Es noticia
La anulación de la lógica en el ajedrez o cuando el gran adversario habita dentro de uno mismo
  1. Deportes
  2. Otros deportes
LOS PROBLEMAS DE LOS JUGADORES

La anulación de la lógica en el ajedrez o cuando el gran adversario habita dentro de uno mismo

Así como el ajedrez tiene un porcentaje alto de seducción, también dio a algunas de sus principales figuras algún que otro requiebro o sorpresa ingrata a lo largo de su historia

Foto: El primer campeón mundial de ajedrez, Wilhelm Steinitz. (Creative Commons)
El primer campeón mundial de ajedrez, Wilhelm Steinitz. (Creative Commons)

El ajedrez puede ser una de las versiones más increíble del arte y del método científico, puesto que aúna estos dos conceptos de forma magistral por su riqueza de matices, por inextricable y porque marida una vertiente lúdica y terapéutica. Históricamente instalado en un segmento social exclusivo o con posibles, con el tiempo pasó a tener una vertiente más universal. Indebidamente desvinculado de opciones como las artes tradicionales, pues el ajedrez tiene algo de sacro, se convirtió durante siglos en un pasatiempo.

La imaginación, esa facultad humana tan asombrosa que concibe creaciones imbatibles como La Pietá de Miguel Ángel, la simpleza tan contundente de la desesperación humana reflejada en El Grito de Munch, el rendimiento sostenido en el tiempo del Acueducto de Segovia o la magnitud cósmica del complejo ceremonial de Angkor Wat, se refleja en un tablero de ajedrez con toda solemnidad. Casi como quien conecta el alma con pinceles, que cincela piedra y crea vida.

Quizás la mala prensa respecto a que solo es accesible para gente inteligente haya perjudicado una mayor aceptación de esta disciplina: unas veces, se acerca a la mística; otras, se trata de un juego en el que hay que pensar. A pesar de ello, no hay que olvidar que en la actualidad y tras sortear numerosos obstáculos y reticencias, se ha convertido en una herramienta de diálogo universal para la cual no hace falta intérpretes.

Pero, así como el ajedrez tiene un porcentaje altísimo de seducción, también ha dado a ciertas de sus figuras más relevantes algún que otro requiebro o sorpresa ingrata. Algunos de sus grandes jugadores, de sus adelantados, han sido pasto de adversidades reflejadas en conductas conducentes a situaciones patológicas. Aquí hablaremos de un par de jugadas cortas extraídas de sendos personajes que en su momento dieron esplendor a este lenguaje universal. El muestrario no es largo, pero sí asombroso.

Foto: Arturo Pomar, en una imagen de archivo.

El primer campeón mundial oficial de ajedrez, Wilhelm Steinitz, murió tras una larga enfermedad acompañada de una demencia irreversible. Fue el creador de la Escuela de Ajedrez Moderno, un hijo del gran imperio austro-húngaro y, tras una carrera espectacular en la disciplina de los trebejos, tuvo una muy mala prensa por sus comportamientos antideportivos, aspecto que lo convirtió en el más impopular jugador de ajedrez que haya hollado este planeta.

Tal que un mes de agosto del año 1900, devorado por la indigencia más absoluta, empobrecido por la ristra de facturas médicas y en colapso financiero, pasaba a mejor vida en un centro de caridad de Nueva York. Un hombre que, tras haber llegado muy lejos en la alta magistratura del ajedrez, había sido destruido por la locura. El adversario residía dentro. Pero antes que él hubo otros geniales ajedrecistas con problemas similares. Y, después, también.

En nuestro fuero interno, lo cotidiano, las adversidades de la vida, angustias, patologías ocultas que nos sorprenden por su virulencia, taras endémicas de transmisión genética o la presencia del desasosiego, nos erosionan y ponen a prueba permanentemente. La resistencia es la clave de la evolución. Decenios antes de que Darwin expusiera su famosa teoría, Félix de Azara, un militar español, había adelantado esta realidad imbatible. Mas no fue el único en quedar fuera de control para sí mismo.

placeholder Paul Morphy jugando contra Johann Löwenthal en 1858. (Creative Commons)
Paul Morphy jugando contra Johann Löwenthal en 1858. (Creative Commons)

Paul Morphy es conocido en el mundo del ajedrez como un jugador de una imaginación brillante. Vino a Europa desde EEUU en busca de rivales de nivel, se dio un paseo y venció. Veni, vidi, vici. Cuando acudió al Café de la Regence en París, un templo del ajedrez venerado por artistas, poetas y refugiados con recursos, finiquitó a los mejores jugadores del momento. Pero en su personalidad diletante y ecléctica (tocaba todas las teclas a su alcance), habitaba el rumor de la locura. Igual que impresionó su habilidad creativa y su fantasía en el tablero, su decadencia mental impresionó vivamente a sus conciudadanos cuando retornó al otro lado del océano.

Miembro de una aristocracia sureña esclavista, no compartía los postulados de los confederados que regaban sus plantaciones de los estados del sur con la sangre de los desgraciados africanos capturados a lazo. Abogado a muy temprana edad, este dinámico jugador acabó sus días en un estado más que lamentable, completamente perjudicado y expropiado de su voluntad. Demenciado y odiando la magia de un arte que lo elevó a la cumbre de la inmortalidad, a los 21 años renunció a su cátedra de campeón del mundo oficioso. El propio Steinitz, un tipo genial pero bastante grosero que lanzaba escupitajos a un recipiente mientras jugaba con sus adversarios, en un acto que le honra, se negó a aceptar el título de primer campeón del mundo hasta que Morphy muriera. La vida es un lugar extraño.

El ajedrez puede ser una de las versiones más increíble del arte y del método científico, puesto que aúna estos dos conceptos de forma magistral por su riqueza de matices, por inextricable y porque marida una vertiente lúdica y terapéutica. Históricamente instalado en un segmento social exclusivo o con posibles, con el tiempo pasó a tener una vertiente más universal. Indebidamente desvinculado de opciones como las artes tradicionales, pues el ajedrez tiene algo de sacro, se convirtió durante siglos en un pasatiempo.

Ajedrez
El redactor recomienda