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"La única forma de acabar con la perversión de las redes sociales es desconectar el algoritmo"
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el mayor experimento de la historia

"La única forma de acabar con la perversión de las redes sociales es desconectar el algoritmo"

El periodista del 'New York Times' Max Fisher publica 'Las redes del caos', una demoledora investigación sobre los malignos efectos de esas plataformas y sobre la inteligencia artificial que las dirige

Foto: Foto: Getty/NurPhoto/Jaap Arriens.
Foto: Getty/NurPhoto/Jaap Arriens.
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Usted, yo, su pareja, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros de trabajo… Todos nosotros somos conejillos de Indias. Junto con otros 2.000 millones de personas, formamos parte del experimento social más grande de la historia de la humanidad.

Un experimento que está alterando nuestra manera de pensar y de relacionarnos los unos con los otros, lo que multiplicado por miles de millones de usuarios está cambiando profundamente la sociedad. Un experimento que nadie tiene la más mínima idea de cómo va a terminar y que se está realizando sin las mínimas garantías y salvaguardas éticas que acompañan a los experimentos sobre comportamiento humano realizados por académicos y científicos.

Esa es la perturbadora conclusión a la que ha llegado Max Fisher, reportero y columnista de The New York Times, después de llevar a cabo una importante investigación periodística en torno a las redes sociales. Fisher ha estudiado en profundidad cómo funcionan Facebook, Twitter, YouTube, TikTok, LinkedIn, WhatsApp y demás plataformas, ha entrevistado a decenas de expertos, a empleados de compañías tecnológicas, a científicos… Ha analizado estudios, ha revisado informes internos… El resultado es un libro sobrecogedor de más de 500 páginas titulado Las redes del caos (Península) que deja muy claro cómo las redes sociales no solo empobrecen nuestra mente, sino que están erosionando gravemente nuestra convivencia.

Nuestros cerebros, nuestras conductas y nuestras democracias están a merced de una industria carente de toda ética y cuyo único objetivo es conseguir que dediquemos el máximo de nuestro tiempo y de nuestra atención a sus plataformas. Y, para conseguirlo, no dudan en sacar provecho de la vulnerabilidad de la psicología humana ni en usar las técnicas que emplean los casinos o las maquinas tragaperras para engancharnos.

placeholder Portada de 'Las redes del caos', la investigación periodística de Max Fisher sobre las redes sociales.
Portada de 'Las redes del caos', la investigación periodística de Max Fisher sobre las redes sociales.

“Cuando las compañías tecnológicas diseñaron los primeros algoritmos de las redes sociales, no estaba claro que esto fuera a convertirse en el gigantesco experimento global en que se ha acabado transformado”, nos cuenta Fisher a través de una videollamada. “Pero a estas alturas esa inteligencia artificial nos conoce mejor y más profundamente de lo que nos conocemos nosotros mismos. Cuando usamos las redes sociales, la inteligencia artificial se dedica a rastrearnos, a observarnos, a ver cuáles son las cosas que nos atraen y las que no, a examinar lo que nos mantiene enganchados y haciendo clic, a analizar la secuencia específica de emociones que generamos ante determinados contenidos, a estudiar qué impulsos hacen que pasemos más tiempo en su plataforma… Pero la razón por la que este se ha convertido en el mayor experimento social en la historia de la humanidad es porque los algoritmos no solo estudian qué es lo que capta nuestra atención, sino que están promoviendo a gran escala determinados tipos de comportamiento”.

Son numerosos, numerosísimos ya, los estudios que muestran cómo las redes sociales están transformando profundamente nuestra psicología, nuestra identidad, nuestro comportamiento. Decir que fomentan el sensacionalismo, el extremismo, la ira y la división social es, aun siendo cierto, quedarse corto, muy corto. Se amontonan las investigaciones que revelan el hondo efecto que esa omnipresente tecnología tiene en nuestra psique y en nuestras relaciones sociales. Hasta el punto de que las redes sociales incluso están inflamando algunos instintos que miles de años de evolución habían enterrado.

placeholder El periodista Max Fisher, autor del libro 'Las redes del caos'. (Francisco Proner)
El periodista Max Fisher, autor del libro 'Las redes del caos'. (Francisco Proner)

¿Un ejemplo? La indignación moral que a diario incendia las redes sociales, un instinto fruto de 250.000 años de evolución y que habíamos conseguido contener. La indignación moral surgió cuando nació el lenguaje y se puso fin a la supremacía de los machos alfa, los típicos matones agresivos que dominaron las primeras comunidades de Homo sapiens. Como ha señalado el primatólogo Richard Wrangham, la aparición del lenguaje permitió al grupo unirse contra la prepotencia de los machos testosterónicos. Las tribus dejaron así de tener líderes violentos y se convirtieron en sociedades cimentadas en el consenso.

La base de ese nuevo orden pasó entonces a ser la indignación moral. Cuando alguien tenía un comportamiento reprochable, el resto del grupo se le echaba encima. Y cuando esa indignación cobraba suficiente fuerza, desembocaba directamente en una turba, en una muchedumbre que atacaba con virulencia a aquel que había puesto en peligro al grupo.

La evolución fue aparcando la violencia de esas catervas enfurecidas e imponiendo el imperio de la ley, fue cambiando los linchamientos por tribunales y jueces imparciales. Sin embargo, el instinto de indignación moral sigue presente en nosotros, soterrado, y las redes sociales consiguen sacarlo a diario a la luz en forma de brutales campañas de acoso y derribo. “La tecnología detrás de las redes sociales es muy poderosa y se aprovecha de nuestros instintos automáticos, eludiendo las barreras de seguridad que durante miles de años hemos levantado para contenerlos”, señala Max Fisher.

Las redes están inflamando algunos instintos que miles de años de evolución enterraron, como el de indignación moral que llevaba a linchamientos

Pero los algoritmos que hacen funcionar a Facebook, YouTube y demás no solo están modificando nuestro comportamiento y desatando muchos de nuestros peores impulsos. Además, dentro de las propias compañías tecnológicas no hay nadie que entienda realmente cómo funcionan, a dónde nos están dirigiendo. “Son sistemas autodidactas y muy complicados. Un algoritmo no es como el capó de un coche, que lo abres y ves cuáles son las conexiones que se establecen. Es muy difícil saber qué tipo de conclusiones va a sacar o en qué dirección nos va a llevar. Y cada vez lo va a ser más, porque esos sistemas son cada vez más y más complicados".

"Nadie sabe realmente cómo funciona la nueva generación de inteligencia artificial. Lo terrible es que no solo no se establecieron salvaguardias cuando se podía, sino que se puso esa IA a funcionar en una dirección que era previsiblemente dañina para nuestros intereses como especie, para nuestro sistema político, para nuestra estabilidad social. Da miedo”, argumenta.

Llegados a este punto, los expertos consultados por Max Fisher solo ven una solución: desactivar los algoritmos. “Mucha gente defiende eso. Personas a las que respeto mucho y en las que confío defienden que hay que desactivar las funciones de las redes sociales para atraer la atención de los usuarios, y algunos también se muestran partidarios de acabar con el botón de me gusta y de compartir”.

El propio Jack Dorsey, uno de los fundadores de Twitter y su CEO entre 2015 y 2021, aseguró en una ocasión que el botón de compartir causaba demasiado daño a la humanidad como para mantenerlo. A lo mejor habría que hacerle caso.

Usted, yo, su pareja, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros de trabajo… Todos nosotros somos conejillos de Indias. Junto con otros 2.000 millones de personas, formamos parte del experimento social más grande de la historia de la humanidad.

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