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De lineal a circular: la forma de producir y consumir se transforma
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Reciclar, reutilizar, reducir

De lineal a circular: la forma de producir y consumir se transforma

Replantearse el modelo productivo y el consumo de recursos es uno de los grandes retos que enfrentamos para mantener el equilibrio del medio ambiente

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Los días de producir, usar y tirar han quedado atrás. Reutilizar bienes, reciclar residuos o reducir nuestro consumo son solo algunas de las actitudes que reflejan una nueva forma de entender nuestra relación con el planeta. La economía circular se ha convertido en uno de los pilares de la sostenibilidad, una filosofía que pretende dejar atrás el modelo lineal de producción y alargar la vida útil de los recursos, ya sean vírgenes o una vez procesados, reintroduciéndolos en la economía tantas veces como sea posible.

Al contrario de lo que se pueda pensar, la economía circular va más allá de las tres erres —reducir, reutilizar y reciclar— por las que ya abogaba el reciclaje; a ese trío se le han sumado otras cuatro erres que apuestan por repensar los procesos de producción, rediseñar los productos para ampliar su vida útil, reparar lo que sea necesario para darle una segunda vida y recuperar aquellos materiales que sea posible reintroducir en la cadena de producción.

Los residuos urbanos y el aceite de cocina usado pueden servir para fabricar biocombustibles que llenarán el depósito de nuestro coche

Pero nada tendrá sentido si no se fomenta un cambio de mentalidad y se pone en práctica la reducción de nuestro consumo, descartando los productos de usar y tirar, pero también a través de sencillos gestos como compartir el coche con un compañero de trabajo o comprar una botella de refresco de dos litros en vez de seis latas: contienen la misma cantidad, pero generamos menos residuo.

Y del micro al macro: las grandes empresas llevan años apostando por la investigación para fomentar e implantar la economía circular. Las marcas de bebidas, por ejemplo, llevan tiempo rediseñando envases para utilizar menos materia prima en su fabricación o incorporando plástico reciclado, lo que, además de ser más eficiente, ayuda a disminuir las emisiones de CO₂ en los procesos. También las firmas de moda piden a sus clientes las prendas usadas para volver a fabricar camisetas y pantalones que se pondrán a la venta de nuevo, impulsando así la recuperación de los tejidos. Residuos urbanos o aceite de cocina usado también pueden reutilizarse ahora para fabricar biocombustibles que llenarán el depósito de nuestro coche, una forma de reducir la huella de carbono en el sector de la movilidad.

En nuestro país, compañías como Repsol han puesto en marcha en los últimos años más de 240 iniciativas, entre las que destacan proyectos tan diversos como la fabricación de asfaltos 100% reciclables, una gama de materiales con alto grado de plásticos reciclados que se usarán para piezas de automoción o productos sanitarios, la apuesta por la generación distribuida (comunidades solares urbanas que generan su electricidad mediante placas fotovoltaicas) o Wible, su servicio de 'carsharing'.

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La economía verde no es solo una forma de frenar el cambio climático, sino también de generar nuevas oportunidades de negocio y aumentar hasta en un 2% la creación de puestos de trabajo en todo el planeta, según un informe de la OCDE. Las perspectivas laborales resultantes de una transición a un modelo circular podrían suponer un aumento de los puestos de trabajo de hasta el 7%.

De los asfaltos al depósito de combustible

Desde que ciudadanía y empresas han decidido apostar por la economía circular, han aflorado numerosos proyectos relacionados con este nuevo modelo de producción y consumo. Desde distintos sectores, se está abrazando la idea de una forma de producir y consumir más responsable y sostenible. En la moda, por ejemplo, existen fabricantes que han incorporado materiales como el poliéster PET reciclado, nailon, algodón, lana y hasta neumáticos y posos de café para crear colecciones que aúnen tendencia y respeto por el entorno. A nivel energético, los proyectos en este sentido van en aumento y son cada vez más innovadores. Es el ejemplo de Solmatch, un proyecto de Repsol en relación con la generación distribuida de electricidad renovable. Se trata de un modelo energético 100% sostenible, donde la electricidad se produce en placas solares instaladas en tejados particulares (en núcleos urbanos) que se comparten con hogares vecinos para impulsar el uso de energías más limpias y eficientes.

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Siguiendo con Repsol, que lleva dos décadas aplicando los principios de la economía circular a sus procesos, la compañía sigue trabajando en la incorporación de biocombustibles a sus carburantes de automoción, llegando al 8,5% en 2020, siguiendo los requisitos regulatorios actuales. Sus refinerías procesan materias primas de origen residual como aceite de pirolisis procedente de residuo plástico, aceites vegetales o los alcoholes vínicos (extraídos de la industria del vino). La utilización de estas materias para fabricar biocombustibles avanzados tiene como objetivo reducir entre un 80% y un 90% las emisiones de CO₂. Así, la energética tendrá una capacidad de producción de 1,3 millones de toneladas en 2025 y más de dos millones en 2030, de los cuales más del 65% se producirá a partir de residuos, pudiendo llegarse al 100% para satisfacer las demandas del mercado o de la regulación. Para ello, ya cuenta con varios proyectos en marcha en sus refinerías en España.

La reutilización del plástico es otra de las áreas en que se está implementando esta filosofía. La Unión Europea ha establecido que para 2030 todos los plásticos que se produzcan en el continente deberán ser reciclables, lo que supondrá un impulso al llamado ecodiseño para evitar la emisión de hasta 400 millones de toneladas de CO₂ al año.

Ya existen proyectos en marcha que reciclan este material para darle una nueva vida, por ejemplo, recuperando piezas de desguace para convertirlas en nuevos elementos de nuestros coches. Ese es el espíritu de Reciclex®, una gama de materiales que ha desarrollado Repsol, elaborada con plásticos posconsumo que se incorporan a las resinas vírgenes y que mantienen la misma calidad que estas. Se trata de una materia prima que incorpora un porcentaje de plástico que ha terminado su vida útil, que de otra forma acabaría en el vertedero, y que se emplea para fabricar mobiliario de jardín, piezas para automoción o material para hospital, como batas quirúrgicas.

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Menos conocidas como ejemplo de economía circular son las tecnologías de captura, almacenamiento y reutilización de CO₂ (CCUS, por sus siglas en inglés). Sin embargo, son una clara muestra de lo que la investigación y la innovación pueden contribuir a impulsar este modelo productivo. Estas tecnologías permiten recoger este gas de la atmósfera y emplearlo en la fabricación de combustibles sintéticos, polímeros para fabricar espumas para asientos o colchones, adhesivos para envases de alimentos, films plásticos, o su incorporación a materiales de construcción, lo que las sitúa como uno de los vectores clave para acelerar la lucha contra el calentamiento global.

Este nuevo modelo de producción ha llegado para quedarse. La Comisión Europea ha apostado por esta nueva filosofía en su Pacto Verde, que busca impulsar inversiones sostenibles durante la próxima década. Este plan tiene entre sus objetivos que los Estados miembros recuperen los residuos que puedan ser aprovechados como materias primas, un crecimiento basado en los límites del planeta, pero también para la creación de empleo sostenible.

Los días de producir, usar y tirar han quedado atrás. Reutilizar bienes, reciclar residuos o reducir nuestro consumo son solo algunas de las actitudes que reflejan una nueva forma de entender nuestra relación con el planeta. La economía circular se ha convertido en uno de los pilares de la sostenibilidad, una filosofía que pretende dejar atrás el modelo lineal de producción y alargar la vida útil de los recursos, ya sean vírgenes o una vez procesados, reintroduciéndolos en la economía tantas veces como sea posible.

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