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Estocolmo frente a Madrid: una lección inesperada sobre desigualdad y pandemia
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EL IMPACTO DE LA SEGREGACIÓN

Estocolmo frente a Madrid: una lección inesperada sobre desigualdad y pandemia

¿Cuál es la diferencia con una ciudad como Madrid, donde, como en todas las grandes ciudades, hay diferencias entre barrios pero que ni de lejos se acercan a la brecha sueca?

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Un par de meses después de que el confinamiento estricto se levantase, estamos empezando a aprender unas cuántas lecciones sobre esa herramienta de control epidémico que ni siquiera a principios de marzo podíamos imaginarnos que iba a ser aplicada apenas dos semanas después. Al fin y al cabo, el confinamiento es una medida social de consecuencias (económicas, sociales, antropológicas) en muchos casos imprevisibles que nunca había sido aplicada a esta escala.

Una de las aportaciones más interesantes es un trabajo publicado la semana pasada en ‘Infection Ecology & Epidemiology’ por un grupo de epidemiólogos suecos liderado por Ake Lundkvist, de la Universidad de Upsala, los mismos que han estado detrás de los estudios de prevalencia en el país nórdico. Si este caso resulta particularmente interesante es porque muestra la brutal diferencia entre los barrios ricos y los pobres de Estocolmo en la incidencia de la pandemia.

Aunque la pandemia haya acentuado las desigualdades, el confinamiento estricto puede haber protegido a las clases más bajas

Los autores han tomado como referencia dos barrios de Estocolmo, el de mayor y menor nivel de renta, para analizar los niveles de seropositividad de sus vecinos. La conclusión es sorprendente: en el barrio con un mayor nivel de renta de la ciudad, Norra Djurgårdsstaden, alrededor del 4% de la población había desarrollado anticuerpos específicos del SARS-CoV-2. Un dato en línea con la media del país, de un 6,1%, y semejante a la media española, del 5%. Por el contrario, en Tensta, el barrio con menores ingresos y más segregado, este porcentaje aumentaba hasta el 30%. Una diferencia tan solo comparable a los condados más segregados de EEUU, como mostraba un trabajo recientemente publicado en ‘JAMA’.

¿Cuál es la diferencia con una ciudad como Madrid, donde, como en todas las grandes ciudades, hay diferencias entre barrios pero que ni de lejos se acercan a la brecha sueca? Si bien no se puede comparar rigurosamente una ciudad con otra, pues los datos de seroprevalencia españoles no descienden por debajo del nivel provincial, este mapa da una idea de que las diferencias sociales en el caso de uno de los confinamientos más estrictos y en el país europeo más relajado pueden haber sido sustanciales.

Östermalm, el distrito donde se encuentra Norra Djurgårdsstaden, es el de menor incidencia acumulada de Estocolmo, con 930 infectados por cada 100.000 habitantes. Es decir, por debajo de cualquier barrio madrileño. Por el contrario, en Spanga-Tensta, la incidencia se encuentra en 1.220 por cada 100.00 habitantes, semejante al distrito centro u Hortaleza. Un dato no obstante bajo que está distorsionado por su unión con Spanga, donde se encuentran barrios de clase media como Bromsten o residenciales como Flysta. Por ello, hay distritos con mayor incidencia como Skärholmen o Rinkeby-Kista.

Mientras España cerró centros educativos, limitó el movimiento de sus ciudadanos, impulsó el teletrabajo y llegó a limitar los empleos no esenciales, Suecia optó por mantener abiertos restaurantes, tiendas, gimnasios y los centros escolares para menores de 16 años, y solicitar a la población que adoptase medidas de distanciamiento físico. ¿Puede haber estado ahí la clave? “En España, muchos de nosotros hemos mantenido el discurso de que dentro del confinamiento ha habido desigualdades, por ejemplo, respecto a quién puede teletrabajar, pero también es posible que este confinamiento haya servido de protección para muchas personas”, responde Pedro Gullón, epidemiólogo y autor junto a Javier Padilla de ‘Epidemiocracia’.

Madrid comienza sus pruebas masivas en las zonas más calientes de contagios

¿Es el confinamiento igualador? Responde Sergi Trias-Llimós, demógrafo del Centro de Estudios Demográficos y autor de un interesante trabajo sobre el aumento de la mortalidad en Madrid debido al covid: “Aunque hay muchos factores en juego en estos casos, es posible que sí”, valora. “Yo he trabajado durante meses en casa y otros no han dejado de ir a la fábrica. Medidas como esas hacen que la gente sea un poco más consciente. Cuando algo no ha ocurrido antes, las medidas más drásticas pueden ser convenientes para que la gente sea consciente de la gravedad e importancia de la situación”.

El efecto protector de las medidas universales

Esa puede ser la primera moraleja que se desprende de estos datos: que, en un contexto de transmisión comunitaria elevada, las medidas más restrictivas pueden proteger en un grado mucho mayor a las clases más bajas. “Es verdad que entre barrios de Madrid y Barcelona hay diferencias, pero no tan grandes como en Estocolmo, aunque la muestra de su estudio sea pequeña”, prosigue Gullón.

"La división entre esencial y no esencial castigó a los esenciales, pero también es posible que protegiese a parte de los no esenciales"

Por ejemplo, porque en el caso de que el confinamiento no sea universal, las clases más altas tienen más facilidades para protegerse que las bajas. “En el fondo, las personas de clase alta han podido teletrabajar y las bajas han seguido acudiendo a trabajar, mientras que en el confinamiento gran parte de las medias y bajas han estado de ERTE o en su casa, lo que hasta cierto punto ha provocado que menos personas de esas se contagien”, valora el epidemiólogo. “La división entre esencial y no esencial castigó a los esenciales en un momento dado, pero también es posible que protegiese a parte de los no esenciales”.

¿Qué ocurre cuando se deja al (en teoría) libre albedrío de la población (y de las empresas) la aplicación de las medidas de distanciamiento físico? Que, como recuerda Trias-Llimós, es posible que las clases bajas tengan menos disposición a protegerse porque tienen menos incentivos para hacerlo. “Las personas de las clases de menor nivel socioeconómico probablemente no se puedan permitir estar de baja, y aunque tengan algún síntoma prosigan con su vida normal antes que ir al médico, que puede ser que los aísle”, explica.

Foto: Celebración de la noche de Walpurgis en Suecia este 30 de abril. (EFE/EPA/Fredrik Sandberg)

Los autores explican que se decidieron a llevar a cabo su investigación después de encontrar grandes diferencias entre barrios en un estudio previo, y recuerdan que en países con una composición social muy diferente, como China o Kuwait, ya se habían encontrado estos “agrupamientos de casos”. Ocurre algo semejante, pero mucho menos acentuado, en Barcelona, donde un reciente estudio publicado en el ‘Journal of Public Health’ mostraba cómo la incidencia había sido más alta en los barrios más pobres de la capital catalana. Pero incluso en ese caso era de 2,5 veces.

Barrio rico, barrio segregado

Hay otro factor en juego en la sustancial diferencia sueca. Como recuerda Gullón, muy probablemente no haya en toda España un barrio tan segregado como Tensta. Según los autores del estudio, mientras que en Norra Djurgårdsstaden la población de origen sueco alcanza un 98,4%, en Tensta tan solo es de un 1,1%. Es uno de los barrios donde se produjeron revueltas durante la primavera de 2013 que los llevó a ser comparados con las ‘banlieues’ francesas. Viven alrededor de 20.000 personas de 60 nacionalidades distintas, con unos niveles de pobreza cercanos al 20%. Algunos de los países de origen más habituales son Irak, Somalia, Turquía, Siria, Irán, Grecia, Etiopía, Finlandia, Líbano y Chile. A nadie le sorprenderá descubrir cuáles son los sectores en los que más trabajan: transporte, cuidados y servicios.

Las diferencias entre barrios pueden aumentar en la nueva normalidad, pues las clases trabajadoras tienen menos incentivos para autoaislarse

Como recuerdan los expertos, las viviendas de mala calidad, pequeñas y mal acondicionadas, son un factor clave. La mayoría de viviendas de Tentsa se construyeron a finales de los años sesenta y principios de los setenta para dar cobijo a los cientos de miles de inmigrantes que llegaban a la ciudad en el plan conocido como ‘Miljonprogrammet’ (el millón de viviendas). Lundkvist y su equipo recuerdan que estas condiciones “de hacinamiento” pueden explicar esta amplia diferencia.

Los autores también aluden a las barreras idiomáticas y culturales: “Una explicación adicional puede deberse al hecho de que la traducción de las recomendaciones de la Agencia de Salud Pública de Suecia acerca de las medidas de seguridad y reacciones al árabe, el tigriña o el somalí se retrasó durante la fase inicial de la pandemia en Suecia”. No se trata únicamente del idioma, como recuerda Trias-Llimós, sino también de la ‘health literacy’, es decir, de la capacidad para entender las explicaciones de los médicos, que se reduce con el nivel socioeconómico. “Cuando no hablan bien el idioma, puede ser que no tengan la capacidad de enterarse bien de la magnitud de lo que está ocurriendo”. Muchos de los vecinos no hablan o entienden el sueco.

placeholder El barrio de Tensta, en Estocolmo. (CC/Holger.Ellgaard)
El barrio de Tensta, en Estocolmo. (CC/Holger.Ellgaard)

Este factor puede haber impactado en un grado mucho menor en España, recuerda Gullón, dados los orígenes de su inmigración: “Compartimos idiomas con los inmigrantes de América Latina, que hablan nuestro idioma, aunque en España también se hicieron documentos adaptados para el este de Europa y el norte de África”. No es que se trate simplemente de un barrio de nivel socioeconómico más bajo como Puente de Vallecas, Usera o Carabanchel, donde impactó más la pandemia al principio, sino que Tentsa se puede clasificar prácticamente de gueto.

Esta distancia no puede permitirnos echar las campanas al vuelo, pues las diferencias entre barrios han existido, siguen existiendo y, lo que es más preocupante, probablemente aumentarán en esa nueva normalidad que tanto se parece al ‘laissez faire’ sueco, y en la que entran en juego el nivel social y económico de las familias. Como concluye Gullón, “ya se está viendo qué empresas y qué tipos de trabajos han presionado más para volver a trabajar, en qué colegios se va a contratar más personal, van a disponer de más aulas… Y todo eso tiene también un eje de clase”.

Un par de meses después de que el confinamiento estricto se levantase, estamos empezando a aprender unas cuántas lecciones sobre esa herramienta de control epidémico que ni siquiera a principios de marzo podíamos imaginarnos que iba a ser aplicada apenas dos semanas después. Al fin y al cabo, el confinamiento es una medida social de consecuencias (económicas, sociales, antropológicas) en muchos casos imprevisibles que nunca había sido aplicada a esta escala.

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