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La historia oculta de los Gucci: crimen, traición, estatus y dinero
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LA BALADA DE PATRIZIA REGGIANI

La historia oculta de los Gucci: crimen, traición, estatus y dinero

Hace 20 años, el asesinato del último de los Gucci conmocionó a Italia. La culpable, su mujer, uno de los personajes más fascinantes de la historia reciente de la moda

Foto: Patrizia Reggiani, abandonando la corte de Milán. (Reuters)
Patrizia Reggiani, abandonando la corte de Milán. (Reuters)

El 27 de marzo de 1995, a las ocho y media de la mañana, Maurizio Gucci llegó a su oficina en la milanesa Via Palestro como todos los días. Poco después de saludar a Giusepppe Onorato, el portero del edificio, comenzó a subir las escaleras. De repente, tres disparos de revólver estallaron en su espalda y, mientras caía, otro más le alcanzó en la cabeza. Al principio, el portero pensó que todo se trataba de una broma, pero cuando recibió dos balazos se dio cuenta de que no era un farol. Gucci nieto murió mientras el barrendero lo sostenía en sus brazos.

El asesinato de Maurizio Gucci dio el pistoletazo de salida a uno de los juicios que más morbo han generado en Italia, y que paradójicamente, parece haber caído en el olvido. El proceso concluyó con la condena de cinco personas. Entre ellas, la ex mujer de Gucci, Patrizia Reggiani, que pasó entre rejas 18 años, hasta que finalmente fue liberada en septiembre de 2013. Aunque en la época algunas versiones sugerían que el asesinato a sangre fría de Gucci podía deberse a una conspiración internacional por los intereses económicos del último miembro del clan, el juez declaró que la mente detrás del crimen era Reggiani, que había contratado a través de su vidente, Pina Auriemma, a un pistolero (un torpe ratero llamado Benedetto Ceraulo) para acabar con su ex marido.

Podía haber salido de la cárcel, pero rechazó el empleo que le ofrecieron. “Nunca he trabajado y no voy a empezar ahora”

La mujer podría haber salido de la cárcel en 2011 si lo hubiese deseado, pero rechazó la idea porque no sentía interés en el trabajo que le ofrecieron. “Nunca he trabajado y no pienso empezar ahora”, señaló en aquella ocasión. Al fin y al cabo, vivía razonablemente bien: su abogado había conseguido negociar algunos privilegios penitenciarios, como poder cuidar de su hurón, Bambi. Un par de años más tarde, fue fichada como consultora de diseño por Bozart, una compañía milanesa de joyas. Casi 20 años después de su sentencia, 'The Guardian' ha localizado a la antigua señora de Gucci y ha reabierto uno de los casos más sonados de la 'jet set' italiana, descubriendo a un personaje fascinante.

De la cuna a la alta alcurnia

Patrizia Reggiani nació el 2 de diciembre de 1948 en una pequeña localidad en los aledaños de Milán, hija de una camarera y un empresario transportista. Aunque no les iba mal, no formaban parte de la élite milanesa, en la que Reggiani empezó a moverse como pez en el agua apenas cumplió 20 años. “Conocí a Maurizio en una fiesta y se enamoró locamente. Yo era excitante y diferente”, ha explicado ahora la mujer, a los 65 años. Se casaron en 1972, para el disgusto de Rodolfo Gucci, padre de Maurizio e hijo de Guccio Gucci, fundador del imperio que abrió sus puertas en 1921.

Licenciado en Derecho y Economía, Maurizio empezó a pensar en su propio plan para Gucci, que no tenía nada que ver con el proyecto de sus primos: convertirlo en la factoría 'prêt-a-porter' más lujosa del mundo. La muerte de Rodolfo en 1983 empujó a Maurizio a hacerse con el control de la compañía, gracias al 50% de la firma que de repente cayó en sus manos. “Patrizia, su esposa, se convirtió en la fuerza de empuje para que él tomara el control de la empresa”, explica el libro dedicado a la familia en 'Grandes dinastías'.

Fue, también, el principio del fin de su matrimonio con Reggiani, consumido por las peleas con sus primos y tíos por el control de Gucci, algo que finalmente conseguiría a través da la compañía de inversión Investcorp. El proceso de lucha intestina en la familia dio para mucho; entre otras cosas, para un libro como 'Gucci Wars: How I Survived Murder and Intrigue at the Heart of the World's Biggest Fashion House' (John Blake) publicado por Jenny Puddefoot Gucci, viuda de Paolo Gucci.

Durante el entierro, Patrizia afirmó que sentía “humanamente” la muerte de su exmarido, pero que no podía decir lo mismo “personalmente”

Sin embargo, hacerse con el control de Gucci no solucionó la vida de Maurizio. Probablemente la echó a perder. Su fortuna empezó a decrecer de mano de la depreciación de la compañía que llevaba su apellido (aún faltaban unos años para que Tom Ford, a quien contrató personalmente, se hiciese con el control) hasta que la vendió por 120 millones de dólares en 1993. Maurizio fue acusado de blanquear dinero y de falsificar la firma de su padre, y la guerra del Golfo había arruinado el mercado del lujo.

Fue la estocada final para su relación con Patrizia, de la que se separó en 1990, después de seis años de litigio. La mujer asegura que estaba enfurecida por muchas cosas, entre las cuales el divorcio quizá no era la menos importante. “Sobre todo, perder el negocio familiar. Fue un fracaso. Estaba llena de rabia, pero no había nada que pudiese hacer. No debía haberme hecho algo así”. ¿O quizá sí había algo que estaba a su alcance?

El plato más frío

Después de abandonar a Patrizia, Maurizio comenzó a verse con Paola Franchi, con quien vivió en su palacio en el centro de Milán durante cinco años. Nada de cazafortunas, niega la mujer que sobrevivió al último Gucci; como explica a 'The Guardian', su anterior marido era aún más rico que Maurizio. Poca duda cabe de que el asesinato se precipitó para que tuviese lugar antes del matrimonio entre Maurizio y Paola. Quizá porque, como señaló Auriemma, Patrizia no quería ver a otra mujer junto a su antiguo marido a la que todo el mundo llamase “señora Gucci”; tal vez porque sus hijas, Alessandra y Allegra, podían perder parte de su herencia si tenían que compartirla con más hijos.

“Patrizia había tramado el asesinato de su ex marido con la ayuda de su vidente porque, a pesar de haber pasado más de diez años desde el divorcio, era incapaz de aceptar el rechazo de su marido y la pérdida de su estatus social”. Durante el juicio, Paola declaró que recibía a menudo llamadas amenazantes de la exmujer de su pareja, especialmente en lo referente al gasto de su fortuna. El mismo día del asesinato, Patrizia se presentó en el apartamento de Maurizio; durante su entierro, afirmó que sentía “humanamente” la muerte de su exmarido, pero que no podía decir lo mismo “desde un punto de vista personal”. Un día después de la muerte de Gucci, Paola recibió una orden de desahucio firmada por Reggiani ante notario a las 11 de la mañana del día anterior, apenas un par de horas después del crimen. Por su parte, Reggiani aseguraba que Paola iba a abandonar a Maurizio pronto y que tan solo quería hacerse con su dinero.

Si en algún momento Patrizia pensó en salirse con la suya, pronto la realidad se impuso. No es que pusiese precisamente una especial atención en ocultar las pistas. La presunta culpable admitió haber pagado unos cuantos millones de liras a Auriemma, aunque según su versión, su vidente había actuado por iniciativa propia. Una rápida revisión de su diario mostró que el 27 de marzo de 1995, el día de la muerte de Gucci, había escrito “Paradeisos” (“Paraíso”). Un pinchazo en las grabaciones telefónicas no dejó lugar a dudas: el pistolero (Ceraulo) y el chófer (Orazio Cicala) habían sido contratados por un portero de hotel llamado Ivano Savioni que había sido contactado por Pina.

Una rápida revisión de su diario mostró que el 27 de marzo de 1995, el día de la muerte de Gucci, había escrito “Paradeisos” (“Paraíso”)

En el año 2000, Patrizia Reggiani intentó suicidarse en una prisión de Milán, después de que un juez rechazara su recurso. Sus hijas, Alessandra y Allegra, intentaron reabrir la causa aduciendo que su madre (a la que se había extirpado un tumor cerebral) no se encontraba en plenitud de facultades cuando cometió el crimen. La historia estuvo a punto de ser llevada a la gran pantalla con Angelina Jolie en el papel de Reggiani, pero la familia Gucci se negó. Mientras tanto, en la cárcel, esta aprendía unas cuantas lecciones. “Creo que soy una persona muy fuerte porque he sobrevivido a todos esos años entre rejas”, explica. “Dormí mucho. Cuidaba mis plantas. Y de mi hurón Bambi”.

El retrato pintado por 'The Guardian' es revelador. Reggiani se queja de que tiene que vestir de Zara, porque lo que le pagan en Bozart no le da para comprar “ropas adecuadas”. Lo primero que hizo, una vez fue puesta en libertad, fue ir de compras a la milanesa Via Monte Napoleone. Ahora no se lleva demasiado bien con sus hijas: “No me entienden y han cortado mi apoyo económico. No tengo nada, y ni siquiera he llegado a conocer a mis dos nietos”. Aun así, cree que seguiría siendo la mejor embajadora para la marca Gucci, y que si pudiese ver una vez más a Maurizio le diría que es la persona a la que más ha querido toda su vida. “Aunque quizá el sentimiento no sea mutuo”. Genio y figura.

El 27 de marzo de 1995, a las ocho y media de la mañana, Maurizio Gucci llegó a su oficina en la milanesa Via Palestro como todos los días. Poco después de saludar a Giusepppe Onorato, el portero del edificio, comenzó a subir las escaleras. De repente, tres disparos de revólver estallaron en su espalda y, mientras caía, otro más le alcanzó en la cabeza. Al principio, el portero pensó que todo se trataba de una broma, pero cuando recibió dos balazos se dio cuenta de que no era un farol. Gucci nieto murió mientras el barrendero lo sostenía en sus brazos.

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