santiguarse y agachan la cabeza. Fieles que se arrodillan en varias ocasiones y un sacerdote con voz rotunda que repite muchas veces la palabra Ucrania y reparte incienso en el altar y hacia los primeros bancos.

El respeto pesa en el ambiente. También el miedo y la incertidumbre. Ucranianos de todas las edades. Ancianas con muletas y bebés de meses. Quizá para los anticlericales esto tiene el mismo efecto que la homeopatía, pero no hace falta entender una palabra para comprobar que la cabeza está en esta iglesia del barrio de Argüelles y también en cualquier parte del país bombardeado por obra y desgracia de Vladímir Putin. Y que rezar les reconforta.

Una fiel del último banco asiente cada poco a las palabras del sacerdote en lo que una intuye que es el sermón. Viene el momento de la ofrenda y en las cestas los billetes se agolpan. Varios de cinco, muchos de 20 y 50. Un matrimonio español de unos 70 años aparece pasada más de la mitad de la ceremonia. Ella le pide al marido en voz muy baja que haga fotos. Él tiene prisa por irse porque no entiende nada. Su mujer le ruega que aguante, que se trata de estar ahí aunque hasta santiguarse sea distinto.

"Os lo decimos de corazón, estamos con vosotros", dice un español a algunos asistentes

Es una misa en la que no paran de cantar y en la que el sacerdote pronuncia en voz alta los nombres de los y las fieles justo antes de darles la comunión. Una celebración que culmina con olor a café y pasteles procedente de la sacristía. Será la recompensa a la salida servida en bandejas por varios monaguillos.

“Os lo decimos de corazón, estamos con vosotros”, dice un señor español a algunos de los asistentes. En ese momento se percibe un amago de abrazo que no culmina. La acera está llena de corrillos. Gente que sonríe y come con ganas. Una sigue sin entender nada de lo que están hablando, pero concluye que lo mejor es irse y no romper esa comunión con preguntas. Hoy no.

Faltan dos minutos para la tres de la tarde del domingo y ya no queda sitio libre en los bancos ni paredes en que apoyar la espalda en la parroquia del Buen Suceso. Queda poco para que comience la segunda de las misas por el rito ucraniano que se celebran en esta iglesia de la madrileña calle Princesa y hay mucho silencio. También cruces de miradas, muchos ojos azules y ámbar muy claro, rostros blanquísimos y cabelleras rubias.

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