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El éxito de Christian Horner y Red Bull comenzó con la compra de un camión usado
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El éxito de Christian Horner y Red Bull comenzó con la compra de un camión usado

Horner es uno de los artífices del prestigio de un Red Bull que ha transformado la Fórmula 1. El británico siempre apuntó maneras con una trayectoria personal especial

Foto: El cerebro de Red Bull junto a Verstappen, en el GP de Japón. (Reuters/Issei Kato)
El cerebro de Red Bull junto a Verstappen, en el GP de Japón. (Reuters/Issei Kato)

El todavía piloto Christian Horner carecía de presupuesto para pagar un asiento de nivel en la Fórmula 3000, por lo que decidió montar su propio equipo. Vendió sus posesiones, pidió prestado todo lo asumible y compró un viejo chasis. Con dos motores en leasing, un ingeniero y un mecánico, pilotar el monoplaza era el último de sus trabajos. Lógicamente, necesitaba un camión de transporte para el equipo. Encontró uno de segunda mano en Austria. Viajó hasta allí, negoció la compra con el propietario y pagó el camión por adelantado. Solo pidió que se lo trasladaran al canal de la Mancha para recogerlo.

Un apretón de manos fue suficiente. Cuando volvió a Gran Bretaña, su padre le abroncó por fiarse de un desconocido. El camión estuvo en el sitio y el momento adecuado. El propietario de aquel camión se llamaba Helmut Marko, por aquel entonces propietario de un equipo en la Fórmula 3000, patrocinado por una todavía relativamente desconocida marca de bebidas, Red Bull. Horner ignoraba con quien hablaba entonces, un ex piloto de Fórmula 1 y ganador de las 24 Horas de Le Mans. Aquel apretón de manos fue como el aleteo de las alas de mariposa que algún día transformarían la Fórmula 1.

placeholder Horner y Marko se conocieron cuando el primero compró un camión de carreras usado al segundo. (Reuters/Maxim Shemetov)
Horner y Marko se conocieron cuando el primero compró un camión de carreras usado al segundo. (Reuters/Maxim Shemetov)

Hoy, en 2023, Red Bull cuajará la mejor temporada en su increíble historia. En Japón logró su sexto título de Constructores, y este próximo fin de semana Max Verstappen rematará el séptimo de pilotos. Horner ha sido artífice de una organización con una cultura interna única capaz de forjar un extraordinario palmarés en un corto lapso de tiempo. Por el camino, Red Bull también ha provocado un impactante cambio cultural en la propia Fórmula 1 como ya hiciera McLaren.

Viajar hacia el pasado de Horner ayuda a comprender parte del éxito de Red Bull, basado en el liderazgo del británico. La singular filosofía del fabricante de bebidas, modelada por Dietrich Mateschitz y su mano derecha, el doctor Marko, incitó a que pusieran su confianza en un joven audaz y emprendedor, capaz de convertirse en un hombre orquesta en su camino personal para llegar a la Fórmula 1. Lo lograría, pero de la forma más insospechada. Horner debe pellizcarse todavía al rememorar la madeja de situaciones que unieron su camino al de Red Bull. Pero como reza el dicho, para agarrar una nube hay saltar constantemente. Y el británico no paró de saltar.

El triple salto mortal

Horner dio la tabarra a sus padres hasta que le compraron un kart. Empezó pronto a buscarse la vida y compitió en categorías inferiores de monoplazas en Gran Bretaña. En la Fórmula Renault coincidió con Pedro Martínez de la Rosa, quien ganó el campeonato británico. En 1993 su familia le puso condiciones para seguir en las carreras. "Convencí a mis padres para que me dejaran tomarme un año sabático después de mis exámenes de bachillerato para ver si podía triunfar en las carreras. Mi parte del trato era que solicitaría una plaza en la universidad como alternativa si no funcionaba. Elegí una al azar y rellené los formularios, pero nunca tuve intención de ir. Ni siquiera recuerdo qué universidad era".

Horner progresó hasta la Fórmula 3. Era un piloto decente, pero sin recursos económicos para asegurarse un asiento ganador en la Fórmula 3000. Para solventarlo, decidió dar un triple mortal en 1995. Jefe de equipo, empresario y piloto, todo a una. En aquel 1995 montó su modesta estructura. Buscaba patrocinadores, organizaba y gestionaba el día a día del equipo, planificaba los viajes, cocinaba en las carreras, trabajaba en su monoplaza… y pilotaba, siempre temeroso de cualquier mínimo incidente. Porque ni siquiera tenía dinero para repuestos. Uno de sus rivales era el mismísimo Helmut Marko y su equipo.

placeholder El triangulo conformado por Marko, Horner y Newey es la base de los éxitos de Red Bull. (EFE/Alejandro García)
El triangulo conformado por Marko, Horner y Newey es la base de los éxitos de Red Bull. (EFE/Alejandro García)

Comprendió entonces que su nivel de piloto no era excepcional. Al finalizar aquella temporada decidió concentrarse en la gestión de su equipo. Sin saberlo, el destino le estaba acercando a Red Bull mientras con aquella audacia y determinación forjaba su madera de líder. En los años siguientes, Arden se convirtió en la referencia de la Fórmula 3000. "Hacía que todo pareciera fluido. Todos los monoplazas eran iguales (en la categoría), pero Christian enviaba a su equipo a la pista unos días antes para pintar el box y asegurarse de que toda la ropa hubiera regresado de la lavandería. Los otros equipos decían: 'Vaya, están en ello'. Ya son las primeras dos décimas en la bolsa, eso es lo que Christian siempre me decía", recuerda Robert Dorboorns, uno de sus pilotos por entonces.

El jefe de equipo más joven de la historia

Llegaron los títulos y el ambicioso Horner ya pensaba en la Fórmula 1 sin haber cumplido los 30 años. Un crío para los términos del Club de la Piraña. Comenzó a negociar con Eddie Jordan, que quería deshacerse de su equipo, pero quedó asustado ante el precio que le pedía. Se lo comentó a Marko, quien se había deshecho de su equipo de carreras y concentrado en la gestión de Red Bull en la Fórmula 1, asociado al equipo Sauber. El austríaco le confesó que Dietrich Mateschitz tenía sus planes e invitó a Horner a conocer al gran jefe en Austria, quien le confesó que estudiaba adquirir Jaguar. Para el británico, ahí se quedó el tema durante un tiempo.

En septiembre de 2004 se cerró el acuerdo de compra de Jaguar. Pero a Mateschitz y Marko no les gustó lo que vieron en el seno del equipo. Ambos querían un espíritu diferente y no la estructura anquilosada bajo la dependencia de un consejo de administración (Ford), pura arterioesclerosis. Justo antes de aquella Navidad, Marko metió de nuevo en un avión a Horner, camino de Salzburgo. Mateschitz le explicó el modelo que querían para la Fórmula 1. Aquel joven ambicioso, eficaz, directo y con madera de líder... era su hombre, si aceptaba. Una locura frente a los Dennis y compañía.

Con 31 años, Horner se convertía en el jefe de equipo más joven de la historia. Una precocidad que también se extendería a sus pilotos en el futuro. Red Bull comenzó a dejar su sello con aquel joven capaz de montar y gestionar su propio equipo de Fórmula 3000, mientras Marko miraba de reojo y tomaba nota. Desde entonces, el británico ha ejercido como eje, correa de transmisión y lubricante entre la cúpula de Red Bull, sus pilotos, y luna organización de espíritu competitivo implacable. Aún faltaría otra pieza clave en la estructura que ha llevado a Red Bull a su impresionante palmarés: la llegada de Adrian Newey, para la que el avispado Horner fue gran artífice. Otra historia en sí misma.

"Mi objetivo siempre es intentar sacar lo mejor de las personas. Hemos tratado de crear una cultura en la que la gente tenga la confianza para expresarse. A veces necesitan un brazo alrededor del hombro, a veces un empujón", explica Horner como credo personal de gestión, "pero no tiene sentido contratar a un especialista y luego tratar de decirle cómo hacer el trabajo. Contrata a las personas adecuadas para cada función. Dales objetivos claros. Luego, capacítalos, colócalos en un ambiente donde puedan hacer muy bien lo que mejor saben hacer. Y diviértete haciéndolo. Eso es lo que pretendemos en Red Bull". Los resultados hablan por sí solos.

El todavía piloto Christian Horner carecía de presupuesto para pagar un asiento de nivel en la Fórmula 3000, por lo que decidió montar su propio equipo. Vendió sus posesiones, pidió prestado todo lo asumible y compró un viejo chasis. Con dos motores en leasing, un ingeniero y un mecánico, pilotar el monoplaza era el último de sus trabajos. Lógicamente, necesitaba un camión de transporte para el equipo. Encontró uno de segunda mano en Austria. Viajó hasta allí, negoció la compra con el propietario y pagó el camión por adelantado. Solo pidió que se lo trasladaran al canal de la Mancha para recogerlo.

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