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DESPEDIDA DE DIEGO FONSECA

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Se nos ha ido otro ídolo de barro. Solo quedamos hombres

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

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Vivimos un año tanático: si no llega la muerte, la esperamos.

Todo cuanto sucede es letal o está teñido por la anticipación de un final agónico.

Todo asfixia.

Todo es absurdo, una condena de mil dioses, si quieres.

Se muere Maradona y siento que ha muerto alguien de mi familia.

Muere Diego Maradona a los 60 años

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Lo decía en Twitter: muere El Diego y siento que me llevan la pierna izquierda, el corazón, los dos pulmones del 86, el gol del 21 de junio contra Grecia —mi cumple—, 7.235.427 gambetas, LTA, 1.000 contradicciones y uno de los pocos tipos que me dieron alguna felicidad indiscutible.

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Maradona es una entidad abstracta por encima del cuerpo maradoniano, de esas personas cuyo nombre es uno solo en 1.000 variantes: diegoarmandomaradona o diegomaradona de corrido, El Diego, El Gordo, Maradó, D10S, con el 10 y todo en mayúsculas, porque no honras esa personalidad hiperbólica sin letras capitales.

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¿Diré algo nuevo sobre Maradona? ¿Es posible ser original cuando El Diego ha sido leído como una biblia? Son factibles matices, tal vez, algún ángulo más o menos distintivo, pero ¿novedad?

Y, por otro lado, ¿la necesitamos? Una elegía es un momento de clausura, no de creación de futuros, diría. Y hoy estamos revolviendo el arcón para ver cuál de todas las camisetas que fue Maradona nos habla. La nostalgia solo es posible cuando dejaste demasiado detrás, así que mejor echamos lágrimas. Seguro Zizek publicará un libro la semana que viene sobre la impronta maradoniana en la era del consumo infinito. Prólogo de Agamben, epílogo de Byung-Chul Han.

Foto: Mural de Maradona en Nápoles. (Reuters) Opinión
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Era tan divino que era demasiado humano.

En la cancha, un artista; fuera, una arista, un codo jodido.

Una máquina de producir contradicciones, de afearte la elección, de complicarte las defensas. Y así somos todos: nuestras parejas, nuestras amantes, nuestros amigos, nosotros: quién no ha traicionado cada cosa dicha.

Foto: Diego Armando Maradona, con Boca Juniors

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¿Es indiscutible Maradona? Balón de por medio, sin dudar.

Joder, provocar dolor, destruir ilusiones, detonar expectativas: eso nos ocupa a todos, tú, yo, quien ve esto. Y el gordo Maradona era capaz de arruinarte defendiendo a una plétora impresentable, desde Chávez y Maduro a Castro o Carlos Menem. El Gordo no encaja con el 'sign o’ the times': genio y figura del machito provocador —“la Claudia, la bruja”—, soliviantaría las redes y enervaría humores con una sola frase.

Cualquier ser humano ofende y humilla. Producir éxtasis, los elegidos.

Foto: Argentina se volcó con Diego Armando Maradona tras su reciente intervención (Efe)

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Es difícil la distancia ante la muerte y es difícil la distancia en el momento de la muerte, como ahora, y todavía más difícil con ese agujero negro, melcochero, magnético que era El Gordo. No lo santifico y lo elevo al panteón a la vez. En la cancha, D10S; en la vida, otro hijo de dios hecho hombre. Yo nunca le pude pedir a Maradona que sea ni me dé aquello para lo que no estaba preparado: él sabía jugar al fútbol; en todo lo demás, sobrevivía con sus limitaciones.

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Maradona es una gran metáfora argentina: esa grandilocuencia, esa magnanimidad, esa confianza de que podés todo y, al mismo tiempo, el barro manchándote las patas. La gran historia argentina: una promesa que se yergue, deslumbra, atrapa y construye un relato que absorbe atención como un papel sobre agua: todo lo ocupa. Y al final —porque siempre hay final— se desmorona y desgrana, exhibiendo sus miserias ante una audiencia pletórica.

Foto: Diego Maradona, el hombre mitológico. (Efe)

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Recuerdo a Goya y su 'Saturno devorando a sus hijos'. Nosotros somos Saturno, Maradona ha sido la carne de la que nos hemos alimentado, en la grandeza futbolística y en su bajeza mundana. Vivió del fútbol, sobrevivió de su leyenda; bebimos su fútbol, nos devoramos su leyenda. Aceptemos nuestro doble espíritu de consumidores elevados —los que exigen arte en una jugada que cambie la historia de un partido o del fútbol— y de carroñeros especializados que van por la basura pidiendo más, aun con cara de asco.

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Seré maradoniano, porque mañana me desdeciré: Maradona es Argentina y la Argentina que vemos hoy —ese desastre de promesa, esa autodestrucción a la vista de todos, ese borracho que se niega mientras babea— tiene en Maradona su tótem, el cromo inevitable.

Foto: Diego Maradona sale al campo, en un fotograma del documental de Asfi Kapadia 'Diego Maradona'

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Lo que nos une: El Diego era y es un enorme jugador de fútbol, el más grande o uno de los dos mejores de la historia —el otro, claro está, es su necesario espejo argentino, Messi—.

Lo que nos separa: fue un ser humano sometido a presiones extraordinarias para las que nadie jamás le proveyó un manual.

Antonio Ortuño lo dijo en Twitter muy bien: se murió Maradona y es como si hubieran muerto los Beatles y los Stones juntos. Todos sabemos que en el mundo real es imposible que algo sea dos cosas distintas a la vez. Pero Maradona era una contradicción excepcional.

Es muy difícil hablar de él en su justa medida porque Maradó no tenía medida exacta. La exuberancia del Diego cubre todo. Versace y un traje gris sencillo; un cuerpo atlético y la morsa; D10S y el diablo, 'beatle' y 'stone'.

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Y no podía morir en otro momento. Tenía que morir este año, cuando todos perdemos de todo: días, meses, vidas, amigos, trabajos, esperanzas. Amores.

Le cabe alguna distinción: el virus no pudo con él; su cuerpo no pudo ya con Maradona.

Foto: Un mural de Maradona en Nápoles (EFE)

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Punk. 'Rocker' tardío. Poeta maldito. Tango explícito, bolero falaz. Una indudable ranchera cortavenas. Se demoró para irse joven y bello, así que se escapó como el viejo Bukowski, habiendo dejado la mejor poesía detrás.

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Cuando la ciencia decodifique el ADN de El Diego, se encontrará con que es imposible escribir su secuencia genómica sin adjetivarla.

Es imposible, y me reitero, deshumanizar completamente a Maradona porque él mismo se historizó como personaje literario. Todo en Maradona es verdadero, nada es definitivamente real. Maradona fue una novela en tiempo real.

Foto: Imagen del famoso gol que Maradona le marcó con la mano a Inglaterra en el Mundial de Méxio 86

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Me llega la notificación de 'The New York Times' sobre la muerte de El Gordo:

“Diego Maradona, the Argentine who became one of soccer’s greatest players but whose legend was marred by addiction and excesses, has died at 60”.

Leo el 'but' entre la figura mítica, heroica y los excesos y adicciones —y no entiendo la conjunción adversativa—.

¿Acaso dios y el diablo existen sin el otro?

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Maradona jamás fue solo un futbolista, y eso demasiados no lo entienden. Fue el primer 'rock star' global del fútbol. Maradona —y no fue casual que saltara a Europa desde Argentina en los ochenta— inició la globalización. No ocupas el centro de la Historia sin sufrir las tensiones de hacer la Historia.

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Leía a Borges hoy, por gracia de una amiga. “Solo una cosa no hay. Es el olvido”, decía ese otro extremo de la cornucopia fantástica argentina. “Ya todo está. Los miles de reflejos/ que entre los dos crepúsculos del día/ tu rostro fue dejando en los espejos/ y los que irá dejando todavía”.

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¿En cuánto tiempo, si tal, haremos de Maradona éter, arena, imposible olvido? ¿Por cuántos años se nos reproducirá su perfil de Jano, patriarca y demonio? Allí, el Emerson adorado por El Ciego de Palermo, con aquello de que cada hombre es una divinidad disfrazada, un dios haciéndose el tonto.

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No puedo convencer a nadie ni seré convencido por nadie de las limitaciones y posibilidades de Maradona —hombre, dios, historia, mito: una suma de contradicciones imposibles para un solo cuerpo, para una idea—. Nadie convence —otra vez Borges, otra vez Emerson— con un razonamiento.

La prueba pueril: cuando Maradona hablaba, dividía; con la pelota en los pies, conseguía la unanimidad.

Foto: Diego Armando Maradona en el Mundial de 2010. (Efe)

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Aún no somos capaces de darnos cuenta, pero —tiernos y macabros— hemos vivido de la sangre de un hombre de barro. Maradona siempre estuvo allí para salvarnos, incluso ahora que se rompió el ídolo: su muerte nos limpiará otras lágrimas reprimidas.

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Bromeo —y no— con esta idea: Argentina tiene a D10S, el Messias, el Papa y el Santo Patrono del Hombre Nuevo, un tal Guevara. No es una nación: es una fe. No eres argentino: crees que lo eres. En esa religión de la exageración, siempre justificada por oratorias magníficas que los hechos jamás corroboran, no puede no haber canonizaciones excéntricas.

Se nos ha ido otro ídolo de barro —otro gran argentino cumpliendo su destino—.

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D10S ha muerto, me cago en dios. Solo quedamos hombres.

* Diego Fonseca es escritor y periodista argentino.

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Diego Armando Maradona
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