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El poeta que surgió del barrio más marginal de Canarias y ahora gana todos los premios
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Entrevista

El poeta que surgió del barrio más marginal de Canarias y ahora gana todos los premios

Pedro Flores creció en el Polvorín, un agujero de delincuencia y drogas en los setenta y ochenta, pero salió de allí y hoy es un poeta laureado con libros como 'Los gorriones contrarrevolucionarios' y la novela 'La isla de los muchachos hermosos'

Foto: El poeta Pedro Flores, detrás, el paisaje de la isla de La Palma (P.C.)
El poeta Pedro Flores, detrás, el paisaje de la isla de La Palma (P.C.)
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El poeta cruzó el patio de la cárcel de Las Palmas cuando escuchó una voz que le gritó: “¡Ey, Perico!”. “Hombre, Carlitos, qué pasa”, le contestó el poeta volviéndose hacia la voz. “¿Qué, ya te han cogido a ti también?”. “No, no, vengo a dar un taller de poesía”. “Ah, ¿qué ahora también te trancan por eso?”.

La anécdota la cuenta Pedro Flores (Las Palmas, 1968) entre risas en un café de Los Llanos de Aridane, en La Palma, a donde ha acudido para participar en el festival Aridane Criminal. Es una fotografía exacta del lugar del que procede este poeta canario que ha ganado varios de los más prestigiosos premios de poesía en los últimos años, desde el Generación del 27 con Los gorriones contrarrevolucionarios al Miguel Hernández por Tocar de oído -Vox acaba de cortar la subvención a este galardón que se entrega en Orihuela- o el José Hierro con Coser por la calle: el Polvorín, el barrio más marginal de Las Palmas. Carlitos era uno de los niños con los que Flores jugaba de chaval. Acabó muriendo de una sobredosis.

La casa de Flores era una más de las viviendas de protección oficial de aquel vecindario de gente trabajadora construido en los años sesenta y que con el paso del tiempo, con la dejadez y el abandono, se convirtió en un agujero de drogas y delincuencia. Una casa, como tantas otras, en las que no había ni un solo libro, “solo una guía telefónica y no teníamos teléfono”, señala. Lo contó en el poema Ritmo y memoria.

Foto: Eduardo García Rojas, actual director del festival Aridane Criminal en La Palma. (Aridane Criminal)

El futuro poeta merodeaba por esas calles, por ese colegio, “que hoy ya no existe”, como tampoco ese barrio cuyas casas se han reedificado y dignificado, y leía. Primero libros de historia de su tío, después lo que cualquier chaval de su generación con amor por la lectura, como los tebeos del Capitán Trueno, Hazañas bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín… hasta que cayó en sus manos la poesía. “Leía la canción del pirata, la sonatina, y aquel ritmo... Uno primero fija unos vínculos sentimentales con la poesía, que te llevan a profundizar en la lectura y a ir progresivamente a lecturas más complejas”, comenta.

Comenzó a presentar sus primeros poemas a concursos escolares. “Yo era un chaval de familia muy humilde. En los concursos daban tres mil pelas al ganador y ahí que iba yo, que era el más gamberro de la clase. Y luego decían, hostia, el más gamberro ha ganado el premio de poesía”, relata. Las consecuencias no eran tan divertidas. De hecho, ser el poeta en un barrio donde lo común eran los atracos y las jeringuillas le daba pudor y lo escondía ante sus amigos -como también cuenta en su primera novela, La isla de los muchachos hermosos (Maclein y Parker, 2023)-. “Claro, ellos decían, ¿poesía? Eso debe ser de maricones. Y yo, sí, de maricones también, pero maricones muy machos. Esa anécdota es cierta: una vez me dijeron, en el periódico hay un tipo que se parece a ti que escribe poesía, y yo, ¿poesía? no, no, tira, tira”.

"En los concursos daban tres mil pelas al ganador y ahí que iba yo, que era el más gamberro de la clase. Y luego decían, hostia, ha ganado"

Flores salió del barrio “relativamente pronto” y, “como la mayoría” ,no se sumergió en el pozo oscuro de la marginalidad. Le fastidia la romantización de la fatalidad y mucho más de la pobreza. “Los ochenta fueron muy de la heroína, pero aquel era también un mundo paralelo en el barrio. No es que todos estuviéramos ahí. Yo lo veía porque iba al colegio, pero ya está. Y eso obviamente no te hace ni mejor ni peor poeta”, sostiene y pone el ejemplo de Leopoldo María Panero. “Parece que si el poeta es marginal ya está todo. Un poco como Panero, que vivió en Las Palmas y que decían que si vivía en la calle… Y yo decía, pero a ver, vivir en la calle no es condición sine qua non para escribir poesía. Si no escribirían poesía todos los que viven en la calle”, manifiesta. Ahora bien, como decía su amigo Alexis Ravelo, fallecido hace un año y creador del Aridane Criminal, y al que conoció de niño, “el barrio y de donde vienes lo llevas siempre”. Y también está en la literatura. “Te da una vida. No algo que contar, pero sí un bagaje y una dureza de piel que para la poesía es muy útil. A mí me gusta la poesía donde si uno es consciente de lo antipoético puede incorporarlo porque luego resulta ser lo más poético”.

Esa poesía de lo que a priori parece antipoético se nota en Los gorriones contrarrevolucionarios (Visor) donde cuenta a través de poemas afilados y prístinos el día en el que Mao Zedong le declaró la guerra a la naturaleza y quiso exterminar a los gorriones porque se comían el sorgo. Luego, evidentemente, todo fue mucho peor y se desencadenó en China una hambruna brutal.

“¿Dónde está la poesía? A la poesía hay que encontrarla y luego hacerla. ¿Hay poesía en que el gobernante de uno de los países más poderosos del mundo de repente declare la guerra a los gorriones, ese bicho tan poético? Sí, eso tiene poesía. El poeta tiene que convertir eso en algo que tiene cabida en otro código que es el poema. Los temas en poesía siempre son excusas para hipnotizar al lector. Aquí tenemos el tema del poder, el de la idiotez humana, la ternura…”, señala.

placeholder 'Los gorriones contrarrevolucionarios', de Pedro Flores
'Los gorriones contrarrevolucionarios', de Pedro Flores

Sus poemas también son vitales. Hay siempre una alegría, algo que hace sonreír, que dispara al corazón, pero para que este se alborote, no para que se deprima. La baza no es la facilona sentimental. Le gustaría que hubiera ecos de Marcial, Quevedo, Lope de Vega y sobre todo César Vallejo, sus poetas favoritos a los que se suma su santísima trinidad: el venezolano Eugenio Montejo, el cubano Gastón Baquero y el mexicano Eduardo Lizalde. “Ojalá causar el efecto en los lectores que estos tres poetas causan”, remacha.

“Cuando uno es joven piensa que lo que dice es importante y vas descubriendo que no tienes nada que decir y que lo que tienes que decir no importa. Lo que importa es cómo lo dices. Lo que aprendes es a saber que estás vendiendo humo, que eres un bufón y a engañar mejor. Intentas producir una conmoción estética en el lector. Antes intentaba producir una conmoción sentimental, pero luego te das cuenta de que no, lo que importa es cómo dices las cosas”, completa.

La isla pobre y turistificada

Poética y ritmo rezuma también su primera novela, de reciente aparición, La isla de los muchachos hermosos, que se lee como el agua. Flores es un narrador agradable, simpático. La isla es Gran Canaria, los muchachos, él y sus amigos. El conflicto, la extraña muerte de un jovencísimo poeta que lo tenía todo para convertirse en el gran bardo canario -y que no pocos pensarán en el malogrado Félix Francisco Casanova (Santa Cruz de la Palma 1956- Santa Cruz de Tenerife, 1976)- el contexto, el turismo masivo que ya se había instalado en las islas.

“Es sobre la zona turística, porque no tiene nada que ver con Las Palmas. Me interesaba hablar de esa dualidad, de esa dicotomía de sentirte extranjero en tu tierra, la turistificación…”, relata. Su biografía le ayudó, ya que él mismo trabajó de botones en aquellos hoteles de los ochenta a donde iban a parar las alemanas e inglesas. “Yo era muy fiestero y conozco bien las noches de discotecas, el culto al consumo de alcohol… Y me pareció un ambiente poco trabajado, al menos en Canarias. Me interesaba plasmar esas noches en las que estabas en tu isla, pero estabas casi en el extranjero. Aquello era la posibilidad de visitar otro mundo”, añade.

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'La isla de los muchachos hermosos', de Pedro Flores

Aquella turistificación, si bien traía un beneficio económico, también tenía consecuencias sociales. “Yo era consciente de que generaba una estratificación social. Yo trabajaba en un hotel de cinco estrellas y los directivos eran todos alemanes mientras que las chicas que limpiaban la habitación y los que cargábamos las maletas éramos canarios. Son trabajos dignos, pero había una estigmatización social. La recepcionista ya era alemana, pero la que limpiaba, canaria”, apostilla Flores, que confiesa que la primera vez que se bañó en una piscina tenía treinta años.

Si se echa la vista atrás, parece otra Canarias, pero no hace tanto tiempo de unas islas que en los ochenta no había salido de la pobreza en muchas zonas y a las que el turismo les estalló en toda la cara. “Mucha gente vivía en cuarterías, chabolas de madera donde vivía la gente que trabajaba los tomates, pero llegó el turismo, arrasó con eso y esa misma gente que trabajaba los tomates pasó a trabajar en el sector servicios con aquel inglés chapurreado”, manifiesta Flores. Así fue como empezó todo.

"Nadie está en la poesía ni para ganar dinero ni presencia, pero no soy un escritor clandestino ni quiero serlo"

Más de veinte libros ha publicado ya este poeta que, “después de un montón de años”, comienza ahora a enseñar la patita fuera de las islas y cuyo futuro es bastante alentador. Siempre ha sabido que esto era una carrera de fondo, que “la poesía es un naufragio, una reincidencia en el fracaso”, que lo había que hacer siempre era “disfrutar de la escritura”. Que “nadie está en la poesía ni para ganar dinero ni presencia, pero no soy un escritor clandestino ni quiero serlo”. Que “yo me he equivocado muchísimo, soy el sargento de hierro de la poesía, me he revolcado por el barrio de las porquerías”. Pero ahora ustedes lo van a conocer mucho mejor. Y se van a divertir.

El negocio de la chatarra

"Estoy en el negocio de la chatarra

Poseo un camión viejo y un olfato de cerdo metálico

con el que venteo una brizna de plata

entre el clamor chirriante de la quincalla.

Los nuevos poetas conducen mudos coches eléctricos,

cuando me adelantan en la carretera

aprietan el acelerador con la sonrisa

y yo me digo admirado ahí va un poeta de hoy.

Conducen dictando poemas a sus dispositivos

poemas sobre la pureza del horizonte, luego

en casa, se masturban con la voz de sus navegadores.

Yo soy el hojalatero, rebaño el óxido de las palabras,

soy una hiena con una prótesis en la risa,

escarbo en los vertederos a por los caparazones

de las maquinas que emponzoñaban el aire,

abrevo en las charcas de metal pesado

y me la casco mirando el viejo poster del Playboy

que cuelga de la pared de un taller mugroso;

miss octubre del ochenta y seis,

ese año nacieron muchos poetas,

algunos de ellos se ríen de medio lado

cuando me adelantan en la carretera".

El poeta cruzó el patio de la cárcel de Las Palmas cuando escuchó una voz que le gritó: “¡Ey, Perico!”. “Hombre, Carlitos, qué pasa”, le contestó el poeta volviéndose hacia la voz. “¿Qué, ya te han cogido a ti también?”. “No, no, vengo a dar un taller de poesía”. “Ah, ¿qué ahora también te trancan por eso?”.

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