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Las petroleras logran beneficios récord y ya son las verdaderas ganadoras de esta crisis
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HASTA LA ONU PIDE UN IMPUESTO

Las petroleras logran beneficios récord y ya son las verdaderas ganadoras de esta crisis

Las grandes corporaciones de hidrocarburos disparan sus márgenes de refino y ganan 150.000 millones en el primer semestre, mientras que las eléctricas se quedan rezagadas

Foto: Una vieja infraestructura petrolera. (EFE/Henry Chirinos)
Una vieja infraestructura petrolera. (EFE/Henry Chirinos)
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Las ganancias récord de las principales compañías petroleras en el primer semestre son de una "avaricia grotesca que está castigando a las personas más pobres y vulnerables, mientras destruye nuestro único hogar común", se escuchó en Nueva York en plena crisis energética. No lo dijo Fidel Castro en su memorable discurso de 1979 ante las Naciones Unidas, sino el secretario general del organismo, un católico portugués afiliado al Partido Socialista y llamado António Guterres. Desde la capital del mundo, Guterres instó a los Gobiernos a establecer impuestos contra estos comportamientos "inmorales". Los primeros que lo hicieron fueron el Ejecutivo conservador del Reino Unido y el tecnocrático de Italia.

El dictador cubano ya usaba durante la crisis del petróleo términos similares a los que inundan el debate actual, como "beneficios extraordinarios", y que sirven de justificación para los hachazos fiscales al sector como el emprendido en España. Pero entonces nadie lo escuchó. En los albores de otra revolución, la conservadora, la reivindicación de poner coto a los beneficios de las grandes corporaciones quedaba reducida a los barbudos que dirigían Cuba y otros países no alineados.

Foto: EC.

Han pasado cuatro décadas y ahora que la barba se ha vuelto 'mainstream', hasta el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se atreve a llamar a las cosas por su nombre: "Exxon ha ganado más dinero que Dios". En concreto, 22.950 millones de euros en el primer semestre, el mejor de su historia. Es un 214% más que en el mismo periodo del ejercicio anterior.

Las metáforas teológicas están de moda, y el propio consejero delegado de Shell, Ben van Beurden, las utiliza para justificar los precios desorbitados que pagan los consumidores por el gas y el petróleo: "No podemos hacer milagros". Sin embargo, para creer a Guterres y Biden no hace falta resucitar a Fidel Castro y meter la mano en su costado. Basta un gesto tan profano como acudir a la cuenta de resultados de las empresas. Ni la Rusia de Vladímir Putin, ni la Iberdrola de Ignacio Sánchez Galán (que también): las petroleras son las verdaderas ganadoras de la crisis energética provocada por la reapertura de las economías tras la pandemia de coronavirus y agravada por la invasión de Ucrania.

Shell ha repartido una paga extraordinaria a sus trabajadores tras triplicar su margen de refino

Las multinacionales del sector obtuvieron un beneficio de alrededor de 150.000 millones de euros en el primer semestre. Es mucho más que las eléctricas, que por alguna razón han acaparado todo el foco político y mediático en España, y una cifras muy similares a lo que gasta cada año nuestro país en pensiones. La petrolera de Ben van Beurden, por ejemplo, ganó 24.603 millones de euros en la primera mitad de 2022, un 177% más que en la de 2021. Y aquí tampoco hay milagro.

El margen de refino pasó de 10 a 28 euros durante este tiempo, según reconoce la multinacional angloholandesa en su informe de resultados. En román paladino: la diferencia entre el precio al que Shell vende el combustible y el que le cuesta a la compañía el petróleo necesario para producirlo se ha multiplicado por tres. Se trata de un beneficio condicionado por la subida de la cotización de los productos refinados en los mercados internacionales, muy superior a la del crudo. Y llega después de dos años de márgenes ridículos a consecuencia de la pandemia, alegan las corporaciones del sector. Es cierto, pero también lo es que a cada barril se le está sacando el triple. Cualquiera diría que existe campo para atajar la situación sin necesidad de recurrir a las divinidades.

Ahí es donde entra el impuesto planteado por Guterres, que animó a los Estados a que usen lo recaudado para apoyar a los más vulnerables. La falta de sensibilidad de las empresas —y los inversores que las sostienen— se lo ha puesto en bandeja. Pese al riesgo reputacional que genera la creciente sensibilidad social sobre el asunto, las grandes petroleras han preferido gratificar a sus accionistas o sus trabajadores antes que contener los beneficios que obtienen gracias a la espiral inflacionista. La británica BP, por ejemplo, ha anunciado un aumento del 10% en su remuneración trimestral, mientras que la francesa Total repartirá un segundo dividendo un 5% superior al del año pasado. Shell ha ido más allá y, sin ningún rubor, ha anunciado una bonificación salarial del 8% a sus 82.000 trabajadores para celebrar su récord de ganancias por segundo trimestre consecutivo.

La venganza de la economía de siempre

Sus casos no constituyen una excepción en el sector, sino la regla. Espoleados por la coyuntura de récords de la energía, las principales corporaciones de hidrocarburos de Occidente están haciendo su agosto mientras los hogares pagan el combustible más caro de la historia. Total y la estadounidense Chevron cerraron en junio su mejor segundo trimestre de siempre y la británica BP, el mejor en 14 años. Pero nada comparado a la italiana Eni, que vio aumentar sus beneficios un 571%, hasta los 7.398 millones de euros. Una cifra que ni siquiera pudo imaginar el soñador Enrico Mattei, héroe partisano que la fundó en 1953 a partir de la fascista AGIP, conocida popularmente como 'Agenzia Gerarchi in Pensione' (Agencia de los Jerarcas Retirados) por su funcionamiento ineficiente.

Por primera vez desde 2018, la petrolera Exxon ganó más que Alphabet, la matriz de Google

Fue el propio Mattei quien acuñó el término 'Siete Hermanas' para referirse al cártel de empresas occidentales que dominó el mercado hasta los años sesenta. Era la época dorada, que muchos dieron por enterrada tras la aparición de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y la eclosión de la tercera revolución industrial, con una economía que dejaba atrás las actividades extractivas para centrarse en las nuevas tecnologías y las fuentes de energía limpias. Nada más lejos de la realidad. Hoy esas siete multinacionales se han quedado en cuatro (Exxon, Shell, BP y Chevron), pero sus datos vuelven a ser mareantes: solo en el primer semestre, facturaron 457.000 millones de euros, el equivalente al PIB de Noruega, y ganaron más de 80.000. Con sus beneficios de seis meses se podría financiar el esfuerzo fiscal de todas las administraciones españolas contra la pandemia durante estos dos años.

Otro dato: por primera vez desde 2018, Exxon ganó más que Alphabet, la matriz de Google. Por si fuera poco, el S&P Oil & Gas Exploration & Production Index de la Bolsa de Nueva York se ha disparado un 28% en lo que llevamos de año, mientras que el tecnológico Nasdaq se deja más de un 10%. Es lo que Jeff Currie, jefe de Estrategia sobre Materias Primas de Goldman Sachs, ha llamado "la venganza de la vieja economía".

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE/Ettore Ferrari)

En ese contexto, las empresas que han invertido en energías limpias y actúan en sectores muy regulados, como las eléctricas españolas, se han quedado atrás. 'Back to basics': el refino de petróleo vuelve a ser la gallina de los huevos de oro, y Repsol y Cepsa aparecen como los grandes beneficiados. La compañía dirigida por Josu Jon Imaz ganó 2.539 millones en el primer semestre, tras triplicar sus márgenes entre abril y junio. Por su parte, Cepsa se apuntó 841 millones en la primera mitad del año, un 148,8% más.

Los beneficios de Endesa, en cambio, 'solo' aumentaron un 10% y los de Iberdrola menguaron en España un 26%, pese a dispararse un 36% a escala global, hasta cerrar el mejor primer semestre de su historia. Fuera de nuestro país, la italiana Enel ganó un 4,8% menos y la francesa EDF perdió 5.293 millones de euros. Si hace tres meses este diario ponía encima de la mesa el debate sobre quién estaba obteniendo unos beneficios realmente extraordinarios, ahora la respuesta aparece cada vez más nítida.

Pese a lo injusto de la situación, nada asegura que el remedio puede ser mejor que la enfermedad. Mientras las empresas sigan en manos privadas, estarán legitimadas para trasladar los impuestos sobre sus beneficios a los precios que cobran a los consumidores. Y controlar que no sea así resulta muy complicado, ya que siempre pueden incluirlos en sus márgenes, como está ocurriendo con la subvención a los combustibles.

Lo reconoció el propio Fidel Castro el 6 de febrero de 1959, en un discurso ante los trabajadores de Shell cuando acababa de triunfar la Revolución: "Intervenir sin confiscar no resuelve nada, y confiscar sería crearle al Gobierno Revolucionario en este momento un problema grande en un momento no adecuado para ello". Un año y medio después, se hizo con el control de todas las empresas occidentales en el país. Y todos sabemos cómo acabó el invento.

En Francia, el Estado acaba de nacionalizar el gigante eléctrico EDF después de que la empresa lo demandase por obligarla a malvender la energía que producía. La intervención pública no significará un lucro para los contribuyentes, sino todo lo contrario: tendrán que hacer frente a la delicada situación contable de la compañía y sufragar el multimillonario plan de inversiones nucleares del presidente, Emmanuel Macron. Socializar pérdidas es fácil, pero a los beneficios no hay manera humana de meterles mano. Para algunos incrédulos, ni siquiera en el costado.

Las ganancias récord de las principales compañías petroleras en el primer semestre son de una "avaricia grotesca que está castigando a las personas más pobres y vulnerables, mientras destruye nuestro único hogar común", se escuchó en Nueva York en plena crisis energética. No lo dijo Fidel Castro en su memorable discurso de 1979 ante las Naciones Unidas, sino el secretario general del organismo, un católico portugués afiliado al Partido Socialista y llamado António Guterres. Desde la capital del mundo, Guterres instó a los Gobiernos a establecer impuestos contra estos comportamientos "inmorales". Los primeros que lo hicieron fueron el Ejecutivo conservador del Reino Unido y el tecnocrático de Italia.

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