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El Real Madrid ya es oficialmente una civilización en ruinas: agotado e indiferente
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El Real Madrid ya es oficialmente una civilización en ruinas: agotado e indiferente

Visto lo visto en la final de la Supercopa de España en Riad, haría bien el madridista en centrarse en la construcción del nuevo Santiago Bernabéu... Porque el equipo está en ruinas

Foto: El Madrid fue impotente ante un Barça que lo controló. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
El Madrid fue impotente ante un Barça que lo controló. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Las claves
placeholder  Fin de la sequía: el Barcelona de Xavi gana la Supercopa de España a un Madrid vulgar (1-3)

En el último minuto de este simulacro, Karim Benzema, el merodeador oficial del fútbol, remato dos veces a bocajarro y marcó un gol. No lo celebró. Se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos hasta el medio del campo para esperar a que el árbitro pitara el final. Esa jugada llena de devaneos y pases tristes, fue el único trazo de fútbol que el Madrid dibujó en la segunda parte. Dio la impresión, de que este Real es un equipo agotado, una civilización sin ninguna razón para sobrevivir a los bárbaros, que ha bajado los brazos para esperar con indiferencia la demolición.

El metal pesado que siente el hincha blanco antes de enfrentarse al Barcelona, no hizo acto de presencia. No hay tensión entre los clubs, como no la hay entre las ciudades. Madrid y Barcelona ya no comparten el mismo nivel. Una se ha convertido en un distrito federal, levitando sobre la nación como un centro imantado. La otra es una magnífica capital de provincia, la reina de las capitales de provincias, con una agradable playa, exóticos narcotraficantes y excelente gastronomía.

Foto: El Barça celebra un tanto ante el lamento de Modric. (Reuters/Ahmed Yosri)

Xavi Hernández, el hacedor de pases, volvió a dar una lección de geopolítica en los tiempos muertos de la Supercopa: "Arabia Saudí tiene cosas que mejorar, pero también como nosotros en España", sentenció. Recordemos aquel "fuimos superiores, pero ellos llegaron dos veces e hicieron dos goles" y por supuesto el mítico "ganó el fútbol". Uniendo las tres frases se debe encontrar algún tipo de verdad universal para la que todavía no estamos preparados.

El Madrid sacaba un once titular sin un mediocentro claro. Modric, Camavinga, Fede Valverde y Kroos se iban a repartir esa tarea oscura. Al otro lado, el Barça, ponía a Busquets, De Jong, Gavi y Pedri en la media. En teoría, dos centros del campo compensados y de parecido ímpetu. En teoría.

En la primera jugada hay una larga posesión blanca que evita el centro del campo. Vinícius la pierde en un lateral y protesta airado. Con esa música está perdiendo su carrera. Te van a pegar y te va a doler. Pero eres una estrella y debes aguantar para cobrarte las deudas en el área contraria. Alguien le debe hablar de esa manera, al brasileño. Y nadie lo está haciendo.

placeholder Vinícius y Araújo se las vieron. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Vinícius y Araújo se las vieron. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

Corren los minutos y parece un partido igualado. Los dos equipos presionan alto, aunque la del Barça da una impresión más rotunda, hecha de verdaderos creyentes, algo que no está en las carreras madridistas tras el balón, sin mucha consistencia y movidas por el qué dirán. El Madrid se vence rápido por el centro y pierde cualquier oportunidad de mando. Modric rodea la jugada. Cuando llega a los sitios, el balón está en otro lado. A veces se para, y es bonito verle pensar, pero no hay nadie a su alrededor y los contrarios, rápidos y eficaces, coartan todas las posibilidades de pase.

Los azulgranas no tienen ninguno de esos talentos descomunales, casi ensueños, de otras épocas. Van acercándose al área con sigilo. Es una marea que sube. Lewandowski y Rüdiger chocan con violencia, y el alemán se desploma como una torre gemela.

Detengámonos en Rüdiger. Un hombre alto, negro, delgado, barbudo. Corre de forma extraña pero es rápido. Esa es una cualidad. Cabecea bien en el área contraria. Esa es otra cualidad. No conduce mal la pelota, pero cuando está cerca de romper las líneas enemigas, se queda parado sin saber qué hacer. Ese es un defecto. Rüdiger odia la ambigüedad. De su parte tiene su extraña zancada que va creciendo por momentos y su envergadura. El resto es algo inclasificable. Una mole en medio del área con el mismo talento para defender que un buzón de correos. Si te chocas contra él, quizás pierdas la pelota, pero hay otras opciones como rodearlo, amagar, pausar y atraerlo a la trampa, o pasar por debajo de su sombra. Rüdiger no tiene ojos en la nuca ni casi en ningún sitio. Una vez que la jugada se vuelve opaca, se queda muy quieto, rezando para que nadie le mire.

placeholder Rüdiger acabó señalado. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Rüdiger acabó señalado. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

El único jugador del Madrid que podía alterar un partido que ya iba decantándose hacia lo azulgrana era Vinícius. Cada vez que cogía la pelota aparecía Araújo y le tocaba de forma nada cariñosa. Hay un momento en que lo caza fuera del campo, al tobillo, donde duele. Pone cara de bueno y el árbitro le reprime dulcemente. No hay nadie del Madrid que se encare con el matón, que en la siguiente jugada lo crucifique y se gane una amarilla. No está Casemiro. No hay, por tanto, un centro de mesa que sea origen y razón. Y el Madrid, tan propenso a los momentos de relax, a las pequeñas catástrofes, al caos y al desorden, necesita de un jugador que clave la bandera justo en el círculo central y que ordene al resto a su alrededor. Pero Casemiro está en Mánchester dictando las normas de la Premier. Y su zona, en el Madrid, está llena de gente que no es él. Gente que pasa como Valverde o Modric, gente confusa y perdida como Camavinga, gente a la que el campo le queda tan enorme como nos parecían aquellos pasillos de nuestra infancia, como Kroos. Y ahora los que gobiernan esa zona, un vértice que va del semicírculo central hasta el límite del área grande, son extranjeros, bárbaros, enemigos que llaman a las puertas.

El partido se juega por momentos en las esquinas, en los laterales, y de allí sale la bola escupida hacia dentro, siempre hacia el área madridista, porque sus medios —con la excepción de Camavinga— no son capaces de ganar ningún duelo. Dembelé recibe, pero está solo y eso es triste. Se las ve contra Mendy que es un animal de su misma condición. Grandes aptitudes físicas y escaso oído musical. Comparten un cierto odio por el balón, que les rehúye como un conejo asustado.

El dominio ya es claro del Barça. El Madrid se conoce bien y se resguarda. Cuando Modric da tres pasos hacia atrás, todo el equipo sabe que comienzan los tiempos duros. El centro del campo blanco sufre lo indecible para acarrear el balón hasta Karim Benzema, que tiene a los inspectores encima, muy pegados a él, no es capaz de excitar a Vinícius. El Barça lanza varios centros muy tocados, roscas eróticas que no deberían estar en el manual de Xavi Hernández. No son gol, pero la narrativa del partido ya solo tiene una dirección. Hay una recuperación alta de los azulgranas que se filtran como agua en la defensa blanca. Lewandowski conecta un disparo violento y Courtois despeja al palo.

Foto: Pedri celebra el tercer gol del Barcelona. (Reuters/Ahmed Yosri)

Es el inicio. Las costuras ya están rotas. El Madrid tiene una oportunidad: Benzema de cabeza a pase ortodoxo de Mendy. Ya no volverá a tener otra hasta el final del partido. El ataque de los merengues se va convirtiendo en parodia, pequeños pases infinitesimales hacia ninguna parte. No hay compás. No hay energía. Los hombres viejos están rígidos. Los hombres jóvenes son blandos. Nada tiene sentido en el partido que juegan el equipo blanco. ¿Quizás esperen un milagro?

Y llega el gol del Barça con los protagonistas precisos. Primero fue Rüdiger con un pase horrible a Camavinga que tiene encima a Busquets, un perro de la guerra que le rebaña el balón y se la regala a Lewandowski. El polaco pausa lo justo y Gavi aparece por su lado izquierdo haciendo olas. Llega el pequeño demonio y la cruza, bonito, rápido y letal.

Desde ese momento el Barcelona se da cuenta de que en el lado contrario no tienen ningún monstruo mitológico, sino una catedral en ruinas lista para ser profanada. El Madrid lo intenta, claro que lo intenta. De una manera tan lenta y morosa como los amores de las canciones antiguas. Al Barça le resulta fácil neutralizarlo. Están sorprendidos los jóvenes jugadores blaugranas. ¿Esto era el Madrid? Quizás ese ritmo decadente sea ya el único que tengan dentro Modric, Kroos y Benzema. El caso es que llueve otro gol en la portería madridista y nadie se da por enterado. Kroos sigue trotando como si no pasara nada. Un gentleman.

placeholder Benzema recibe el trofeo del subcampeón. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Benzema recibe el trofeo del subcampeón. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

En el descanso entra Rodrygo por Camavinga, pero los dinosaurios seguían allí. Es un cambio cobarde de Ancelotti, que tiene estas cosas. Libertad absoluta al gran jugador que se puede convertir en tiranía cuando el mecanismo se atrofia y el juego cae en el pantano de arenas movedizas de principios de año. La segunda parte del Madrid es de una furiosa inexistencia. Incluso entró Ceballos para dar vueltas sobre sí mismo sin ningún fin conocido. Los blancos llevan tres meses sin ganar un solo balón dividido. Eso es signo de algo, seguramente. Deben preguntarse los analistas, de qué.

En el final del encuentro, el Madrid duerme el partido que es una buena estrategia cuando se está haciendo el ridículo. Hay pequeños detalles como un taconazo de Karim a ninguna parte y su gol estadístico de última hora.

Es mitad de enero. La plantilla es corta, las ilusiones escasas. No hay ganas de gloria porque la que hubo es irrepetible. Este Madrid es como un amor en el que está todo dicho, irremisiblemente agotado, ni siquiera triste, más bien indiferente. Es un equipo para el que la rutina es algo fatal y es en la rutina donde se edifican los palacios del futuro.

Hay que centrarse ahora en la construcción del nuevo Santiago Bernabéu. Un templo metálico gigantesco que albergará la nada. Sin duda, será el símbolo de una era. Nuestra era.

En el último minuto de este simulacro, Karim Benzema, el merodeador oficial del fútbol, remato dos veces a bocajarro y marcó un gol. No lo celebró. Se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos hasta el medio del campo para esperar a que el árbitro pitara el final. Esa jugada llena de devaneos y pases tristes, fue el único trazo de fútbol que el Madrid dibujó en la segunda parte. Dio la impresión, de que este Real es un equipo agotado, una civilización sin ninguna razón para sobrevivir a los bárbaros, que ha bajado los brazos para esperar con indiferencia la demolición.

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