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Venecia: una ciudad con mucho arte y muy poca vida
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Consumir una ciudad es posible

Venecia: una ciudad con mucho arte y muy poca vida

La cuarta ciudad con el alquiler más caro de Italia y la densidad de Airbnb más elevada es escenario del espejismo del arte reivindicativo

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Todavía es un enigma el futuro del turismo, pero en el presente las instituciones parecen poner todo su empeño en recuperar los viajes en masa desde el trampolín del desgaste de la economía mundial, lo que puede dar pistas de cómo podrían ser los tiempos que vienen pese a la Cumbre del Clima, los Fridays for Future y los resultados a niveles medioambientales que el confinamiento puso de manifiesto. Una industria que ha determinado, en cierta medida, la crisis sanitaria de la pandemia (se han eliminado restricciones en favor de la movilidad durante períodos de vacaciones, se han hecho llamamientos a turistas internacionales, los viajes entre países vuelven rondar en el mensaje del fomento) y que está tan establecida en la lógica política y social del mundo actual que tal vez ni el coronavirus pueda con ella. Debido a la turistificación de las últimas décadas, la geografía está mutando en un espacio peligroso para la vida misma, donde sin embargo muchas personas quieren una foto, un recuerdo de que estuvieron allí, en los límites de la debacle, como en un balcón, observándola.

En la actualidad, las ciudades se enriquecen y se masifican mientras los pueblos y sus entornos permanecen subyugados en el olvido, pero a veces también sucede a la inversa: hay ciudades que se están despoblando, y masificando al mismo tiempo, enriqueciéndose y empobreciéndose a la vez. Todo responde a la misma cuestión: el liberalismo existe en todas las formas posibles. Un ejemplo esclarecedor es Venecia, la ciudad que copó portadas durante las primeras semanas de confinamiento mundial porque su imagen de calles vacías y aguas cristalinas resultaba impensable.

Foto: Un hombre cargando con fruta y verdura en las pasadas inundaciones en Venecia el pasado diciembre. (Reuters)
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Desplegada sobre las profundidades del Mar Adriático, su aparente estructura endeble (su suelo se sostiene sobre pilotes de madera clavados en barro aluvial) resiste y persiste al paso de entre 26 y 30 millones de turistas al año, el doble que en la década de los noventa. Por encima del tiempo sobre ella (en octubre de este año cumplirá 1600 años) pasa desde hace décadas el capitalismo, cada vez más rápido, cada vez más escurridizo entre la historia y el arte. Alguna vez, no hace tanto, Venecia era vecindario y comunidad, y un lugar de inspiración con todo tipo de atractivos, empezando por sus canales, sus cientos de puentes y sus edificaciones, también sus museos y centros culturales. En 1950, por primera vez los turistas no italianos (278,875) superaron a los locales (226,180), según recoge el portal de arquitectura y urbanismo Arcegu Lab. Si bien el primer gran éxodo de sus habitantes se produjo por una búsqueda de empleo en otras regiones, a partir de la década de los setenta a ello se sumaría el flujo incansable de turistas recorriendo la ciudad. Desde entonces, el turismo está vaciando la ciudad portuaria que ahora sobrevive en el espejismo del arte reivindicativo.

Futuros desde la cúpula elitista del arte

"¿Cómo viviremos juntos?" Es la pregunta que deben responder los 112 participantes de 61 países en la XVIII Bienal de Arquitectura de Venecia, que se celebra en la ciudad desde el 22 de mayo y hasta el 21 de noviembre, dentro del marco de celebración de la Bienal, la exposición de arte con más relevancia del mundo que reúne desde 1895 arquitectura, arte, teatro y cine durante los meses de verano en la capital del Véneto. La edición de este año se ha desplegado bajo la narrativa surgida de la pandemia. Mientras las calles (y el mar) se llenan de obras artísticas, financiadas en muchos casos por grandes empresas, que denuncian la contaminación, la degradación ambiental y el futuro atrofiado, el entorno se atrofia fruto de la degradación ambiental y la contaminación de cientos de aviones y cruceros que llegan diariamente (ya en 2019 la UNESCO advirtió a la ciudad de que debía vetar a los grandes barcos que atracaban en su puerto). La realidad en Venecia es la incongruencia del disfrute de la clase adinerada.

“Estoy atrapado en un trabajo que no ofrece ninguna oportunidad profesional, pero que sigue pareciendo un salvavidas"

En 2015, los invitados VIP al cóctel de apertura de la Fundación Prada, que formaba parte del evento, cayeron al Gran Canal al descolgarse el muelle en el que se encontraban. Esa fue la imagen que, como una obra de arte, quedó impregnada en la retina social. Por aquel entonces, la crítica de arte Mariagrazia Muscatello escribía en la revista 'Artishock': “Con el champagne se acabó también la pretensión de salvar el mundo y la creencia de que ‘all the world futures’ sea una cuestión al alcance de un solo curador y se logre desde las puertas cerradas de un evento. ¿Qué futuros o pasados se pueden trazar desde la cúpula elitista del 'gotha' mundial del arte? ¿Qué sentido tiene hoy en día el arte político y su relación con el sistema del arte?”

Que Venecia se está convirtiendo en una atracción turística a gran escala no es nuevo, desde hace años sus cada vez menos vecinos no dejan de protestar por la apropiación turística a la que están sometidos. Pero la retórica amistosa del arte está jugando un papel muy importante en la ecuación neoliberal que explota el consumo sin límites (consumir una ciudad es posible) para ocultar unas consecuencias que podrían ser el espejo de otras muchas ciudades. Afortunadamente, ninguno de los participantes de aquel cóctel de Prada se ahogó en el incidente, pero mientras que en ellos la caída quedaba en un susto, los venecianos se estaban ahogando en el desempleo y la incertidumbre, y lo siguen haciendo seis años después, viendo cómo el lujo se instala frente a ellos, entendiéndose espectadores de un museo que es, en realidad, su hogar. Así lo advierte el periodista Giulio Piovesan, natural de la ciudad de los canales, en un artículo para Hyperallergic: “Estoy atrapado en un trabajo que no ofrece ninguna oportunidad profesional, pero que sigue pareciendo un salvavidas al que tengo que aferrarme si no quiero ahogarme en el desempleo o terminar sirviendo pizza, vendiendo falsificaciones o artefactos locales a turistas descuidados que no pueden distinguir la diferencia entre Venecia y Florencia”.

Generaciones atrapadas en el 'precariato'

Piovesan, que escribe sobre arte y fotografía, relata así la realidad tras el destello de la Bienal: como él, muchos jóvenes de la ciudad están “atrapados en un estado existencial intermedio en el que el tiempo que dedicaron a los libros para obtener un título se acabó, pero están lejos de ser completamente adultos. Encarnan perfectamente la circunstancia de generaciones de italianos atrapados en el precariato ('trabajo precario'), incapaces de trabajar todo el año, formar una familia, comprar o incluso alquilar un piso por su cuenta (a menudo tienen que compartir un apartamento en ruinas con otras personas en su misma situación, renunciando así a uno de los logros colectivos del siglo XIX: la privacidad”. La ciudad ha ido perdiendo su tejido industrial y sus tiendas de siempre van desapareciendo. Según un análisis publicado en 2017, para 2011solo el centro histórico de la ciudad (catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1987) reunía 288 turistas por cada 1000 habitantes. En dicho análisis, puede comprobarse las variaciones en el precio de todo tipo de productos en tierra firme y en el centro de una de las ciudades más caras de Europa.

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La solución del alcalde, el conservador Luigi Brugnaro, es forzar el estado de normalidad que ha establecido la Covid-19 y, de paso, también la idea de la llamada antigua normalidad con su fórmula de los más: más cruceros, más lujo, más turismo que palomas en la Plaza San Marco, más escaparate para atraerlo. Es así como la Bienal se convierte en una espiral sin salida para Venecia: muchos venecianos “agotan su creatividad, sus conocimientos, y una parte importante de su existencia en la Bienal tratando de encontrar la manera de liberarse de ella, pero no logran tener ninguna buena idea más que esperar y esperar una giro del destino. Mientras tanto, se cansan de sus propias expectativas y pierden el entusiasmo que tenían cuando empezaron a trabajar allí”, relata el periodista.

Este formato de evento artístico a lo grande y a toda costa es cada vez más común en muchas ciudades en la era de la globalización desenfrenada. Eventos presentados como la salvación a los problemas que atraviesan a la sociedad que, llegados a su fin, no han ofrecido nuevos incentivos, sino nuevos capitales, vaciando la identidad de lugares como este, que pierde 1.000 residentes al año (un éxodo que comenzó hace más de medio siglo) mientras aumentan las segundas residencias y los encuentros de las celebridades que van a pasar un fin de semana en alguno de los muchos hoteles de cinco estrellas con vistas al Gran Canal. Se trata de la cuarta ciudad con el alquiler más caro de Italia y la densidad de Airbnb más elevada. El resultado: una ciudad única con mucho arte y muy poca vida.

Todavía es un enigma el futuro del turismo, pero en el presente las instituciones parecen poner todo su empeño en recuperar los viajes en masa desde el trampolín del desgaste de la economía mundial, lo que puede dar pistas de cómo podrían ser los tiempos que vienen pese a la Cumbre del Clima, los Fridays for Future y los resultados a niveles medioambientales que el confinamiento puso de manifiesto. Una industria que ha determinado, en cierta medida, la crisis sanitaria de la pandemia (se han eliminado restricciones en favor de la movilidad durante períodos de vacaciones, se han hecho llamamientos a turistas internacionales, los viajes entre países vuelven rondar en el mensaje del fomento) y que está tan establecida en la lógica política y social del mundo actual que tal vez ni el coronavirus pueda con ella. Debido a la turistificación de las últimas décadas, la geografía está mutando en un espacio peligroso para la vida misma, donde sin embargo muchas personas quieren una foto, un recuerdo de que estuvieron allí, en los límites de la debacle, como en un balcón, observándola.

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