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'Un delicado equilibrio': el teatro sesentero puede hacerse muy bien (y genial Manuela Velasco)
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'Un delicado equilibrio': el teatro sesentero puede hacerse muy bien (y genial Manuela Velasco)

Todos los intérpretes de esta adaptación del drama familiar de Edward Albee lo hacen fantástico. Hasta el 28 de abril en el Fernán-Gómez de Madrid

Foto: Escena de 'Un delicado equilibrio'. (Sergio Blanco)
Escena de 'Un delicado equilibrio'. (Sergio Blanco)

Hubo un tiempo en el que el teatro era como un novelón. Un texto con su presentación, su nudo, su desenlace y muchas, muchas palabras. Cada personaje hablaba por los codos. Contaban su vida y sus miserias en un escenario en el que apenas había ningún cambio. Y en ocasiones todos disertaban como si fueran catedráticos de Harvard aunque se estuvieran tirando los trastos a la cabeza en una pelea de pareja descomunal (y muy desagradable).

Eso era el teatro del estadounidense Edward Albee en los sesenta (y de otros más del siglo XX como Tennesse Williams y Eugene O’Neill, en una de las edades de oro del teatro de EEUU). Hoy, que los textos son una escuálida parte -hay muchísima más fisicidad- la escenografía es deslumbrante y apoteósica y el drama de escala humana (o sea, el de me quieren, no me quieren de toda la vida) ha pasado a ser el de las grandes cuestiones -LA MEMORIA, EL OLVIDO, EL FEMINISMO, EL PODER, LA INCLUSIÓN, LA DIVERSIDAD-, este teatro burguesote se nos queda un poco anticuado y polvoriento. También en los textos y personajes. A la mínima nos podemos encontrar con una frase que hoy podría tacharse de homófoba o machistoide.

Sin embargo, es un teatro que todavía hoy se puede hacer muy bien como demuestra la adaptación que han hecho los actores Alicia Borrachero y Ben Temple de Un delicado equilibrio, la obra de Albee estrenada por primera vez en 1966 justo después de su gran exitazo ¿Quién tema a Virginia Woolf? (1962). Tampoco le fue nada mal ya que con ella consiguió el Pulitzer. Como decíamos, tiene tanto texto que se podría leer como una novela.

placeholder Las actrices Anna Moliner (i) y Alicia Borrachero en un momento del pase gráfico de la obra 'Un delicado equilibrio'. (EFE/Gema García)
Las actrices Anna Moliner (i) y Alicia Borrachero en un momento del pase gráfico de la obra 'Un delicado equilibrio'. (EFE/Gema García)

No obstante, se nota que Borrachero y Temple lo han pulido. Se han guardado para sí los papeles del matrimonio acomodado (Agnes y Tobias) que a veces se quiere, pero las más se soporta después de tantos años juntos. Parece que esto de estar mal avenido era algo habitual en las obras de los sesenta. Y ambos, realmente, lo clavan. Otra cosa muy de la época: beben muchísimo alcohol. Es parte de la trama, pero es como si estuviera muy arraigado eso de estar todo el rato con una copa de brandy en la mano (y sin síntomas de intoxicación etílica). Hoy, de alguna manera, chirría.

En esta obra, en cualquier caso, hay un personaje, Claire, la hermana de Agnes, que sí está definido por su relación con el alcohol. Convive con el matrimonio porque no tiene dónde caerse muerta y ha tenido varias salidas y entradas en Alcohólicos Anónimos (otra cosa sesentera). Aquí lo interpreta Manuela Velasco y lo cierto es que está pletórica desde su primera aparición. Y no es un papel sencillo porque en cualquier momento se te puede ir de las manos y dar paso al histrionismo o el patetismo. Es el personaje tópico que se encarga de decir las verdades al resto (como dicen que hacen los borrachos), pero lo domina y le da una calidez, una dulzura y un humor que hace que no se te olvide. Cuando aparece, ilumina la escena.

Manuela Velasco está pletórica desde su primera aparición. Y no es un papel sencillo porque en cualquier momento se te puede ir de las manos

El resto de personajes, el matrimonio amigo (Joan Bentallé y Cristina de Inza) y la hija (Anna Moliner), van a desencadenar el conflicto con su llegada. Los primeros porque tras su entrada en la casa casi se convierten en muestras del Ángel Exterminador que no se va nunca. La segunda porque llega tras su cuarto matrimonio fracasado. Otra cosa de la época (y también del teatro anglo): tiene 36 años, se la ve ya “bastante mayor” para formar una familia y los padres ya no quieren acogerla en su casa puesto que no es ninguna niña. Creo que es algo que no muchas familias españolas harían hoy ante el regreso de un hijo/a treintañero (ni de más edad).

En definitiva, Un delicado equilibrio se puede definir como un buen “pollo” de una familia adinerada en la que falla lo que siempre falla en los conflictos humanos: la comunicación. Nadie quiere las conversaciones difíciles y para eso estaba este teatro sesentero. Por un lado, las conversaciones en el propio matrimonio, donde se han callado mucho más de lo que han hablado y así han acabado, cada uno durmiendo en cuartos distintos; por otro, las conversaciones con la hija, de la que los padres apenas saben nada y ella tampoco de la vida de sus progenitores; y por último, las conversaciones con los amigos, que a veces parece que está todo dicho, pero no. Incluso lo evidente hay que decirlo porque después se hace bola y ese delicado equilibrio salta por los aires. Me da qué pensar de qué hablaría la gente de esa época después de ver una obra así.

placeholder Los actores Ben Temple (i) y Cristina de Inza (2d) en un momento del pase gráfico de la obra 'Un delicado equilibrio', de Edward Abee. (EFE/Gema García)
Los actores Ben Temple (i) y Cristina de Inza (2d) en un momento del pase gráfico de la obra 'Un delicado equilibrio', de Edward Abee. (EFE/Gema García)

Todo esto transcurre en un decorado diseñado por la arquitecta Lua Quiroga Paul, que está estupendo con su rampa y dos niveles. Es una escenografía sencilla y sin alharacas, pero en la que el espectador puede ver esa casa burguesa, modernilla de los sesenta en EEUU (que no en España) con su mueble bar y sus banquetas como en los bares que a España llegaría unas décadas después. Incluso hoy nos podría parecer una casa popera cool.

La obra dura casi dos horas, pero no se hace larga. Asistimos a un drama familiar -por supuesto, se repite la famosa frase de Tolstoi sobre las familias felices- que tal y como se plantea sí nos queda algo lejano. Para un espectador joven este tipo de montaje ya no es. Tiene polvillo el teatro de Albee. Sin embargo, los intérpretes están tan bien, el texto es tan literariamente bueno y el espacio escénico está tan bien creado que se pasa un buen rato. Y, después, los asientos del Fernán-Gómez son tan mulliditos…

Hubo un tiempo en el que el teatro era como un novelón. Un texto con su presentación, su nudo, su desenlace y muchas, muchas palabras. Cada personaje hablaba por los codos. Contaban su vida y sus miserias en un escenario en el que apenas había ningún cambio. Y en ocasiones todos disertaban como si fueran catedráticos de Harvard aunque se estuvieran tirando los trastos a la cabeza en una pelea de pareja descomunal (y muy desagradable).

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