Es noticia
Las americanas que viven en España nos explican cómo funciona nuestro país
  1. España
SUBGÉNERO: 'SHOCK' CULTURAL

Las americanas que viven en España nos explican cómo funciona nuestro país

Hablamos con las autoras de vídeos como '10 cosas que me sorprendieron al llegar a España' y un antropólogo nos ayuda a entender qué tenemos de especial

Foto: Ilustración: Laura Martín.
Ilustración: Laura Martín.

Decía el artista minimalista Donald Judd que los conejos, las codornices, los lagartos y los insectos no saben que un paisaje es hermoso. Para ellos, simplemente existe. Algo semejante ocurre con los habitantes de un país, que son incapaces de apreciar el lugar en que viven. Simplemente es. A menudo necesitamos la mirada extranjera para saber dónde nos encontramos.

En los últimos años, gracias a YouTube, Instagram o TikTok, se ha puesto de moda un pequeño subgénero que granjea cientos de miles de clics, el de los 'shocks' culturales. Vídeos, o pequeñas ‘reels’, en que una persona que se ha instalado en un país explica a sus compatriotas lo que más le ha impactado del lugar al que ha emigrado. Por supuesto, España tiene los suyos, la mayoría de ellos registrados por estadounidenses que han venido a nuestro país a aprender el idioma, estudiar, trabajar, o todo al mismo tiempo.

"La primera vez que me saludaron en el vestuario, pensé que me habían confundido"

Todas ellas suelen empezar con una aclaración: España es mucho más que paella (‘paie-ia’), toros y buen tiempo. Los descubrimientos son infinitos: desde la afabilidad de la gente del sur hasta las ventajas de no tener que ir en coche a todas partes pasando por las persianas (siempre las persianas) o los mandos de la ducha. Al parecer, en Estados Unidos, las duchas no tienen mando y uno tiene que colocarse siempre debajo del chorro, como Marion Davies en ‘Psicosis’.

Estos vídeos, aunque puedan ser superficiales, proporcionan un interesante caudal antropológico para entender nuestra sociedad. Nos sumergimos en los principales 'shocks' culturales de la mano de Alberto del Campo Tejedor, catedrático de Antropología Social de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y autor de libros como ‘La infame fama del andaluz’ y editor de ‘La vida cotidiana en tiempos de la covid’. Dentro espejo.

Un país íntimo (pero no es Colombia)

Cuando Susanna Rajala llegó a España desde Maine, la tierra de la langosta y de Stephen King, se dio cuenta de que todo el mundo la saludaba. Incluso en los vestuarios del gimnasio. “Pensaba que se había equivocado, que me había confundido con otra persona, me sentí muy confundida”, explica a El Confidencial en un discurso lleno del coloquial ‘like’, “en plan”. “Cuando estás en público en Maine normalmente no saludas a alguien que no conoces. Los españoles son, ‘like’, que tocan más a las personas, lo he visto en otros profesores. En EEUU está mal visto tocar a colegas en el trabajo, es demasiado íntimo”.

Las fronteras de la intimidad están mucho más cerca en España que en los países anglosajones, como explica Del Campo. “Es muy sutil y en cada cultura hay una distancia entre los cuerpos que tomamos como normal: en Colombia alguien desconocido puede aproximarse a una distancia que aquí resultaría ofensiva. De igual manera, los anglosajones pueden experimentar lo mismo con nosotros”.

A veces, esto simplemente consiste en no chocarse por la calle. Nina Bosken es otra ‘instagrammer’ que se dedica a narrar sus aventuras españolas (ahora, en Logroño) y que nunca habría pensado que viviría en un lugar donde puedes chocarte con alguien por la calle. “Algo que me cuesta, aunque la gente no lo haga con intención, es el espacio personal”, explica. “Mucha gente no se da cuenta de que viven en una ciudad y se chocan contigo, en EEUU tienes que evitar chocar siempre”.

Lo más llamativo es que eso también se traslada a las nuevas tecnologías: para un ‘guiri’, ya no solo las llamadas de teléfono sino también los mensajes de audio de WhatsApp resultan muy invasivos. “Para mí fue muy chocante que los españoles mandasen tantos mensajes de audio, hablé con una chica australiana y pensaba lo mismo, era muy incómodo para nosotras”, añade Susanna. “Estamos más acostumbrados a escribir, era demasiado íntimo que me enviasen un mensaje de audio”.

"Le damos más credibilidad a lo oral que los anglosajones, ya que para ellos es un rasgo que denota informalidad"

Del Campo recuerda que es un ejemplo de las diferencias entre las culturas de la oralidad, como la nuestra, y las de la escritura. “La idea de que la escritura es un trato más civilizado es muy urbana, parte de un proceso de civilización que considera que lo oral es lo rústico, mientras que lo escrito impone un trato más distanciado y reflexivo”. Eso también quiere decir que lo escrito nos parece menos espontáneo, porque podemos enmendarlo. Incluso más sibilino. “Ese elemento de improvisación hace que le demos mayor credibilidad a lo oral que los anglosajones, para los que es un rasgo de informalidad”.

Una frase resume toda esa cosmogonía: “Eso no me lo dices a la cara”.

Nuestros queridos horarios infernales

Si hay algo que se repite una y otra vez en los vídeos de nuestras visitantes es su fascinación por uno de los aspectos más tópicos: la siesta en particular y la relajación de horarios en general. Como hemos explicado en alguna ocasión, somos el país que más tarde sale de trabajar, gracias, en parte, a una jornada que se extiende a lo largo del día, con largas pausas para comer que hace que una cuarta parte de los ocupados termine de trabajar a las siete.

¿Pero de verdad les gustan esos horarios? “Puedo entender tu perspectiva porque también pensaba lo mismo al principio, si alguien empieza a trabajar a las nueve o las diez y tiene que volver de nuevo después de la siesta y acabar por la noche es un día muy largo, pero depende de tu trabajo: yo voy a un colegio y termino a las dos, así que para mí es como para descansar”, me dice Susanna. “Me gusta dormir la siesta, aunque no lo pueda hacer todos los días”, coincide Nina. “Pero no pienso que seáis unos vagos por echaros la siesta ni nada de eso”.

El ‘shock’ cultural hace que apreciemos más lo que no tenemos. Del Campo aporta una explicación antropológica relacionada con nuestro uso del tiempo: quizá lo que disfruten no sea tanto la siesta en sí como la posibilidad de disfrutar de una relación con el tiempo más relajada. Para el antropólogo, es lo primero que uno descubre cuando se muda a otro país: “La cuestión del tiempo es impactante: tenemos la idea de que hay un tiempo natural, cronológico, que está dictado por los astros y la física, pero cada sociedad experimenta el tiempo de forma distinta”.

En nuestro caso, se trata de un tiempo flexible frente a uno “rígido y concreto”. “En las culturas donde te inculcan desde pequeño que el tiempo tiene que ser productivo es posible que se sienten liberadas al llegar aquí”, añade. “Si uno lee los discursos de los religiosos del siglo XVII o del siglo XVIII, en las culturas calvinistas y luteranas ves que una de las obsesiones no es tanto el pecado de las relaciones sexuales prematrimoniales sino la idea de perder el tiempo”. El tiempo del monasterio, en el que cada hora está destinada a una actividad diferente, es convertido por el calvinismo en el tiempo productivista del trabajo. “En EEUU el tiempo es dinero”, sintetiza Susanna.

"Los españoles no tenéis ansiedad por terminar las cosas rápido"

Como explica otra ‘youtuber’ llamada Hola Morgan, la gente nunca tiene prisa, ni se preocupa demasiado por la puntualidad: “Los españoles no tienen ninguna sensación de urgencia, ni ansiedad por terminar las cosas, y eso me pareció muy liberador como una persona que tiene problemas de ansiedad”. La cultura española, añade el antropólogo, está más cerca del trabajo lento y bien hecho. “El tiempo y la economía están íntimamente relacionados: si produces algo en la mitad de tiempo es más rentable, y esa idea se inculca mucho más en esos países”.

“Se dan cuenta de que aquí, en lugar de comer rápidamente mientras estás trabajando, nadie deja de tomarse su cerveza con los colegas”. Siguiente parada: el bar.

El bar no es para comer y beber

El reflejo más claro de esta divergencia en la concepción del tiempo es el bar. Rápidamente, las visitantes descubren que la restauración no es, como en el mundo anglosajón, un lugar de ingesta de calorías. Susanna, que ahora vive en un pequeño pueblo de Almería llamado Garrucha, recuerda que, en sus casi cinco años en España, solo le ha ocurrido una vez algo que es muy habitual en su país: que el camarero le invite a marcharse entregándole la cuenta pronto o preguntándole con insistencia si quieren algo más.

“Antes de mudarme aquí nunca había experimentado la cultura de las terrazas. Claro, tenemos cafeterías y bares en EEUU, pero es una actividad económica en lugar de una actividad social. Como los camareros dependen de las propinas, te echan más rápidamente de las mesas”, explica en otro vídeo. “Me gusta la cultura de las terrazas”.

Un elemento mediterráneo por antonomasia. “La comensalidad es muy mediterránea”, explica el antropólogo. “De nuevo, está relacionado con el tiempo y el dinero: tenemos la idea de que merece la pena interrumpir el tiempo productivo por un tipo de ocio y diversión, pero al que se da importancia porque se le da un goce a través de la comida y la bebida, tiene un elemento dionisíaco”. Además, funciona como umbral entre dos mundos, el del trabajo y el de la intimidad: “Es como si entre el trabajo y las obligaciones domésticas tuviese que haber un elemento ritualizado de libertad, donde se hacen cosas que no tienen ninguna productividad, no consumes algo por sus calorías, sino porque te apetece”.

"Aquí buscamos algo que rompa lo ordinario y lo cotidiano, como el bar"

Del Campo, que vivió en Suiza, recuerda que allí no existe la concepción de tomarse un respiro ocioso fuera del fin de semana. “Lo normal es esa segmentación temporal en la que existen los fines de semana y no se concibe que haya pausas en el tiempo ordinario, aquí se concibe mucho más buscarse la vida para introducir algún elemento que rompa lo ordinario, lo cotidiano, la obligación y la rutina. El bar proporciona eso”.

Las grandes llanuras contra el barrio

Lo decía uno de los protagonistas de ‘Cielo amarillo’, el ‘western’ de William Wellman: “Un desierto es un espacio y los espacios se cruzan”. Para los americanos, el espacio a cruzar es nuestro país es mucho más pequeño, como recuerda la texana Rachel Anne, que en uno de sus vídeos realiza una confesión impactante para los usuarios del bonobús: “Me encanta el transporte público porque me parece un invento muy bueno y antes de mudarme a España nunca había montado en tren de larga distancia”.

Una de las cosas que echa de menos de su país Susanna es el centro comercial a lo Walmart, donde poder hacer de una vez todas las compras. “Algunas personas me han dicho ¡niña, que tenemos El Corte Inglés!”, recuerda. “La diferencia es que allí vas al Walmart o Target diariamente, son supermercados normales donde puedes comprar todo, ‘like’, piezas para tu coche, armas (en serio), cualquier cosa. El Mercadona o el Consum están bien porque puedes entrar y salir más rápido, pero para mí son súper pequeños”.

Si antes hablábamos del tiempo, ahora se trata del espacio, relacionado con la visión capitalista de la abundancia XXL. Del Campo vivió en Northfield (Vermont), muy cerca de Maine, y recuerda que en EEUU “hay un valor que tiene que ver lo grande: el coche grande, la hamburguesa grande, el ‘mall’ grande, que no es ajeno a ser un país de extensiones enormes”. La máxima expresión del capitalismo es esa conjunción de tiempo, espacio y economía que se produce en la compra ‘online’ de plataformas como Amazon, “donde yo con un clic puedo tenerlo todo porque con dinero y una tarjeta de crédito se genera una conjunción de elementos que todavía no se da de la misma manera en España, donde tenemos la idea de que las cosas no se hacen inmediatamente, que las cosas que merecen la pena llevan su tiempo. Allí, lo de esperar una hora y pico a un arroz es inconcebible”.

"Echo de menos invitar a la gente en casa, aquí quedáis siempre en los bares"

Esta concepción del espacio y del tiempo también influye en los lugares de socialización. Una de las cosas que más echa de menos Nina, por ejemplo, es invitar a sus amigos a casa, algo en lo que influye tanto las costumbres como el tamaño de los hogares. “A la gente le gusta tener su jardín e invitar a la gente a casa, aquí sois más de quedar en bares, eso sí lo echo de menos”.

Un país sexualmente tolerante

Susanna es miembro de la comunidad LGTBI+ y una de las cosas que más le sorprendió para bien al llegar a nuestro país es la tolerancia por parte de sus compañeros, incluso en un pueblo pequeño, algo que sería impensable allí. “Estaba un poco nerviosa, porque en un pueblo americano me da miedo decir que soy bisexual, pero en mi colegio había una maestra lesbiana y los otros profesores hablaban con ella normal, le preguntaban por su esposa, en EEUU eso es mucho más controvertido”. Al fin y al cabo, España fue uno de los primeros países en aprobar el matrimonio homosexual.

Para el antropólogo, eso también está relacionado con nuestras concepciones de la moral. “La cuestión de la sexualidad en las culturas anglosajonas tiene el doble filo del puritanismo: eres libre, pero esto tiene una dimensión moral mucho más importante que en las nuestras”, explica. ¿Y la severidad católica, qué pasa con ella? “Más allá de esa lectura hay una cierta concepción quizá no de la libertad sexual, pero sí de una mayor permisividad en cuenta a la idea del goce, del placer, la idea hedonista de que uno debe disfrutar de su vida sí que está mucho más arraigada y la de que uno debe someterse a la disciplina goza de mucho menos prestigio que en otras culturas”.

Como recuerda, todas las sociedades viven tensionadas por distintas fuerzas que tiran en direcciones opuestas.

Norte y sur

Otro tópico que suele aparecer en estos vídeos es que el sur es mucho más abierto que el norte. Nina, por ejemplo, vivió durante dos años en Granada antes de mudarse a Logroño, y admite que le ha sido mucho más difícil hacer amigos allí que en el sur. Ninguna niega la amabilidad norteña, pero sí recuerdan que es más complicado integrarse: “La gente es muy de su patria. No abren sus cuadrillas. Cuando vienes de fuera y quieres hacer amistades, aquí puede ser más difícil. Es algo que me sorprendió. En EEUU somos más abiertos a ese respecto, no me importa mezclar los amigos de toda la vida con los de la universidad, no somos tan cerrados”.

"La sociabilidad en el sur es espontánea, pero no es tan fácil hacer amigos"

Pero Del Campo, que ha estudiado los tópicos sobre Andalucía, tiene algo que decir. Es posible que, al contrario de lo que les parece a nuestras visitantes, sea incluso al revés. “Es verdad que la idea de la cuadrilla, de un contexto muy estrecho de fidelidades casi sagradas en las que uno tiene los mismos amigos hasta la muerte es muy del norte, y que en el sur hay más posibilidades de entablar una relación amistosa, con mucha confianza desde el principio, que es algo que puede llamarle la atención a alguien de fuera de España, pero que la gente del sur comprende que no es la amistad”.

Un ejemplo es que en el sur es poco frecuente que una persona invite a otra a su casa. “La sociabilidad es muy espontánea, tienes la sensación de que te puedes tomar una cerveza con cualquier persona, pero eso no implica un vínculo de amistad como sí ocurre en el norte, como se ve en los 'txokos', con gente que lleva 70 años junta”, añade. “Pueden llegar a la conclusión de que la gente es abierta pero no, hay distintos niveles. Ese nivel de sociabilidad, de espontaneidad, de trato coloquial se da con rapidez, pero el nivel de amistad es incluso más difícil que en otros contextos, como la casa”.

Una buena lección para antropólogos de andar por casa como el que firma: las cosas no son siempre lo que parecen a primera vista.

La guía Baedeker de nuestro tiempo

Es revelador comprobar cómo gran parte de estas ideas ya estaban recogidas hace más de un siglo, a finales del XIX, en las famosas guías Baedeker, que servían de orientación para los viajeros internacionales. En la de 1898, por ejemplo, se lee algo que nos podría haber contado una ‘youtuber’ del siglo XXI: “En los círculos más educados, especialmente en el sur de España, el extraño puede dejarse llevar por el feliz, animado y atento tono de la sociedad, por la encantadora espontaneidad de sus maneras, y por la algo exagerada educación de la gente que conoce” o “La gente de las provincias vascas se encuentra a un nivel mucho más alto de civilización que el campesinado del resto del país”.

Como recuerda el antropólogo, “los estereotipos son visiones simplificadas que algo tienen que ver con la realidad”. Aunque la sociedad parezca cambiar, conserva algunos de sus rasgos distintivos, como se puede comprobar poniendo al lado a los viajeros del siglo XIX y los del XXI. “Todas las sociedades te proporcionan unas cosas y te quitan otras”, concluye. “Como decía Freud, la sociedad es el no. Frente a una sociedad que te promete libertades y el sueño americano, cuando viajan a otros lugares se dan cuenta de lo que no tienen. Ninguna sociedad es perfecta ni proporciona todo a los miembros que la componen”.

Decía el artista minimalista Donald Judd que los conejos, las codornices, los lagartos y los insectos no saben que un paisaje es hermoso. Para ellos, simplemente existe. Algo semejante ocurre con los habitantes de un país, que son incapaces de apreciar el lugar en que viven. Simplemente es. A menudo necesitamos la mirada extranjera para saber dónde nos encontramos.

Estados Unidos (EEUU) Social LGTBI
El redactor recomienda