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"Hacen falta políticas económicas de izquierda coherentes, pero radicales"
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entrevista a martin wolf

"Hacen falta políticas económicas de izquierda coherentes, pero radicales"

Editor jefe de Economía de ‘Financial Times’, Wolf es uno de los intelectuales con mayor influencia internacional. Acaba de publicar en España 'La crisis del capitalismo democrático'

Foto: Martin Wolf en 2018. (Getty/Pier Marco Tacca)
Martin Wolf en 2018. (Getty/Pier Marco Tacca)
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Editor jefe de Economía de Financial Times, caballero del Imperio británico y uno de los periodistas económicos más influyentes internacionalmente, Martin Wolf es también uno de los mejor relacionados: banqueros centrales, economistas de prestigio y dirigentes de grandes instituciones se cuentan entre sus amigos. Desde esa posición, que le otorga una visión privilegiada, analiza en La crisis del capitalismo democrático (Ed. Deusto) las grandes transformaciones de nuestra sociedad y los dilemas que debemos afrontar. Política, economía y geopolítica se entrecruzan con acierto en el texto.

PREGUNTA. Jake Sullivan, secretario de Estado de Defensa de EEUU, ha publicado un artículo en Foreign Affairs en el que subraya cómo el poder internacional de un país depende de una economía interna fuerte y del grado en que esa economía funcione para todos sus ciudadanos, así como del alejamiento de dependencias peligrosas. Esta nueva relación con la economía interna, causada por la geopolítica, está cambiando el mundo. ¿Hasta qué punto?

RESPUESTA. Leí este artículo de manera rápida mientras viajaba en el avión, pero claramente tiene razón en que estamos viviendo en un mundo de primacía geopolítica en el que EEUU está intentando fortalecer su posición, lo que supone fortalecer y preservar sus alianzas, y extenderlas por todo el mundo. Pero nuestra época es distinta de la antigua Guerra Fría, porque EEUU tiene su principal rival en Oriente y porque intenta preservar su supremacía tecnológica y su seguridad económica, pero al mismo tiempo desea sostener unas relaciones económicas amplias con China y mantener con ella una relación económica positiva. Comprendo su argumento y empatizo con gran parte de él, pero esencialmente está intentando decir que "lo podemos tener todo a la vez", integración y desintegración, hostilidad y cooperación. Eso va a ser muy difícil.

P. En su libro, describe excelentemente una serie de males que ha sufrido nuestra economía en los últimos tiempos: financiarización, concentración, rentas de monopolio. ¿Pueden sobrevivir Occidente y los valores occidentales con una economía como esta?

R. Cuando los alemanes crearon la economía social de mercado de posguerra, lo hicieron sobre una base muy relevante. Creyeron que la concentración y los comportamientos anticompetitivos del capitalismo alemán fueron uno de los motivos por los que los nazis ascendieron al poder. Por lo tanto, promovieron políticas de competencia que fueron un elemento central en la política alemana en la economía de posguerra, y que se convirtieron en parte esencial del Tratado de Roma y de la Unión Europea.

Este poder de los grandes negocios y de sus propietarios supone el nacimiento de una plutocracia inmensamente rica

La creación actual de negocios monopolísticos y oligopolísticos, que son oligárquicos, supone grandes concentraciones de poder económico y político que generan enormes dificultades a la política, porque no las puede contener. Este poder dentro de los propios negocios y, por supuesto, en las manos de sus propietarios supone el nacimiento de una plutocracia inmensamente rica, y creo que esta evolución es uno de los motivos por los que la economía no ha brindado los beneficios compartidos que se esperaban y también por los que mucha gente ve la política como algo que no responde a los deseos de la mayoría. Puede parecer demasiado simple, pero es así.

P. En ocasiones, no solo produce desigualdad, también ineficiencias. Hay un ejemplo reciente, el de la escasez de munición en EEUU, que afecta mucho en un entorno bélico. La concentración de las empresas del sector ha llevado a que buena parte de sus beneficios se convirtiera en recompras de acciones en lugar de ser destinada a la producción, a la innovación o a posibles mejoras. Eso supone un problema en la actualidad. Pero hay muchos otros ejemplos, como el caso de la falta de mascarillas durante el covid, ya que se producían lejos.

R. No estoy de acuerdo con eso. Veo el problema de otro modo en ambos casos. Hace tres décadas, una guerra convencional grande en Europa era impensable, así que los políticos redujeron los presupuestos para las armas y las municiones convencionales, y las empresas, que carecían de demanda, no mantuvieron su capacidad productiva. Eso era perfectamente eficiente. Mantener la capacidad para producir y actualizar el armamento a lo largo de décadas, cuando no era utilizado, resultaba increíblemente costoso, y ante la gran demanda de recursos, no parecía eficiente gastar dinero en la posibilidad remota de una guerra en Europa. Algo similar ocurrió con las mascarillas. Mantener la capacidad para responder a una pandemia cuando no habíamos tenido una pandemia en Europa en 100 años no resultaba eficiente. Es un problema general de la política, cuánto quieres gastar y quién lo gasta. Pero no sostener la capacidad para producir y para almacenar y mantener un material que quizá nunca vayas a necesitar no es falta de eficiencia. Es más bien una cuestión filosófica, cuánto estás dispuesto a pagar para tener seguridad en esos campos. Debería añadir que la Historia demuestra, en la Segunda Guerra Mundial y en la pandemia, que hemos sido muy buenos en el momento de producir más y de manera muy rápida si nos vemos obligados a hacerlo.

Foto: La City de Londres. (Reuters/Maja Smiejkowska) Opinión

P. Menciona en el libro el papel fundamental de las élites en nuestra época y hace alguna referencia a su semejanza con el final de la república romana. Cuando existen “élites enfrentadas, miopes y depredadoras”, los sistemas suelen caer. En nuestro caso, ese enfrentamiento entre élites está muy presente y tiene múltiples traducciones políticas. Pero el problema quizá sea también que cada parte, en lugar de intentar arreglar el conjunto, responsabiliza a la otra de los males presentes, con lo que el enfrentamiento se agudiza.

R. Por supuesto. En este asunto hay un elemento más específico y otro más general. El primero es el paralelo con la caída de la República romana. La élite romana era una élite militar —eso es lo que hacían los romanos—, pero operaban dentro de un marco constitucional muy fuerte que duró medio milenio. ¿Qué ocurrió para desestabilizarlo? En esencia, dos cosas. La primera, los ingresos inmensos del Imperio convirtieron a muchos de los generales en plutócratas impensablemente ricos y, en este sentido, las conquistas del Imperio eran como la creación de nuevos negocios. La segunda es el empobrecimiento y la destitución de las clases pobres, que los llevó a convertirse en soldados profesionales en lugar de en soldados temporales, como era hasta entonces. Estos soldados profesionales eran fieles a los generales que les pagaban, de modo que los últimos 100 años de la República fueron una competencia entre plutócratas propietarios de ejércitos, lo que destrozó el orden constitucional y terminó con la victoria de César y Octavio y con el fin de la República y la llegada del Imperio.

Los plutócratas de hoy tienen dos aspectos diferentes por lo menos. No poseen ejércitos, pero dominan los medios de comunicación e influyen en la política de forma profunda. Obviamente, existen paralelos. De nuevo, vemos el surgimiento de populistas, como César, que era el líder del partido popular. Es perturbador.

"Los partidos de derecha sirven a los intereses de las élites comerciales y los de izquierda, a los de las élites intelectuales"

El segundo aspecto es que hay una competición por el poder y la riqueza entre la élite oligárquica que está atravesada por la emergencia de élites múltiples. Piketty lo describe particularmente bien. Tenemos una élite comercial, que posee y dirige los grandes negocios, y una élite intelectual, que es responsable de nuestras instituciones intelectuales dominantes, medios, universidades, etc. Sus ideologías y sus intereses son muy diferentes. También hay un número enorme de personas que han pasado por las instituciones intelectuales, con la expansión enorme de las universidades, que ha contribuido a crear una élite dividida. Hoy, los partidos de centroderecha y derecha se financian de forma predominante por la élite comercial y sirven a sus intereses, y los de centroizquierda están dominados por la élite intelectual y sirven a sus intereses. Y lo que es más interesante, los jóvenes de clase media universitarios tienden a identificarse con la élite intelectual, mientras que la clase obrera en declive, que se siente abandonada por los partidos de la izquierda, ha adoptado el nacionalismo y los valores relativamente reaccionarios de la élite intelectual. Ese proceso ha transformado por completo los partidos de centroderecha, que abogaban por grandes negocios y bajos impuestos, y ahora lo hacen por grandes negocios, bajos impuestos, nacionalismo y una ideología socialmente reaccionaria. Esta estructura de élite dividida, con una demografía relativamente equilibrada, lo que es bastante nuevo, guarda semejanzas con el pasado, pero ha creado un paisaje político diferente. Una de sus consecuencias, que es fascinante, es que, en promedio, los partidos de la derecha no son más ricos que los partidos de la izquierda; son partidos simplemente diferentes.

Foto: Martin Wolf, editor adjunto y columnista del Financial Times. (Foto:cortesía)

P. Aboga por un New Deal, en la medida en que cree que las soluciones que dimos a la salida de la II Guerra Mundial, adaptadas a nuestra época, deberían ser dominantes, ya que permitirían construir una sociedad cohesiva y con esperanza de futuro. Sin embargo, no vamos por ese camino. ¿Existe una posibilidad real de implantar un New Deal?

R. Estamos en una crisis terrible. El problema de implementar las medidas que he propuesto es que para desarrollarlas ahora tenemos que adoptar políticas muy igualitarias, de la misma clase que se detallaron y financiaron tras la Segunda Guerra Mundial, y para esto, como señalo en el libro, hemos de ser más radicales que entonces, pero también más sensatos de lo que la política actual nos permite ser. Porque para lidiar con las desigualdades, la concentración, los monopolios y la evasión de impuestos se necesitan políticas de izquierda agresivas, pero también coherentes, que nadie hace y que los políticos no se atreven a llevar a cabo porque, si las desarrollan, no serán elegidos. La izquierda, de este modo, queda neutralizada. Se centra en lo cultural y no existe una mayoría en ese tema.

"Las relaciones internacionales se complican porque las grandes potencias tienen aliados a los que no controlan plenamente"

La derecha, en cambio, lo hace muy bien a la hora de explotar la ira del público de la forma en que lo hace, porque preserva el statu quo. Por otro lado, las políticas que se centran sobre todo en divisiones culturales, que estamos viviendo en diferentes formas, son increíblemente divisivas, que es también su objetivo. Sin embargo, fragmentan lo que me parece más importante en toda democracia, que es el sentido de que tus oponentes son profundamente legítimos y que no hay problema si ganan. Sin embargo, si crees que sus valores son malvados, traidores, antinacionalistas y subversores de los valores religiosos, entonces las condiciones para la democracia se erosionan. Eso es lo que vimos en el periodo europeo de entreguerras, y no creo que esto tenga que subrayárselo a alguien que es español.

P. Es usted un firme defensor del capitalismo democrático y cree que Occidente debe actuar en conjunto para preservar el orden liberal. Con el 11-S, lo que vimos fue una defensa de los valores liberales mediante la guerra. ¿Estamos cayendo en el mismo error?

R. Eso fue, desde luego, un grandísimo error, y algunos lo escribimos en su momento. Hasta ahora, volviendo a la primera pregunta de la entrevista, las dos grandes potencias se han esforzado para gestionar sus relaciones sin llegar a la guerra; sin embargo, tenemos guerras proxy, que son complejas. China no le dijo a Putin que invadiera Ucrania, pero creó las condiciones que hicieron creer a Putin que sus posibilidades eran buenas. China desde luego no organizó lo que Hamás ha hecho, y sospecho, aunque no lo sé, que Irán tampoco. Pero indirectamente Hamás está relacionado con Irán e Irán está relacionado con China, y las posturas que han tomado no se habrían llevado a cabo si estas relaciones no existiesen. Esto es como la Guerra Fría, cuando no había una guerra directa entre EEUU y Rusia, aunque casi llegamos a ello en 1962 con la crisis de los misiles, pero había una guerra proxy en Vietnam, que causó un daño inmenso a EEUU. Así que las relaciones internacionales de los dos bloques rivales, cuyas naciones principales son muy cuidadosas para evitar un conflicto directo, se complican porque tienen aliados a los que no controlan plenamente, y eso es muy peligroso. La I Guerra Mundial empezó por Austria y Serbia y no por un conflicto entre Alemania y Francia. Creo que lo dijo Kissinger: los satélites fuera de control son muy peligrosos para las potencias hegemónicas.

Editor jefe de Economía de Financial Times, caballero del Imperio británico y uno de los periodistas económicos más influyentes internacionalmente, Martin Wolf es también uno de los mejor relacionados: banqueros centrales, economistas de prestigio y dirigentes de grandes instituciones se cuentan entre sus amigos. Desde esa posición, que le otorga una visión privilegiada, analiza en La crisis del capitalismo democrático (Ed. Deusto) las grandes transformaciones de nuestra sociedad y los dilemas que debemos afrontar. Política, economía y geopolítica se entrecruzan con acierto en el texto.

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