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¡Vaya con la abaya! Francia la vuelve a liar con los símbolos musulmanes
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Galo Abrain

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¡Vaya con la abaya! Francia la vuelve a liar con los símbolos musulmanes

La prohibición de la prenda islámica en las aulas vuelve a poner sobre la mesa un debate latente: ¿laicidad o coacción cultural?

Foto: Una mujer musulmana vestida con abaya en Nantes. (Reuters/Stephane Mahe)
Una mujer musulmana vestida con abaya en Nantes. (Reuters/Stephane Mahe)
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Haberse criado en un sistema educativo extranjero tiene sus ventajas y desventajas. En el lado ortopédico de la ecuación, te despistas mucho cuando el personal te habla de sus cursos, de que si la ESO, el Bachiller, que a ti te contaron de otra forma. También andas algo pato en ocasiones con el léxico y la ortografía. Salvo en la institución educativa, no acostumbras a desenvolverte en el idioma de calificación. Así te caen suspensos por arrearle puntapiés al dogma gramatical y demás pormenores de la falta de hábito…

En cuanto a las ventajas, pienso que son más. A mí me cayó la breva de que mi tío currara en el liceo francés de mañolandia —la tierra que me vio nacer— con las consecuentes facilidades fiscales (era una institución privada, y ya se sabe que ahí se mascan trapicheos y nepotismos a porrillo). Y aunque no es plan de hacerle aquí la promo al bilingüismo, o a un sistema que antepone la reflexión a la memorización, sí me parece de rigor hacérselo a algo que mamé desde mis más tiernos inicios: la laicidad.

Si vives en un país pluriconfesional, las instituciones públicas deben quedar exentas de proselitismos religiosos para evitar señalamientos

Es un concepto sencillo, la laicidad. Básicamente, la sociedad civil y la sociedad religiosa han de ir cada una por su lado. Es la versión buena de la segregación. Te dé por ponerte de rodillas en un confesionario, sobre una alfombra mirando pa la meca o por cruzar las piernas en modo dhyana, el Estado debe respetar tu rollo y los ciudadanos no darte mal por el personaje custodio de tu cabecero.

Suena bien, ¿no? Vamos, a mí me lo parece. Pistonudamente equilibrado. Pero claro, a derechos, obligaciones. Y si la esfera pública tiene a bien proteger tu identidad religiosa, habiendo varias más a tu alrededor que igualmente se consideran las correctas, tienes responsabilidad de ceñir el ejercicio y la demostración de esa identidad a la esfera privada.

¿Por qué?, se preguntará algún gazmoño. Por respeto a los que no creen en lo mismo que tú. Por respeto a quienes no le rezan a ninguna deidad, que solo se diferencian de ti en que no creen en un Dios, menos de los otros 2999 en los que tú tampoco crees. Porque si vives en un país pluriconfesional, las instituciones públicas deben quedar exentas de proselitismos religiosos para evitar señalamientos. En resumen, para reducir al máximo nuestras diferencias, sin negar que existan, porque de eso va todo este rollo de la democracia liberal que tan majamente nos inventamos hace tiempo.

Foto: Mujeres con velo se abanican durante las oraciones de Eid al-Fitr que marca el final del Ramadán, en Ceuta, en junio de 2017. (Reuters) Opinión
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¿A santo de qué viene esto? Pues era una forma de colarme en los recientes acontecimientos de la justicia francesa. Una dama que ha decidido enfocar sus cuencas vacías en el uso de la abaya musulmana en el ámbito de la escuela pública.

Si desde 2004 Francia prohibió el velo en las aulas, con todo el pifostio que regaló aquello, ahora se ha puesto manos a la abaya; una prenda que por mucho que vendan como homologable a un Gucci negro de temporada, sigue siendo un emblema del islam.

En algunos colegios ha habido incluso pancartas donde estaba escrito: "Tengo un sueño… el de vestirme como quiera". Pero no es la libertad de vestir como se quiera lo que está en juego, sino la búsqueda de un privilegio sobre otros credos. Eso sin contar con la paradoja del sinsentido de reivindicar la libre elección de tu atuendo cuando es tu religión la que te lo impone. "Quiero tener la libertad de vestirme como me impongan". Pues no sé yo, hija…

Foto: Una niña musulmana viste un velo. (EFE/David Aguilar)

Os he contado lo del liceo porque las leyes francesas eran la norma del lugar. Es decir, si en Francia no estaban permitidos los símbolos religiosos, en aquel patio tampoco. El tema del niqab, el chador, el hiyab o la abaya (las mujeres musulmanas tienen tantos outfit como Lady Gaga) que es la chispa del nuevo polvorín, sin embargo, a mí me pasó por el arcén. No recuerdo motines a la dirección del colegio, ni quema de pupitres al grito de: "allahu akbar". Sí hubo bulla, en cambio, por los crucifijos...

El laicismo es transversal, aunque muchos no lo crean. Si una chica musulmana no podía entrar con un burka, tampoco se podía ir fardando de rosario de plástico fluorescente dehors le t-shirt, que fue lo que causó movida. ¿Lo más cachondo?, los 3 o 4 macarritas de terciopelo (recordemos la naturaleza privada de la institución) que iban de gitanos arrepentidos con su rosario de los chinos sobre la camiseta con el símbolo de Playboy, no lo hacían por convicción religiosa. Lo hacían por moda. Por flipada. Por un quinquilleo más falso que un calamar de silicona.

La rebelión en la granja de aquellos gallitos sin cresta se dio a causa de uno de los motivos por los que, en parte, se producen ahora los boicots de los defensores del exhibicionismo religioso en las instituciones públicas. Una mezcla de chulería, sumada al narcisismo característico de los iluminados, que se separan con símbolos visibles de las "almas descarriadas" que los rodean, en busca de prosélitos a los que prometerles una Ciudad de Luz que reina por encima de todo, incluso de las normas que rigen en los demás. Espíritu de conciliación ecuménico, ninguno. Es todo Yo… Yo… Yo… Los míos.

Foto: Manifestación en Berlín en apoyo a las manifestantes en Irán. (Filip Singer/EFE)

No es de extrañar. El hombre moderno, perdido en la soledad de su propio corazón, convertido en la muchedumbre solitaria, que diría Riesman, es un ser desarraigado, amontonado en ciudades llenas de pollos a los que desconoce e indefenso ante la fraudulenta organización de pillastres políticos y económicos.

Busca, en consecuencia, Ingenieros del Alma (por ponerme soviético). Profetas más que líderes. Y, en ocasiones, se atrinchera en religiones como el islam (que sube a ritmo de espuma entre los occidentales, más allá de la demografía inmigratoria) a fin de darle sentido a su existencia anómica. Si sumamos esta nueva ola fervorosa con impulso propio a una tergiversación más emotiva que racional de la crítica al proselitismo religioso en Europa, tenemos la salsa de hostias perfecta.

¡Resulta cómico!, observar como una parte de la izquierda se niega a criticar semejantes patadones a sus principios magistrales como la laicidad por temor a aventar un racismo malcogido. Es uno de los síntomas de la desconfianza. De la confusión del objeto de la crítica con el motivo de ella, que ha puesto la libertad de expresión bajo sospecha.

Desde el siglo XVIII en Francia y Europa se ha peleado por separar Estado y religión en pro de una sociedad más justa

Cualquiera que sea la importancia de preservar la libertad individual no puede permitir que la tolerancia acabe rebelada en contra de la libertad colectiva como un pitbull. Si los monjiles o las cruces no son bien vistos en la escuela, tampoco deben serlo el velo o la abaya. Justa imparcialidad.

Porque en las democracias liberales la fe en una deidad debe ser personal, pero la creencia y la defensa de la igualdad han de ser comunes. Por tanto, en lo que respecta a la simbología religiosa en los espacios públicos de uso compartido, apostar por su ausencia nos homogeneiza, mientras que imponer su presencia nos vuelve endogámicos, necios y cenizos.

Desde el siglo XVIII en Francia y Europa se ha peleado a sangre y muela partida por separar Estado y religión en pro de una sociedad más justa. Flaco honor hacemos a los valientes huesos que nos precedieron si por un individualismo manipulador permitimos que la defensa de una libertad acabe pisoteando (porque el integrismo religioso tiene la mala costumbre de darte la mano y engancharte la faringe) la libertad de todos.

Establecer un paralelismo con España es, todavía, un patinazo

Francia está entrando, si no tiene ya metida hasta la cadera, en una encrucijada cultural de apaga y vámonos. Establecer un paralelismo con España es, todavía, un patinazo. Son demasiadas las diferencias. Lo que no significa que debamos mirar para otro lado, ni aprender a defender los valores que componen el lema nacional gabacho: "libertad, igualdad, fraternidad". Sin distinción de credo, o lo que sea.

Tengámoslo claro, en definitiva. Que la civilización que tanto costó construir no se vaya al cuerno por una indulgencia de la que la barbarie inquisitiva, si se le permite, fácilmente se aprovechará.

Haberse criado en un sistema educativo extranjero tiene sus ventajas y desventajas. En el lado ortopédico de la ecuación, te despistas mucho cuando el personal te habla de sus cursos, de que si la ESO, el Bachiller, que a ti te contaron de otra forma. También andas algo pato en ocasiones con el léxico y la ortografía. Salvo en la institución educativa, no acostumbras a desenvolverte en el idioma de calificación. Así te caen suspensos por arrearle puntapiés al dogma gramatical y demás pormenores de la falta de hábito…

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