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'La verdad vs. Alex Jones': ¿Tú también eres un actor a sueldo del gobierno?
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'La verdad vs. Alex Jones': ¿Tú también eres un actor a sueldo del gobierno?

Toda realidad puede negarse, incluida una masacre en un colegio de educación infantil

Foto: Alex Jones, en un fotograma del documental que le dedica HBO.
Alex Jones, en un fotograma del documental que le dedica HBO.

Desde hace años, el Diccionario de la Real Academia Española reconoce la palabra mutante “conspiranoico” para definir a aquellas personas que no pueden vivir sin la verdad. La voz, peyorativa sin duda, surge de mezclar “conspiración” y “paranoico”, y señala, erróneamente, la inclinación de un sujeto por pensar que existe un gran engaño orquestado, que todo responde a un plan secreto infalible y que sólo él y otros pocos iluminados conocen el revés de la trama.

Lo cierto es que un conspiranoico no es otra cosa que el producto final de desvelos filosóficos atemporales. Todo lo que queda más allá de tu vista y de tu respiración existe y, al mismo tiempo, no existe, pues depende de testimonios, confianza, recuerdos, conexiones en directo y postales sacadas de estantes giratorios. La filosofía ha jugueteado con la realidad durante siglos, aprovechando que no le hacía daño a nadie. El conspiranoico surge cuando la tecnología, y a caballo de ella, la información se hacen accesibles a todos en todas partes, y la gente exige la verdad absoluta que le prometieron. Diríamos que el VAR no ha acabado con el fanatismo en el fútbol, como podría pensarse si los penaltis y los fueras de juego se presentan medidos y trazados al milímetro; lo que ha hecho el VAR es crear el fanático futbolístico definitivo.

Cada vez hay más conspiranoicos, es una plaga, y votan. Quieren la verdad y, a ser posible, una que encaje perfectamente en su visión del mundo. La filosofía nos había acostumbrado a la tierra de nadie, la zona de sombra, la duda y el respeto por las opiniones y visiones ajenas. La tecnología hace justamente lo contrario: darte la razón de manera aplastante.

Para encender la mecha de la conspiración supuesta, hace falta muy poca cosa. La propia conspiración es excitante por sí misma, llena de elementos detectivescos y de cierto halo heroico. Basta, en fin, con que alguien fabule un caso, un bulo, una locura, y aporte tres pruebas, cierta lógica, cierta rebeldía.

Por una sonrisa

El papel de instigador de conspiraciones lo representa en nuestro tiempo mejor que nadie Alex Jones, fundador de Infowars. En La verdad vs. Alex Jones (HBO) se cuenta el caso de negación de realidad más terrorífico de todos los tiempos.

En diciembre de 2012, un hombre armado entra en una escuela infantil y empieza a disparar indiscriminadamente. Mata a 18 niños y a seis adultos. Luego se suicida. La noticia, tan habitual en las páginas de sucesos estadounidenses que yo mismo ni me acordaba de ella, sigue los derroteros habituales: investigación, funeral, debate sobre armas y, en unas semanas, olvido. Sin embargo, uno de los padres decide hacer una declaración pública para librarse de las llamadas insistentes de la prensa. Hablar en público no es lo suyo, está nervioso, sonríe antes de acometer su labor. Cuando empieza a hablar, rompe en llanto.

Alex Jones analiza en su programa el vídeo, se extraña de que alguien que ha perdido a su hijo pueda estar sonriendo segundos antes de contarnos cómo lo perdió.

Este comentario, que ignora las malas pasadas que pueden jugarnos los tics nerviosos, da pie a la teoría fatal: es un actor. El padre es un actor y, por tanto, no ha habido ninguna masacre en Sandy Hook (Connecticut).

Las conspiraciones lunáticas empieza así: simplemente se opone un relato al relato oficial. Toda vez que se cuenta con una historia, la historia crecerá sola, enfrentada a la historia verdadera. A fin de cuentas, ambas son historias, palabras, discurso. La mentira no funciona sólo por su atractivo antisistema, sino porque es molecularmente indistinguible de la verdad. Nadie ha estado en Sandy Hook, nadie ha conocido a Napoleón. Napoleón a lo mejor no existió.

La mentira no funciona sólo por su atractivo antisistema, sino porque es molecularmente indistinguible de la verdad

El documental muestra la adhesión masiva de millones de personas a la hipótesis/fábula de que nadie murió en aquella escuela. Los padres son actores, los niños muertos aparecen de pronto en fotos perdidas de periódicos extranjeros, una retransmisión del funeral muestra un fallo de imagen y se decide que no hay funeral alguno, que son actores delante de un “croma”. Los padres son insultados en redes sociales por lamentar la muerte de sus hijos a balazos: mienten. Una mujer escribe todo un libro titulado Nadie murió en Sandy Hook. Ella tiene una empresa de limpieza, llama para preguntar quién limpió la sangre de la masacre, y no le dan una respuesta. ¿Qué más pruebas necesitáis de que la masacre no existió?

La señora exige entonces a un padre que desentierre el cadáver de su hijo y se lo enseñe, si quiere que le crea. El padre elige la dignidad de su hijo muerto antes que la lucha ya completamente inútil por la verdad. Seguramente la señora diría que ese cadáver es de otro niño, muerto antes o después, en otras circunstancias.

La lección que sacamos de La verdad vs. Alex Jones es que no se puede discutir, argumentar o razonar: siempre hay una escapatoria, una posibilidad para la supervivencia de cualquier fabulación. La mentira se pone a la altura de la verdad precisamente cuando se acepta la conversación. Basta con hablar de si las élites globales están formadas por reptilianos para perder el debate: hablando, pueden ser reptilianos o no, cuando antes, a cobijo del silencio, no lo eran.

placeholder Alex Jones, declarando ante un tribunal. (HBO)
Alex Jones, declarando ante un tribunal. (HBO)

Fíjense qué frase, de la autora del libro Nadie murió en Sandy Hook: “Yo estoy convencida de que nadie murió y Lenny Pozner está convencido de que su hijo murió”.

Una señora desde su casa está segura de que tu hijo muerto y enterrado no murió.

Fíjense qué frase, del abogado de Alex Jones: “Los americanos tienen derecho a elegir qué escuchar y qué creer”. Nadie tiene derecho a elegir qué creer, nuestro único derecho es el de equivocarnos.

El propio Alex Jones lo explica perfectamente: “Esta gente miente a propósito. Yo cometo errores por accidente”.

Sólo que sucedió justamente al revés.

Desde hace años, el Diccionario de la Real Academia Española reconoce la palabra mutante “conspiranoico” para definir a aquellas personas que no pueden vivir sin la verdad. La voz, peyorativa sin duda, surge de mezclar “conspiración” y “paranoico”, y señala, erróneamente, la inclinación de un sujeto por pensar que existe un gran engaño orquestado, que todo responde a un plan secreto infalible y que sólo él y otros pocos iluminados conocen el revés de la trama.

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