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Lo que los gais tienen que aprender de los heteros
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Lo que los gais tienen que aprender de los heteros

La nueva bandera del movimiento LGTB dilapida el crédito de un precioso símbolo universal

Foto: Un hombre lleva unas gafas decoradas con la bandera del arcoíris durante la marcha del Orgullo Gay celebrada en Zandvoort (Holanda). (EFE/Bart Maat)
Un hombre lleva unas gafas decoradas con la bandera del arcoíris durante la marcha del Orgullo Gay celebrada en Zandvoort (Holanda). (EFE/Bart Maat)
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Es cierto que todavía pueden producirse retrocesos en la normalización de la homosexualidad. El pasado mes de junio asistimos a uno. Balcones y ventanas mostraban la bandera del orgullo LGTB. Era distinta. Por lo que sea, la simpática y feliz bandera de colorines había quedado anticuada, y se veía poco. La que se veía más era otra con más colores, más trazos, un círculo, un espanto, un galimatías para la retina. Viéndola no pensabas en la felicidad, sino en una ecuación bastante complicada que te han puesto en el encerado.

Los gais tienen mucho que aprender de los heteros. Y también tienen mucho que aprender de los patriotas: ¡la bandera no se cambia!

Foto: Santiago Abascal, en un mitin de esta semana en Ávila. (EFE/Raúl Sanchidrián) Opinión
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Las banderas no se cambian porque su esencia es siempre la misma, una patria, un equipo de fútbol, una orientación sexual. Los símbolos no se actualizan si son exitosos. La bandera de colorines era tan exitosa como el símbolo del dólar, o como la esvástica. Nadie ha rediseñado la esvástica, no sé si lo han notado.

El motivo de que el movimiento LGTB (leo en distintos medios: LGBT+, LGTBI, LGTBIQ+, LGTBA…) haya echado a perder su bonita bandera tiene que ver con todas esas letras que, confusamente como vemos, se han ido incorporando a su denominación comunitaria. Cada pequeña subcomunidad no normativa quiere su letra y un trozo de la bandera. Aquí es donde digo que los gais tienen algo que aprender de los heteros.

placeholder La fuente de Cibeles aparece iluminada con los colores de la bandera LGTBI en el Orgullo de 2021. (EFE/Mariscal)
La fuente de Cibeles aparece iluminada con los colores de la bandera LGTBI en el Orgullo de 2021. (EFE/Mariscal)

A pesar de lo que difunden los medios insistentemente, los heteros no son todos iguales, casados y con hijos, misionero el viernes y sexo oral por el cumpleaños. Esa se me antoja una imagen un poco pequeña de la heterosexualidad. Cuando se ahonda en los infinitos matices de la homosexualidad, se da a entender que la heterosexualidad es simplísima. No, amigos, la heterosexualidad tiene a su vez infinitos matices, como habrán comprobado si, siendo heteros, se han acostado con un puñado de especímenes del sexo opuesto. Nadie es igual a otro.

Sin embargo, los heteros no andan exigiendo reconocimientos por lo menudo, en plan hetero infiel, hetero putero, hetero sin sexo con su pareja, hetero que no practica sexo anal, etcétera. Cuando los medios proponen chorradas como Dinky ("dual income no kids"; pareja profesional sin hijos), a nadie le importa lo más mínimo. No hay ni el menor amago entre los heteros de subcategorizar su sexualidad. "Hetero", así sin más, nos vale, y ya en la intimidad haremos lo que queramos o lo que nos dejen.

Foto: Foto: iStock.

Así, lo que perturba y malforma la hasta ahora preciosa bandera del Orgullo no es una miríada de orientaciones sexuales que debe encontrar acomodo en ella en beneficio de su dignidad, sino el hecho evidente de que hay muchas personas que se creen especiales, muy distintas al resto, muy concretas en cosas de carne, y quieren que su producto (Eva Illouz dixit) esté también en el escaparate. Lo que ha echado a perder la bandera de colorines no es la inclusión, sino el mercado.

Si la bandera funcionaba, y no parecía la conjetura de Poincaré, se debía a su sencillez y claridad. Muchos colores tendentes al infinito nunca le han hecho mal a nadie. Triángulos y círculos, un poco sí. Al menos, a la retina. Las batallas se pierden por la estética, por cierto.

Pensando en todos esos colores, y en todas esas increíbles orientaciones sexuales, entré el otro día en un chino para comprarme una coca-cola. Es verdad que ahora hay casi tantas coca-colas como géneros fluidos, pero más o menos es la misma coca-cola de siempre. Luego, había Fanta Naranja y Fanta Limón, nada más. Tenemos mucho que aprender de la industria de los refrescos, amigos.

placeholder Una persona envuelta en la bandera que reivindica las libertades de las personas transgénero. (EFE/Eloy Alonso)
Una persona envuelta en la bandera que reivindica las libertades de las personas transgénero. (EFE/Eloy Alonso)

Porque si doscientos años de refrescos no han conseguido que la oferta de sabores supere estos tres, algún motivo tiene que haber. De vez en cuando, una empresa de bebidas carbonatadas comete la torpeza de ofertar refrescos de sandía, de melón, de piña… de hamburguesa, qué sé yo. Piensa, esa empresa, que la gente debe de estar harta de los tres sabores eternos. Y lo que descubre es que la gente no está harta de los tres sabores eternos, sino perfectamente satisfecha.

Un amigo mío inteligentísimo me dijo que empezamos a contar con los dedos a partir de cuatro. Antes, no lo necesitamos. Es decir, lo real computable podemos manejarlo hasta un número de tres. A partir de ahí, empieza esa cosa antipática llamada matemáticas. Uno antes era hetero o era gay, o las dos cosas o medio y medio, y ya estaba. Yo creo que íbamos bastante bien con esos tres estadios de la sexualidad.

Lo que consigue la nueva bandera gay es exactamente eso: alejarnos de lo humano y entrar en un áspero mundo de álgebras delirantes.

Es cierto que todavía pueden producirse retrocesos en la normalización de la homosexualidad. El pasado mes de junio asistimos a uno. Balcones y ventanas mostraban la bandera del orgullo LGTB. Era distinta. Por lo que sea, la simpática y feliz bandera de colorines había quedado anticuada, y se veía poco. La que se veía más era otra con más colores, más trazos, un círculo, un espanto, un galimatías para la retina. Viéndola no pensabas en la felicidad, sino en una ecuación bastante complicada que te han puesto en el encerado.

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