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'Pícaro': el Joker salió de la Prospe
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'Pícaro': el Joker salió de la Prospe

Las andanzas reales de joven 'conseguidor' nos resultan increíbles y retratan a las instituciones del Estado como salidas de un tebeo de Francisco Ibáñez

Foto: Fotograma de la nueva serie de Netflix centrada en el pequeño Nicolás.
Fotograma de la nueva serie de Netflix centrada en el pequeño Nicolás.

Ha tardado poco Netflix en recordarnos las aventuras alpinas del pequeño Nicolás, que subió a los palacios, a las cumbres brumosas y coronó el Everest del secreto: cómo funciona un país. Normalmente Netflix, con la actualidad norteamericana, espera al olvido para resucitar un asunto, y así sorprender tanto a los que lo vivieron en directo como a los que nada sabían de él. El periplo peliculero de Francisco Nicolás Gómez Iglesias todavía no ha terminado, y en estos mismos momentos el Tribunal Supremo atiende sus recursos sobre una sucesión de condenas que suman más de doce años de cárcel.

(P)ícaro (Netflix) llega para proponer tres horas de lo que merece siempre en España esta figura filibustera: la pura celebración. Como con aquel Dioni que robó un furgón, y tantos otros personajes de la España que da espectáculo, la sensación popular sobre el pequeño Nicolás es de admiración radiante. Como el chico no engañó a los niños de la beneficencia, sino a los que mandan sobre nosotros (“Si no tienes una foto conmigo, no eres nadie”, afirma en el documental), todo lo que hizo suena divertido, bufonesco y justiciero. Es como si entran a robar en la casa del que tiene más dinero que tú y te parece bien.

El documental juega con la enseña patria del pícaro, y con el mito de Ícaro, un poco bobamente. Se utiliza material doméstico de Nicolás cuando era niño, que tiene más horas grabadas Nicolás de su infancia que Villarejo de la vida adulta de nadie, y se entremeten constantemente escenas filmadas con una maqueta, como el Monopoly del poder en España. Se cuentan muchas cosas y se dan muchos datos y salen decenas de testimonios y la conclusión del espectador sólo es una: no lo entiendo.

El pequeño Nicolás, amén de pequeño, de corta edad, no es particularmente atractivo, no desarrolla (ni siquiera ahora, a sus casi treinta años) un discurso seductor o entusiasta, como es lo propio en estos encantadores de serpientes. Su origen es el barrio de Prosperidad, la Prospe, y sus padres no le dieron su primera agenda llena de nombres cruciales. Lo único insistente, llamativo de Francisco Nicolás es su sonrisa, casi importada de un cómic de Batman. Es la sonrisa del Joker.

El pequeño Nicolás, amén de pequeño, de corta edad, no es particularmente atractivo, no desarrolla un discurso seductor o entusiasta

La exhibe mucho en la entrevista que guía las horas documentales, normalmente para darse aires de genio del mal (“La gente cree que hay grabaciones que no existen y eso te da un poder increíble”), hacer pensar que sabe muchas cosas, disfrutar de sus gamberradas y escanciar una vanidad y egolatría verdaderamente irritantes. “Conseguí la invitación (a la coronación de Felipe VI) de manera brillante”, afirma.

Yo he conocido a algunos talentos del alpinismo social, grandes trepas, esforzados arribistas, y siempre atesoraban ese don de la palabra, esa gestualidad acogedora y barnizada en Hamelin, y escuchando a Nicolás uno no oye esa música. Sin embargo, se la coló a todo el mundo.

placeholder El Pequeño Nicolás. (Netflix)
El Pequeño Nicolás. (Netflix)

Parece que el principio de su Monopoly fue un colegio en El Viso, zona obscenamente adinerada de Madrid, donde entró desde la Prospe y empezó a hacer amigos con padres cenitales. Se supone que estos amigos oyen a sus padres decir cosas importantísimas en las comidas, y se las cuentan a Nicolás, que así se va haciendo su pequeño tesoro de confidencias. Luego entra en FAES, en plan pastoreo de niños pijos, que le llenaba las charlas a Aznar y eso le hacía imprescindible. Un chico que nos trae chicos jóvenes para que les contemos nuestras ideas; un crack.

Con esos dos pilares va edificando su capricho. Conoce al PP entero de los años 2012-2014, y se hace fotos con ellos para que no puedan decir que no tiene su teléfono. Una cosa que hace mucho Nicolás en sus reuniones con gente importante es llamar por teléfono, y decir en alto “Soraya”, “Jose”, “vicepresidenta”. Parece que con esto engañas a banqueros, empresarios, policías, espías, secretarios, reyes y ministros. Ya ven.

La imagen que arroja de España esta escalada simultánea de todos los ochomiles por parte de Nicolás (está en el CNI, en lo de Cataluña, en lo de Noos, en lo del Rey, en lo de Pujol…) es como de tebeo de Paco Ibáñez. La TIA. Puedes llegar a cualquier instancia oficial, echarle morro, hacer como que te llama Florentino Pérez, y conseguir que te encarguen servir de enlace, intermediario o conseguidor automáticamente de la misión más compleja del Estado.

Nada vale nada, nada tiene importancia, todo está podrido. El tío no tiene ni carné de conducir, no digamos título universitario

Por mucho que unos y otros lo califiquen en (P)ícaro de “personaje” y le desprecien abiertamente, y digan que no es nadie y se rían de él, lo cierto es que Netflix ha hecho antes un documental sobre Francisco Nicolás Gómez Iglesias que sobre cualquier presidente del gobierno de España en democracia. Es como si Nicolás, de pura chiripa, hubiera conseguido resaltar la increíble estupidez del establishment de nuestro país.

“Con quince años iba con coche oficial al colegio. Era un coche que me dejaba el concejal del distrito”, nos dice. Hasta el propio comisario Villarejo, que sale mucho en el documental, le muestra respeto o admiración, incluso miedo. Los jóvenes vienen pisando fuerte, sí.

Con todo, el pequeño Nicolás es la historia de una demolición, el municioso destripado de cualquier nobleza ciudadana o amparo moral. Nada vale nada, nada tiene importancia, todo está podrido. El tío no tiene ni carné de conducir, no digamos título universitario. Para pasar la selectividad envió a un amigo en su lugar, con DNI falso (dice) hecho ad hoc por el CNI. Su idea de la vida quizá fue ratificada con su entrada en Gran Hermano VIP: un trabajo que te dan por ser famoso y para hacer de ti mismo, retribuido con 4.000 euros al día (o 2.200, según otras fuentes).

Si no te pagan 4.000 euros al día por ser tú mismo, no merece la pena levantarse por las mañanas.

Ha tardado poco Netflix en recordarnos las aventuras alpinas del pequeño Nicolás, que subió a los palacios, a las cumbres brumosas y coronó el Everest del secreto: cómo funciona un país. Normalmente Netflix, con la actualidad norteamericana, espera al olvido para resucitar un asunto, y así sorprender tanto a los que lo vivieron en directo como a los que nada sabían de él. El periplo peliculero de Francisco Nicolás Gómez Iglesias todavía no ha terminado, y en estos mismos momentos el Tribunal Supremo atiende sus recursos sobre una sucesión de condenas que suman más de doce años de cárcel.

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