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La hora de los perros del apocalipsis o por qué el Real Madrid-Chelsea es un clásico de Europa
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Olviden la liga, ese trofeo menor

La hora de los perros del apocalipsis o por qué el Real Madrid-Chelsea es un clásico de Europa

Breve repaso del duelo de los cuartos de final de la Champions League. Los de Londres, un equipo tan perdido como peligroso que se mide ante el Madrid de las múltiples caras

Foto: Benzema celebra uno de sus goles en el pasado Real Madrid-Chelsea. (Reuters/Juan Medina)
Benzema celebra uno de sus goles en el pasado Real Madrid-Chelsea. (Reuters/Juan Medina)

Olvidada la liga, competición menor que sirve para lucir los rencores, los celos y las envidias que se han asociado tradicionalmente al carácter hispánico, en medio de la semana se abren las fauces de unos cuartos de final de Champions. El rival, el Chelsea, un club de dueño incierto (¿sigue siendo de los rusos?, ¿lo ha comprado el Doctor No?), al parecer, un grupo de inversores americanos dispuesto a perder toneladas de dinero a cambio de observar en un palco cómo el Madrid gana la copa de Europa.

Para los madridistas —habitantes de un club lleno de identidades superpuestas, con una ley en el fondo que dicta que el Real es de los socios—, el Chelsea es un acorazado lleno de cañones sin capitán, sin bandera y sin un puerto al que arribar. Pero la realidad es que los blues han construido una identidad futbolística muy poderosa desde que ficharon a José Mourinho en 2004. El portugués construyó un equipo duro y maleable, velocísimo y que hacía del contraataque y la presión alta una forma de vida. Cech, Carvalho, Makelelé, Robben y Drogba eran las estrellas. Una defensa de hierro, un mediocampo abrasivo y delanteros fulminantes, de los que surfean hacia dentro con un cuchillo en la mano. Desde entonces, esa ha sido la personalidad que el club plasma sobre el campo. Dos Champions y varias Premiers Leagues dan fe de la utilidad de la propuesta.

Foto: Los lamentos de los jugadores del Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)

Hace dos años, el Chelsea cambió de equipo a mitad de temporada. Destituyó a Frank Lampard y llegó Thomas Tuchel, un germano futurista que cree a pies juntillas que el fútbol es una lavadora que centrifuga sin descanso. La plantilla era la de siempre en el Chelsea: amplia, física, negra, dura y rápida. Tenía hambre y estaba descansada. Se pusieron en manos del alemán y llegaron en el mes de abril a las semifinales de Champions, donde los esperaba el último Madrid de Zidane. Un Madrid cuyo único valor en bolsa era Karim Benzema. Un cuadro esplendoroso que colgaba de una mansión desvencijada por las lesiones, la edad y la inconcreción de las nuevas figuras. El Chelsea fue durante 180 minutos el escenario de las pesadillas del Madrid. Presión asfixiante, delanteros psicóticos, estructura inexistente en los blancos, y el área inglesa, tan lejana, como un paisaje renacentista tras las ventanas de un palacio. Timo Werner y su diagonal trágica abrían al equipo en canal y Kanté se comía el mediocampo blanco para comenzar la cacería.

Pero el Madrid resistió. Es la inercia de los imperios. A un grupo de campeones hay que vencerlo, no se desmayan en medio del salón. El Real perdió a última hora, de forma honrosa, pero inapelable, y el Chelsea se proclamó poco después campeón de Europa. Un campeón formidable, poderoso, metálico y con un manojo de rosas entre las plantas carnívoras que componen la plantilla. La conexión entre Mount y Havertz. Los dos príncipes del equipo. Al año siguiente, Ancelotti se presentó en Londres con un equipo similar pero distinto. Un enigma este Madrid, que con los mismos jugadores compone diferentes civilizaciones según se orquesten los vientos por el entrenador. El Real compuso un bloque medio muy difícil de atravesar por los británicos y salió a la contra solo con dos jugadores: Vinícius y Benzema. El caos y la razón imponiéndose a media docena de defensas físicos y afilados, pero sin la intuición necesaria para parar a los dos genios madridistas. 1-3 fue el resultado.

placeholder Vinícius, el jugador más en forma del Real Madrid. (EFE/Chema Moya)
Vinícius, el jugador más en forma del Real Madrid. (EFE/Chema Moya)

En la vuelta, volvió el Chelsea al manantial del año anterior. Fragor y exactitud, bandas y diagonales pavorosas. En un pestañeo, el Madrid perdía 0-3. Fue ahí, sintiéndose hundido, cuando el Santiago Bernabéu se encendió y Modric le dio a Rodrygo aquel pase con el exterior que cantaron los poetas. El estadio pierde definitivamente la compostura y se desatan los perros del apocalipsis sobre el campo. Hay una prórroga y los defensas madridistas van cayendo. Dani Carvajal, con su metro 70 del desarrollismo, es el nuevo central y Marcelo un lateral en bata y pantuflas. Llega el tiempo de la agonía porque los ingleses no se paralizan. Son un equipo de verdad y deben ser vencidos uno a uno. Y lo son. Ojo por ojo.

Así es el Chelsea. El más grande de los equipos ingleses desde que en su liga el ritmo es la religión oficial. Con menos propaganda que el Liverpool, pero más colmillo. Con una nula voluntad artística y, sin embargo, con uno de los cisnes del fútbol actual, Kai Havertz. Al que conviene seguirlo con una cámara aparte porque su fútbol no es exactamente de este mundo. Levita entre lo práctico y ese más allá que excita la imaginación de los artistas. Extremo, media punta, segundo delantero. Los nombres del talento inconcluso. Pero hay otros: segundo delantero, mediapunta, interior con voluntad de área. En esas definiciones viviría Joao Félix. Un corzo altivo mil años atrapado en una ciénaga donde solo se brilla en la oscuridad: el Atlético de Madrid de Diego Pablo Simeone. Y que ahora en un Chelsea confuso, sigue sin encontrar ni el sitio ni el gol.

En los blues solo hay nombres porque el nuevo entrenador —Lampard, de nuevo— no ha tenido tiempo de reconocer la plantilla. Un juego deslavazado, lleno de futbolistas que hacen de la rapidez, su principal divisa.

Foto: Enzo Fernández posa con el trofeo al mejor joven del Mundial de Qatar 2022. (REUTERS/Kai Pfaffenbach).

Peligro. Animal herido en medio del parque. No acercarse. Desconfíen.

Sterling: un regateador contumaz que muchas veces se confunde de portería. Letal o banal según la música que oiga en su interior.

Kanté: un prodigio defensivo con una facilidad pasmosa para superar presiones. Modric lo odia y Kroos tiene pesadillas con él.

Enzo Fernández: un regalo por abrir, nadie sabe cómo juega cuando está fuera de los dominios de Leo Messi. Compite como argentino, pero su genialidad es discutible.

Y muchos otros nombres de nivel medio Premier en una plantilla sin principio ni final.

placeholder Lampard ocupará el banquillo inglés hasta final de temporada. (Reuters/Chris Radburn)
Lampard ocupará el banquillo inglés hasta final de temporada. (Reuters/Chris Radburn)

Al otro lado está el Madrid. Un equipo que llegó a un pequeño cenit en la segunda parte del partido de vuelta contra el Barça. Al fin, todas sus piezas se reconocieron en la victoria. Jugando de una manera que no es posible de sintetizar en lo táctico, abriendo y cerrando el campo con la voluntad de Modric y Kroos, que, mil años después, siguen tarareando la música de sus antepasados. Esa segunda parte dibujó un paisaje similar al del partido contra el Liverpool. Un dominio a través del talento y de la posibilidad de Vinícius. Un punto de fuga contra el que no existe ningún francotirador en toda la Europa futbolística. Un dominio donde Militao tiraniza, Camavinga dispone y Benzema convierte un amasijo de hierros en una jugada de tiralíneas.

El Real tiene dos alineaciones para elegir. En la una, Nacho protege el lateral izquierdo y en el medio se arrejuntan los cuatro medios oficiales. Kroos y Modric en lo profundo, Camavinga llevando el ritmo y Valverde levando anclas. En ese paisaje, Benzema tiene una zona interior donde hace y deshace y Vinícius, medio planeta para correr. Es la ortodoxia, un dibujo conservador que puede volverse doloroso si Modric no vuela y a Kroos lo tapona algún malvado. En la otra alineación, Camavinga hace de lateral izquierdo y Rodrygo aparece por el extremo derecho para alivio de los que perciben simetrías sobre el césped como obras de una voluntad superior. El francés corta hacia adentro protegiendo la zona Casemiro (el sitio donde se cuecen los ataques enemigos, cerca de la frontal del área madridista) y en ataque, hace pareja con Kroos abriéndole una línea de pase y a la vez, guardándole las espaldas. De esta forma, Valverde es más posicional y Rodrygo le quita defensores y penas a Benzema, que a su vez multiplica la libertad de Vinícius para aparecer por cualquier zona, incluida la sala del VAR.

placeholder Camavinga, estelar en Europa. (EFE/Rodrigo Jimenez)
Camavinga, estelar en Europa. (EFE/Rodrigo Jimenez)

No hay más. Tchouaméni ha suspendido el último examen. Se queda mirando a las jugadas como los perros al mar. Es un merodeador con escasa voluntad de poder. El año pasado por estas fechas, la duda con Camavinga era como aplacar su agresividad, como hacer para que ese manantial heterodoxo se aplicara como una pomada sobre el equipo. Había que conducirlo, recortarlo y afinarlo en lo concreto. Se ha conseguido y ahora soma un jugador tan dominante como la medianoche. Pero el problema de Tchouaméni es el contrario. Su carácter no rima con sus condiciones. Es abúlico y se paraliza ante el caos. Quizá tenga un tormento interior que se le quite con su primera gran victoria. Quizá. No parece que el Chelsea sea su momento. Y recuerden: el año pasado se ganó siempre colgados de una segunda unidad que hoy ya es la primera.

Y está la otra duda del equipo. Asensio navegando por aguas interiores. Pero eso vendrá en la segunda parte, cuando haya tiempo y espacio para que su señoría goce del empeine. Antes, sería desperdiciar un cambio y un espacio con un rival que tiene todas las herramientas para causar un estropicio con el mínimo esfuerzo.

Olvidada la liga, competición menor que sirve para lucir los rencores, los celos y las envidias que se han asociado tradicionalmente al carácter hispánico, en medio de la semana se abren las fauces de unos cuartos de final de Champions. El rival, el Chelsea, un club de dueño incierto (¿sigue siendo de los rusos?, ¿lo ha comprado el Doctor No?), al parecer, un grupo de inversores americanos dispuesto a perder toneladas de dinero a cambio de observar en un palco cómo el Madrid gana la copa de Europa.

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