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'Veneciafrenia': Álex de la Iglesia lleva la turismofobia a su extremo más gore
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'Veneciafrenia': Álex de la Iglesia lleva la turismofobia a su extremo más gore

Tras su paso por Sitges, la película del director español llega a la gran pantalla y muestra la Venecia oculta, pero oculta de verdad

Foto: Rigoletto (Cosimo Fusco) es el siniestro bufón que recorre Venecia. (Sony)
Rigoletto (Cosimo Fusco) es el siniestro bufón que recorre Venecia. (Sony)

No hay un ser más detestable que el turista. Incluso para el propio turista, porque los turistas siempre son los demás. La democratización de la posibilidad de viajar ha sido la gran conquista de la globalización. Y también se ha demostrado su condena. Dice el historiador y arqueólogo italiano Salvatore Settis, que "las ciudades pueden morir de tres maneras: cuando las destruye el enemigo, cuando una nueva civilización se impone por la fuerza, expulsando a los nativos y a sus dioses, y en tercer lugar cuando sus propios habitantes pierden su memoria y se convierten en extranjeros de su propia ciudad". Y ¿qué es el turismo masivo, sino este tres en uno? "La belleza no salvará a nadie ni nada si nosotros no somos capaces de salvar la belleza. Ni la cultura, ni la historia, ni la memoria, ni la economía ni la vida", sentencia consciente de un urbanismo cada vez más feo.

"Mi no vado via". "Yo no me voy". Es el 'leitmotiv' de la resistencia veneciana frente a la afluencia masiva de turistas por sus callejones estrechos y sus canales. Una ciudad que cuenta con unos 261.000 habitantes recibe cada año alrededor de 30 millones de visitantes. Poniendo las cifras en contexto, Benidorm, donde están censados 67.558 residentes todo el año, registra en torno a 16 millones de pernoctaciones de turistas al año. Pero el patrimonio cultural de ambas localidades es incomparable. Como explica la gestora cultural sevillana Ana Trancoso en su estudio 'Venecia: el problema del turismo de masas y el impacto de los cruceros', la capital del Véneto se está cavando su propia tumba: "La isla ocupa 156.9 kilómetros cuadrados (...). Los venecianos no quieren vivir ya en su propia ciudad y se están trasladando hacia el Mestre. A causa de este abandono y de la proporción [residente/turista], Venecia se convertirá en una 'ciudad museo'. Una situación similar ocurrió en 1630. Por causa de la peste bubónica tuvo lugar una disminución de la población comparable a la actual. Eso nos hace pensar en el turismo como una epidemia".

A partir de estos mimbres y de esta reflexión sobre la muerte lenta y lastimosa de las grandes ciudades Patrimonio de la Humanidad de la Unesco (que ahora también forma parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad en Peligro de la Unesco), Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría han construido su último desbarre retorcido y gore, 'Veneciafrenia', una película que reúne casi todas las obsesiones del cine de De la Iglesia: los trampantojos, los subterráneos, los laberintos, las máscaras, la historia, el grotesco y la decadencia humana en su máximo esplendor. El lexema 'frenia', en su origen griego, venía a designar la parte del cuerpo de donde manan las pasiones, la mente. Y 'Veneciafrenia' es la degeneración de esa mente colectiva que es Venecia, la demencia, en fin, el trastorno de una ciudad que vive en una pantomima carnavalesca continua. Danzar es divertido, pero una danza perpetua es un castigo divino.

De la Iglesia, en sus más de 30 años de carrera, ha demostrado ser un cineasta de personalidad arrolladora y única. Su narración hipervitaminada, su frenesí en el movimiento de la cámara, su abarrotamiento en la dirección artística convierten su cine en un ejercicio de circo de 100 pistas que solo una cabeza absolutamente meticulosa es capaz de manejar. En el camino ha conseguido llevar a un gran público sus mundos marginales de la antiestética y la subcultura, antes de que el consumo de nicho lo convirtiese todo en un producto de masas. 'El día de la bestia' es historia de España, como puerta que abrió a un tipo de cine que vino después y que ha hecho industria en un país en el que la ídem se ha sostenido mucho tiempo sobre palillos. Si hablamos de patrimonio cultural, De la Iglesia es innegable que lo es, independientemente de tropiezos pasados o futuros.

placeholder Ingrid García Jonsson y Silvia Alonso, en 'Veneciafrenia'. (Sony)
Ingrid García Jonsson y Silvia Alonso, en 'Veneciafrenia'. (Sony)

Ya en los impactantes créditos de inicio de 'Veneciafrenia', la primera entrega bajo el sello 'The Fear Collection', De la Iglesia anticipa su apuesta: entre ilustraciones evocadoras del cómic, la serie B y el 'giallo' (género hemoglobínico puramente italiano), se cruzan elaboradas máscaras barrocas con los rostros dolorosos retratados por el fotógrafo americano Bruce Gilden, cuya serie 'Faces' es un muestrario de caras desasosegantes de parque de caravanas. Debajo de la filigrana plástica del antifaz, la desproporción, la 'deep fried America' (la de la triple fritura de cualquier alimento) a la que se refiere el propio Gilden, epítome del exceso barato.

Si los turistas de masas son los seres más detestables y destructivos, dentro de estos, la subcategoría más molesta es (con permiso de los hooligans cerveceros y los saltadores de balcón) la de las despedidas de soltera/o. Y estos son los protagonistas con los que pide Álex de la Iglesia que empaticemos: un grupo de turistas españoles (Goize Blanco, Alberto Bang, Silvia Alonso y Nicolás Illoro) que llegan a Venecia a celebrar que su amiga Isa (Ingrid García Jonsson) se casa. Nada más bajar del crucero que los ha transportado a la isla de Venecia, a los españolitos vocingleros les recibe una turba iracunda que porta pancartas con los lemas 'Cruceros fuera' y 'Turistas de los cojones', entre otras lindezas. De la Iglesia dibuja a ese típico turista que, mal que nos pese, somos todos, que sigue, cual burro con anteojeras, el recorrido que millones de personas siguieron antes que ellos y millones seguirán después. Pero añade una visión todavía más crítica en la que el egocentrismo del turista le impide ver que no todo lo que sucede en su destino turístico es un espectáculo dirigido hacia él, centro del universo, un error de percepción que en este caso puede ser fatal.

placeholder Goize Blanco, la turista informada. (Sony)
Goize Blanco, la turista informada. (Sony)

La idea de trampantojo es recurrente en el cine de De la Iglesia y aquí es más evidente que nunca. El director primero nos lleva de la mano por los laberintos y canales venecianos (imposible que el cinéfilo no recuerde la 'Amenaza en la sombra'), con una cámara taquifrénica que se abre paso entre las multitudes y que llega a su máxima explosión durante una mascarada estroboscópica a ritmo de Die Antwoord. De la Iglesia es un director esdrújulo y 'Veneciafrenia' también. Y mientras recorremos esa ciudad desquiciada, el director, nuestro guía, explica las tradiciones y leyendas, como la de la isla embrujada de Poveglia, destierro de cuarentenas durante los brotes de peste. 'Veneciafrenia' no suelta un momento la acción, e incluso se fuerza a mantener una tensión constante, una huida hacia delante en la que los personajes entran y salen, se enredan, aparecen y desaparecen en el caos de la ciudad.

Pocos cineastas españoles son capaces de hibridar a Rigoletto, el bufón jorobado de Verdi, con el 'splatter' (el cine que salpica), y 'Veneciafrenia' es un cruce de caminos en el que De la Iglesia no escatima en esto último, siempre con ese toque de humor funambulesco. Y, de vuelta a la trampa, vuelve a demostrar su gusto por el subterráneo, por lo que esconde la farsa, del símbolo. Las alcantarillas de 'El bar', las cuevas de Zugarramurdi, los pasadizos del Valle de los Caídos. Siempre es más interesante aquello que se oculta que aquello que se exhibe a plena luz. Porque, si lo pensamos, ¿qué diferencia hay entre una careta de carnaval y una máscara funeraria? El grado de putrefacción de la carne que encierra debajo.

No hay un ser más detestable que el turista. Incluso para el propio turista, porque los turistas siempre son los demás. La democratización de la posibilidad de viajar ha sido la gran conquista de la globalización. Y también se ha demostrado su condena. Dice el historiador y arqueólogo italiano Salvatore Settis, que "las ciudades pueden morir de tres maneras: cuando las destruye el enemigo, cuando una nueva civilización se impone por la fuerza, expulsando a los nativos y a sus dioses, y en tercer lugar cuando sus propios habitantes pierden su memoria y se convierten en extranjeros de su propia ciudad". Y ¿qué es el turismo masivo, sino este tres en uno? "La belleza no salvará a nadie ni nada si nosotros no somos capaces de salvar la belleza. Ni la cultura, ni la historia, ni la memoria, ni la economía ni la vida", sentencia consciente de un urbanismo cada vez más feo.

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