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El Nobel de Arquitectura se lo llevan los PAUS
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Fernando Caballero Mendizabal

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El Nobel de Arquitectura se lo llevan los PAUS

En España, el gris terreno de lo comunal, de lo que solo es de algunos, es una de las grandes realidades evitadas desde hace ya demasiado tiempo por quienes teorizan sobre lo bueno y lo malo

Foto: Una grúa en un edificio en construcción en Madrid. (Getty)
Una grúa en un edificio en construcción en Madrid. (Getty)
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Ya estábamos acostumbrados a que el espíritu woke de nuestra época hubiese poseído a los jurados de muchos premios y certámenes internacionales. Desde los Óscar hasta el Nobel, pasando por el Pritzker de Arquitectura. Lo importante era que una minoría elitista y ruidosa había cambiado la percepción que tiene del mundo e intentaba imponernos con gritos y amenazas sus criterios sobre lo bueno y malo, lo justo e injusto, lo bello y lo feo.

Discriminar se había vuelto positivo, aunque fuese en el sentido inverso. Ya no valía con que tu trabajo tuviera calidad por sí mismo, ahora esa calidad está en lo que "se supone" que representa. Eso es estar despierto ante la realidad opresora del mundo. Si antes se perjudicaba a las mujeres, a las buenas personas y a los negros, en vez de dejar de hacerlo, ahora esas condiciones debían ayudar en los criterios de evaluación. Esto parece estar cambiando. Y aunque a España los espíritus de cada época suelen llegar algo más tarde y con mayor vehemencia, se ve desde sus costas que después del terremoto woke llega un tsunami conservador que está recolocando la ventana de Overton y ya ha volcado la txalupa en la que vamos los arquitectos. ¿Cuál debe ser la discriminación aceptable?

El esfuerzo de un profesional por pensar de forma original y con cariño la disciplina de la arquitectura y la profesión del arquitecto

O el jurado del Pritzkerse ha vuelto de derechas o es que han decidido seguir apostando por el auténtico mérito: el esfuerzo de un profesional por pensar de forma original y con verdadero cariño la disciplina de la arquitectura y la profesión del arquitecto, ajeno al discurso político de moda. El último premio se lo ha llevado un japonés, Riken Yamamoto, que ha dedicado su vida a investigar en los intersticios que hay entre la privacidad del domicilio y el espacio público de la calle y la ciudad. En conseguir la mayor calidad de vida dentro de comunidades…limitadas (discriminando) a los vecinos y sus invitados.

En España, el gris terreno de lo comunal, de lo que solo es de algunos, es una de las grandes realidades evitadas desde hace ya demasiado tiempo por quienes teorizan sobre lo bueno y lo malo en los comportamientos sociales. Se ha soslayado su existencia porque es más fácil hablar de lo público y juzgar lo privado. En cambio, entramos en un terreno pantanoso cuando debemos tratar de la convivencia limitada a la familia, los amigos, la asociación, los vecinos… lo que antes llamábamos "los parroquianos". Caras conocidas con las que compartimos, nos guste o no, ciertos acuerdos y obligaciones de convivencia. Compromisos que van más allá de la gris frialdad igualadora de la Agencia Tributaria y que tienen en el balcón de Romeo y Julieta y en los portales de Puerto Hurraco su humanidad más salvaje y encarnecida.

Foto: "Para llegar has tenido que pasar por aquí, bajar por aquí, girar por aquí...". (A.F.)

Esas capas intermedias que existen entre "el Estado y nosotros" tienen una traducción en las ciudades y en sus edificios y requieren justamente de ciertas barreras de entrada, ciertas discriminaciones que irritan a muchas personas de esa izquierda gentrificada que ve con condescendencia las aspiraciones de los demás por mejorar en la vida. La terminología marxista lo define como "superestructura" y eso es precisamente lo que se dedica a construir "la no izquierda" (que diría Pedro Herrero): a despolitizarnos creando vínculos personales con gente a la que ponemos cara. Gente concreta que nos echa un capote cuando hacemos algo mal, que nos puede fiar en el bar o, parafraseando a Jorge Dioni en La España de las piscinas, "vecinos de urbanización que cuidarían a tu hijo o se tirarían al agua a por él".

Y es que a Yamamoto le ha caído un Pritzker por hacer (a la japonesa) lo que en España se ha hecho con los PAU. Lugares compuestos por urbanizaciones cerradas, donde entre el espacio público de la calle y el privado de la vivienda se da protagonismo al espacio comunitario, a su jardín, su pista de pádel, su piscina y sus terrazas. Lugares donde no entra quien quiere sino a quien se le abre la puerta.

Ha habido mucha literatura contra el PAU. Hace solo unos días Analía Plaza entrevistaba a una joven antropóloga que se había "infiltrado" viviendo varios años en un PAU. Su conclusión de mujer "despierta" (woke) ante las dinámicas que sus despolitizados vecinos no ven era que "el PAU fomentaba las lógicas neoliberales del patriarcado". Y aunque seguramente nadie de allí le obligó a tenerle preparada la cena a su compañero de piso cuando llegaba del trabajo, lo que criticaba es que sus vecinas, con las que solo podía hacer zumba cuando sus hijos estaban en la clase extraescolar, hubiesen encontrado en el patio de la "urba" el entorno perfecto para ser madres y dedicar libremente su tiempo a ello.

Hay quienes piensan que es insólito que el mundo no se adapte a ellos y queden mujeres que dediquen su generosidad a ser madres

Es decir, hay quienes piensan que es insólito que el mundo no se adapte a ellos y todavía queden mujeres que dediquen su generosidad a ser madres y a adaptarse a la vida de sus hijos. Gente que renuncia a transformar el planeta en un lugar mejor y se contenta con intentar mejorar las vidas de los que le rodean, empezando por cumplir con el deber que sienten de traer niños al mundo. Por suerte, en el futuro alguna de esas madres se convertirá en la vieja del visillo que controla el patio común, oprimiendo a estas antropólogas emancipadas, y dándoles con ello la posibilidad de escribir extensas tesis doctorales que resumir en una entrevista de periódico. Madres, padres, hijos, vecinos que sostendrán con su cotidianidad compartida el civilizado carácter socializador de nuestra soleada cultura sureña frente al celo puritano y calvinista de la salvación individual que reina los países del norte reformado y que todavía encuentra aquí tantas "aliades".

El Pritzker a Yamamoto, el Nobel de la arquitectura, pone en valor la calidad de los muchos tipos de espacios intermedios que existen entre quienes conocen como somos y quienes solo nos conocen de vista. Entre la calle y las viviendas, sus proyectos están llenos de lugares comunes: patios, terrazas y zonas donde los vecinos se saludan —si quieren— y comparten espacio —si les apetece—.

El proyecto conservador siempre fue la subsidiaridad. Los escalones intermedios entre cada uno de nosotros y el abstracto leviatán. Los pesos y contrapesos, como los jueces, los curas, los amigos o la familia, que ponen coto a las aspiraciones totalizantes de aquellos gobiernos empecinados en querernos y en cuidarnos. Esos niveles de subsidiariedad tienen su traducción en la arquitectura y por eso el PAU es una superestructura urbana con tintes democristianos, que arropa a quienes desconfían del que solo busca conocernos por nuestro número de identificación fiscal.

Para sus habitantes, esos lugares intermedios empiezan al cruzar la puerta de la calle, saludar al guarda y entrar en el safe space de la urbanización, con el jardín y la piscina común y con su plaza de garaje.

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En los balcones, las terrazas en la calle, los bares, las piscinas y en el jardín de la urbanización, la gente se observa y se saluda. Hay que guardar las formas.

Y aunque las calles de estos barrios tienen espacio público de sobra para que la asociación de vecinos de izquierda se reúna a pasar el rato, la mayoría los utiliza para pasear, hacer deporte y tomarse unas cañas. Son sitios cómodos para disfrutar de las terrazas y socializar con las cañitas. El PAU consigue que no todo sea política. Por eso la gente allí se derechiza. Y si no, siempre quedará Lavapiés y la taberna Garibaldi.

A la espera de que otros jurados hagan lo mismo, el del Pritzker parece ponerse del lado de los que entienden que lo importante no es el color de la piel ni el sexo de los ganadores. Por eso el mes pasado decidió otorgarle el premio más importante de la profesión a un señor tranquilo que investiga como mejorar la vida en aquellos lugares donde las personas todavía tenemos capacidad de socializar con la gente que nos suena sin que un tercero nos imponga sus normas de convivencia. Así que de forma indirecta también el PAU se lleva el premio. Esa forma "comunal" de control es la que también se ha desplegado en el urbanismo español de las últimas décadas. Un diseño que apuntala todo un sistema de vida y que hace de este mundo un lugar mejor para quienes quieren vivir sin el peso de Gramsci sobre sus cabezas.

Ya estábamos acostumbrados a que el espíritu woke de nuestra época hubiese poseído a los jurados de muchos premios y certámenes internacionales. Desde los Óscar hasta el Nobel, pasando por el Pritzker de Arquitectura. Lo importante era que una minoría elitista y ruidosa había cambiado la percepción que tiene del mundo e intentaba imponernos con gritos y amenazas sus criterios sobre lo bueno y malo, lo justo e injusto, lo bello y lo feo.

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