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No, por favor, no digas Fincher menor
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No, por favor, no digas Fincher menor

En 'The Killer', su nueva película ya disponible en Netflix, el director estadounidense filma dos horas de género sin virtuosismo de puesta en escena, pero donde casi todo resulta convincente

Foto: David Fincher en el estreno el pasado 5 de octubre de 'The Killer' en  Londres. (EFE/Andy Rain)
David Fincher en el estreno el pasado 5 de octubre de 'The Killer' en Londres. (EFE/Andy Rain)

El prometedor actor John Wilkes Booth se contrató a sí mismo como pistolero para matar a Abraham Lincoln frente a una obra de teatro, en directo, Our american cousin. Fue el único magnicidio exitoso de todos los planeados aquella noche, simultáneamente. Los del vicepresidente Andrew Johnson, el secretario de Estado William H. Seward y el líder militar de la Unión Ulysses S. Grant fueron todos marrados por los cómplices de Booth, como si fuera la versión fallida del final sangriento de Casino o El Padrino. Después de que apretara el gatillo, todo fue mal para Booth, por mucho que su fuga durara 12 días enteros escondiéndose en casas y graneros de Maryland y Virginia.

Hay que agradecer a David Fincher (o a su guionista Andrew Kevin Walker, escritor de Seven) el sentido del humor de poner en boca de su asesino a sueldo en apuros (Michael Fassbender) el nombre del magnicida más famoso del mundo, con permiso de Lee Harvey Oswald. “Método QHJWB: ¿Qué haría John Wilkes Booth?”. The Killer, su decimotercera película (que ha llegado a Netflix tras dos semanas muy discretas en cartelera), planta la cámara en esta palpitación entre el crimen y el sarcasmo. Como todo su cine.

placeholder Michael Fassbender en 'The Killer', lo nuevo de Fincher. (Netflix)
Michael Fassbender en 'The Killer', lo nuevo de Fincher. (Netflix)

Se lo pregunta este sicario sin nombre (nunca llegamos a saberlo) que colecciona identidades falsas en su camino viajero (República Dominicana, Nueva Orleans, Chicago) a limpiar el estropicio que él mismo ha creado por culpa de un milimétrico error. Antes de que el estropicio lo limpie a él. “Cíñete al plan. Anticípate, no improvises. No confíes en nadie. La empatía es debilidad”.

Los monólogos interiores del estatuario Fassbender (tres años sin hacer películas por su paternidad y por las carreras de coches; tardó tres horas en leer el guion y decir que sí) funcionan como el mantra estilizado de un oficio samurái obsesivamente metódico, pero que, en realidad, queda secularizado. Los sicarios hacen yoga y van al súper. Llevan tu mismo reloj que cuenta los pasos. Piden cosas a Amazon. Y pueden cagarla en el trabajo.

No diga Fincher menor: diga Fincher en miniatura. En plato cuadrado. Como los 10 minutos extraordinarios de Tilda Swanson

Fincher (Mr. Once Again, repitiendo tomas y tomas gracias a sus grandes presupuestos) no cede a la tentación de intentar trascender el tebeo homónimo que adapta, The Killer, del francés Alexis Matz Nolent. No abandona la vía estrecha de sus viñetas ni se recrea en su brutalidad. Hereda un cierto exceso verbal, irónicamente, en una película casi sin diálogos. Y una estructura de videojuego. Pero filma dos horas de género sin virtuosismo de puesta en escena donde casi todo resulta convincente (aunque no especialmente sorprendente). Donde puede que te acuerdes de El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville. Y donde el diseño de sonido nos empuja hasta un final (un aterrizaje) deliberadamente romo. Para ponerlo todo en su sitio.

Lo sentimos: los sicarios huyen a toda velocidad, pero también se aburren. Y escuchan música de los Smith (¿cuántos directores son capaces de filmar la secuencia del balcón?). El recuerdo catedralicio de Zodiac o La red social nos puede hacer coquetear con el topicazo, pero nada más lejos. No diga Fincher menor: diga Fincher en miniatura. En plato cuadrado. Como los 10 minutos extraordinarios de Tilda Swinton.

El prometedor actor John Wilkes Booth se contrató a sí mismo como pistolero para matar a Abraham Lincoln frente a una obra de teatro, en directo, Our american cousin. Fue el único magnicidio exitoso de todos los planeados aquella noche, simultáneamente. Los del vicepresidente Andrew Johnson, el secretario de Estado William H. Seward y el líder militar de la Unión Ulysses S. Grant fueron todos marrados por los cómplices de Booth, como si fuera la versión fallida del final sangriento de Casino o El Padrino. Después de que apretara el gatillo, todo fue mal para Booth, por mucho que su fuga durara 12 días enteros escondiéndose en casas y graneros de Maryland y Virginia.

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