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"La sentencia del Supremo debería ser lectura obligatoria en las escuelas"
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ENTREVISTA A JAVIER GOMÁ

"La sentencia del Supremo debería ser lectura obligatoria en las escuelas"

El filósofo, jurista y también director de la Fundación Juan March fue uno de los pocos intelectuales que en el octubre de la revuelta independentista alzó la voz contra lo que estaba ocurriendo

Foto: Javier Gomá. (Foto: Jorge Álvaro Manzano)
Javier Gomá. (Foto: Jorge Álvaro Manzano)

Se trata de mirar atrás y comprobar lo que pensábamos nosotros mismos hace dos años. El tiempo se hace largo cuando la rutina salta por los aires; cuando acontecimientos imprevisibles nos desbordan, los días, los meses, se estiran en el calendario. Son solo dos años, sí, pero es tiempo suficiente para mirar atrás y analizarnos, como hoy con esta entrevista de Javier Gomá, uno de los pocos intelectuales que en el octubre de la revuelta independentista de Cataluña alzó la voz contra lo que estaba ocurriendo y trazó, en una entrevista en El Confidencial, el recorrido que, a su juicio, tendría aquella convulsión que tanto inquietaba.

Ha querido el azar que la cifra redonda de los dos años haya coincidido con la sentencia del Tribunal Supremo, que cierra formalmente el ciclo de incertidumbre que se inició entonces, y que Javier Gomá Lanzón (Bilbao, mayo de 1965) haya publicado un nuevo libro sobre la dignidad, exponente máximo de la modernidad o, como repite siempre el filósofo vasco, "el concepto filosófico más transformador y revolucionario del siglo XX".

PREGUNTA. Hace dos años, dijo usted aquí mismo: "La palabra delito se me queda corta para definir lo que ha ocurrido en Cataluña". ¿Y la palabra sedición, cómo se le queda, ahora que conocemos la sentencia?

RESPUESTA. Es una sentencia modélica que debería ser lectura obligatoria en las escuelas, sobre todo en las catalanas. Yo sí he leído la sentencia, y lo recalco porque hay quien ha opinado, incluso supuestos intelectuales, sin habérsela leído, pocas horas después de dictarse. La sentencia, toda ella, es una decisión argumentada, profesional, serena, grave y exhaustiva. Cuando afirmaba hace dos años que lo ocurrido en Cataluña superaba el delito, no me refería al tipo penal, ni estaba reclamando la condena más elevada. Me refiero a lo ocurrido en la sociedad.

Para mí es muy importante distinguir entre separatismo y unilateralidad; lo primero es un sentimiento seguido por mucha gente perfectamente respetable en Cataluña, lo segundo es un acto de barbarie, incivilizado. A mí me parece que el separatismo, en general, es un anhelo anacrónico, anticuado, y el catalán, en particular, es, además, insolidario. Pero lo respeto como anhelo; lo otro no, claro. La unilateralidad es una regresión a un estado bárbaro previo al Estado de derecho, que es uno de los milagros de la civilización occidental y que implica la renuncia a la unilateralidad de la justicia. En ese sentido digo que la unilateralidad, en lo que supone de involución, trasciende el delito.

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P. En aquella entrevista también dijo algo que me reconfortó, en aquel momento de incertidumbre, pero no sé si lo seguirá manteniendo, a la vista de cómo están las cosas. Decía usted que el proceso penal iba a suponer una prevención general, "la población habrá escarmentado en cabeza ajena".

R. No solo lo reafirmo, sino que lo repito ahora entre signos de exclamación. Las penas tienen una función educativa, aunque haya a quien le resulte duro oírlo. Los que están sufriendo penas por el 'procés' independentista deben ser, de acuerdo al artículo 25 de la Constitución, reeducados y reinsertados en la sociedad. Esa es la prevención especial, pero luego existe otra, que es la prevención general, que se ha demostrado clarísimamente en todos los actos de los independentistas que presiden instituciones.

El presidente del Parlament, Roger Torrent, no aceptó nombrar a Puigdemont como presidente por miedo a las consecuencias tras las amenazas del Tribunal Constitucional. El presidente de la Generalitat, Quim Torra, es verboso, pero se cuida de no desviarse del Derecho vigente. Y, cuando lo hace, rectifica y obedece, como con los famosos lazos amarillos. El resto de parlamentarios, sobre todo la Mesa, estudia detalladamente cuáles son las consecuencias penales de su comportamiento y no cometen ilegalidad. Cuando vemos a Torrent ponerse campanudo, es porque sabe que lo que está diciendo no tiene consecuencias penales. Es decir, en lo esencial, el amago de revolución en Cataluña se ha parado, ya no se ha vuelto a intentar. La aplicación del artículo 155 de la Constitución, que fue enérgica pero proporcionada, como después confirmó el Tribunal Constitucional, y los distintos procesos judiciales han surtido el efecto esperado de prevención general. Otra cosa es que se pretenda que la sentencia solucione todos los problemas, pero eso no es así porque el derecho no tiene un poder taumatúrgico. Repito: desde la aplicación de la Ley, no ha vuelto a ocurrir nada semejante a lo ocurrido hace dos años.

P. Pero el escarmiento, en su literalidad, no se produce. De hecho, los independentistas tienen como lema "Ho tornarem a fer" ('Lo volveremos a hacer'). ¿Cómo debemos interpretarlo?

R. Como la agonía del separatismo; el plan para hacer una revolución se ha convertido en palabrería escarmentada.

En consecuencia, todo lo que tenga que ver con 'voice', con la voz, debe afrontarse si contribuye a la normalización de Cataluña

P. En todo caso, en esa situación, lo peor ahora sería ceder a las presiones que existen, incluso de quienes no son independentistas, para que se aceleren las medidas de gracia penitenciarias e, incluso, el indulto. ¿No le parece?

R. Hay un libro de Albert Hirschman, 'Exit, Voice, and Loyalty' (salida, voz y lealtad), que tuvo un gran impacto en la ciencia económica, pero que nos puede servir en este caso. Lo fundamental es que se sepa que no va a haber 'exit', como se ha demostrado en estos dos años en España, en Europa y en el mundo. Esto hay que subrayarlo, hace dos años había dos millones de personas movilizadas, la propaganda estaba movilizada, y podían existir dudas de cómo iba a reaccionar España y cómo iban a acogerlo los demás países. ¿Qué nos encontramos ahora? Una sentencia ejemplar, un independentismo dividido, y una violencia grosera, zafia y brutal, no desautorizada por los líderes, que ha acabado con la imagen de civismo que se pretendía dar. Si ya eran débiles ante el mundo, con esa violencia se ha esfumado el poco halo de prestigio que pudieran tener. En el mundo en el que vivimos, el rechazo a la independencia de Cataluña es una de las pocas unanimidades que se dan en la esfera internacional, ni siquiera un pequeño país africano o de Indonesia ha reconocido la unilateralidad catalana.

La conclusión, por tanto, es palmaria: 'ustedes no van a salir de España, ya no hay camino'. A partir de ahí, si no hay 'exit', se tiene que atender la voz y eso supone el reconocimiento de que en Cataluña hay un sentimiento, ampliamente compartido, que no se puede ignorar, y que no es cosa de lunáticos o excéntricos. Se deben atender sus razones, sin culpabilizarlas, y admitir aquellos errores que se hayan podido cometer. En consecuencia, todo lo que tenga que ver con 'voice', con la voz, debe afrontarse si contribuye a la normalización de Cataluña. Reducción de penas o indulto; yo no le veo ningún inconveniente, pero en ese contexto, no como debilidad ante una exigencia impertinente del independentismo. El Estado de Derecho no es una canalización de la venganza ni del resentimiento, sino un instrumento para la convivencia futura.

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P. Falta la lealtad… Quiero decir que estamos en lo de siempre. ¿Diálogo? Por supuesto, pero previamente tiene que haber un reconocimiento expreso de lealtad y respeto a la Constitución.

R. Claro, claro. Ese es un paso fundamental, cuando se reconozca esa lealtad, es cuando tiene que oírse la voz. ¿Difícil? Yo confío en que ocurrirá. Los catalanes, como los ingleses, siempre han descollado cuando han sido pragmáticos e inteligentes; cuando se han puesto pasionales y sentimentales o, cuando han ensayado el papel de revolucionarios, como ha sucedido en Cataluña, se vuelven extremadamente chapuceros. Lo que tendrían que hacer los catalanes, a mi juicio, es pasar de las pasiones a los intereses, que es en lo que han destacado siempre; en la gestión de los intereses prácticos siempre han cosechado éxitos. En uno o dos años, quizá tres, el pragmatismo llevará a un pacto entre Esquerra y el PSC y, en ese momento, se sustituirá el eje unionismo/independentismo por el de izquierda/derecha.

P. Pues ya tenemos un pronóstico para una nueva entrevista… Por cierto, dice usted revolución, no golpe de Estado. ¿Por algún motivo? Es que la palabra revolución dota a lo ocurrido de un matiz romántico, de legitimidad social, que no sé si comparte.

R. Bueno, el término 'golpe de Estado' no está en el Código Penal y el de 'revolución' denota con más claridad la verdadera esencia del fenómeno político que persigue un desplazamiento de la soberanía. Pero hasta ahí: la legitimidad social se puede entender cuando se trata de una revolución contra una dictadura, cuando se produce contra una democracia consolidada de la Unión Europea, es lo contrario.

De todas formas, una cosa es la Universidad y otra son los órganos de gobierno, que siempre tienen una cierta dimensión política

P. ¿Qué piensa de la unanimidad de las universidades catalanas en favor del independentismo? El campus se ha desplazado a la acampada por acuerdo de los órganos rectores.

R. Es un signo inquietante de decadencia. Yo leo todos los días 'La Vanguardia' y en los últimos años, incluso en los editoriales, y se informa de un lento e imparable declive educativo y cultural en Cataluña. Desde las conferencias, hasta las actividades musicales pasando por los museos. De todas formas, una cosa es la Universidad y otra son los órganos de gobierno, que siempre tienen una cierta dimensión política. Cuando se pliegan a los intereses del poder político, la autonomía universitaria de la que se presume esconde en el fondo una claudicación, una subordinación. De todas formas, como estamos hablando de una región tan rica en muchos aspectos, con tanta viveza, con iniciativa y talento, me gustaría pensar que este declive que empobrece se acabará superando.

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P. En su último libro, 'Dignidad', le dedica usted un capítulo a la dignidad de España con una asociación interesante: se afirma que la incorporación de España a la modernidad se produjo con la Transición. Y añade: tarde pero bien.

R. Trato de hacer justicia a lo ocurrido y colocarme en un lugar intermedio entre los que hablan de la gloriosa tradición española y los que solo ven anomalías y leyendas negras en nuestro pasado. Hoy todas las naciones occidentales se parecen, pero el camino recorrido ha sido diferente. España ha tenido una cierta incomodidad con la modernidad, que nos llevó a una Guerra Civil en pleno siglo XX y a la anomalía de un dictador militarizado premoderno, mientras el resto de los países avanzaba en la postmodernidad. Lo que ocurrió entre 1975 y 1978 fue una auténtica revolución, ahora sí, que provocó la transferencia de la soberanía desde el jefe del Estado en 1975 al pueblo español en 1978. Esos tres años fraternales de la Transición son el reverso de los tres años fratricidas de la Guerra Civil. Y el hecho de que ese traspaso de soberanía lo protagonizara el propio jefe del Estado, el rey don Juan Carlos, pasando de la ley a la ley pacíficamente, como es propio de la ley. Son los años carismáticos por excelencia de la historia de España; carisma, en el sentido de Max Weber, de innovación, de transformación, dando lugar a un modelo civilizado de transición hacia la modernidad que nunca se había dado. Por eso digo que hemos llegado tarde a la mayoría de edad, a la modernidad, pero en plenitud y ofreciendo un ejemplo, un modelo histórico, superior al de todos los demás países.

Con la Transición y la Constitución hay que encontrar la distancia adecuada, no ponerse ni demasiado lejos ni demasiado cerca

P. ¿Y por qué no existe ese sentimiento de orgullo entre los españoles, especialmente entre las élites intelectuales?

R. Encuentro varias explicaciones. Existe un denominador común, que es el aburrimiento que tienen que gestionar los ciudadanos en las democracias firmes y consolidadas. En España, en la Transición tuvo una épica; los años 80 tenían una lírica de liberación identitaria, sexual, cultural; y en los años 90, nos llovió el dinero de la Unión Europea que creó la figura del 'nuevo rico'. Cuando llegó la crisis económica, se multiplicaron los antisistema de izquierda y de derecha, ideológicos y territoriales (separatismo). Entre el aburrimiento propio de las democracias consolidadas y los antisistema de la crisis, se buscan nuevas fuentes de excitación, embriaguez, pasión, insatisfechos con la normalidad tediosa del funcionamiento del sistema. Con la Transición y la Constitución hay que encontrar la distancia adecuada, no ponerse ni demasiado lejos ni demasiado cerca. Como ocurre cuando contemplamos 'Las Meninas': si la miras demasiado cerca, solo ves tela manchada; si la ves demasiado lejos, apenas un marco con manchas confusas. Solo cuando la perspectiva es correcta aprecia uno la obra maestra que es.

placeholder Javier Gomá. (Jorge Álvaro)
Javier Gomá. (Jorge Álvaro)

P. "La dignidad de las personas estorba al interés empresarial", dice usted. ¿Podríamos ampliar el concepto y decir que la dignidad estorba al capitalismo y esa es la explicación del fenómeno de la inmigración?

R. Cuando analizo el capitalismo, yo no puedo ignorar que genera riqueza y que la riqueza es un factor de progreso para los pueblos. Pero también el capitalismo tiende hacia el lucro infinito y, por tanto, hacia el delito máximo contra la dignidad del ser humano, que es la cosificación. Kant distingue entre las cosas que tienen precio y las cosas que tienen dignidad; la dignidad no puede ser sustituida por nada equivalente, al contrario que aquello que tiene precio. Si no se educa, el capitalismo tiende a convertirlo todo en mercancía, incluido el individuo, pero al mismo tiempo ha demostrado que crea la riqueza fundamental para el progreso y que es compatible con las grandes conquistas políticas, sociales y morales que dignifican la civilización occidental.

A mayor progreso moral, mayor sentimiento de indignación. Es paradójico, sí

P. No sé si tiene que ver también con el aburrimiento la queja persistente de que el mundo va a peor, con más desigualdades que nunca.

R. A cualquiera que se le pregunte en qué momento de la historia le gustaría vivir, incluso entre los sectores más desfavorecidos, diría que en esta época, aunque no sea el mejor de los mundos posibles. Vivimos en el mejor momento de la historia, tanto desde el punto de vista material como moral. Y decir esto no me convierte en una persona optimista, porque no lo soy; me limito constatar el pasado y el presente. Por lo tanto, la pregunta pertinente para mí es por qué si hemos alcanzado tanto en lo material como en lo moral, como es la dignificación, por qué hay tanta irritación, tanta cólera, tanto descontento, tanta tristeza, tanto tedio… Una de las respuestas, porque hay varias, es que cuanta más conciencia y reconocimiento se tiene de la dignidad, más aumenta la percepción de aquellas conductas que nos parecen indignas y que antes, sin ese reconocimiento, pasaban inadvertidas. A mayor progreso moral, mayor sentimiento de indignación. Es paradójico, sí.

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P. ¿El movimiento emergente del feminismo tiene que ver también con una reivindicación de la dignidad de la mujer en la sociedad?

R. Sí, pero con una característica muy importante. Desde la antigüedad, el interés particular cedía al interés general, prioritario. La conciencia de la dignidad individual nace con la gestación del individuo moderno, inviolable: la mayoría lo puede todo, menos avasallar la dignidad del individuo. Lo característico del movimiento feminista, con respecto a otros que han abanderado la causa de la dignidad, es que no afecta a una minoría que reivindica su dignidad frente a 'la tiranía de la mayoría', como sabemos desde Rousseau. El movimiento de la mujer no solo no es minoritario, sino que afecta, como poco, a la mitad de la población. Lo verdaderamente raro es que la mitad de la población haya admitido una subordinación indigna durante tantos siglos. Desde el punto de vista de la lucha por la dignidad, por lo tanto, la auténtica novedad es que hasta ahora todos los fenómenos similares eran contra mayoritarios y el feminismo es mayoritario.

Se trata de mirar atrás y comprobar lo que pensábamos nosotros mismos hace dos años. El tiempo se hace largo cuando la rutina salta por los aires; cuando acontecimientos imprevisibles nos desbordan, los días, los meses, se estiran en el calendario. Son solo dos años, sí, pero es tiempo suficiente para mirar atrás y analizarnos, como hoy con esta entrevista de Javier Gomá, uno de los pocos intelectuales que en el octubre de la revuelta independentista de Cataluña alzó la voz contra lo que estaba ocurriendo y trazó, en una entrevista en El Confidencial, el recorrido que, a su juicio, tendría aquella convulsión que tanto inquietaba.

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