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Myro: "Los empresarios tienen que pensar a lo grande y no en salarios bajos y desmotivadores"
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Myro: "Los empresarios tienen que pensar a lo grande y no en salarios bajos y desmotivadores"

Después de una larga carrera estudiando los problemas de productividad de España, el catedrático recopila las soluciones para salir del estancamiento que dura ya dos décadas

Foto: Rafel Myro posa para El Confidencial. (A. M. V.)
Rafel Myro posa para El Confidencial. (A. M. V.)
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La evolución de la productividad de España en los últimos veinte años es dramática. No se ha conseguido ningún avance, más bien retrocesos que han complicado el crecimiento económico y la convergencia con Europa. Rafael Myro, catedrático de Economía Aplicada en la UCM, es uno de los mayores expertos en la economía española y, tras una larga carrera de investigación, tiene claro el diagnóstico y las recetas que necesita el país. En lo que no tiene ninguna certeza es en que vayan a aplicarse. España es experta en ignorar sus verdaderos problemas y arrastrar los pies con las soluciones.

PREGUNTA. ¿Por qué es importante la productividad para un país?

RESPUESTA. Pues porque la productividad es prácticamente sinónimo del PIB per cápita. No puede haber aumento sostenido del PIB per cápita si no hay aumento de productividad. España creció coyunturalmente en el periodo 1995-2007 por la inmigración. Pero ahora tenemos un problema, porque cubierto ese ascenso poblacional, la llegada de inmigrantes no va a ser suficiente para aumentar el PIB per cápita si no conseguimos avances en la productividad.

P. De hecho, en las últimas décadas ha caído la productividad en España.

R. España se alejó mucho de la productividad europea en la segunda mitad de los noventa y desde entonces nos mantenemos en niveles relativamente bajos, pero no enormemente bajos. Es cierto que tenemos un reto de productividad, pero tenemos un reto mucho mayor con el empleo. En el año 2000 estábamos en el 90% del PIB per cápita medio de la eurozona, ahora estamos en el 82%. Si queremos cubrir ese diferencial, casi dos terceras partes del esfuerzo tiene que recaer sobre el aumento del empleo y un tercio sobre la productividad.

Foto: Foto: iStock.

P. Uno de los problemas que ha señalado es que las jornadas laborales en España son muy largas y esto afecta a la productividad.

R. Existe una relación inversa entre productividad por ocupado y horas de trabajo que esconde una causalidad en los dos sentidos. Por una parte, mayor productividad por ocupado lleva a impulsos para reducir la jornada laboral para ganar bienestar. Por otra parte, reducciones de horas de trabajo no tienen efectos negativos, sino positivos, aunque no sabemos de qué cuantía. Por ejemplo, hay una relación sorprendente pero que es muy clara: los países que tienen más empleo parcial tienen más productividad. Se produce un círculo virtuoso: reducir la jornada ayuda a mejorar la salud e impulsa la productividad.

P. En especial la salud mental.

R. Naturalmente. Claro que hay sectores donde seguramente es muy claro que la reducción de la jornada no va a aumentar la productividad, pero hay otros en los que es muy claro. Por eso yo creo que está bien plantear reducciones de la jornada laboral como marco y luego tratar de ver dónde pueden ser más intensas y dónde pueden ser menos intensas.

P. Esta es una de las promesas del nuevo Gobierno.

R. Reducir la jornada laboral es una buena medida, no solo para la economía y para la salud de los trabajadores, también para la productividad. En cualquier caso, la aplicación de esta medida es complicada por la heterogeneidad de sectores y de relaciones laborales. Hay otra cuestión importante: transmitir al empresariado que el bienestar del trabajador es muy importante para su empresa. Estamos en economías que van a necesitar más capital humano y, por tanto, más salud mental y física de los trabajadores. Uno de los problemas de productividad de España es la mala relación entre capital y trabajo, al contrario de lo que ocurre en los países nórdicos.

"Uno de los problemas de productividad de España es la mala relación entre capital y trabajo"

P. ¿Reducir la jornada laboral provocará que empresas abandonen el país buscando costes laborales más bajos?

R. No, yo no tengo ningún miedo en ese sentido. Es cierto que la reducción de la jornada sin bajar el salario implica mayor salario por hora, pero creo que se cubrirá con mejoras de productividad.

P. Lo pregunto porque es uno de los argumentos que utilizan las empresas para alertar sobre las reducciones de jornada.

R. Yo creo que el empresario tiene que pensar un poco más a lo grande. Yo creo que hay que salir del bucle de pagar bajos salarios y tener trabajadores desmotivados. Los empresarios tienen que pensar que estamos en un mundo en el que las empresas con mejor desempeño son las que consiguen que toda la organización funcione para unos objetivos determinados y eso implica un trabajador bien involucrado.

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Foto: A. M. V.

P. Cuando se corrige la evolución de la productividad de España por el aumento del capital humano y físico, se observa que se ha producido un descenso desde principios de siglo. ¿A qué se debe?

R. Hay tres explicaciones. Una es que durante los años de la burbuja se disparó la inversión inmobiliaria, pero también se disparó, y eso es menos conocido, la inversión de las empresas en inmuebles y en estructuras pensando en que esos activos se revalorizarían. Muchas de esas inversiones no eran muy rentables, pero se hacían con interés especulativo. Esto provocó una caída muy importante de la productividad total de los factores (PTF) en el periodo 2000-2007. La segunda es que, en ese marco de abundancia de capital, las empresas que más recursos recibieron fueron las que estaban mejor situadas por valoración bursátil y por colaterales que ofrecer a la banca. Pero eso no significa que fuesen las mejores empresas, de hecho, muchas invirtieron mal. Lo que ocurrió es que renunciamos a invertir en las empresas con mayor potencial de crecimiento o con mejor productividad.

Y la tercera es que hubo clientelismo durante esos años. Eso se demuestra en un trabajo de Santana y otros autores, en el que se evidencia que en los sectores más ligados al poder político, como es la construcción, la productividad del capital tendió a divergir en vez de converger. En una economía con buena asignación de recursos, la inversión va a donde hay más productividad marginal, lo que hace que esta se reduzca y tienda a la media. Sin embargo, si hubo divergencia es porque se dedicaron recursos a empresas que ya tenían una productividad baja. Las inversiones más ligadas al poder político tuvieron un abaratamiento particular del capital con una caída de la productividad total de los factores. Eso significa que despilfarraron los recursos. Es fundamental frenar el deterioro institucional que ha sufrido este país desde el año 95, como muestran los índices de calidad institucional.

"Es fundamental frenar el deterioro institucional que ha sufrido España desde 1995"

P. ¿Qué puede hacer España para revertir esta tendencia?

R. Yo creo que hay por lo menos tres palancas. Una es evitar prácticas corruptas, esto es, las malas relaciones entre el sector público y el sector privado. La segunda es fomentar la transparencia en las decisiones de las Administraciones. Y, la tercera, reformar la AAPP para introducir evaluación de las políticas públicas. También hay que garantizar la independencia de los órganos independientes. Para mí es sorprendente que no prestemos atención a cómo España está cayendo en los índices de calidad institucional.

P. Pasando del sector público al privado, ¿las empresas españolas también tienen problemas de gestión?

R. Nuestras empresas están muy bien capitalizadas con capital físico, es decir, tienen el capital necesario y han ido invirtiendo bien. Sin embargo, no están tan equipadas con capital humano.

P. En parte porque las empresas no invierten en la formación de sus trabajadores.

R. Sí, pero eso también forma parte de la calidad organizacional. Los recursos que utilizan las empresas españolas para formar a sus trabajadores son sorprendentemente bajos, pero la formación que damos fuera de la empresa tampoco es adecuada. Por ejemplo, hemos tardado cuatro años en darnos cuenta de que la formación dual es una fórmula estupenda. También tenemos problemas en la universidad: muchos titulados tienen problemas de comprensión lectora y de matemáticas. Además, faltan titulados STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).

P. Pero, más allá del capital humano, ¿cómo es la gestión de las empresas?

R. Las estadísticas nos muestran que tenemos un problema de capital organizacional. Es decir, de profesionalización de las empresas. No se definen estrategias claras, inversiones tecnológicas plausibles, buenas relaciones con los trabajadores, delegación de tareas, gobernanza… En España las empresas tampoco se relacionan formando asociaciones para tratar con las Administraciones. Cuando se fomentan estas prácticas, como se hace en el País Vasco, se consiguen muchas ventajas. Por ejemplo, hay una investigación sobre las empresas madrileñas que muestra que muchas hacen algo sorprendente: adquieren las tecnologías que necesitan para cada proyecto al que concurren, sin consolidar nunca o casi nunca una especialización en una tecnología determinada. Y esto acarrea unos costes enormes.

P. El cauce institucional que tienen las empresas con las Administraciones son las patronales. ¿No está funcionando?

R. El problema suele estar en que hay alguna empresa predominante que quiere una interlocución especial. También las Administraciones tienen problemas para tratar con las empresas porque desconfían de las ellas, lo que las lleva a marcar distancia. Esta solución es incorrecta, porque cuando desconfías de alguien con quien tienes que tratar, al final te conviertes en su instrumento porque no tienes información para tomar tus propias decisiones. La Administración solo puede construir criterio propio con las empresas. En EEUU no ocurre así, porque desde la política se entiende que el tejido productivo forma parte del país.

"Las Administraciones tienen problemas para tratar con las empresas porque desconfían de ellas"

P. Por ejemplo, durante la pandemia, el Gobierno tuvo muchas dudas con las ayudas a empresas y hogares precisamente por el temor a que las capturaran o hicieran un uso fraudulento. Esto provocó que muchas ayudas se retrasaran o llegaran a cuentagotas.

R. Efectivamente, la Administración también desconfía del ciudadano, que piensa que le va a engañar con los impuestos. Las AAPP deberían establecer un diálogo y una negociación con el sector privado. El Gobierno ha hecho gala de tener poco aprecio a las empresas y escasa capacidad de interlocución. En ocasiones ha mostrado una gran arrogancia, por ejemplo, con los planes que trazó para el abandono de los vehículos de combustión que se anunciaron sin hablar con el sector ni con los usuarios.

P. En los últimos tiempos se ha producido un cambio de paradigma y los países vuelven a pensar en la producción estratégica y en la reindustrialización. Este camino reduce la vulnerabilidad de los países, pero también genera costes. ¿Es el camino correcto?

R. La dependencia que tiene Europa de China no es saludable desde el punto de vista económico, pero reducirla probablemente tendrá un coste. Además, Europa tiene capacidad para aumentar su peso industrial sin la necesidad de buscar bienes en los que no es competitiva y que ha ido abandonando. No podemos defender una industria sobre bases no competitivas: yo no propiciaría los proteccionismos para el desarrollo de industrias. Hay margen para desarrollar industrias competitivas, aunque puede que al inicio sí necesiten una ayuda. Es importante hacer una política industrial conjunta en la UE y que cada país ponga el énfasis donde estén sus ventajas comparativas y así evitar problemas de suministro. Esta política industrial debe hacerse con interlocución con el sector privado, huyendo de que la Administración Pública decida por su cuenta y riesgo. Pero, como he señalado, Europa tiene un gran problema en la relación de las Administraciones con su tejido productivo.

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Foto: A. M. V.

P. ¿Ha tenido Europa demasiados prejuicios con las ayudas de Estado?

R. Un poco sí. Incluso las hemos limitado en la innovación, que es clave. Si hay un sector que genera externalidades positivas claras es la inversión en conocimiento y, por tanto, nunca vas a conseguir la inversión óptima si no hay apoyos, porque las empresas individualmente no van a capturar todos los beneficios que se generen de esa inversión. Pues, incluso en el conocimiento, hemos sido enormemente recatados a la hora de apoyar a las empresas. Yo no soy muy partidario de las subvenciones, sino de los programas donde la Administración lidera e implica a todas las empresas de un sector. Eso lo hace Estados Unidos, sobre todo empleando agencias. ¿Por qué Europa no tiene una DARPA, una agencia de innovación militar y de doble uso como la que tiene Estados Unidos? Esto es elemental y si no la tiene, en parte, es porque Europa sigue muy fragmentada.

P. Las estadísticas de comercio internacional aún no muestran un declive de la globalización, pero ¿vamos hacia un mundo de dos bloques con menores relaciones comerciales?

R. Es cierto que el comercio global no está cayendo y creo que no lo veremos porque el comercio de servicios está creciendo a ritmos muy rápidos. No creo que se produzca una desglobalización, pero sí una reducción de la dependencia de China.

P. ¿Esa producción volverá a Europa o se instalará en otros países?

R. Yo creo que la decisión de Apple de abrir una sucursal en India marca el camino. Nadie quiere depender mucho de China y eso es bueno porque China es un gigante que tiene más pretensiones de potencia global de lo que muchos piensan. Yo creo que las importaciones se van a diversificar hacia otros países de Asia y África. Europa no debe centrarse en sustituir importaciones, sino en avanzar en industrias nuevas y más sofisticadas.

"No creo que se produzca una desglobalización, pero sí una reducción de la dependencia de China"

P. ¿Qué podemos esperar de la inteligencia artificial?

R. Si la inteligencia artificial se orienta hacia dar más herramientas al trabajador, podemos esperar que el impacto sobre el empleo no sea tan acusado. Tanto los trabajadores como las Administraciones deben concentrar sus fuerzas. También podemos esperar ganancias de productividad que acaben revirtiendo en menores precios, mayor renta de los individuos y crecimiento de la demanda y surgimiento de nuevos bienes y servicios que hagan que el empleo que es desalojado de las empresas sea incorporado a esas nuevas actividades. Por ejemplo, puede desarrollarse más la industria del entretenimiento. Lo que no dará aumentos importantes de la productividad es sustituir capital humano por físico.

P. Este último es el gran temor.

R. Si la inteligencia artificial se emplea en sustituir, por ejemplo, cajeros del supermercado por cajas automáticas, no se va a conseguir mucho aumento de la productividad. Eso sí, esto generaría desempleo. Pero si se centra en proveer software para ayudar a que los empleados hagan mejor su trabajo se producirán incrementos de productividad. No solo eso, la IA también permite ofrecer servicios que, de otra forma, sería muy costoso producir. En cualquier caso veremos algún tipo de destrucción de empleo, pero si hay ganancias de productividad, otros sectores compensarán ese empleo perdido.

P. Antes señalaba que será importante la fuerza que puedan hacer los trabajadores para dirigir la IA hacia mejoras de productividad y no hacia destrucción de empleo.

R. El papel de los trabajadores va a ser clave para orientar la regulación, como fue la huelga de guionistas en EEUU. Si se permite hacer películas con la IA que utilicen el rostro de algunos actores las productoras se pueden ahorrar mucho dinero. Pero debemos comprender que la eficiencia no es el único objetivo de nuestra sociedad. El bienestar en el empleo implica aceptar algún sacrificio de la eficiencia.

Foto: Vista de Las Cuatro Torres de Madrid. (iStock)

P. Si llevamos la eficiencia a su máxima expresión nos encontramos con el libre mercado en todo su sentido. Y hemos comprobado que esto no es lo que queremos.

R. Yo coincido con el trilema de Rodrik: en un vértice está la globalización, en otro las políticas nacionales y en el tercero, la democracia. Si sacrificas mucho las políticas, digamos la soberanía y la capacidad de atender a tus objetivos de empleo, en pro de la globalización, acabarás teniendo problemas de democracia.

P. ¿Cómo han afectado los márgenes empresariales a la inflación?

R. Lo que ocurrió en el año 2022 es que las empresas aumentaron mucho sus beneficios sin crecimiento de los salarios. En el último trimestre del 2022 los beneficios empresariales subieron una barbaridad, aunque es cierto que estaban más concentrados en algunos sectores como bancos o energéticas. Pero en 2023 se paró el crecimiento de los beneficios y se mantuvieron estables. Lo que ocurrió es que las empresas recuperaron lo que habían perdido en un periodo traumático como fue la pandemia. El aumento de los beneficios permitió generar empleo y ahora son los salarios los que están creciendo. Estamos en una posición envidiable, porque ni los salarios ni los beneficios han subido más que en otros países europeos, por lo que hemos mantenido nuestra competitividad.

La evolución de la productividad de España en los últimos veinte años es dramática. No se ha conseguido ningún avance, más bien retrocesos que han complicado el crecimiento económico y la convergencia con Europa. Rafael Myro, catedrático de Economía Aplicada en la UCM, es uno de los mayores expertos en la economía española y, tras una larga carrera de investigación, tiene claro el diagnóstico y las recetas que necesita el país. En lo que no tiene ninguna certeza es en que vayan a aplicarse. España es experta en ignorar sus verdaderos problemas y arrastrar los pies con las soluciones.

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