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La increíble historia del rugbier guardaespaldas del último presidente del Gobierno republicano
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UNA GRAN TRAYECTORIA

La increíble historia del rugbier guardaespaldas del último presidente del Gobierno republicano

Su familia sostiene que era un gran deportista de carácter inquieto. No se le daba mal entrenar a chicas en atletismo, boxear o el fútbol. Pero fue en el rugby donde destacó

Foto: Enrique Georgakopulos fue escolta del presidente Negrín. (Cedida)
Enrique Georgakopulos fue escolta del presidente Negrín. (Cedida)

La vida de Enrique Georgakopulos Teja (1912-1944) da para una película de esas en cuyos rótulos iniciales aparece la leyenda 'basada en hechos reales'. A modo de guion escueto, se trataría de narrar la historia del hijo de un cónsul de Grecia en Valencia que se hizo médico, deportista, profesor de educación física y policía antes de convertirse en guardaespaldas del grancanario Juan Negrín, el último presidente de Gobierno durante la II República. De él, sus familiares dicen que era una un auténtico atleta de carácter algo inquieto. No se le daba nada mal boxear, nadar, el fútbol o entrenar a las chicas de atletismo. Esa inquietud lo convirtió en el auténtico impulsor del rugby en Valencia junto a su paisano Manuel Usano, y a convertirse en el primer internacional valenciano con el XV del León. Su muerte es toda una incógnita. Hay quien afirma que se debió a un ajuste de cuentas entre españoles huidos a Francia porque ayudó a una mujer que había colaborado con los nazis. Pero sólo es eso, una teoría.

La familia de Enrique Georgakopulos se instaló en la localidad castellonense de Vinaròs sobre 1870 por el vínculo de su padre con la actividad portuaria. En concreto, era intérprete marino y dominaba nueve idiomas. El matrimonio tuvo seis hijos, cuatro chicos y dos chicas y, debido a la movilidad de su trabajo, uno nació en Mahón (Constantino), otro en Alicante (Enrique) y el resto en distintos puntos de la costa levantina hasta que el cabeza de familia se instaló de forma definitiva en Valencia a principios del siglo XX.

El rugby llegó a la ciudad en 1923 a raíz de un partido disputado a modo de demostración entre dos equipos catalanes en un estadio construido a orillas del río Turia. Las primeras noticias sobre esta novedosa modalidad deportiva tardaron casi siete años en llegar a oídos de los estudiantes que en 1930 militaban en la Federación Universitaria Escolar (FUE) a través de películas originarias de Francia e Inglaterra. Se trataba de una organización estudiantil muy crítica con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, al contrario que el minoritario Sindicato Español Universitario (SEU), más alineado a los conservadores. Así lo dejó anotado Enrique Georgakopulos en unas cuartillas redactadas a máquina entre 1935 y 1936 y que aparecen reproducidas en el libro Los orígenes del rugby en Valencia de Recaredo Agulló y su hijo Víctor.

placeholder Lance de un partido de Enrique Georgakopulos. (Cedida)
Lance de un partido de Enrique Georgakopulos. (Cedida)

El debut llegó en 1931

La playa valenciana de la Malvarrosa fue testigo de excepción de los primeros entrenamientos de los estudiantes que se habían enganchado al rugby. En solo un año de existencia, el equipo de la FUE, con mayoría de estudiantes de medicina, disputó su primer partido frente al Barcelona University Club. Cayeron derrotados por un contundente 22-8 en el antiguo campo de Mestalla. Su debut fuera de casa aconteció ese mismo año. Fue el 15 de noviembre de 1931 en un encuentro disputado en Madrid durante su participación en un congreso organizado por la Unión Federal de Estudiantes Hispanos para la Reforma de la Enseñanza. De aquel equipo se recuerda la figura de Usano, quien llegó a ser jefe de sanidad de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil, o del abogado Baltasar Bonet.

A partir de entonces, como recuerda Recaredo Agulló, la prensa local comenzó a hacerse eco de los partidos de rugby. Y lo hicieron al margen de su adscripción ideológica, porque tanto El Mercantil, de tendencia republicana, como Las Provincias, de carácter más conservador, "tratan por igual, y en sana competencia, los partidos y los viajes que hacían los jugadores". Incluso ambos rotativos publicaron informaciones relacionadas con los partidos benéficos disputados en los estadios de Mestalla y Vallejo durante la Guerra Civil destinados a recaudar fondos para los combatientes.

Agulló comenta que, a la hora de elaborar su libro, contó con dos fuentes directas. Una, la de su propio padre, Víctor, amigo durante su época de militancia en la FUE de Enrique Georgakopulos, y otra, la de Alejandra Soler, una maestra licenciada en historia que se exilió en Rusia tras la Guerra Civil por su militancia en el PCE y que tuvo al médico valenciano como entrenador de atletismo y profesor de educación física. La aportación en el libro de las cuartillas sirve, además, para contextualizar cómo eran de buenas las relaciones entre las federaciones española y valenciana. Tan es así que Georgakopulos les comentaba cuestiones tales como su estado de forma o que se había recuperado de una lesión reciente. Todo saltó por el aires el 28 de marzo de 1936 tras un partido disputado por España en Madrid frente a Portugal porque, a raíz de la escisión de la federación catalana, la federación centro solo convocó a jugadores de Madrid. Y claro, la cosa acabó mal.

placeholder Recorte de prensa en el que aparece Enrique Georgakopulos. (Cedida)
Recorte de prensa en el que aparece Enrique Georgakopulos. (Cedida)

El deporte más noble

A lo largo de su época universitaria, la prensa valenciana alabó las bondades del joven Enrique Georgakopulos al que animó junto a sus compañeros de la FUE como Aguado, Peris, Urribes, Cantó o Usano "a seguir por el camino emprendido y demostrad la falta que está haciendo la implantación del deporte en las Universidades españolas". Las loas a su figura se repitieron cuando los periodistas madrileños le vieron jugar en la capital de España. Así, el diario ABC destacó en su crónica, fechada el 2 de mayo de 1935, la labor de Enrique Geargakopulos tras el partido en que los valencianos perdieron la final del campeonato organizado por la FUE "para sacar todos los balones en la melé hasta que se lesionó".

Más tarde, en una entrevista en Diario de Madrid de fecha 18 de diciembre de 1935, afirmaba: "Me gusta [el rugby] porque es el deporte más noble y más completo de todos". En esa misma charla contaba también que ese mismo año había sido convocado para disputar dos partidos con España. El primero tuvo lugar el 13 de abril en el estadio Lisboeta de Amoreiras. Sin embargo, según los recortes de prensa española, no llegó a jugar ni un solo minuto. De hecho, publicó que la alineación de XV español fue la siguiente: Del Caz; Jesús, Marín; Ferreras (Del Campo), Durán, Fallola; Blanco, Audivert; Cabeza, Candela; Sabrás, García San Miguel, Rafa, Cruz y Pérez López. Del segundo partido, frente al Sporting de Lisboa, no hay noticias. La ausencia de su nombre y el de otros jugadores tiene una explicación: la censura. Todos ellos simpatizaban con la República. Menos mal que un rotativo lisboeta, ajeno a la época prebélica que se vivía en España, sí recogía el apellido Georgakopulos en el XV inicial español.

Constantino Georgakapulos es sobrino de Enrique e hijo de Constantino Georgakopulos Teja. Su testimonio resulta esclarecedor para explicar cómo dos hermanos podían ser tan distintos. Uno siempre leal a la República, y el otro, falangista. Esa distancia ideológica nunca fue obstáculo para profesarse respeto y admiración mutua. "Nunca se hablaba de política en la casa de mis abuelos", dice. En 1934, su padre, con tan solo 16 años, ya había ingresado en la Falange. Así lo atestigua su medalla de la Vieja Guardia, creada en 1942 para premiar a aquellos falangistas y requetés que estuvieron afiliados a la Falange o a la Comunión Tradicionalista antes del comienzo de la Guerra Civil.

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El rugby fue el deporte en el que destacó Enrique Georgakopulos. (Cedida)

Las decisiones políticas

Su tío, cuatro años mayor que su padre, se decantó por el bando republicano. Al estallar la Guerra Civil, Valencia permaneció leal a la II República. Su adhesión al régimen de Azaña era tal que no dudaba en participar en festivales atléticos donde se recaudaban fondos a los soldados que iban al frente. Republicano convencido "pero no extremista", como dice su sobrino, Enrique Georgakopulos ingresó en la Academia de Policía cuando el Ejecutivo de Manuel Azaña se estableció en la capital del Turia el 7 de noviembre de 1936, al mismo tiempo que participaba activamente en los preparativos de la defensa de la ciudad. Durante ese primer año de contienda bélica, el padre de Constantino corría serios peligros por razones obvias. Le detuvieron en varias ocasiones por su militancia en la Falange y, aun así, nunca se le pasó por la cabeza la idea de huir del entorno familiar. Su hijo cuenta que la obstinación de su padre estuvo a punto de costarle la vida. "Si no es porque una vez intervino mi tío, que consiguió sacarle de prisión, seguro que le hubieran fusilado ese mismo día". Esa y otras historias Constantino se las contó a su hijo para defender la memoria de su hermano, a quien siempre definió como una persona "fuera de serie".

Antes de finalizar la contienda, el propio Enrique consiguió enchufar a Constantino y a Nicolás, el hermano mayor, en los carabineros, un cuerpo armado cuya misión era la vigilancia de costas y fronteras hasta que en 1940 pasó a formar parte de la Guardia Civil. El hecho de ser los tres hermanos parte de lo que vino a llamarse Los Cien Mil Hijos de Negrín fue lo que les mantuvo unidos durante los primeros meses del conflicto bélico. Sin embargo, Enrique siempre ligó su vida a la del político canario, así que el 1 de enero de 1938 decidió mudarse a Barcelona junto al sucesor de Francisco Largo Caballero para realizar labores de escolta. Lo hizo 15 meses antes de que Valencia cayera en manos de los nacionales (9 de marzo de 1939). De la Ciudad Condal, se trasladaron al castillo de Figueres para poco después cruzar la frontera. Nunca tuvo la oportunidad de regresar a España porque, de haberlo hecho, se hubiera jugado el pellejo. Así que se instaló en Francia a principios de 1939. A partir de entonces, tanto él como Negrín emprendieron caminos distintos.

Durante muchos años, Enrique mantuvo una relación epistolar con su hermano Constantino, que al término de la Guerra Civil se había alistado en la División Azul. "A mi padre aquello le dolía mucho porque lo que quería era ver a mi tío", afirma. En la última carta que recibió Constantino, su hermano le expresó el deseo de reencontrarse en algún lugar del sur de Francia. Ya no hubo más noticias de él y su pista se perdió hasta que les comunicaron su muerte. Desde entonces, nadie sabe dónde puede estar su cadáver. La última pista la recibió hace tres años cuando una persona le telefoneó desde Francia para comunicarle que los restos de su tío podrían estar en el cementerio de Rennes-Le Chateau, la misma localidad situada en el sur de Francia donde se cuenta que el abad Bérenger Sauière encontró el tesoro de los cátaros.

placeholder El rugby es un deporte cargado de nobleza. (Reuters/Vincent West)
El rugby es un deporte cargado de nobleza. (Reuters/Vincent West)

Hay pocos y confusos detalles sobre cómo se produjo en 1944 la muerte de Enrique Georgakopulos, que no llegó a tener descendencia. Su sobrino conoce la historia de que le asesinaron por defender a una mujer que había colaborado con los nazis. Esa versión no le cuadra mucho. No se la acaba de creer. Piensa que, en realidad, su asesinato pudo deberse a un ajuste "por problemas de dinero" entre excombatientes republicanos y un grupo de comunistas españoles. Otra hipótesis atribuye la muerte del médico valenciano a un grupo de forajidos que actuaban bajo el paraguas del maquis y que no eran otra cosa que delincuentes comunes que aprovecharon la ocasión para eliminar a todas aquellas personas que pudieran ser un peligro cuando las aguas se calmasen y se supiera quién era quién.

Sea como fuere, en el libro A cada cual su exilio de Enrich Mèlich, un escritor que a los 14 años tuvo que abandonar España con su padre, un militante anarcosindicalista, relata la muerte de Enrique de la siguiente manera: "El doctor Georgakopulos era un español de origen griego. Había nacido en Alicante. Él, su compañera Maruja y Luis García Fernández (de la CNT) fueron llevados al bosque de Picaussel. Primero ejecutaron a García. El doctor, asustado, intentó huir saltando del camión. A pesar de recibir un tiro en la pierna, logró llegar al bosque, pero fue capturado por El Chato [Juan Fernández] que lo abatió de otra ráfaga. Poco después, le tocó el turno a Maruja que, sin fuerzas y llorando, no opuso resistencia alguna. Según el mismo Chato, otro equipo se encargaba de enterrar los cuerpos".

La vida de Enrique Georgakopulos Teja (1912-1944) da para una película de esas en cuyos rótulos iniciales aparece la leyenda 'basada en hechos reales'. A modo de guion escueto, se trataría de narrar la historia del hijo de un cónsul de Grecia en Valencia que se hizo médico, deportista, profesor de educación física y policía antes de convertirse en guardaespaldas del grancanario Juan Negrín, el último presidente de Gobierno durante la II República. De él, sus familiares dicen que era una un auténtico atleta de carácter algo inquieto. No se le daba nada mal boxear, nadar, el fútbol o entrenar a las chicas de atletismo. Esa inquietud lo convirtió en el auténtico impulsor del rugby en Valencia junto a su paisano Manuel Usano, y a convertirse en el primer internacional valenciano con el XV del León. Su muerte es toda una incógnita. Hay quien afirma que se debió a un ajuste de cuentas entre españoles huidos a Francia porque ayudó a una mujer que había colaborado con los nazis. Pero sólo es eso, una teoría.

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