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'Beau tiene miedo': terror de madres castradoras e hijos blandengues
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ESTRENOS DE CINE

'Beau tiene miedo': terror de madres castradoras e hijos blandengues

La cinefilia esperaba con ansia lo último de Ari Aster, niño bonito del terror tras 'Hereditary' y 'Midsommar'. El galimatías pseudopsicologista es tal que su visionado exige otra sesión, no de cine, sino de terapia

Foto: Joaquin Phoenix es el pobre Beau, un hombre castrado lleno de miedos. (Diamond)
Joaquin Phoenix es el pobre Beau, un hombre castrado lleno de miedos. (Diamond)

Todos y cada uno de los manuales de guion escritos sobre la faz de la Tierra advierten de que introducir un sueño en una película es un error fatal. Los manuales existen para prenderles fuego, pero de vez en cuando pueden acertar con el diagnóstico de una mala película. En su última película, Beau tiene miedo, Ari Aster hace algo peor que relatar un sueño como aquellas parejas que enseñan y explican minuciosamente las fotografías de sus últimas vacaciones; en su última película, Aster pareciera que enlazase un guion construido —parece— a partir de la libreta robada a su propio terapeuta si esta estuviese llena de garabatos. Lo que en un principio invita a la sugestión acaba siendo una perorata pesada y dislocada sobre la maternidad castrante y la hijidad castrada.

Después de dos obras tan fundamentales del terror moderno como Hereditary y Midsommar, el cineasta neoyorquino ha dirigido la película más cara de la historia de A24 —la productora independiente responsable de Todo a la vez en todas partes y que se ha convertido en la Miramax del siglo XXI—, y será difícil que encuentre público suficiente para empatar en taquilla. Sin siquiera entrar en las bondades o negligencias de la película, Beau tiene miedo es demasiado críptica, demasiado inconsistente, como para que el nicho al que aspira le conceda el beneficio de la duda. Imposible para un público masivo, improbable para un público cinéfilo. Ni siquiera con el anzuelo de Joaquin Phoenix en el cartel, por si algún fan de Joker distraído acaba asomando por la sala. Beau tiene miedo padece del mal del hada madrina: cuando te conceden deseos ilimitados, ya no es necesario decidir qué es lo que se desea.

En la indecisión de Aster ha crecido un filme mutante y errático cuya propuesta formal y narrativa solo parece responder al capricho. La película pasa por varios estadios de negación de sí misma: un primer extracto más compacto en el que el director abraza el terror surrealista y distópico: Beau vive en un edificio infecto en un barrio violento y conflictivo en el que la pobreza, la muerte y la locura campan por las calles. Todos los terrores infundados e instigados por las compañías de venta de alarmas de seguridad se materializan en la puerta de Beau, que vive recluido en su apartamento convencido de que al otro lado de la puerta solo aguarda el dolor. El camino del héroe comienza con la iniciativa de Beau de visitar a su madre, que vive al otro lado del país. Pero cuando un contratiempo se lo impide, Beau teme decepcionar a su madre más que a sus propios miedos.

Beau tiene miedo no hace una minúscula concesión a la figura materna, un personaje que ha marcado la personalidad endeble del protagonista, un Joaquin Phoenix en perpetuo estado de alerta y terror, domesticado por el miedo a defraudar a su madre, la supuesta culpable de que él no tenga relaciones sexuales, sea demasiado asertivo y deje que la vida lo malee a base de inseguridades. Pero es cuando recibe una llamada concerniente al estado de salud de su progenitora cuando la película arranca de verdad y se convierte en una road movie pesadillesca a través de la que vamos, supuestamente, descubriendo la relación de Beau con su masculinidad, con la idea de familia y con la idea de sí mismo. A través de flashbacks conocemos también el papel que su madre jugó en la adolescencia y las sutilezas de cierto tipo de abuso.

placeholder Amy Ryan es Grace, y como demuestra este fotograma, tampoco lo pasa muy allá. (Diamond)
Amy Ryan es Grace, y como demuestra este fotograma, tampoco lo pasa muy allá. (Diamond)

Ari Aster demuestra no tener demasiado claro el camino que tomar en esa aventura de carretera, que divaga en circunloquios y se encierra en sí misma, con el director pretendiendo que el espectador dé sentido a una serie de imágenes y situaciones supuestamente llenas de un simbolismo retorcido que hay que decodificar. Aster, sentado en un diván, le pide al espectador que haga de terapeuta. "Doctor, ¿qué significa la araña que aparece en mi sueño?". Beau tiene miedo ahonda en temas planteados por sus dos anteriores películas: las oscuridades de la maternidad —Hereditary— y la paranoia —Midsommer—, pero lo hace desde un caos disfrazado —o alimentado— por el ansia de experimentación.

Joaquin Phoenix permanece en un estado constante de alucinación y su personaje se ve envuelto en situaciones cada vez más rocambolescas, como si se encontrase en una novela de aventuras medieval en la que las quimeras le van saliendo al paso en el camino a lo largo de tres horas interminables. Beau tiene miedo recurre a la animación, al monólogo existencial, a la explotación, a cualquier género disponible hasta que Beau se acerca al final de su viaje, a la revelación que le hará replantearse su propia existencia. Y en la travesía Aster se atasca y se recrea, y el espectador se duerme, confuso.

Lo que en un principio se plantea sugerente, acaba en decepción e insatisfacción, incluso a pesar de un final en el que Aster tiene que recurrir a diálogos terriblemente explicativos que son un manual de instrucciones en chino que tan solo arroja más dudas. Aster deja a Beau y al espectador a la deriva en un caldero de simbolismo y surrealismo que ni tan siquiera se molesta en construir la atmósfera evanescente y envolvente de los sueños. O las pesadillas. Se agradece el intento de escapar de las convenciones y las fórmulas, pero no justifica el desinterés en el simple acto comunicativo con unos interlocutores —nosotros— a los que ignora completamente. Un buen terapeuta le hubiese salido a A24 mucho más barato.

Todos y cada uno de los manuales de guion escritos sobre la faz de la Tierra advierten de que introducir un sueño en una película es un error fatal. Los manuales existen para prenderles fuego, pero de vez en cuando pueden acertar con el diagnóstico de una mala película. En su última película, Beau tiene miedo, Ari Aster hace algo peor que relatar un sueño como aquellas parejas que enseñan y explican minuciosamente las fotografías de sus últimas vacaciones; en su última película, Aster pareciera que enlazase un guion construido —parece— a partir de la libreta robada a su propio terapeuta si esta estuviese llena de garabatos. Lo que en un principio invita a la sugestión acaba siendo una perorata pesada y dislocada sobre la maternidad castrante y la hijidad castrada.

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