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Extra, extra: estos son todos los detalles de la actualidad del Real Madrid
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Ángel del Riego

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Extra, extra: estos son todos los detalles de la actualidad del Real Madrid

La sala de máquinas está inundada. Solo hay peones que achican agua y nadie se ocupa de recomponer el juego. Al desconcierto, acude Vinícius y el desconcierto se convierte en caos

Foto: Ancelotti lidera a la perfección el Madrid. (Reuters/Borja Suárez)
Ancelotti lidera a la perfección el Madrid. (Reuters/Borja Suárez)

En el Madrid no hay azar, la temporada primero es meticulosamente imaginada por cada hincha y por cada jugador y luego se convierte en real. En ese mundo de deseo y memoria, enero es el mes que conviene tachar. No se recuerda un principio de año glorioso y es normal. Los títulos quedan lejos, el esplendor de abril es solo una luz de baja intensidad. Hay rencor en las calles, desde hace ya muchos años el futuro no existe. La gran catástrofe está por llegar y los impuestos no paran de subir. Un día es la superpoblación y el agotamiento de los recursos. A la semana siguiente las tasas de natalidad se han desplomado. Pase lo que pase, el horizonte es la extinción, el canibalismo o un mundo sumergido donde solo sobrevivirán los árbitros y el Senado.

El fútbol no es ajeno a ese pesimismo. La conexión con el hincha parece haber desaparecido. El dinero corroe el corazón purísimo de este sagrado deporte. La antigüedad se ve como un tiempo de hazañas mitológicas y autenticidad. Europa saluda la causa antirracista, pero suspira por un pasado donde los futbolistas eran hijos de su comarca. Los medios se llenan de proclamas feministas y valores sin fin, mientras sus moralistas de guardia se ponen melancólicos al recordar aquellos tiempos donde la gente moría y mataba por los colores de una camiseta.

Todo va a peor y estamos en enero. De repente, el Madrid amaneció cansado y roto, sin ganas ni estructura definida. El partido contra el Almería pareció seguir la senda de la prórroga contra el Atleti. Un gol en contra que se convierte en una muralla. La sala de máquinas del Madrid está inundada. Solo hay peones que achican el agua y nadie se ocupa de recomponer el juego. Al desconcierto, acude Vinícius y el desconcierto se convierte en caos. Un caos sin geometría porque Bellingham está cansado, muy cansado, y Modric parece uno de esos ancianos que vuelve a una infancia titubeante justo antes de quedarse parado para siempre.

Esos momentos extenuantes parecen durar glaciaciones enteras. Todo pierde sentido y cada uno hace la lucha por su cuenta. El hincha se pregunta qué hace mirando un espectáculo decadente, pero aprieta los dientes y espera. Tiene fe. Hay algo sobrenatural en él.

placeholder El gol de Tchouaméni dio la victoria al Madrid. (Reuters/Marcelo del Pozo)
El gol de Tchouaméni dio la victoria al Madrid. (Reuters/Marcelo del Pozo)

Las acciones de Vinícius

De hecho, la diferencia entre el espectador y el hincha es esa. El espectador cambiaría de canal o sería uno de esos hombres de espíritu débil que se van del Bernabéu a 10 minutos del final para coger sitio en el atasco que les llevará a la pequeña ruina de sus hogares. Esos hombres que muchas veces se han quedado sin cantar el éxtasis final. Metáfora perfecta de cómo el exceso de prudencia y sentido común apagan la llama de cualquier vida.

Es un Madrid cansado donde se cuela el absurdo, pero es el Madrid. Y los blancos construyen arquetipos como el del genio de las segundas partes. O el del loco vociferante que lleva el partido hacia la autodestrucción, pero persigue una luz con la rabia del fanático o la inocencia de un animal. Ese loco es Vinícius y al final, justo cuando el telón está a punto de caer, acaba metiendo el gol en la portería ante el fastidio de medio mundo y la algarabía de la otra mitad.

Vinícius, un jugador que está más allá del sistema, al que Van Gaal hubiera postergado y al que solo Benzema, y su pedagogía mozárabe, logró domesticar. Ahora vuelve a su libertad original y muestra sus pecados, sus heridas y su aguijón, en cada lance, en cada jugada, en cada minuto del encuentro. Hace difícil un dibujo racional en el Madrid, pero hace posible la victoria, sobre todo cuando el otro genio del equipo, Bellingham, está convaleciente o cansado, como es el caso ahora mismo.

placeholder Rodrygo protege la pelota ante Kirian. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Rodrygo protege la pelota ante Kirian. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El momento del Madrid

Rodrygo fluctúa entre la genialidad y la irrelevancia. Ese es su sino y por eso entra tan bien en ese "genio de las segundas partes" del que se habla más arriba. El equipo necesita un tótem en el carril central y sin Bellingham (o con Bellingham cansado), eso no existe. Brahim ha pasado su semana efervescente y su fútbol de apoyos cortos y movimiento perpetuo ha resultado ineficaz. ¿Y por qué? Porque Brahim —como Rodrygo— necesita de una estructura sobre la que patinar. Ellos son una coda, un adjetivo, las cortinas que matizan la luz del salón. Vinícius es un hombre-sistema y Bellingham es el sistema. Lo que antes eran Kroos y Modric y en sus años tardíos han dejado de ser.

Tchouaméni es el hombre montaña. Todo en su cuerpo es descomunal. Todo en su juego es sigiloso. A ratos parece perderse por los ángulos del espacio-tiempo. Sigue arrastrando el interrogante del año pasado. Esa falta de impulso para barrer los balones de la frontal, para mandar en el medio, para la violencia premeditada. Y de repente surge de un córner como una pirámide oculta y gana el partido para los blancos.

La fase gris del Madrid no inquieta al hincha porque al otro lado solamente aparece el Girona. El Barça está en una de esas crisis telúricas de antes de Cruyff, aunque con los mimbres contemporáneos. Xavi lleva repitiendo todos sus mantras sobre el fútbol y el césped desde que está en el banquillo. Los canteranos invaden las alineaciones del Barça. Hay figuras mundiales, como Lewandoski, y brasileños como Rapinha. Pero todo da la impresión de ser una parodia, una simulación humorística hecha por un demonio juguetón.

placeholder Xavi dejará el Barça el 30 de junio. (EFE/Alejandro García)
Xavi dejará el Barça el 30 de junio. (EFE/Alejandro García)

El mal momento del Barça

Los mimbres del Barça de los últimos 25 años construidos con materiales de deshecho. Las figuras que vienen son como esos grandes actores caídos en desgracia que aparecían en capítulos irrelevantes de El coche fantástico. Los dueños del pase y la posesión únicamente pueden mantener la pelota en los rondos que hacen en los entrenamientos. Las grandes promesas de la cantera van cayendo una a una como en las pelis de terror de serie B.

Surge un nombre cada mes y medio con un fútbol nuevo en su corazón. Se le explota sin mesura durante un corto período de tiempo y marca un par de goles de bandera. Se lesiona y cuando vuelve, esa frescura ha mutado, su velocidad es negativa y sus remates son repelidos por la defensa contraria. Se vuelve a lesionar y es llamado por el seleccionador para darle ánimos y cariño.

Foto: Laporta, en un acto oficial con Xavi. (EFE/Quique García)

¡Juega los últimos minutos de un partido contra Moldavia ante los gritos de ilusión de la prensa y de repente su cuerpo hace crack! Rotura de ligamentos cruzados, pulverización del tendón de Aquiles, fractura del cúbito supino, músculos que se volatilizan, seis meses de parón, 15 años de rencor, amnistía y vuelta al ruedo.

Y al mes siguiente sale otro canterano de un huevo Kinder que será un crack mundial durante cinco minutos. Es una maquinaria bien engrasada, como el departamento de promoción de una película de James Bond. Pequeñas historias de nuestro fútbol, para leer y coleccionar. Es Enero y conviene salir a la calle lo menos posible.

En el Madrid no hay azar, la temporada primero es meticulosamente imaginada por cada hincha y por cada jugador y luego se convierte en real. En ese mundo de deseo y memoria, enero es el mes que conviene tachar. No se recuerda un principio de año glorioso y es normal. Los títulos quedan lejos, el esplendor de abril es solo una luz de baja intensidad. Hay rencor en las calles, desde hace ya muchos años el futuro no existe. La gran catástrofe está por llegar y los impuestos no paran de subir. Un día es la superpoblación y el agotamiento de los recursos. A la semana siguiente las tasas de natalidad se han desplomado. Pase lo que pase, el horizonte es la extinción, el canibalismo o un mundo sumergido donde solo sobrevivirán los árbitros y el Senado.

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