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Los chistes que Umberto Eco escribió mientras se aburría en las clases de Filosofía
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Los chistes que Umberto Eco escribió mientras se aburría en las clases de Filosofía

Se publica por primera vez en español el primer ensayo del pensador italiano compuesto a partir de viñetas y poemas que relatan momentos estelares de la historia del pensamiento

Foto: Una de las viñetas filosóficas de Umberto Eco.
Una de las viñetas filosóficas de Umberto Eco.

Esto que están dos griegos de charla y pasa una mujer…

—¿Te gusta la mujer de Protágoras?, le dice uno al otro.

—Demasiado sofisticada.

Otro. Se acerca un hombre enjuto y bigotudo –muy, pero muy parecido a Nietzsche– a la ventanilla de una estación donde se despachan billetes y dice: “Un billete de ida y eterno retorno”.

Venga, el último. También en una estación, maleta en mano, le pregunta un hombre a otro:

—Y usted, estimado Husserl, ¿de dónde viene?

—De Bolzano…, contesta el creador de la fenomenología (además de estudioso de la obra del teólogo y matemático Bernard Bolzano).

Con viñetas, en verso… La obra que acaba de publicar la editorial Libros del Zorro Rojo sí que es la historia de la filosofía como-nunca-te-la-habían-contado. Lo es incluso antes de conocer quién es el autor… Una vez sabes que es Umberto Eco quien firmó los poemas y dibujó los chistes el asunto cae ya del lado de los imposibles, rozando la categoría de milagro. ¿Qué no te lo crees? No pasa nada. Tampoco la editora de Libros del Zorro Rojo, Diana Hernández, podía creerlo y así lo explica para El Confidencial: “Quién no quiere a Umberto Eco y quién iba a pensar que quedaba algo suyo por publicar. Vi este libro en una reedición italiana de 2022. No se había editado desde los años 90 y resulta que los derechos estaban libres. Me impresionó la libertad del joven Eco, y encima tenía dibujos. Todo cuadraba. ¿Quizá la providencia tuvo algo que ver? O fue un claro caso de yo lo vi primero, o nadie más se animó porque eran poemas, o porque la traducción era muy difícil. Lo que nos lleva a la cuestión del tiempo: nunca hay suficiente tiempo para hacer los libros y solo se terminan porque tienen que ir a imprenta”.

placeholder Portada de  'Filósofos en libertad', de Umberto Eco.
Portada de 'Filósofos en libertad', de Umberto Eco.

De ahí acaba de salir este peculiar Filósofos en libertad. Publicado por primera vez en Italia en 1958 y firmado con el joyceano seudónimo de Dedalus, la obra supuso el sorprendente debut de Umberto Eco en un género que él mismo inventó: el ensayo ligero. Sería el único que le faltara, porque este intelectual nacido en la ciudad italiana de Alessandria en 1932 y fallecido en Milán en 2016 tocó todos los palos literarios y en todos triunfó. En la novela se le recordará por El nombre de la rosa (con su exitosa versión cinematográfica) o El péndulo de Foucault. En el ensayo resultó decisivo su Apocalípticos e integrados o el Tratado de Semiótica general. Tiene una Historia de la belleza, otra de la fealdad, escribió no pocos libros infantiles y fue un asiduo colaborador en medios (además de reflexionar sobre ellos).

Bromear seriamente

Aunque puede leerse como una hilarante introducción en verso a la historia de la filosofía, aderezada con viñetas humorísticas, Filósofos en libertad nunca pierde de vista la premisa del rigor científico. A Eco le gustaba insistir en ello. “Sé de gente que lo ha utilizado para preparar los exámenes de selectividad (lo cual, sin ser una lisonja de la obra, es sin duda una vergüenza para esta institución inquisitorial”, se lee en la nota del autor que abre el libro, fechada en 1992. El origen de la obra se encuentra en aquellos congresos de filosofía a los que Eco asistía en su juventud… No debían de ser lo que se dice apasionantes, en vista de las distracciones que causaban, pero sí provechosos… a su manera: de ahí salieron las viñetas y los poemillas que las acompañan.

El autor los consideraba meros divertimentos, pero insistía en su contenido riguroso: “Bromear, sí; pero seriamente”, señala en el mencionado prólogo que escribió a principios de los 90 para un volumen firmado ya con su nombre. ¿Las razones de aquella recuperación? “Muchos, en definitiva, me pedían los textos desaparecidos, y varios editores me proponían reeditarlos. Aquí los tienen. Tan solo he corregido dos erratas de la edición original que alteraban la métrica, y he llamado «catalán» a Ramon Llull [filósofo y teólogo nacido en Palma de Mallorca en 1232 y uno de los primeros autores en lengua catalana], a quien entonces llamaba «español», no por ignorancia, sino por la menos sensibilidad que en los años cincuenta se tenía ante reivindicaciones étnico-lingüisticas. En compensación, un señor me ha recordado hace poco cuán actual resulta el final, que está dedicado a Marx”. Veámoslo:

Mas si a Marx le pudieses preguntar,

sin reparo de ser inoportuno,

«¿cómo Kant, sin tomar el desayuno,

podría haberse puesto a razonar?»,

sin duda saltaría hecho una fiera:

«¡no tomes el marxismo a la ligera!»,

te habría contestado. «¡No te pases!

¡Defiendo un mundo sin clases!»

[…]

Racionalismo puro y, aunque humano,

propio de izquierdas pero hegeliano.

Aunque pueda definirse de este modo,

son demasiado los que han padecido,

se tendría que objetar, perdiendo todo

a los que su humanismo habrá servido

para ser humillados y ofendidos.

A esto Marx te podría responder

que a veces en la vida, por desgracia,

una cosa es pensar la teoría

y otra que la padezcas en la práctica.

Una forma sorprendente para un ensayo

De todo el volumen, la parte que más sedujo a la editora, Diana Hernández, fue la primera: “Mi pasaje favorito es lo primero que leí del libro, las estrofas sobre los presocráticos. Sin ellos no existiría el pensamiento occidental como lo conocemos, allí ya está todo en cierta forma, y las primeras impresiones son duraderas, eso que ya sabemos”.

En tiempos de los argivos,

vivían despreocupados

y andaban dichosos

por bosques y prados

señores ociosos

que en tono profundo

preguntaban, dudosos

de qué está hecho el mundo.

Desfilan a continuación por las páginas Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Parménides y Heráclito… Eco consigue sintetizar su filosofía y hacerlo en verso, una proeza que recuerda las intenciones de Lucrecio y su De Rerum Natura, al dar una sorprendente forma poética a un contenido ensayístico, ya fuera científico o histórico, que en principio poco se prestaba a la misma.

Que no te dé una catarsis…

Y si los primeros fragmentos son los preferidos de Diana Hernández, queda por saber cuál es su viñeta preferida. “La de la catarsis podría ser mi favorita [le dice un griego a un personaje que lleva una máscara: «La verdad es que, con esto de que las comedias se hagan al aire libre, el público se expone a que le dé una catarsis». A veces uno se ríe del humor por tonto y al mismo tiempo piensa: «es un humor tonto, pero que hace pensar». La gente habla así, usando expresiones cultas en el habla del día a día, por ejemplo cuando dicen «me es inverosímil» por «me es indiferente» y lo convertimos en chiste y se vuelve popular también”.

Chistes, rimas, dobles sentidos, humor absurdo… Y todo esto había de ser traducido y respetando la forma, que en este caso importa tanto como el contenido… Una empresa no apta para traductores que no amen el riesgo. El elegido para solucionar la papeleta ha sido Bernardo Valdés “que es poeta –recuerda la editora de Libros del Zorro Rojo– y realizó una proeza, (y no sin hacer muchas consultas a un doctor en filosofía). Ha traducido historia de la filosofía y humor lingüístico repleto de referencias no siempre evidentes y lo ha hecho con rima y métrica”.

placeholder La viñeta de Umberto Eco dedicada a Spinoza.
La viñeta de Umberto Eco dedicada a Spinoza.

Unas coplillas dedicadas al existencialismo y a los analistas del lenguaje “de ese Oxford macilento” rematan la parte de Filósofos en libertad. Le suceden los Escritores en libertad, una parte que reúne piezas dedicadas a Marcel Proust, James Joyce o Thomas Mann (por quienes Eco sentía auténtica devoción). El libro se cierra con apéndices escritos a lo largo de las décadas y que versan sobre cuestiones “pesadas”, señala la editorial “(en el sentido etimológico del texto), con la misma y casi necesaria levedad”.

Uno de los anexos más curiosos es Pequeña metafísica portátil, donde Eco se muestra como filósofo, no solo como historiador de la filosofía. En este poema, escrito, como desvela “en forma de carta de amor, hace unos treinta años para una chica tentada por la muerte” insta a alguien a encontrar el sentido, el Sentido, al que da también trato mayúsculo. Ya sea “puro artificio” o “mito ficticio” es esencial pues:

[…] al final uno entiende

que del tema del sentido sí depende

la propia felicidad.

En esa búsqueda recuerda que el ser humano se dota de sentido a sí mismo, a diferencia del “ser más simple, primero perplejo/ [que] se adapta pronto a aquel más

complejo”. Sucede así que el ser más complicado:

pese a vivir sujeto de la muerte

es de todos los entes el más fuerte;

pues consigue que el mundo, tal cual es, se adapte siempre a él y no al revés.

Eso es aquel aserto repetido

de que «el hombre da al mundo algún sentido».

Y le recuerda a la destinataria de esta pequeña metafísica, y también a quienes mediante la lectura se incorporan a ese papel, que:

Esta burla, este azar es solamente

un evento, no del cosmos, de la mente:

¡soy yo! Y eso lo asumo con coraje,

pues nos hemos cruzado en este viaje.

¡Hallemos un sentido a decidir

el cómo y el cuándo se deba morir!

Esto que están dos griegos de charla y pasa una mujer…

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