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La banca rural es contracultural: "Abrimos sucursales y no mandamos mayores al cajero"
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LA OFICINA DE PUEBLO RESISTE

La banca rural es contracultural: "Abrimos sucursales y no mandamos mayores al cajero"

La mayor parte de entidades está cerrando oficinas y apostando por la banca 'online' para maximizar beneficios. Pero hay quien va en dirección contraria donde menos lo esperábamos

Foto: Bolín y Ángel, uno de los 280 vecinos de Carbajales. (A.V.)
Bolín y Ángel, uno de los 280 vecinos de Carbajales. (A.V.)
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En Carbajales de Alba, a 28 kilómetros de Zamora, hay censados 487 habitantes, pero durante las largas y oscuras tardes de invierno jugando al tute en el bar del pueblo, Bolín y sus compañeros de partida se han dedicado muchas veces a enumerar mentalmente, calle por calle, a quiénes han visto recientemente por allí y a quiénes no. "Nos salían unos 280 o 290".

Bolín es el apodo familiar, heredado de su padre y de su abuelo, de Manuel Páez. Lleva 37 años como director de la oficina de la Caja Rural de Zamora que hay en Carbajales. Entró del tirón como director y es prácticamente lo único que ha hecho en esta vida. El cargo no describe realmente sus labores, que van mucho más allá de contratar hipotecas o calcular comisiones.

placeholder Bolín, frente a un logo de la antigua Caja Rural en el pueblo. (A.V)
Bolín, frente a un logo de la antigua Caja Rural en el pueblo. (A.V)

Los lunes y los miércoles, Bolín coge el coche y se traslada a pueblos cercanos como Andavías o Santa Eufemia del Barco para atender las necesidades de sus clientes allí, igual que hacen el médico o el boticario. Hace años, acudía para entregar a cada vecino un pequeño talón de la Seguridad Social con el importe de su pensión. "Al principio había mucha gente que lo firmaba con la huella dactilar", cuenta. Hoy los vecinos reciben ya sus pagos por transferencia, pero acuden igualmente. Para resolver dudas o, por qué engañarnos, para hablar con alguien de vez en cuando.

"Me preguntan por préstamos, me piden que les ayude con la renta, con la PAC... ahora más que gestiones, hago consultas", explica. Otras veces alguna señora llega y le dice "Bolín, mírame las cartas", y el director de la oficina le ayuda a discernir las que son facturas o mera propaganda, las que necesitan respuesta y las que no. Son las típicas cosas que un hijo hace por sus ancianos padres, pero estas personas carecen de una figura así cerca.

"Hay muchos clientes que tienen más confianza con nosotros que con sus hijos"

Cuando empezó en los ochenta, todo era distinto. Bolín iba a captar pasivo casa por casa y a las ferias del ganado, donde tenía que vérselas con los directores de los otros bancos y cajas para convencer a los ganaderos. Había una competencia feroz. "Antes cualquier persona con 150 ovejas daba carrera a sus hijos, pero ahora eso ya no existe", dice. A día de hoy todos se han marchado, pero Bolín sigue allí. Su jornada laboral se funde lentamente con las raciones de pulpo y el tute en el bar, así cada día, desde que baja la persiana del banco y hasta que Dios quiera.

En el fondo, no parece haber otra forma de conjugar este oficio. Hay pueblos donde algunos empleados del banco han llegado a ver su juicio nublado, decorando la oficina como si fuera su propio salón para paliar la soledad que les carcome durante buena parte de sus jornadas. Y cuando entra alguien por la puerta, la cosa no siempre mejora. El veterano oficinista ha visto de todo en estas casi cuatro décadas. Clientes a los que el alzhéimer o la demencia llevan a entrar cuatro veces a la oficina en la misma mañana para cobrar la pensión. Discusiones atávicas entre familias o vecinos en las que Bolín se ve obligado a mediar. "Hay muchos clientes que tienen más confianza con nosotros que con sus hijos", lamenta.

"Cuanto más pequeño es el pueblo, más encontrados están los vecinos"

Un refrán se repite una y otra vez. Pueblo pequeño, infierno grande. "Cuanto más pequeño es, más encontrados están los vecinos", dice este empleado.

De todas las provincias que se encuadran dentro de La España Vacía © es Zamora la que se está despoblando a un ritmo más elevado. El sitio del que hasta los inmigrantes huyen, la única capital de provincia donde el precio de la vivienda baja. Donde la situación de los pueblos es irreversible y sus vecinos solo pueden lamentarse al contemplar su decadencia. Cualquier empresa, al oler la baja o nula rentabilidad de una inversión aquí, se acaba marchando.

Es pertinente preguntarse entonces cómo lo hace Bolín para seguir al frente de su oficina de la Caja Rural en un pueblo sin ningún futuro.

Cualquiera que siga el manual con el que se rige ahora mismo el sector bancario se habría largado hace años de un lugar como Carbajales. Según las estadísticas del Banco de España, en los últimos años la inmensa mayoría de entidades han cerrado muchas más oficinas de las que han abierto, han reducido horarios de caja o hecho un ERE. En un momento en el que CaixaBank, BBVA o Santander están cerrando sucursales —2.500 el año pasado, más de 10.000 en el último lustro— incluso en calles céntricas o barrios llenos de vida de Madrid o Barcelona, ¿quién en su sano juicio iba a querer apostar por este modelo?

El grupo de entidades que nada a contracorriente es pequeño, pero pueden presumir no solo de no haber cerrado sucursales, sino de haber aumentado su red de oficinas en los últimos tiempos. Son 15, de las cuales hay tres bancos y el resto son cooperativas de crédito, es decir, cajas rurales. Entre los bancos habría que matizar a Unicaja, que sale en esta lista con un saldo positivo de 80 oficinas debido a su fusión con Liberbank, pero en realidad está cerrando sucursales como el resto. Los otros dos son la banca privada andorrana Andbank, que está en fase de crecimiento en nuestro país, y el extremeño Banco Pueyo, fundado en Villanueva de la Serena a finales del XIX y que es el único banco que sigue abriendo sucursales, principalmente lejos de las grandes ciudades.

En un momento de repliegue generalizado donde muchas poblaciones de pequeño y mediano tamaño corren el riesgo de quedar desbancarizadas, estas pequeñas entidades están apostando por el cliente rural y mayor. La jugada parecía obvia, pero hay que atreverse.

El auge de las cooperativas de crédito

Hace 15 años, cuando la crisis de recesión aún no había quebrado la columna vertebral a la economía española, en cada provincia se disputaba una encarnizada pelea por quedarse con las hipotecas de una clase media boyante y deseosa de invertir. Estaban los bancos, las cajas de ahorro y las cajas rurales. Ambos tipos de entidades nacieron a comienzos del siglo XX con un mismo propósito, proteger a los habitantes de la usura de los prestamistas. Una se especializó en el público urbano, la otra en la gente del campo y los negocios agropecuarios. Así se mantuvieron hasta la llegada del siglo XXI, cuando llegó la burbuja y luego, la recesión.

La diversificación y poca exposición de las cajas rurales al ladrillo (en torno al 2% del negocio) acabó por salvarlas de la quema.

De las 45 cajas de ahorro que había antes de 2008, hoy solo quedan dos, las de Ontinyent y Pollença, que no se acogieron a la reestructuración. Lo mismo les ha pasado a las cajas rurales, que hace tres lustros superaban las 120. Al calor de la burbuja inmobiliaria y el despegue de la economía de invernaderos, en 2009 un grupo de 32 cajas rurales lideradas por las de Almería y Málaga tomaron la decisión de unirse bajo una sola marca, el Grupo Cajamar. Hoy funcionan como un banco cooperativo, centralizado en Madrid y que, como el resto, se halla en un proceso de contracción de oficinas: 66 menos en los últimos dos años.

placeholder La vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, tras reunirse con las patronales bancarias y con asociaciones de usuarios. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
La vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, tras reunirse con las patronales bancarias y con asociaciones de usuarios. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

El resto de cajas rurales, lideradas por la Caja Rural de Navarra, permanecieron fieles a sus orígenes federalistas: cada una en su territorio, con su marca y sus reglas, pero dentro de un paraguas que pudiera auxiliarlas en caso de problemas. Hoy son las entidades que más oficinas están abriendo y las que menos están cerrando. La Caja Rural de Navarra, Zamora, Soria, Almendralejo o Ciudad Real no han bajado ninguna persiana desde 2021 por pequeño que sea el pueblo.

Pilar Alonso y Carlos López Escolano, de las universidades de Lleida y Zaragoza respectivamente, estudiaron el fenómeno de la exclusión financiera en Aragón y encontraron algo llamativo: la provincia de Teruel, icono de la España abandonada, "apenas ha sumado municipios que han perdido su única entidad bancaria entre 2011 y 2020". La explicación, por supuesto, estaba en la Caja Rural de Teruel. "Ha logrado que, a pesar de la mala situación demográfica de la provincia, esta mantenga todavía unos valores de bancarización similares a los de los años de expansión previos a 2008".

En Zamora el número de entidades sí que ha caído, principalmente por la espantada que la mayor parte de los bancos han protagonizado fuera —e incluso dentro— de la capital con respecto a 2015. Pero como en Teruel, oficinas como las de Bolín se mantienen e incluso crecen: hay diez más que hace dos años.

"En 1994 la Caja Rural de Zamora tuvo que ser rescatada por el grupo", recuerda Narciso Prieto, uno de los rostros más conocidos de la provincia y vinculado a la entidad desde hace 23 años. "Si salimos adelante es porque la gente mantuvo su dinero aquí, nadie lo sacó, seguimos teniendo ese sentimiento de gratitud. ¿Cómo vamos a cerrar nuestra oficina de Rabanales o de Santa Eufemia?"

Cuando hace unos meses, Nadia Calviño se dirigió al sector bancario para que promovieran medidas que no perjudicaran a los mayores, Prieto arqueó las cejas: "No tenemos nada que firmar contra la exclusión financiera".

La mancha de aceite de la banca rural

La situación actual de las cajas rurales se produjo en dos fases. En primer lugar, ocuparon el espacio dejado por las cajas que se volatilizaron hace una década. "La intensa contracción de la red de sucursales de las cajas de ahorro fue compensada por una absorción de parte de esa red por la banca comercial, que se mantuvo principalmente en zonas dinámicas y de carácter urbano", explicaba en un artículo de 2020 Beatriz Fernández Olit, profesora de Economía Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares. "Mientras, la banca cooperativa sostuvo las zonas rurales y envejecidas, llegando a ampliar su propia red y aprovechando los espacios vacíos dejados por las cajas".

placeholder La calle de Santa Clara, en Zamora capital (A.V.)
La calle de Santa Clara, en Zamora capital (A.V.)

Ahora, con la reestructuración de los bancos y el cierre de oficinas que siguió a la fusión de entidades, las cajas rurales han encontrado la oportunidad de seguir expandiéndose por aquellos lugares en los que nadie más está interesado. "Nos han dejado solos", confiesa Prieto, que asemeja su expansión a una mancha de aceite. Cuando llegan a un sitio nuevo, detectan zonas cercanas que se han quedado sin servicio y se orientan a ellas. El ayuntamiento de un pueblo pequeño siempre está dispuesto a cederles un local vacío donde montar al menos un despachito, pero no se quedan ahí. Este mismo año han abierto tres nuevas oficinas: en Toral de los Vados, un pueblo de León con 1.800 habitantes, en Valladolid y en Ponferrada, capital del Bierzo. El año pasado estrenaron sucursal en la calle Orense, la segunda que tienen ya en Madrid para ofrecer sus servicios a los casi 35.000 zamoranos que viven en la metrópolis.

En realidad, todas las cajas del grupo Caja Rural están viviendo una situación parecida de crecimiento y transformación, que las ha llevado a que el mundo rural ya suponga menos del 20% de la caja en algunos casos. Aunque no suelen entrar en la misma clasificación que el resto de bancos por su peculiaridad, estarían en el top ten de entidades españolas por volumen de activos, en torno a 59.000 millones de euros.

La apuesta por la oficina física es decidida. Mantienen las sucursales en localidades pequeñas y abren donde ven posibilidades de negocio. Prieto afirma con rotundidad que, mientras el balance sea positivo, "ni cerraremos oficinas, ni limitaremos el horario de caja, ni mandaremos a una persona mayor al cajero".

La estrategia desmonta ese mito contemporáneo por el cual la banca cerraba todas esas oficinas y despedía a los empleados por supervivencia y no por eficiencia. Sin embargo, el plan de las cajas rurales tiene un agujero, y no es pequeño. El combustible humano que utilizan estas cooperativas de crédito para mantenerse y crecer se está agotando rápidamente. A los ciudadanos puramente analógicos que viven en lo rural les quedan, como mucho, diez años. ¿Qué ocurrirá entonces? Nadie lo sabe, pero los antecedentes marcan el camino: cuando una caja se empeña en imitar a un banco, tiende a desaparecer en poco tiempo.

El combustible humano que utilizan estas cooperativas de crédito para mantenerse y crecer se está agotando rápidamente

Otro asunto, no menos importante, es cómo sustituir a gente como Bolín. No será fácil encontrar a personas como él, que desde su oficina musita en broma algo como "aquí lo que tenían que traer es un psicólogo o un asistente social", un comentario ligero que más que una sonrisa te deja pensando. Tiene 64 años y cada día está más cerca del otro lado del mostrador, donde se actualiza la cartilla. Está rodeado de merchandising con el logo de la espiga de trigo, creado por el croata Ante Kvessitch en 1979 para la Caja Rural de Albacete.

Mientras, en estos momentos, alguien en Valladolid está vendiendo por 50 euros en Wallapop una gorra de la Caja Rural con ese mismo logo, que ha alcanzado un estatus icónico de culto entre urbanitas de treinta años o menos. Quién sabe, quizá la salida esté en tirar de ese hilo, que conecta un pueblo moribundo en mitad de Zamora con el barrio de Gràcia.

En Carbajales de Alba, a 28 kilómetros de Zamora, hay censados 487 habitantes, pero durante las largas y oscuras tardes de invierno jugando al tute en el bar del pueblo, Bolín y sus compañeros de partida se han dedicado muchas veces a enumerar mentalmente, calle por calle, a quiénes han visto recientemente por allí y a quiénes no. "Nos salían unos 280 o 290".

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