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Los servicios sociales, exhaustos: "La demanda se ha multiplicado por cuatro"
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Los servicios sociales, exhaustos: "La demanda se ha multiplicado por cuatro"

“La demanda de ayuda social se ha multiplicado por cuatro, pero estamos con menos recursos incluso que en la primera ola”, explica Mónica Ares, una trabajadora social

Foto: Mónica Ares, trabajadora del centro cívico del barrio de Gamonal, en Burgos. (M. G. A.)
Mónica Ares, trabajadora del centro cívico del barrio de Gamonal, en Burgos. (M. G. A.)

Antes de la pandemia, en la entrada del centro cívico del barrio de Gamonal, en Burgos, había siempre grupos de gente mayor jugando a las cartas y leyendo el periódico. Y, en el parque de fuera, los columpios no estaban precintados. Ahora, la gente mayor que pasaba ratos en el centro cívico hace meses que apenas sale de casa, y menos aún con el frío y el recrudecimiento de la segunda ola de coronavirus, que ha convertido esta ciudad castellanoleonesa en una de las más afectadas.

Aunque ahora el edificio está prácticamente vacío, en los despachos de los trabajadores sociales al fondo del pasillo, donde está el Centro de Acción Social, tienen más trabajo que nunca: “La demanda de ayuda social se ha multiplicado por cuatro, pero estamos con menos recursos incluso que en la primera ola”, explica Mónica Ares, una trabajadora social del centro. Tiene siete compañeros de baja por covid, un tercio de los que son. “Pero no se cubren las bajas y estamos agotados, porque cada vez hay más necesidades básicas y más urgencia”. El trabajo de esta funcionaria va desde la gestión de ayudas a domicilio de gente dependiente al seguimiento de víctimas de violencia de género y atender a las familias vulnerables que necesitan ayudas básicas, como alimentos o vivienda.

"No se cubren las bajas y estamos agotados, porque cada vez hay más necesidades básicas y más urgencia"

“En nuestro barrio, se ha disparado la atención a personas mayores dependientes con la pandemia, y ahora muchos familiares cuidadores de pronto están afectados por covid-19. Nos llaman porque ya no pueden cuidar a su familiar, y pasa lo mismo con la atención a la infancia”, explica. “Todas esas personas que acudían al servicio de día de repente requieren comida a domicilio o teleasistencia. Pero no hay más trabajadores sociales, sino menos”, insiste. “Estamos muy preocupados, porque empiezan a incrementarse de nuevo las necesidades básicas, igual que en el primer confinamiento. Llevamos ya 15 días con cierre de hostelería y se disparan las peticiones de ayuda, pero, pese a la pandemia, no ha llegado personal nuevo y, si ya había carencias antes, imagínate ahora”.

No es un problema aislado. “Los trabajadores sociales en toda España están exhaustos y muy preocupados”, afirma Inés Calzada, profesora de Metodología de las Ciencias Sociales de la Universidad Complutense de Madrid. Junto a un equipo de politólogas, trabajadoras sociales y antropólogas, Calzada ha coordinado el estudio académico “Los servicios sociales ante la pandemia”. Para analizar la situación, han entrevistado a decenas de profesionales del sector en diferentes autonomías y la conclusión es compartida: “Agobio, angustia, estrés. Es a ellos a los que les llegan las demandas más desesperadas. Como los médicos, están acostumbrados a que su trabajo siempre sea duro, pero esta vez están desbordados. Es a ellos a quienes les llega la gente que no tiene para darle de comer a su bebé y son ellos quienes tienen que decir que no les queda presupuesto”, afirma la socióloga.

Dos mascarillas y un móvil

En el despacho burgalés de Mónica Ares, una mampara de plástico separa su mesa de la silla donde se sientan las visitas. Es toda la protección con que cuenta para ejercer su trabajo de atención a los más vulnerables de Gamonal. Bueno, esa mampara y dos mascarillas FPP2 que tiene en un cajón. Las recibió hace varios meses, a la vuelta del verano, y no han llegado más. “Dos”, confirma con resignación. “Ya ni con mascarillas contamos. Nos parece ciencia ficción hasta que nos den material de protección. Nos dijeron que las administrásemos bien y solo las usáramos en las visitas a domicilio, pero que, para atender a gente aquí, no hacían falta”.

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Mónica Ares y Cristina Díez, trabajadora social del centro burgalés de Río Vena. (M. G. A.)

En marzo, cuando empezó el confinamiento, los trabajadores sociales vieron en toda España cómo se triplicaban los casos de un día para otro. “Solo llegábamos a lo más urgente y lo más grave. Si antes ya éramos pocos para todo el trabajo de servicios sociales básicos que había que atender, con la urgencia y las prisas de la segunda ola, estamos más desbordados que nunca. No tenemos miedo, pero estamos agotados”, afirma Ares, que se alegra de que, pese a los toques de queda y otros cierres, su trabajo pueda seguir siendo presencial. “Cuando alguien te habla por teléfono y te dice que está bien, no sabes si habla libremente, ni cómo está su casa. Las visitas a domicilio nos dan una información imprescindible en casos de protección de la infancia, de maltrato y de cómo está la gente mayor que vive sola y no siempre pide ayuda”, explica.

El trabajo sociológico de Calzada recoge esa inquietud, común entre los trabajadores sociales, por dar atención presencial: “El teletrabajo ha generado mucha preocupación”, destaca la socióloga. “En los casos de maltratos que se conocían, no se han dejado de hacer visitas con los equipos de protección ni en lo peor de la pandemia, el problema son todos los casos que se han dejado de detectar por los confinamientos”.

placeholder Centro cívico de Gamonal Capiscol, en Burgos. (M. G. A.)
Centro cívico de Gamonal Capiscol, en Burgos. (M. G. A.)

Al centro de Gamonal llegan demandas de ayuda de nuevos perfiles de personas que se han quedado sin ingresos de un día para otro. “Es gente a la que nunca se le había ocurrido que necesitaría venir”, comenta Ares desde detrás de la mampara. La demanda de ayuda social, desde los nuevos semiconfinamientos y el cierre de la hostelería, se ha multiplicado. Burgos es una de las ciudades españolas que más están sufriendo la pandemia en estas últimas semanas. Desde que se implantara el toque de queda el pasado 25 de octubre, lleva más de 100 muertos (en todo abril, el mes más negro, fueron 121). “Todavía falta lo peor por llegar”, opina Ares. “Muchas familias andan tirando, pero se les van agotando los recursos y las ayudas sociales prometidas no llegan. Además, está toda la dependencia, que se está invisibilizando al cerrarse los centros de día, y hay muchos mayores encerrados en casa que no sabemos cómo están. No damos abasto. Por lo menos, los colegios funcionan, que para los niños es fundamental, porque es ahí donde se detectan sus necesidades y quienes nos avisan”.

No solo faltan recursos humanos y económicos, también logística básica. En este centro de atención, todos los trabajadores sociales tienen que compartir un mismo teléfono móvil. “En el confinamiento, no paraba de sonar. Era inasumible. Tratábamos de aprender a teletrabajar y coordinar las llamadas con un mismo número para todos. Si hubiéramos tenido uno cada uno, habría sido más ágil todo. La Administración no estaba preparada para el teletrabajo, pero entre todos hicimos lo imposible por llegar a la gente. Hay un orgullo profesional por todo lo que hemos innovado los trabajadores sociales. En esta nueva ola, tenemos más experiencia, pero como no lleguen más recursos, mucha gente se va a quedar tocada, porque no nos hemos recuperado aún del estrés y la ansiedad de la anterior ola...”.

"La Administración no estaba preparada para el teletrabajo, pero entre todos hicimos lo imposible por llegar a la gente"

La Administración ha flexibilizado estos meses los trámites todo lo que ha podido, pero los nuevos protocolos que se implantan no siempre son posibles de aplicar en el mundo real si no llegan más recursos. “Algunas ayudas urgentes, durante lo peor del confinamiento, las tramitamos provisionalmente por WhatsApp, porque, cuando la gente no tiene qué comer, hay que dar una solución urgente”, afirma Cristina Díez Arnaiz, trabajadora social del centro burgalés de Río Vena. Aunque sigan sin mandarles mascarillas, ver a la gente en persona le parece esencial.

El trabajo de Calzada recoge otros ejemplos de la creatividad que tuvieron que echarle los trabajadores sociales durante el confinamiento para parchear las ayudas más urgentes y llegar a la gente que no manejaba nuevas tecnologías: desde meter la documentación por debajo de la puerta a rutas en coche para recogerla a domicilio por la ventanilla. “En los pueblos y ciudades pequeñas, funcionaban mejor las redes de apoyo para llegar al ciudadano, pero, en las grandes ciudades, es mucho más complicado”.

El atasco del SEPE y el ingreso mínimo vital

“Con la pandemia, se han inventado nuevas funciones para el trabajo social, pero a los centros no han llegado nuevos recursos”, se queja Díez. Además, por la carga de trabajo, se han paralizado cuestiones importantes, como la evaluación de dependencia. “Castilla y León es uno de los sitios que mejor funcionan en España, y aun así estamos desbordados”.

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Foto: M. G. A.

Además, el aislamiento que vive ahora la gente mayor dificulta la detección de casos, todavía quedan muchos nuevos por detectar que están invisibilizados por el miedo que tienen a salir de casa. "¿Cómo conjugamos tanta urgencia y tanta inmediatez con los mismos recursos o menos?", se pregunta la trabajadora social. “Hay un peso cada vez mayor a nivel anímico por la frustración de querer hacer las cosas mejor y no poder llegar a casos tan urgentes. Nos está afectando mucho emocionalmente. Y esa emoción se canaliza a veces en derrotismo y otras en enfado”. El estudio de Calzada advierte del riesgo de que muchos de estos trabajadores sociales desarrollen estrés postraumático.

“Nosotros no podemos llegar a todo. El SEPE está colapsado.”, advierte Ares. “Y la gente nos llama desesperada porque sus expedientes del ingreso mínimo vital siguen en eterno estudio desde hace meses y temen quedarse sin poder dar de comer a sus hijos”. Desde el Centro de Acción Social de Gamonal, reconoce que no pueden llegar a toda la nueva demanda de ayudas sociales derivada de la crisis sanitaria. “Nosotros no podemos resolver todos los atascos burocráticos, pero somos los que tenemos que resolver que tengan para comer. Todo recae en nosotros, porque es lo que está más a mano, y nosotros no llegamos a todo. Y esto no es un problema que tengamos en Burgos, me consta que esto pasa en todas partes”.

Foto: El ministro de la Seguridad Social, José Luis Escrivá. (EFE)

“Estamos analizando las políticas que se han tomado como gran panorama de qué ha pasado y qué ha funcionado”, afirma Calzada. Cada mes, seleccionan 60 centros de base de toda España y les hacen entrevistas en profundidad para entender su situación. “En cada autonomía, se ha dado una respuesta diferente de servicios sociales. Pero hay problemas comunes en todas partes: cuando se han tomado decisiones a niveles altos sin contar con el trabajador social o se ha reorganizado todo desde arriba, no ha funcionado. Les entorpece el día a día. Y a la frustración de no poder abarcar todas las demandas urgentes de ayuda, en algunos casos se suma la percepción de una falta de apoyo por parte de los niveles más altos de gobierno, que se traduce en sensaciones de soledad, abandono, aislamiento y fragilidad. Aunque no se puede generalizar para todos los casos que hemos analizado, es importante tomarlo en cuenta, porque los efectos emocionales en los y las profesionales del trabajo social pueden ser duraderos y devastadores”.

Al otro lado de la mampara (y con una mascarilla que se ha traído de casa), Ares concluye: “Estas carencias están a la vista de todo el mundo, no entiendo que no se quiera ver. Alguien tendría que haber previsto que, si se repetía algo parecido a lo de la primavera, necesitábamos más recursos. Esto en marzo no se podía prever, pero en otoño sí. Y desde marzo sabemos que los servicios sociales están desbordados, ¿por qué no nos ayudan para que podamos ayudar?”.

Antes de la pandemia, en la entrada del centro cívico del barrio de Gamonal, en Burgos, había siempre grupos de gente mayor jugando a las cartas y leyendo el periódico. Y, en el parque de fuera, los columpios no estaban precintados. Ahora, la gente mayor que pasaba ratos en el centro cívico hace meses que apenas sale de casa, y menos aún con el frío y el recrudecimiento de la segunda ola de coronavirus, que ha convertido esta ciudad castellanoleonesa en una de las más afectadas.

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